Ahí estaba la cita tan temida. Decía:
"Señorita Kairy, se le ruega que el próximo miércoles, día 3 de octubre, se dirija urgentemente al departamento de donaciones del hospital general a las 9.30 horas de la mañana, llevando consigo su correspondiente tarjeta de identificación. Se ruega máxima puntualidad."
El miércoles 3 de octubre, y hoy estamos a lunes, 1 de octubre. Solo un día y medio y después... todo habrá terminado para siempre.
Mi primer pensamiento se dirigió a David, la persona que más quería yo en el mundo, porque podía imaginar perfectamente el dolor que sentiría cuando le comunicara la fatal noticia, ya que yo lo había podido sentir cuando tuve que despedirme de mi mejor amiga en circunstancias idénticas. Por eso me fue muy sencillo imaginarle roto de pena, visitándome en mi habitación de hospital para que compartiéramos juntos mis últimos momentos de vida. Y luego... cuando todo hubiera terminado y él tuviera que volver a su rutina diaria, tan solo con el dulce sabor del recuerdo de este último año en que habíamos sido tan felices..., cómo podría superarlo? Lo éramos todo el uno para el otro y no estábamos preparados para afrontar lo que nos aguardaba. Para mí sería más sencillo, porque en unos meses como mucho todo sufrimiento habría terminado cuando completara mi última donación, pero él..., Yo confiaba que con el tiempo cicatrizara su herida y pudiera reanudar su vida sin mí, quizá encontrara a alguna chica normal que se entregara por completo a él y..., me olvidara? Por un momento sentí celos de aquella posible mujer. Imaginarle amando a otra, entregándole su corazón y convirtiéndola en el centro de su vida, me hizo estremecerme de horror y celos. Pero..., cómo me atrevía yo a sentirme celosa? ¿Quién me creía que era yo? ¿Cómo podía ser tan sumamente egoísta? Al fin y al cabo yo no soy una chica normal aunque lo parezca, soy el resultado de un proceso que se llevó a cabo en un tubo de ensayo, dentro de un laboratorio con una finalidad concreta que nada tenía que ver con historias de amor. Yo, al igual que todos los compañeros junto a los cuales había crecido, llegado el momento oportuno teníamos que donar todos nuestros órganos vitales a los enfermos que los necesitaran para salvar sus vidas. El hecho de que a mí, junto a mi amiga Sonia se nos hubiera presentado la oportunidad de vivir durante un tiempo mezclados entre los seres humanos, era un privilegio que se concedía en raras ocasiones, y solo en el caso de que no se dispusiera de plazas suficientes para nosotros en los hospitales en el momento de abandonar el centro donde se habían encargado de cuidarnos durante los primeros 20 años de nuestra vida.
Lentamente me levanté de la silla en que me había dejado caer, me sequé las lágrimas y me preparé una taza de café para levantar mi ánimo. Luego haría mis tareas diarias como siempre para que también hoy pareciera un día más y durante unas horas fingiría que la cita no había llegado todavía.
Acudieron a mí todos los recuerdos. El momento en que Sonia y yo salimos por primera vez a la calle, emocionadas por la suerte que habíamos tenido, dispuestas a aprovecharla todo lo que nos fuera posible y sobre todo, olvidar por un tiempo nuestro inevitable destino.
Desgraciadamente aquello solo duró 6 meses, al cabo de los cuales mi amiga recibió la temida cita y tuvimos que separarnos para siempre, pero en ese tiempo disfrutamos de un montón de cosas fascinantes de cuya existencia nadie nos había hablado jamás.
Cuando acudía verla después de su primera donación a su habitación de siempre, me sorprendió encontrar su cama vacía. Pregunté por mi amiga, pero nadie supo decirme dónde estaba. Aseguraron que desde que se la llevaron para la operación, no la habían vuelto a ver. Asustada salí de allí para buscar al encargado de esa planta para que me diera alguna explicación.
Me dijeron que Sonia era un producto defectuoso de laboratorio y que no había conseguido sobrevivir. Me informaron así mismo que la operación había sido un éxito porque el paciente se había salvado y en definitiva eso era lo que importaba.
Aunque me dol´ió profundamente la muerte de mi amiga, me alegré por ella de que su sufrimiento no se hubiera prolongado demasiado. Había oído historias en que los donantes soportaban hasta 4 donaciones, pero en unas condiciones de vida bastante lamentables, soportando infinidad de tormentos. Ojalá cuando me llegara a mí la hora, me ocurriera lo mismo que a ella.
Entonces empezó la parte más dura de mi vida en el exterior, porque las cosas no eran lo mismo sin la alegre compañía de Sonia. En infinidad de ocasiones deseé haber sido yo la que hubiera completado ya, porque la soledad en que me había quedado me resultaba muy dolorosa.
Empecé a frecuentar la biblioteca, retomando el viejo hábito que siempre tuve de leer. Ya en el colegio me fascinaban las historias de todo tipo porque despertaban dentro de mí emociones que me hacían vibrar, unas veces de amor, otras de miedo, otras de suspense..., así que los días se sucedían unos a otros con una rapidez increíble.
Precisamente así fue como entró David en mi vida. Estaba encargado de vigilar a los asiduos de la biblioteca, de clasificar los libros, de apuntar si alguien se llevaba alguno a casa y de ayudar a los estudiantes a buscar algún texto que se les resistía.
Un día yo le pedí cierto libro, del que había oído hablar por casualidad, y después de mucho buscar, me aseguró que no disponían de él en esa biblioteca.
Le di las gracias y me dispuse a dirigirme a mi mesa habitual, pero él me detuvo con una seña.
No recuerdo de qué hablamos exactamente, pero sí recuerdo que me propuso que cenáramos juntos y yo acepté. Así que en cuanto cerró la biblioteca, nos dirigimos a un restaurante, donde me invitó a cenar por primera vez.
Después de esa cita hubo muchas más. Se convirtió en un hábito casi diario que cenáramos casi todos los días, hasta que empezamos a vernos incluso algunos fines de semana.
Hablábamos de diversos temas, tanto de índole personal como de libros y autores.
Poco a poco la amistad entre David y yo fue tomando carácter más íntimo y un buen día me sorprendió invitándome a su casa, en la que me instalé casi inmediatamente.
Teníamos poco tiempo y queríamos aprovecharlo al máximo.
Sí, ya le había contado quién era yo y lo que se esperaba de mí. Lejos de rechazarme por no ser lo que parecía, se mostró más atraído hacia mí que antes. Se sentía fascinado por este gran adelanto de la ciencia y me hacía todo tipo de preguntas, a las que no siempre podía contestarle, porque a nosotros no se nos daban muchas explicaciones sobre cómo era el proceso de nuestra fabricación.
Le llamó mucho la atención mi aspecto físico, mi capacidad intelectual y especialmente el hecho de que tuviera sentimientos. Yo no podía explicarle cómo era posible todo esto, pero entre los 2 confeccionamos una cantidad de teorías a cual más fascinante, más bien relacionadas con la ciencia ficción que con la ciencia propiamente dicha.
El amor me sorprendió, porque jamás había experimentado nada parecido por nadie en mi vida, pero poco a poco me fui familiarizando con este nuevo sentimiento que despertaba dentro de mí emociones totalmente nuevas y fascinantes.
Él me trataba de una manera diferente a lo que yo estaba acostumbrada, como si yo fuera algo muy especial que había que mimar, cuidar con una delicadeza que me encantó desde el principio. Me sentía como si yo fuera una de esas heroínas de las historias que leía con tanta devoción, pero esto no era lo mismo que leer, era infinitamente mejor.
El ruido de la llave en la cerradura me sacó de mi ensoñación. Miré el reloj y comprobé que ya eran las 2 de la tarde, hora de comer. Y yo había pasado toda la mañana ahí sentada, embobada en mis recuerdos sin ocuparme de nada más.
Cuando David se me acercó sonriente y me abrazó, comprendió que algo iba mal por la expresión de mi cara. Nos abrazamos y rompía llorar sin poder evitarlo. El papel de la cita seguía en el mismo sitio donde yo lo había dejado, por lo que estaba bien a la vista y él reparó en él en seguida. No necesitó más. Me abrazó con más fuerza y me besó en el pelo. No nos dijimos nada, porque ¿qué podríamos decir? Teníamos que afrontar nuestro destino con valentía porque no había nada que pudiéramos hacer para evitarlo. No acudir a la cita estaba fuera de toda consideración, porque teníamos un chip bajo la piel gracias al cual seríamos localizados inmediatamente por los encargados de esta misión, y así les resultaba fácil dar con nuestro paradero para conducirnos por la fuerza a cumplir con nuestra obligación.
Vi que David también estaba llorando y le atraje con más fuerza contra mi pecho. Pronunció entonces sus primeras palabras desde que había entrado:
--¿Qué va a ser de mí sin ti?
--No digas eso que me rompes el corazón, cariño.
El día siguiente fue muy duro, porque aunque intentamos no hablar del día siguiente, estaba en nuestros pensamientos sin que pudiéramos evitarlo, por lo que no resultó un día especialmente feliz. A mí me dolía más su dolor que el mío, puesto que yo tenía la posibilidad de tener la misma suerte que Sonia, en cuyo caso mi sufrimiento terminaría pronto, pero él...
Ya es miércoles. Son las 6 de la mañana. Antes de partir hacia el hospital, quiero dejar un mensaje a David.
"Querido, te doy las gracias porque todo este tiempo que hemos compartido, ha sido el más feliz de mi vida. Me has hecho sentirme humana de verdad, algo que no suele ocurrirle a casi ninguno de nosotros. Conocerte ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida. Gracias a ti mis últimos momentos van a estar llenos de auténtica felicidad, porque pensar en ti hará que todo sea muy fácil. Quisiera pedirte que cuando pienses en mí, lo hagas recordando todos los momentos felices que hemos vivido juntos. No me gustaría que mi recuerdo te hiciera sufrir, porque tú no lo mereces. No dejes que el dolor te consuma por favor, quiero que seas siempre feliz, como lo fuimos juntos. Hazlo por mí, de acuerdo?
Te quiero más que a nadie y más que a mi propia vida.
Kairy.".
Le comtemplé un momento por última vez para llevarme bien grabada su imagen y salí muy despacio de su casa y de su vida para siempre.