Un año en esta ventana, tomando el sol, o triste o dormido' Ella y él no lo saben. Con mi nuevo nombre, Michi, que me pusieron al llegar.
No olvidé el anterior, Juanlu, por el que me llamaban Leopoldo y Alicia, o sus tres hijos' Por el que me llamaban, allá en el chalé, y no ahora, encerrado en este pequeño reducto que dicen piso'
Tres días seguidos tuve mi riquísimo platillo de carne, sobre el muro del chalé.
Luego, no recuerdo nada.
Desperté aquí, tras la ventana cerrada, con mi nuevo nombre.
Alicia y Leopoldo habían desaparecido, también los paisajes conocidos, los conocidos ruidos, los aromas, las muestras de cariño. Era otra vida, no sé si la segunda o la tercera, o la cuarta. El modo de tratarme era diferente, mis caprichos se cumplían de un modo distinto, olvidando mis siete años anteriores. Aquí, solo él y ella; ella, más que él, casi todo el día, mirándome primero acurrucado en un rincón, después en el alféizar de la ventana; al final abriéndome la ventana para que pudiese aspirar el mundo de fuera. Él me recuerda a Leopoldo, con sus cuarenta y cinco años, moreno ,y barba, y ella no me recuerda a nadie. No nos entendemos.
Amodorrado en el alféizar, una sensación familiar me sobreviene, y levanto la cabeza.
Ahí están sus ojos, su barba, sus brazos y su mirada que habla.
Salto, y lo último que escucho, gritado por ella:
--¡Hijo de puta! Tú también te vas, como los otros. ¡Hijo! ¡Hijo de puta!.
Y poco tiempo después, familiarmente, Leopoldo y Alicia me llaman Juanlu.