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  No Hay Como un Buen Plato de Torrendos (Eutiqio Cabrerizo)
 

 

 

No Hay Como un Buen Plato de Torrendos

Eutiquio Cabrerizo

Desde hace unos años en las ciudades se han puesto de moda los desayunos que llaman continentales en los que no faltan los embutidos, los huevos y la panceta frita, pero hasta no hace mucho desayunaban en plan fino, sólo con un café con leche y unos churros o un bollito. A fin de cuentas, a resultado que tenían razón nuestros abuelos cuando almorzaban dos platos bien aprovechados con idea de coger fuerzas para el trabajo de todo el día. La nueva costumbre de las capitales viene de los ingleses, a los que les gusta desayunar fuerte, con copos de avena, salchichas y bacon que, al fin y al cabo, no es otra cosa que los torrendos de toda la vida. El tocino frito es una de esas cosas que tienen mil nombres, según la costumbre de cada sitio. El diccionario lo llama torrezno, pero en nuestro pueblo y en muchos más se llama torrendo y también torreno, además de torrendillo y torrenillo como en señal de aprecio. Algunos se los comen fríos y otros calientes. En esto tampoco es fácil ponerse de acuerdo. A mí me gustan fríos si no hay otra cosa, pero si están churruscándose en la sartén no me resisto a esperar hasta que se enfríen y me da igual quemarme los dedos. Cuando yo era pequeño se contaba que había un obispo de por la parte de Matalebreras, de lo que no me acuerdo es del sitio donde andaba de obispo, que todas las mañanas se comía para almorzar un par de torrendos y un huevo frito. -Hay algunos que en cuanto se ven con mando se olvidan de que de pequeños pasaron necesidades y viven como señoritos, pero este hombre dicen que era buena gente. Con este comentario daban a entender que el que siguiera comiendo torrendos era prueba de lealtad con sus orígenes sin negarlos tres veces como hizo Pedro. Yo no me atrevería a llevarles la contraria, pero quiero pensar que no sería sólo por desayunar lo mismo que cuando vivía en el pueblo. El torrendo bien hecho tiene que tener la corteza crujiente, que no esté dura ni correosa, y mejor si entre el tocino se ve alguna veta de carne, lo que nos hace que disfrutemos de los dos sabores mucho más que si los comiésemos por separado. Al cortarlos conviene hacerlos más o menos gordos según nos gusten, porque al freírlos tienen diferente sabor dependiendo del tamaño. Pero en esto, como en los gustos, tampoco hay nada escrito y cada uno tiene sus antojos. Normalmente se fríen en aceite caliente hasta que están dorados y la cocina se llena de un olor que le despierta el hambre a uno aunque esté roncando, pero cada casa tiene su manera de prepararlos. Yo conozco una buena cocinera que para conseguir que estén bien bien crujientes deja casi una hora haciéndose sólo las cortezas, poniendo los torrendos de pie metidos en muy poco aceite con el fuego de la vitrocerámica puesta al mínimo. Después, cuando ya están hinchadas, los saca a un plato, calienta más aceite y termina de freírlos dándoles unas cuantas vueltas hasta que cogen color y huelen a hechos. Yo tenía un tío tratante de ganado, arriero, viajero y correcaminos, que elegía el restaurante para comer según preparaban en él los torrendos. Si cocinaban bien los torrendillos en los almuerzos, era señal de que la cocina era de buen apaño y la comida prometía. Si, por el contrario, los torrendos estaban desabridos o rancios, mejor ir en busca de otra taberna en la que comer. Los torrendos pueden comerse como aperitivo antes de la comida principal, pero también pueden servirse como entrante o como segundo plato acompañado de unas patatas fritas o un buen trozo de chorizo. Tampoco quedan mal a media tarde, o por la noche, como una cena especial acompañada de un buen pan de hogaza y bien regada con un buen jarro de vino de la cosecha. La última posibilidad es comérselos para desayunar con uno o dos huevos fritos. En ese caso bien podríamos decir que estamos desayunando como el obispo.

 

 
 
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