Perros abandonados
Juan José Avellán
El perro es el mejor amigo del hombre, dícese de antiguo, sin que tal afirmación carezca de fundamento. Fieles y cariñosos, hacen compañía a todos los miembros de la familia y en especial a los niños, con los que juegan bastante. La incondicionalidad de tan nobles animales viene siendo proverbial. Pronto se les toma cariño y su pérdida causa inevitable dolor.
Pero también ocasionan trabajo, debido al cuidado que merecen su alimentación, aseo, atención sanitaria, etc., además de las molestias que producen al orden doméstico y a la vecindad. Inconvenientes que sólo afrontan con agrado aquellas personas que les tienen verdadera inclinación.
Cuando los adquirimos para satisfacer caprichos pasajeros o para obsequiar a los pequeños sin reparar en las consecuencias, echándonos encima una obligación que puede durar 15 años, tales inconvenientes se agigantan a corto plazo y el final suele consistir en deshacernos de ellos mediante la donación o el abandono, si no acaba el asunto de peor manera.
La semana que viene iniciarán muchos españoles las vacaciones de verano. Las carreteras se llenarán de coches repletos de personas y bultos. Y de algún que otro perro a los que abandonarán sus propietarios en el primer descampado que encuentren, apenas pierdan de vista la ciudad. A esos indefensos canes les aguarda casi siempre la muerte por atropello, a veces tras varias horas de agonía.
Austria, Italia y Francia, por citar unos ejemplos, acuden a la imposición de penas privativas de libertad hasta un año, por considerar delito, y no falta, la crueldad con los animales de compañía. Incluso van más allá, castigando también supuestos muy frecuentes en España, como el abandono, que aquí no existe como hecho delictivo.
Nuestro Código Penal (1.995), establece en su art. 632: "Los que maltrataren cruelmente a los animales domésticos o a cualesquiera otros en espectáculos no autorizados legalmente, serán castigados con la pena de multa de 10 a 60 días". Pero en falta se queda y no contempla el abandono, conviene repetirlo, salvo que constituya una de las conductas crueles.
La Ley 10/1.990 de la Región de Murcia de 27 de agosto, de Protección y Defensa de los Animales de Compañía, prohíbe el abandono (art. 2), tipificándolo como muy grave (art. 22) y sancionándolo con multa de 250.001 a 500.000 pesetas (art. 24).
Si he leído bien, el Ayuntamiento de Cieza es más benévolo, puesto que la ordenanza Municipal para la Protección Animal de 5 de Mayo de 2.000, que en el art. 46 prohíbe igualmente el abandono, rebaja en el art. 52 la graduación de la Ley regional antedicha a simplemente grave y lo sanciona en el art. 49 con multa, consiguientemente aminorada, entre 50.001 y 250.000 pesetas. Ignoro si la Administración local puede modificar disposiciones legales de la misma Región superiores en rango.
Tanto la Ley Regional como la Ordenanza Municipal tratan de infracciones administrativas, que no llegan a delito, ni siquiera a falta, por lo que urge una regulación legislativa que valore justamente el maltrato de los animales irracionales por parte de los llamados racionales.
En relación con este asunto, del libro "El corazón tardío" de Antonio Gala transcribo íntegra y literalmente el entrañable relato corto titulado "Una historia común".
El propio perro cuenta su experiencia:
"Yo no creo haber hecho nada malo esta mañana... Me parecieron todos muy nerviosos. Iban y venían por los pasillos, esquivándose unos a otros. Ella le gritaba a la madre de él y los dos niños, con las manos llenas de cosas, entraban en el dormitorio de los padres, que yo tengo prohibido.
La pequeña - la más amiga mía - chocó contra mí dos o tres veces. Yo le buscaba los ojos, porque es la mejor manera que tengo de entenderlos: los ojos y las manos. Pueden engañarte y engañarse entre sí; pero las manos y los ojos, no. Sin embargo, esta mañana mi pequeña no me quería mirar. Sólo después de ir detrás de ella mucho tiempo, en aquel vaivén desacostumbrado, me dijo: "Drake, no me pongas nerviosa. ¿No ves que nos vamos de veraneo y están los equipajes sin hacer?". Pero no me tocó ni me miró.
Yo, para no molestar, me fui a mi rincón, me eché encima de mi manta y me hice el dormido. También a mí me ilusionaba el viaje. Les había oído hablar días y días del mar y de la montaña. No sabía con certeza qué habían elegido, pero comprendo que en las vacaciones - y más en éstas, que son más largas que las otras dos - mi pequeña podrá estar todo el día conmigo. Y lo pasaremos muy bien, estemos donde estemos, siempre que sea juntos...
Tardaron tres horas en iniciar la marcha. Fueron bajando las maletas al coche, los paquetes, la comida - que olía a gloria - y los envoltorios del último momento. Yo necesitaba correr de arriba abajo por la escalera, pero me aguanté.
Cuando fueron a cerrar la puerta, eché de menos mi manta. Entré en su busca; me senté sobre ella; pero él me llamó muy enfadado - ¡Drake, venga! -, y no tuve más remedio que seguirlo. Mientras bajaba, caí en la cuenta de que, en el lugar al que fuéramos, habría otra manta. Ellos siempre tienen razón.
Los tres mayores, mi pequeña, su hermano y yo... Era difícil caber en aquel coche, tan cargados de bultos; pero estábamos bien, tan apretados todos. Yo me acurruqué en la parte de atrás, bajo los pies de los niños. La madre de él se sentó en un extremo, que suele ser su sitio, y todavía no se le habían olvidado las voces de ella, de la mujer, porque no decía nada; sólo miraba las calles y la luz, que era muy fuerte, a través del cristal...
Los niños se peleaban con cualquier pretexto esta mañana; seguían muy nerviosos. Yo sufrí sus patadas con tranquilidad, porque sabía que no iban a durar y porque era el principio de las vacaciones. Cuando, de pronto, el niño le dio un coscorrón a mi pequeña; yo le lamí en cambio las piernas con cariño, pero ella me dio un manotazo, como si la culpa hubiera sido mía. La miré para ver si sus ojos me decían lo contrario. Ella, mi pequeña quiero decir, no me miraba.
Fue cuando ya habíamos perdido de vista la ciudad. El se echó a un lado y paró el coche. Los de delante daban gritos los dos, no sé si porque discutían o por qué. La madre de él no decía nada; ya antes había empezado a decir algo y ella la cortó con muy malos modales. Tampoco los niños decían nada...
El bajó del coche y cerró de un portazo; le dio la vuelta; abrió la puerta del lado de los niños y me agarró por el collar. Yo no entendí. Quizá quería que hiciese pis, pero yo lo había hecho en un árbol mientras cargaban y disponían los bultos. Me resistí un poco y él, con mucha irritación y voces, tiró de mí. Me hizo daño en el cuello. Me bajó del coche. Empujó con violencia la puerta y volvió a sentarse al volante.
Oí el ruido del motor. Alcé las manos hacia la ventanilla; me apoyé en el cristal. Detrás de él vi a mi pequeña con los ojos muy redondos; le temblaban los labios... Arrancó el coche y yo caí de bruces.
Corrí tras él, porque no se daban cuenta de que yo no estaba dentro; pero aceleró tanto que tuve que detenerme cuando ya el corazón se me salía por la boca... Me aparté porque otro coche, en dirección contraria, casi me arrolla. Me eché a un lado, a esperar y a mirar, porque estoy seguro de que volverán por mí...
Tanto miraba en la dirección de los desaparecidos que me distraje y un coche negro no pudo evitar atropellarme... No ha sido mucho: un golpe seco que me tiró a la cuneta...
Aquí estoy. No me puedo mover. Primero, porque espero que vuelvan a este mismo sitio en el que me dejaron; segundo, porque no consigo menear esta pata. Quizá el golpe del coche negro aquel no fue tan poca cosa como creí... Me duele la pata hasta cuando me la lamo. Me duele todo... Pronto vendrá mi pequeña y me acariciará y me mirará a los ojos. Los ojos y las manos de mi pequeña nunca serán capaces de engañarme. Aquí estaré...
Si tuviese siquiera un poco de agua: hace tanto calor y tengo tanto sueño... No me puedo dormir. Tengo que estar despierto cuando lleguen... Me siento más sólo que nadie en este mundo... Aquí estaré hasta que me recojan. Ojala vengan pronto"...
- - - - -
El fallecido magistrado Ruiz Vadillo, del Tribunal Supremo y después del Constitucional, decía: "quien utiliza la crueldad con los animales difícilmente será un buen ciudadano y ni siquiera una buena persona".
E. M. de C. (24/6/2000)