Dominical; tranquila primavera.
Huelo a tierra mojada y a colegio.
Me has atrapado con tu sortilegio
que mis viejos amigos vociferan.
Su canción es la dulce enredadera,
que hace correr mi alma hacia tu regio
palacio en que el Amor es Evangelio
que me lleva a la luz y me libera.
Tu luz es de domingo porque crea
un sendero de fiesta y alegría,
que hace que sepa a néctar la amargura.
Ayudas al humilde que desea
el compasivo sol de este, tu día.
La calma que sus rayos nos procuran.
Sobrecoge mi espíritu la fiesta,
de la que surgen todos tus instantes.
cada segundo tuyo es puro arte,
que me hace reposar en suave siesta.
A través de mil juegos manifiestas,
mi aspiración antigua de abrazarte
y que tus rayos sean el amante
Padre cuyo susurro me despierta.
Escucho las campanas de tu Casa,
que me invitan a entrar al gran banquete.
A alimentar el alma de belleza.
Tu mansión es hoguera que no abrasa.
Sólo quema mi orgullo y mis dobleces
exhibiendo su llama de pureza.
Tu silencio, desnudo de tinieblas,
manifiesta la música del río
de amor, en cuyas aguas no hay hastío.
Su rumor es la música que aquieta.
Tus pacíficos rayos se despliegan
en ceguera o visión; calor o frío.
Su caricia bendice aquel vacío,
donde el rey, parecía ser la niebla.
Mi credo es la bondad. Es la ternura.
Creo en ti, que me hablas desde dentro
y me empujas a ser mejor persona
entregando mi alma sin mesura,
a quien sufre. A quien te cree lejos.
Gracias, Luz de Domingo. Eres mi ahora.