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  El Perro Viejo; una Historia Verdadera (Roberto Enjuto Velasco)
 
 
 
 
  EL PERRO VIEJO
  (Una Historia Verdadera)
 
Roberto enjuto Velasco
 
En muchas ocasiones, los que nos consideramos al menos aficionados a la creación literaria, pensamos que nuestras ideas pueden enriquecer notablemente la realidad. Sin embargo, deberíamos tomar en cuenta la posibilidad de que nuestro impulso creativo, no es otra cosa que un reflejo del que ha inspirado el universo y nos ha hecho estar aquí.
Lo que trato de decir, es que lo que llamamos mundo real, nos da a menudo auténticas obras de arte para expandir nuestro espíritu.
Hace unos días, un amigo me contó esta historia que ocurrió de verdad en su pueblo. Cuando la escuché, exclamé admirado: ¡Qué hermoso sería escribir un cuento de esto! Él me animó a que así lo hiciera y es por eso, por lo que me decido a comenzar la tarea:
Enrique era un hombre de mediana edad, que vivía en un pueblo de la provincia de Albacete. Era agricultor, un poco ganadero y tenía una gran afición a la caza.
Siempre hubo perros en su casa y concretamente, Kimbo era un can de unos 10 años de edad, cuando ocurre nuestra historia. Fue un perro enormemente eficaz en su trabajo con las ovejas y también a la hora de traer las presas a su amo, en los días de caza.
Ahora ya notaba el paso de los años y el reúma se iba agarrando a sus patas, con lo que su carrera iba perdiendo explosividad.
Sus amigos Flecha y tor, estaban en plenas facultades, porque tenían 4 años. Ellos sentían mucho cariño y una gran admiración por el perro viejo, que a veces tras la comida, se quedaba ladrándoles historias de cuando era más joven. Decía: ¡Teniais que haberme visto cuidando los rebaños del amo! Recuerdo en particular una tormenta que cubrió de nieve todos los caminos. Acechaban los lobos y pese a todo, aquel día, ¡no perdí una sola oveja! ¡Volvieron todas a casa y el amo me dio ración extra!
Tor y Flecha asentían con asombro. Además, seguía Kimbo: no había perra en celo que se me escapase. ¡Qué tiempos!
Así transcurrían los días y esos tres perros iban estrechando sus lazos.
Una madrugada estaban esperando a que saliera algún conejo de su madriguera. Enrique sostenía tenso su escopeta y los perros contenían la respiración. Al fin, salió una presa y Enrique disparó e hizo blanco Corrieron Flecha y Tor y arrastrando su pata trasera derecha, también se acercó Kimbo, más despacio. Flecha cogió la presa y se la llevó a su amo. Enrique miró a Kimbo con desaprobación y comentó con tono agrio: ¡Ya no me sirves para nada!
Quiso recompensar con comida a los otros dos perros, que tomaron con alegría su trozo de carne. Cuando se acercó Kimbo, le apartó con el pie. Kimbo se retiró con tristeza, sin acabar de entender. Sin embargo, sus compañeros compartieron con gusto la comida con el perro viejo.
No se puede decir que Enrique fuera un mal hombre. Bien al contrario, era un ser muy sensible e interesado por las artes; muy especialmente por la literatura. En aquella época, finales de los años 40, había una noción en los campos, muy utilitarista de los animales Era verdad; ya Kimbo no corría como antes y una mañana, Enrique llamó a sus perros para ir a dar un paseo y bañarse al río.
los tres jugaban, sabiendo que lo mejor, el rato en el agua, estaba por llegar. Aquel día, incluso salió tímidamente el sol y prometía ser una mañana perruna estupenda.
Cuando llegaron a las orillas del Júcar, el amo llamó aparte a kimbo y los otros dos perros, observaron con curiosidad este nuevo juego que no conocían. Ató alrededor del lomo de Kimbo una cuerda y después, tomando una pesada piedra, la ató al otro extremo, de manera que kimbo la llevaba arrastras.
Así, los canes se sumergieron en las frías aguas alegremente.
Miró un rato el amo. Cuando vio que Kimbo ya no podía apenas luchar contra la corriente que se lo llevaba, entonces gritó la orden de regresar y sin mirar más, emprendió el camino a casa.
Anduvo un trecho largo sin volverse, hasta que giró la cabeza y vio sorprendido que no le seguían ninguno de los otros dos perros.
Miró un poco más a lo lejos y lo que vio, le dejó helado.
Venían los tres, Flecha y Tor flanqueando y ayudando a Kimbo. Ya no había piedra pesada.
Reproduzcamos el diálogo que tuvo lugar en el agua. Kimbo ladraba: ¡Socorro! ¡no puedo salir! La corriente me lleva!
Entonces Flecha le dijo a Tor: ¡Mira! ¡Es la piedra! ¡Seguro que lo que quiere el amo es que resolvamos el juego! ladrado y hecho. Los dos mordieron con fuerza la cuerda, hasta que la partieron y liberaron a Kimbo de su pesada carga.
Ahora venían muy contentos y Tor y Flecha se pusieron a menear el rabo alrededor de Enrique, reclamando su recompensa por resolver el enigma. kimbo estaba muy cansado y se quedó tendido a sus pies.
Enrique estaba completamente sobrecogido por lo que acababa de ver y no reaccionaba. Tor le daba con el morro en la pierna, reclamando su atención y su premio.
Llorando de la emoción, Enrique se tiró alsuelo y abrazó a sus tres perros; muy especialmente al perro viejo. Ellos no sabían lo que pasaba, porque todo lo habían hecho bien. ¿Por qué lloraba el amo y a la vez les abrazaba? Aullaban con interrogantes; pero se sentían muy bien.
Se lamentó Enrique amargamente de la idea que había llevado a cabo y aquel día, se puede decir que nuestro personaje recibió la lección de Amor más grande de toda su vida.
 
 
 
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