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  El Municipal (Juan José Avellán)
 

 

 

El Municipal

Juan José Avellán

Lo que voy a contar pudo suceder en cualquier pueblo de España, sin excluir el mío.

Allá por la década de los 50, en la Policía Municipal no todos los guardias ingresaban superando pruebas de aptitud, pese a estar vigentes la Ley de Bases del Régimen Local de 17/7/45, el Reglamento de Funcionarios de Administración Local (Decreto de 30/5/52) y la Ley de Régimen Local de 24/6/55, disponiendo efectuar siempre por oposición o concurso el nombramiento de los funcionarios, según me dijo un abogado amigo.

Corrían tiempos menos evolucionados que los actuales y la selección imparcial de candidatos hubiera coartado la libertad de acción entonces habitual en las tareas de mantenimiento del orden ciudadano. Ello favorecía la cobertura de plazas mediante procedimientos ciertamente artesanales.

También me dijo el abogado amigo que muchos años después, la Ley Básica de Régimen Local de 1.985 estableció que " ...la selección de todo el personal debe realizarse mediante convocatoria pública y a través del sistema de concurso, oposición o concurso - oposición libre, en los que se garanticen en todo caso los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad, así como el de publicidad".

La clase política de la etapa democrática, esto lo añado yo, ha cumplido esa Ley con tan escasa escrupulosidad que los compadreos y demás prácticas irregulares no son meros recuerdos del pasado dictatorial.

Retrocediendo a los 50, verdad es que la gente pobre quedaba en muy mala situación al llegar la edad de jubilación o la incapacidad, o incluso cuando perdían el puesto de trabajo por cualquier motivo, ya que no existía la Seguridad Social como la conocemos hoy.

Igualmente sabía por el Abogado amigo, que los obreros agrícolas carecían de Paro. Regía el Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez (S.O.V.I.) y la Mutualidad Agraria, pero sólo para los pocos que podían satisfacer las preceptivas cuotas. Los demás trataban de obtener ayudas o subsidios benéficos de carácter extraordinario que concedían los Ayuntamientos o instituciones de caridad.

Y que hasta 1.961 no entró en funcionamiento el Fondo Nacional de Asistencia Social, conocido por F.A.S., sin exigencia de cotizaciones, que anualmente repartía de manera graciable, mientras hubiera partida presupuestaria, pensiones de jubilación e invalidez a personas con escasez de recursos.

Fueron dichas pensiones el precedente de las actuales no contributivas, ahora defendidas a bombo y platillo con ejemplar desinterés electoral por abnegados protectores de las clases menesterosas. Esto último es también añadidura mía.

En la época de marras, temerosos del oscuro porvenir, algunos trabajadores rurales al servicio de familias influyentes ingresaban en la Policía Municipal, apenas comenzaba la decadencia física. Eso le pasó al mediero y chofer sin carnet de un concejal. Enfermo de reumatismo, sanó en cuanto lo uniformaron.

Pequeño y gordico, la cara mofletuda y sonriente, de movimientos y ademanes modestos y pausados, todo él compostura y agrado, no parecía severo agente de la autoridad a pesar de la nueva vestimenta.

Recordaba más bien aquellos samblases de barro coloreados a mano, con cinta para colgar del cuello rematada en flecos a los pies del Santo, que los niños llevaban cada tres de febrero, porque la figurica y el pan bendito ahuyentaban los males de garganta.

Palabrerico y bondadoso, pronto supo ganar el aprecio de sus convecinos, que olvidando nombre y apellidos le llamaban casi siempre "el Municipal", aunque municipales hubiera veintitantos.

Procuraba no denunciar haciendo la vista gorda o simplemente desapareciendo apenas barruntaba el menor conflicto. Así disfrutaba ejercitando el amor al prójimo y al mismo tiempo intentaba ocultar el otro gran motivo de su generoso comportamiento: la imposibilidad de rellenar impresos sin saber leer y escribir.

Por esa razón, cuando no tenía más remedio que intervenir y el presunto infractor facilitaba sus datos personales, "el Municipal" le decía: "escríbelo tú pa que no me engañes".

Atraídos por la marcialidad del uniforme y lejos de sentir temor alguno, porque su aspecto apacible inspiraba confianza, la gente menuda lo rodeaba con admirativa curiosidad.

Mientras eran pocos y estaban formales los trataba benévolamente y hasta conversaba con ellos, pero cuando la infantil concurrencia iba en aumento y empezaba el alboroto, amenazaba con sacar la pistola si no marchaban de inmediato. Entonces se acercaban más, con la esperanza de contemplarla fuera de la funda, cosa que nunca vieron ni la ciudadanía ni el propio guardia.

Como no le hacían caso, terciaban voluntariamente transeúntes de buena condición, dispersando a la chiquillería para que pudiera continuar prestando servicio con normalidad.

Contaba satisfecho a familiares y amigos que los delincuentes huían velozmente apenas bajaba su mano derecha hasta la cintura en ofensivo amago.

Jamás engrasó la pistola por considerar falta de respeto tocarla sin funda, encargando el reglamentario deber al suegro de su hermano, hombre muy experimentado en armas de fuego ya que los domingos cazaba liebres con escopeta.

Cuando la entregó al jubilarse, recibió merecidos elogios por el impecable estado de conservación. También devolvió intacta la porra, que había sido tan útil como la fusta del jinete que perdió el caballo.

Cierta vez se desmayó en la Plaza de Toros porque, según él, lo miró un novillo tuerto, muerto y con el ojo abierto. Esto precisa explicación.

Para el espectáculo taurino de aquel año a beneficio del Asilo de Ancianos, dos caritativos ganaderos cedieron gratuitamente seis novillos, desecho de tienta y defectuosos, reses normales en festejos menores. Uno era tuerto y dio mucha guerra. No consiguieron matarlo con la espada y al rodar apuntillado se le quedó abierto el ojo sano.

"El Municipal" mantenía despejada de curiosos la Puerta de Mulillas, por la que sacaron ensangrentado y rígido al novillo tuerto sintiendo entonces en la suya la mirada del ojo abierto y sin vida. Una mirada fija, dura, terrible, acusadora, como si le culpara de tan cruenta muerte. No pudo resistirlo y cayó desvanecido.

Acudieron vecinas de las casas de enfrente, que lo sentaron en una silla y reanimaron con agua fresca. Este suceso del novillo tuerto, muerto y con el ojo abierto sonó bastante.

Horas enteras necesitaría para contar todas las peripecias de "el Municipal", pero no quiero hacerme pesado. Prefiero acabar hoy con el episodio del "haiga", que indignó a los del Ayuntamiento.

Antes de relatarlo conviene facilitar a la gente joven que desconozca la palabra "haiga", una información que amablemente me proporcionó la FUNDACIÓN RACE.

Durante la década de los 40 y hasta bien avanzada la de los 50, o sea, en plena época de posguerra, no ataban los perros con longanizas como suele decirse. En España padecíamos multitud de carencias, siendo difícil encontrar coches a estrenar o de segunda mano en buen uso.

Entre los pocos afortunados que poseían dinero suficiente para obtener uno, con frecuencia estraperlistas entonces abundantes, los no muy versados en letras llegaban al compraventa de turno o distribuidor y pedían "el que haiga", ya que poder elegir en aquel contraído mercado era pura fantasía.

Las tres palabras quedaron reducidas a una sola, "haiga", deformación del verbo haber que pasó a enriquecer el vocabulario popular y cotidiano, para designar automóviles grandes y lujosos propios de nuevos ricos, fabricados en U.S.A. normalmente. Por cierto que gastaban ríos de gasolina.

Circularon sobre todo de 1.945 a 1.952 ó 53, pero en cantidad decreciente continuaron viéndose bastantes años después. De los "haigas" recuerdo ahora las marcas Buick, Chevrolet, Cadillac y Studebaker.

Cumplido el deber informativo prosigo.

"Haiga" era el mastodonte de matrícula PMM (Parque Móvil Ministerial según creo), que paró en la Plaza Central junto a "el Municipal" allí de servicio. Ocupaban los asientos traseros dos señores muy de traje y cartera negra.

El uniformado conductor, corpulento y tieso, bajó pausadamente el cristal de su ventanilla y con fino acento forastero preguntó: "Oiga, por favor, ¿la Casa Consistorial?".

Subiendo la mano derecha extendida hasta tocar la gorra de plato, "el Municipal" saludó y dijo: "Aquí hubo tres pero las cerraron".

Como la equívoca respuesta produjo el natural escándalo, tuvo que intervenir el Alcalde prohibiendo terminantemente que volviera "el Municipal" a prestar servicios en la vía pública y no lo expedientaron porque obró con ignorancia y buena fe, y andaba cerca de la jubilación.

Otro día contaré más historias que pudieron suceder en cualquier pueblo de España, sin excluir el mío.

Revista Local. nº 4 (Diciembre 1999)

 

 
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