Apoiatus in Escriptura, Cuatro Textos
Mariano Poyatos
I. PLAYA DE LOS MUERTOS
Cuando los guerreros se alejaban de la enorme caverna, todavía estaban a tiro de las piedras que lanzaba el cíclope herido. A su encuentro salió Afrodita para conducirlos directamente a la orilla donde esperaban dos cóncavas naves:
-Os he preparado la huida, aunque Poseidón, dueño del ancho mar, os prohibirá llegar a Ítaca por lo que tendréis que dirigiros hacia las columnas de Hércules; yo intentaré apaciguar su cólera, mientras tú, astuto Ulises, navegarás cerca de las costas para que no estéis a merced de los temporales.
Pasados unos días de navegación con viento favorable de levante, antes de llegar a unos islotes donde solía descansar la Alborada, se desató una fuerte tormenta provocando que las naves estuviesen a punto de zozobrar; mientras Poseidón y Afrodita discutían el destino de los esforzados navegantes:
-¡Tendrán que pagar con sus vidas, al no respetar la hospitalidad de Polifemo!
-¡Oh, tú Poseidón, que deseas la inmortalidad del cíclope, te propongo que lo conviertas en gigantesca piedra presidiendo aquella cala en forma de herradura!, al ser un lugar visitado por las más afortunadas doncellas procedentes de todas la latitudes de la Iberia, siempre tendrá la suerte de dar sombra y cobijo a las que, durante generaciones, podrán bañarse en la tranquilidad de sus aguas. Tú, Poseidón, sabes que los dioses tomamos Ambrosía, sin embargo, algunas de las mortales que visitan esas playas tienen su piel morena con sabor a melaza y ¿si un día de suave viento te convirtieras en una ola?, no tengas duda que tendrás una experiencia inolvidable.
-Bueno, pero una de las dos naves la destruiré para siempre, y crearé corrientes de agua para que los náufragos puedan encontrar aquí su Ítaca.
II. AGUAMARGA
Si tienes la suerte de dirigir tus pasos a las playas vírgenes de Monsul o Genoveses, tómalo con tranquilidad y entusiasmo, aunque son de difícil acceso, suelen ocultar su timidez entre los acantilados. Aquí nunca pasa nada. La cobertura de los teléfonos inteligentes es absorbida por la singularidad del terreno. Se practica el naturismo de forma voluntaria, algunos cuerpos se cubren con pequeñas piezas de diseño y otros se mueven con total libertad rompiendo con los prejuicios sociales.
En Aguamarga, al mediodía se mantiene una suave brisa invitando a los bañistas a envolverse en su aroma, distribuyendo sabores ancestrales de ninfas, sirenas y pequeños bancos de peces que vienen a contemplar fugazmente a las mortales que se bañan en sus orillas.
Un señor sacando otra cerveza de la nevera comentaba desairado:
- ¡Esta juventud no tiene arreglo, la mayoría no habrán trabajado en su vida!.
Mientras bebía, no dejaba de observar los contornos y la belleza de los cuerpos.
A dos sombrillas de distancia, una joven yacía recostada en la arena, luciendo un biquini azul turquesa imitando el color de la superficie del agua. Merodeando la zona, dos muchachos con amplios pectorales consideraban a primera vista que estaban ante una presa fácil, la imaginaban, esa misma noche, bailando con ellos en una discoteca de Mojácar.
De pronto, mar adentro, aparece un helicóptero oscuro Bell 212, propulsados los rotores con dos potentes turbinas, lanza al agua una boya amarilla y verde, desplazándose hasta otras calas, la gente de inmediato pensó que estaban marcando profundidades.
La mujer de la arena se incorporó tranquilamente recogiéndose el cabello. Al levantarse con decisión se tensó su cuerpo atlético.
-Nos vemos en otra ocasión -y dirigiéndose hacia el agua, cuando alcanzó el nivel de los hombros, comenzó a brazear.
La gente advirtió asombrada como otros dos cuerpos nadaban hacia el mismo punto. pasados unos minutos, apareció el helicóptero suspendido en el aire, y a través de un cabo de varios metros consiguieron subir a bordo. Efectuada la peligrosa maniobra, fue elevándose suavemente para adentrarse en tierra salvando la orografía del terreno.
La novia de un colaborador, algo contrariada por la escena vivida comentó:
-¡casi siempre salen imprevistos, cuando estamos más a gusto!.
-¡Tranquilízate, a mi me ha tocado quedarme en tierra mientras ellas se van a meter en la boca del lobo!
III. Aguas turquesas
En la bandeja de entrada, destacaban algunos informes técnicos de una prestigiosa Universidad Americana, junto a los mismos había un anexo extraño donde ponía en sus últimos renglones “¡quien tenga valor que lo haga!” “Artemisa”.
La barca de madera se encontraba refugiada en “La Laja”, habiendo salvado con dificultad el Arrecife de las Sirenas. Allí fondeados entre bancos de niebla esperaban al piloto.
El hombre rubio guardó su BMW HP4 en el cobertizo y tomó un kayak para encontrarse con el barco lo más sigilosamente posible. Los marineros alzaron los remos en señal de respeto… sabían reconocer al piloto que manejaba con destreza las naos en los momentos de máxima dificultad.
A pesar de los bancos de niebla comienzan las maniobras para dirigirse a unos dos kilómetros sobre el Cabo de Gata. La misión era de arrojar el ancla hasta nueva orden. Disipada la niebla, las vistas eran impresionantes; no muy lejos de allí estaba la Cueva de Afrodita vigilada a lo lejos por la Torre de Vela Blanca y como motivo central, la Piedra de Poseidón donde nacen los suspiros, y a veces se desatan las pasiones.
Llegada la tarde, comenzaron los preparativos de descenso. El hombre rubio, piloto del barco, se había instalado su equipo de buceo de alta profundidad; sin embargo, el hombre mayor, de tierra adentro, andaba algo indeciso: - no te preocupes, yo bajaré contigo; además ellas te protegen -.
Comenzado el descenso, agarrados al cabo del ancla, al llegar a unos 25 metros de profundidad, las corrientes se hicieron insoportables. Poseidón veía con recelo la cita. Con la pericia del piloto pudieron alcanzar el lugar donde se encontraba el pecio. A unos 42 metros apareció ante ellos la majestuosidad de un barco dormido en el fondo marino, de más de 100 metros de eslora. En su hélice, pacientemente les esperaba un mero de gran tamaño.
–Tú tendrás que esperar aquí, yo tengo que subir con mis hombres, no ha existido ningún humano que pudiera ver lo que aquí esta noche sucederá. Al parecer has venido a este sitio para intervenir en un litigio entre seres importantes - .
Una vez llegada la noche y reinando en el cielo la luna menguante, desde la Torre de Vela Blanca tres seres se lanzaron al vacío hasta encontrar la quietud de las aguas donde se hundieron sin dificultad. Por otro lado desde el Faro del Cabo de Gata otros dos seres efectuaron la misma operación con una elegancia inigualable. A la reunión acudió primero Artemisa, escoltada por dos congrios gigantes. Al otro lado, una joven pelirroja resaltaba su belleza rodeando su cuerpo de caracolas y piedras preciosas.
-Comenzaré diciendo que esta cita tan importante ha sido provocada por algunas diosas del Olimpo porque, desde siempre los dioses han disfrutado de sus descansos en las islas griegas; pero desde hace un tiempo, muchos de ellos atraídos por la belleza de este paisaje y el candor de sus mujeres suelen pasar aquí más tiempo de lo necesario -dijo Afrodita acariciándose unas pulseras de coral.
De inmediato el recinto se iluminó viéndose los rostros de todos los presentes.
-Por un lado no estoy de acuerdo con que ilumines la estancia porque aquí hay humanos y de esta forma los condenas a una muerte segura, y por otro lado, tampoco estamos de acuerdo con que nuestros dioses se acerquen hasta estos lugares de pecado –dijo Artemisa con aplomo.
- Sobre la presencia de humanos, a uno, le ocurre como a Tiresias el ciego y las otras dos humanas, están de espaldas esperando mis órdenes para llevarse al hombre a la playa de los sueños -. Sin embargo, tú, Artemisa, ayudaste al piloto para que atravesase las columnas de Hércules y pudiese alcanzar la ciudad de Gades donde, por primera vez probaron el Garum-.
-Bueno, con el permiso de las deidades, considero que esta zona también es digna de dioses, sus aguas turquesas atraen a seres de todos los orígenes, es importante que tengamos una mezcla de ideas entre oriente y occidente; además, mientras existan atardeceres entre las montañas, o el sol al finalizar el día se recueste sobre las olas desprendiendo sus rayos mágicos, contaremos con el deseo que va recorriendo caprichosamente el mundo de los humanos y de los dioses, convirtiéndose, según las circunstancias en fuertes pasiones o en amores no correspondidos -dijo el hombre mayor con cierto recato.
IV. Sevilla 1964
Capítulo primero.
En el amplio salón adornado por columnas de mármol blanco, seis mesas y una docena de sillas, vigiladas por los cronómetros de doble esfera, los tableros esperaban impacientes el comienzo de las partidas. A la izquierda unas cristaleras con ventanillas expendedoras y al fondo la cafetería que cerraba los domingos.
La gran puerta de madera de doble hoja, terminaba en una celosía de medio punto. La calle Cardenal Cisneros estaba en silencio cuando entraron al edificio unos cuantos hombres con gorra de plato. Hechos los saludos al entrenador que los esperaba envuelto en una gabardina gris piedra, se dispusieron a ocupar las sillas más cercanas a las fichas blancas. El hombre alto y robusto, extendió la mano al niño que le había tocado en suerte, en el bolsillo izquierdo de su chaqueta llevaba bordada una locomotora de vapor, dispuesta a ponerse en marcha en cualquier momento.
Las blancas tomaron el centro del tablero con peón cuatro dama, las negras prefirieron escoger la defensa india, los peones blancos pronto presionaron para mandar al caballo negro a la casilla del rey.
-¿de dónde eres, chaval?
El niño contestó abstraído mientras intercambiaba algunos peones dejando un mínimo hueco para su alfil. Con el desarrollo táctico del juego, los caballos negros tomaron posiciones estratégicas a espaldas de las piezas blancas. Por un momento, el niño notó que la mesa vibraba como el andén de una cercana estación…. La máquina de vapor, no dejaba de mirar al pequeño.
Capítulo segundo.
En una de las casetas de la feria, un locutor subido al escenario leía los nombres de los equipos ganadores. A su espalda, tres muchachas con trajes de volantes mantenían una posición quieta, pero muy estilizada.
Una vez entregados los trofeos que la Renfe concedía, el público aplaudió calurosamente. En las mesas de los niños participantes se les ofrecían avellanas de los toros, medias vienas de embutidos y refrescos de cola. De pronto los altavoces envolvieron el recinto con música de guitarras alegres. Las tres jóvenes en el escenario comenzaron a bailar alzando las manos, moviendo los trajes y emocionando al público con su duende. Al finalizar la primera canción los volantes amarillos, morados y verdes, a unos requiebros de cinturas sincronizadas quedaron como una cometa suspendida en el aire durante unos segundos… al mirar, el niño sintió un rubor tan intenso y desconocido que bajo sus pies notó de nuevo las vibraciones de una máquina de vapor que lo acompañaría toda su vida.