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  Carta a Jean Baljan (Roberto Enjuto)
 

 

 

Carta a Jean Baljan

Roberto Enjuto

Querido Jean Baljan:

Hace ya tiempo que tenía ganas de decirte algo, no ya en el plano del corazón y de los impulsos, sino traducido a palabras concretas.

Cuando yo tenía 9 años más o menos, supe de ti por primera vez, a través de una versión de tu historia, contada por la radio. Quizá fuera la manera correcta de aproximarme a ti en aquel momento, ya que esa historia incidía mucho en tu faceta más espectacular y heroica. Mi mundo de aquellos días, tenía aspectos muy grises, que tú comenzaste a colorear de tonos alegres, de aventuras y llenos de interés. Empecé a fantasear y jugar interiormente con tus historias y ¿por qué no reconocerlo? Hablaba contigo a diario. Deseaba formar parte de tu mundo o que tú formases parte del mío, no lo sé muy bien. , la vida siguió su curso y yo dejé de ser ese niño al que le bastaba con un héroe. Afortunadamente, volví a saber de ti, y esta vez, la historia estaba contada de una forma en que cobrabas muchas más dimensiones además de la de héroe.

Te recordé hace relativamente poco tiempo y fue entonces cuando comprendí, que siempre has existido en mi mundo; que tú siempre fuiste real, aunque yo no lo supiese.

Tu cuasi alquímica transformación, ahora sí percibida plenamente, me ha hecho reconocerme en ti, porque siento que los 2 hemos bajado casi a lo más hondo del infierno, para desde ahí, poder Subir poco a poco y amarlo todo abiertamente y con humildad. Cuando asumiste casi sin darte cuenta, el compromiso de bondad propuesto por tu benefactor el cardenal, cuando fallaste en ese compromiso al robar otra vez y sobre todo, cuando lloraste con verdadero dolor por la oscuridad en que te sumergían tus acciones, querido Jean, estabas contando mi propia historia, si no en los actos externos, sí en los pasos fallidos hacia el bien, que al final, ese mismo bien se encargó de reconducir.

Siempre deseé tener un padre como tú. Un padre que desde mis mismas flaquezas, desde la aparente incapacidad para cambiar las cosas, emprendiera y me mostrara el camino del amor y de la sencillez.

Por fin y para suerte mía, creo que soy capaz de reconocerte como ese regalo que Dios estuvo dándome continuamente y del que sólo podía intuir su valor. Por fin, querido jean, creo que te puedo reconocer como mi padre en esa línea que para mí, no representa ningún problema, entre lo novelado y lo real.

Esta vez, tomé partido en el transcurso de tu vida, por tu impulso de hacer el bien y sufrí tus desdichas. Al final, también gocé de tus alegrías, y no sólo eso: finalmente, estás completamente vivo en mí y para siempre.

Es curioso cómo el mal en la forma de Tenardier, trata de emponzoñar tu vida y tu destino, y cómo la sencillez que irradias, simplemente rodea la maldad e incluso la transforma en joyas que adornan tu vestimenta.

Al final, incluso otra dosis de veneno del señor Tenardier, te procura esa última aspiración de felicidad, a pesar de no ser ese su objetivo.

Tu manera de sufrir en silencio la incomprensión de todos, cuando intentas ser el reflejo del deseo de tu benefactor el cardenal, no es otra cosa que una tremenda inspiración para mí, que hace que mi corazón rebose de agradecimiento por tenerte aquí.

Quiero pedirte que nunca dejes de estar dentro de mí. Quiero pedirte que tu espíritu impregne cada uno de mis pensamientos y acciones y que me sigas hablando cada día.

Querido Jean: Déjame seguir siendo tu hijo y que cuando la novela y lo que de manera pretenciosa llamamos vida real se hagan uno y pueda sentir tu mano fuerte y a la vez suave, que podamos descansar y reír juntos, con mis hermanos y con tu querida Cosette.

Recibe todo mi cariño en este abrazo.

Roberto


 

 
 
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