De Cádiz a Cartagena
Mariano Poyatos
“De Cádiz a Cartagena
no está tranquila la mar,
la mar ya no está serena”
Alberti
A Isabel Lloris
¡Cuidado!, los ictus son del Calibre 50
En una tarde de suave levante, la potente lancha se acercó a la Playa de las Cuevas:
-¿Me podría decir usted de alguien que conociera la zona? -
-Si se espera unos minutos y apaga esos ruidosos motores, lo conocerá.
Del fondo marino emergió un joven con aletas y arpón. Traía consigo tres pulpos y un mero de considerables dimensiones.
-Bueno… yo si tengo experiencia, sobre todo en las profundidades.
-Pero es que a nosotros lo que nos interesa, más bien, es probar la rapidez de esta lancha y saber si en cuatro horas nos podría llevar a Cádiz o a Isla Cristina…
-Solo tenemos un problema, que al ser tan veloz hemos de repostar en algunos puertos.
-Tenga en cuenta que estamos en San Juan De Los Terreros, muy cerquita de Águilas y llegar a donde ustedes quieren es difícil; no obstante, conozco a la única persona que os podría conducir con éxito porque conoce la costa como la palma de la mano. Diríjanse a la Playa del Rincón de Los Nidos, verán una joven haciendo castillos en la arena con sus sobrinas. ¡No se equivoquen, las apariencias engañan, esa persona precisamente es la que ustedes necesitan! La muchacha puso una condición, antes de partir darle dos vueltas a la pequeña isla de las gaviotas, seguidamente la lancha torpedo de dos turbinas de 1.200 hp cada una tomó una gran velocidad hacia poniente perdiéndose en el horizonte más lejano.
El responsable le indicó en un mapa costero donde tendrían que repostar. Ella se encargaría de las gestiones en los puertos.
-Según a la altura que me indica, nos aprovisionaremos en Motril. Conozco algunos trabajadores en estas zonas.
Al entrar en la bocana redujeron los motores al máximo. Una persona, cerca de una grúa, les estaba esperando. Llenaron los depósitos y le entregaron dos cajas de “Ron Pálido”:
-¡Por favor, una de estas botellas se la entregas a tu compañero del alma, que según me dijo ahora está por Cádiz!
Cuando los motores se pusieron en funcionamiento el jefe comentó asombrado:
-La persona que nos ha abastecido era una mujer estibadora y según te entregó los paquetes, lanzó una mirada de complicidad.
La siguiente parada se produjo en Málaga donde, además subieron a bordo a un joven especialista en informática y radares con el fin de mantener los circuitos electrónicos en buen estado, con el añadido que vivía cerca de Isla Cristina.
El hombre encargado del timón se notaba con mucha experiencia; el estrecho de Gibraltar, Punta Europa y los demás salientes junto con el tráfico marítimo supo sortearlos con una pericia poco habitual.
A la altura del Cabo de Trafalgar, los motores suavizaron la marcha, iban dirección a Barbate; seguramente probarían el célebre atún del restaurante “El Campero”.
De pronto, se levantó una bruma espesa de los arenales situados a estribor. Los componentes de la embarcación protegidos por unas sólidas cristaleras no advirtieron que, de entre la niebla, surgió un buque fantasma, el cual, sin previo aviso lanzó una ráfaga del Calibre 50, destrozando uno de los ventanales. Al parecer, los nuevos propietarios de la lancha no habían tenido la precaución de cambiar su antigua matrícula.