Viaje como Informador
(De Recuerdos de mi Vida: Memorias de un Director de Hotel)
Mariano Verdejo Vendrell
Antes de seguir con mis andanzas y problemas en los procelosos años 75 y posteriores, quiero hacer una pequeña regresión, concretamente al año 74, cuando entre en contacto, por primera vez, con un interesante personaje:
N. Â. E., Director General de Sunwing en aquellos momentos, con sede en Suecia como era de rigor. Éste era pues, el Jefe supremo de la Compañía y superior inmediato de Jaime Claveguera.
N. Â. E., N. Â. de ahora en adelante, tenía una mente privilegiada. No era por casualidad que ocupaba el cargo de Director General.
En una Compañía hotelera incipiente que aspiraba a un importante crecimiento, subsidiaria que era de Vingresor, que a su vez lo era de SAS, precisaba tener al frente de la misma a alguien muy capaz. Capaz de demostrar a las altas jerarquías de una compañía de aviación, y de manera muy convincente, la conveniencia de crecer y desarrollar un producto del que no tenían experiencia alguna y apenas sí una leve idea. Tal era la persona que en esa ocasión visitaba el Complejo de Sunwing San Agustín con el ánimo, entre otras cosas, de conocer y poner a prueba al nuevo Director local, esto es, a mi humilde persona.
El primer día, al poco de su llegada, le acompañé por los tres Complejos bajo mi mando y responsabilidad, Nueva Suecia, Rocas Rojas y Monte Rojo, por este mismo orden. Durante el recorrido que duró no menos de cuatro horas me asaetó con todo tipo de preguntas con la intención evidente de comprobar si realmente estaba al tanto de todo lo que el creía que yo debía conocer. Después de esta primera "prueba", pasamos al Restaurante Rodeo Grill, de Monte Rojo donde, mientras almorzábamos, de una manera algo más distendida, siguió con su interrogatorio, solamente interrumpido para, en estudiados intervalos, comentarme peculiaridades de la Compañía en la que yo había entrado a formar parte, tratando de mostrarme una imagen de la misma seria pero agradable. Terminado que hubimos de tomar nuestro frugal almuerzo, pasamos sin más dilación a mi despacho para que le explicara con pelos y detalles de qué manera pensaba alcanzar las cifras del "Budget" del año en curso. Lo que tuve que demostrar numéricamente en el "white board" de mi oficina, armado de un rotulador negro y otro rojo. Imposible recordar las veces que mentalmente me referí a su familia pero, en la guerra como en la guerra y armado de valor hice los deberes de la mejor manera que pude. Como es de suponer el único idioma utilizado fue el inglés dado que sus conocimientos de español eran prácticamente inexistentes. Quiero creer que la decisión que en todo momento intenté mostrar, mi seguridad en lo que hacía y decía y la rapidez en mis respuestas a sus preguntas debieron darle la imagen que esperaba del Director del mayor Complejo hotelero de la Compañía en aquel momento. Digo esto por cuanto al final del día, terminada la "maratón" a la que fui sometido, con un aire muy distendido que quería ser próximo y hasta agradable, invitó a "Mister Verdejo and wife" a un viaje a la isla de Rodas, vía Estocolmo, para pasar unos días en el recién construido Hotel Sunwing Rhodos, última adquisición de la Compañía. Acabó de darme el perfil de su personalidad el colofón que le puso a dicha invitación que fue más o menos en los siguientes términos: "Espero, Mariano (ahora ya no era el Sr. Verdejo) que a la vuelta me mande un informe completo de lo que ha visto en el Sunwing Rhodos. De lo que le ha gustado, de lo que no, y de lo que haría Vd. con las cosas que no le han gustado. No con el ánimo de crítica, sino para conocer otra opinión profesional". ¡Ahí queda eso..!
No hace falta decir que la idea de un viaje de esa envergadura, a Inma y a mí nos hizo toda la ilusión del mundo. Por el viaje en sí y por la confirmación que se me ofrecía de que había entrado en una Compañía que trabajaba "a lo grande" y que me abría unas perspectivas de futuro francamente halagüeñas.
El viaje prometía emociones fuertes y lo abordamos con entusiasmo. Lo cierto es que el balance fue muy positivo, lo que no quiere decir que estuviera exento de incidentes.
La emoción de viajar a Estocolmo desde Las Palmas en un Jumbo de la SAS fue grande. El aeropuerto de Arlanda, sin ser nada del otro mundo, no estaba mal si obviamos el control de la policía donde los "black-heads" son investigados como sospechosos de quién sabe qué posibles maldades. Pero lo peor ocurrió a la recogida de equipajes. Lo cierto es que el nuestro no apareció por parte alguna. Hechas que fueron las oportunas gestiones para conseguir la recuperación del mismo, se inició la parte agradable del viaje que hasta el momento se nos había escamoteado. En efecto, fuimos alojados nada menos que en el Gran Hotel, de Estocolmo, el clásico y lujoso hotel de la Capital donde habitualmente, cada año, hospedan a los ganadores de los premios Nobel. Nos esperaba una magnífica habitación con dos camas imperiales, un baño espectacular y unas maravillosas vistas del puerto, que teníamos enfrente y del Palacio Real a un lado. En el permanecimos dos días, tiempo necesario para enlazar con el vuelo que nos llevaría de Estocolmo a la isla de Rodas, en el lejano Mediterráneo, frente a la costa sur de Turquía. Mientras tanto, aguardábamos impacientes nuestro equipaje, que seguía sin aparecer, sin por ello dejar de desayunar a la americana (huevos, beicon, tostadas, pastas, mermelada, mantequilla, zumo de naranja...), con un servicio de lujo en la habitación, en base a bandejas de plata con campana, cubiertos de diseño, servilletas de lino, etc. etc. Lo cierto es que no estábamos acostumbrados (todavía) a ser tratados con tales demostraciones de consideración. Los dos días los completamos pateando la ciudad y sus fantásticos centros comerciales, N.K., Âhlens, Hennes&Mauritz y similares. Por la noche, nuestro amigo y guía en Suecia R. F. nos descubrió Stampen, en la ciudad vieja, un nido de arte dedicado preferentemente a grupos amateurs de jazz donde, de pie y tomando cerveza entre un gentío entusiasta, disfrutamos de los blues y ragtimes interpretados por fantásticas "jazz bands".
Mientras tanto, el bueno de R. consiguió que SAS nos pagara una pequeña compensación por retraso en la entrega del equipaje, consistente en una módica cantidad de Coronas suecas para comprar lo más imprescindible mientras esperábamos su recuperación. A los dos días, volábamos, atravesando toda Europa, hacia nuestro destino griego y todavía sin nuestro equipaje.
El contraste fue importante. Del más que fresco clima de Estocolmo pasamos al caluroso de Rodas, en cuyo aeropuerto ya nos esperaban para llevarnos hasta el Hotel Sunwing Rhodos, nuestro destino final, donde fuimos recibidos por S. S., Director General para Grecia, y H. K., Director residente. El Hotel, moderno, funcional (nada que ver con el Gran Hotel de Estocolmo), era sin embargo confortable y de agradable ambiente. Como nota característica cabe destacar el anfiteatro al estilo griego, en la zona de jardines y piscina, donde se representaban los espectáculos típicos de los hoteles de la Compañía. A unos cincuenta metros por debajo nos esperaba la magnífica playa de arena del Hotel.
Los griegos, con una amabilidad poco común trataban de hacer nuestra estancia agradable con infinidad de detalles, con su comida (a destacar, el "mousaka" a base de berenjena y carne) y con salidas nocturnas para mostrarnos su vida de noche y sus característicos night clubs, donde la manera de aplaudir a los artistas consistía en lanzar al escenario cantidades ingentes de platos de yeso que se rompían con estrépito (platos que había que comprar, claro). De día, una interesante excursión, entre otras, a Lindos, en cuya acrópolis se encuentran los restos del templo de Atenea. Precisamente en Lindos se rodó la famosa película "Zorba el griego". Pasamos, en barco, por delante de la bahía que la ciudad de Rodas cedió en propiedad a Anthony Quinn como reconocimiento por su interpretación en dicha película. Por cierto que éste nunca llegó a visitar su playa... El puerto de Mandrakis, donde supuestamente se erigía la estatua del Coloso de Rodas... y la Ciudad Vieja, un maravilloso enjambre de callejas empedradas, cuajadas de innumerables tiendas de antigüedades, pocas auténticas, pero innumerables también las perfectas reproducciones que ofrecían por doquier. Mari Luz, mi querida cuñada conserva creo, y en mejor estado que la mía, una pequeña reproducción de un bonito jarrón griego. Allí compramos, para Inma y las niñas, unos trajes típicos preciosos. Para Inma por pura necesidad de tener algo con qué cambiarse, ya que a esas alturas aún estábamos sin nuestro equipaje. Los días pasaban volando y yo sólo lamentaba el hecho de tener que observar con ojos críticos, todos y cada uno de los rincones y servicios del hotel lo más disimuladamente posible, a fin de poder realizar el informe de mi visita a N. Â., como me había pedido. Luego supe que esa era una costumbre arraigada en la Compañía de la que yo mismo fui "victima" mucho más tarde. La visita, pues, discurría por cauces muy placenteros. Sin embargo... Sí, en Rodas, en la playa de Rodas, viví la experiencia más cercana a la muerte que he experimentado jamás y que recuerdo como si hubiera ocurrido ayer. Era nuestra segunda mañana de playa, un día antes de nuestra partida de Rodas. El día anterior, la mar muy picada y el fuerte viento, no invitaban al baño y mucho menos a alquilar una tabla tipo canoa con remos que me llevaba de cabeza. Esa segunda mañana, la mar estaba más tranquila, pero seguía haciendo viento y las tablas-canoa seguían sin alquilarse por precaución. Por mi parte, decidido a no irme de Rodas sin probarla, insistí al muchacho encargado de alquilarlas hasta que cedió por fin, probablemente para quitárseme de encima. En la tal tabla había que sentarse con las piernas cruzadas "a lo moro", postura harto incómoda para quien no está acostumbrado. A las pocas paladas de mi doble remo ya me percaté de que aquello ni era fácil ni iba a ser tan placentero como pensaba. El viento originaba una considerable corriente que empujaba mi frágil barquilla mar adentro. Consciente de ello me ponía a remar como un loco en dirección a la playa, pero al minuto ya estaba agotado no habiendo ganado más de diez o quince metros. A los pocos momentos y sin poderlo evitar me encontraba a no menos de cien metros de la arena de la playa y de mi querida Inma que se quedó plácidamente tomando el sol. Fue más o menos a esa distancia de la costa que un ligero golpe de mar me descabalgó de la dichosa tabla, a la que ví alejarse de mi alcance en un visto y no visto. Toda mi preocupación en aquel momento se centraba "en no perder el remo". Donde se ve que, en circunstancias extremas, el cerebro no siempre carbura como fuera de desear... Evidentemente, con la corriente en contra, sin aletas, y a unos ciento cincuenta metros de la playa, mis posibilidades de ganar la orilla eran tan inexistentes que no me lo propuse ni por un momento. Todo mi esfuerzo y mi concentración los empleaba en mantenerme a flote, procurando no cansarme y, sobre todo, no tragar agua. La playa se veía tan lejana... En tal situación, lo recuerdo hoy con total claridad, retazos de mi vida hasta la fecha desfilaron por mi cabeza a gran velocidad, como una película rápida, mientras pensaba "Mariano, hasta aquí has llegado. ¡Qué manera más imbécil de ir a morir tan lejos de casa...!" Cuando me cansara, o una ola me hiciera tragar agua y empezara a toser, llegaría el final de la historia. Mientras tanto, Inma, que había seguido mi trayectoria y vio aún de tan lejos lo que ocurría, se fue a advertir al barquero que igualmente estaba al tanto de lo ocurrido y ya había dado instrucciones para rescatarme y para recuperar el esquife a la deriva. Yo vi igualmente una lancha rápida a regular distancia que procedía sin duda a su recuperación. Intenté en vano llamar su atención pues a los pocos segundos me quedé sin voz. Probé de nuevo con potentes silbidos mientras pateaba frenéticamente para sobresalir lo más posible del agua. Todo inútil. Supongo que el bramido del viento no dejaba oír mis silbidos. Lo que yo ignoraba es que otra barca a motor (un chup, chup, para entendernos), navegaba en mi dirección para recogerme. O sea, que la lancha rápida se dedicó a recuperar la tabla mientras la más lenta venía a rescatarme. Podéis creerme si os digo que si no me ahogué en sus barbas fue porque no era ese mi destino. Todo esto no duró más de media hora, pero puedo aseguraros que fue la media hora más larga de mi vida. Ni que decir tiene que aquel día ya no me metí más en el agua.
A la mañana siguiente, dos horas antes de abandonar el Hotel para regresar a Estocolmo, recibíamos nuestro equipaje. Por lo visto éste también quiso hacer turismo porque su recorrido fue el siguiente: Las Palmas-Lutton (Inglaterra)-Estocolmo-Atenas-Rodas. Vamos, todo un viaje... Eso, sí. Llegó en perfectas condiciones.
De nuevo en Estocolmo, donde pasamos dos días más en espera del vuelo a Las Palmas, aprovechamos para seguir gozando de las maravillas de esa hermosa ciudad, a pie y en barco en uno de esos sightseeing de dos horas de duración, cruzando esclusas y disfrutando de la propia navegación, del paisaje y de la vista maravillosa de los edificios singulares de la ciudad y alrededores coronados con sus hermosas cúpulas de cobre, verde por la oxidación del mismo. Estocolmo, con sus mil islas, sus lagos y el mar es una auténtica maravilla para la vista y para el espíritu.
La llegada a Las Palmas fue sin novedad. De vuelta a casa y a la normalidad no pudimos por menos que considerar que el balance del viaje fue totalmente positivo, a pesar de los pesares. También, que era una suerte haber aterrizado en una Compañía como Sunwing.
Una vez más, muchas gracias, amigo Mariano, por dejar que mi página luzca, orgullosa, con otro texto ttuyo.