Mi Paqui, virgen risueña:
mira mi alma, tan pequeña,
y en un grito,
a la voz del santo y seña
de tu amor, ya desempeña
lo infinito.
Por tu pelo, submarina
sensación, a la que inclina
la cabeza
la ilusión a seda fina,
y la unción más clandestina,
la entereza.
Por tus ojos, los colores
con que el cielo anuncia albores
cada día;
y, si llueven sus rigores;
y, si lucen como flores,
su alegría.
Mi Paqui, virgen galana:
mira mi alma, tan temprana,
y ya urgiendo;
porque le ofreces mañana
y ella quiere mejorana
floreciendo.
Quiere cruzar el Leteo
de tus labios, y ser reo
del olvido
de cuanto no sea deseo
de sus mieles, y recreo
de Cupido.
Quiere encontrar en tu pecho
un rincón para su lecho,
y en su cumbre,
la noción de lo derecho
y la opción para el provecho
de la lumbre.
Mi Paqui, virgen piadosa:
mira mi alma, tan medrosa,
y, pretende
que eres rosa primorosa
por la tez tan ruborosa,
que te enciende.
Por tus manos son sus miedos,
por unir, en vez de dedos,
corazones,
que laten y tocan quedos
la causa de sus denuedos
y emociones.
Por tus brazos... No dijeras
que sostienen escaleras
hacia el cielo,
y que muestran las maneras
de abrocharte las caderas
para el vuelo.
Mi Paqui, mi bien, mi amada...:
mira mi alma, tan callada,
y, no obstante,
anda siempre alborotada
por lo que has en la mirada
y el semblante.
Porque ha caído en la cuenta
de que, si alientas, alienta
de seguro,
y que tu renta es su renta,
se sienta como se sienta,
de futuro.
Por eso serán arrojos
los que pongan en tus ojos
permanencias
luminosas, y cerrojos
en tu faz a los enojos
e inclemencias.
Mi Paqui, mi amor, mi amiga...
Si con el tiempo te intriga
dónde estoy,
permíteme que te diga
que lo seguro es que siga
donde hoy:
aferrado a tu camino
con el paso peregrino
de la suerte,
hasta llegar al destino
y seguir con igual sino,
tras la muerte.