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  In Media Esst Virtus, de Recuerdos de mi Vida: Memorias de un Director de Hotel (Mariano Verdejo Vendrell)
 
 
 
 
  "In Media Est Virtus"
  (De Recuerdos de Mi Vida: Memorias de un Director de Hotel) 
 
  Mariano Verdejo Vendrell
 
  Una circunstancia fortuita, la decisión de pasar un fin de semana en un hotel familiar en Tafira alta, me permitió ser testigo presencial y solo en cierta medida participativo de una conversación que me dio mucho que pensar y me reafirmó con el tiempo, en mi posicionamiento, supongo que definitivo, con respecto a algunos de los grandes temas de la vida como la ética, la espiritualidad, las libertades y los derechos humanos.
  En el corto espacio que supone un fin de semana de tres días, me fue dado entablar una relación que aun forzosamente superficial dada la brevedad del encuentro, fue lo suficientemente fluida y amable como para ser involucrado en las frecuentes conversaciones (más bien debería decir civilizadas discusiones) de dos personajes tan interesantes como dispares y controvertidos. Por motivos obvios de discreción me permitiré asignarles nombres de mi invención para relatar cuanto sigue.
  Marina, hombre curtido de alrededor de sesenta años, dejaba traslucir su condición de luchador nato e inconformista, que venía avalada según supe más tarde, por su militante actividad como sindicalista, particularmente intensa durante los candentes años de la transición, a la sazón tan recientes. Profundamente de izquierdas su vehemencia dialéctica era adecuadamente matizada sin embargo por una formación más práctica que teórica que daba peso y profundidad a sus razonamientos. Un personaje singular, sin duda, al que procedía escuchar con atención y no juzgar a la ligera.
  Ríos, su oponente, frisaba los cincuenta y sus modales y apariencia toda evidenciaban su formación intelectual y su pertenencia al mundo de la Dirección empresarial. Como tal, claramente identificado con las políticas de derechas y. me atrevería a afirmar, a pesar de que en ningún momento se manifestó en éste sentido, que estaba adscrito al doctrinario del Opus Dei o cuanto menos simpatizaba con sus postulados. Su posicionamiento en temas como la fe, el orden social y su particular sentido de la ética, se diferenciaban sustancialmente, como se verá, de los de su contertulio.
  Ese domingo por la tarde, sentados en la terraza del hotel, frente a sendos cafés "alegrados" con una discreta ración de Ron Arehucas, Marina, saboreando los efluvios de su cigarro puro tamaño nuncio daba la réplica al no menos oloroso humo del tabaco de la pipa de su oponente, Ríos. Por mi parte, fumador pasivo de toda la vida me constituía en testigo interesado de una charla ya en su apogeo, en la atmósfera un tanto cargada de humos y aromas tabaquiles.
  - Amigo Ríos, no puedo compartir con Vd., en absoluto, que el orden social deba prevalecer sobre los movimientos reivindicativos de la gente, sean estos pacíficos o violentos según lo requieran las circunstancias y la dimensión e importancia de lo que se reivindica.
  El interpelado tardó en contestar el tiempo necesario para reencender su pipa, cosa que hizo con total parsimonia.
  - Marina, la violencia únicamente provoca violencia. Las reivindicaciones, sean cuales sean, deben plantearse en términos de negociación para alcanzar un consenso...
La respuesta de Marina, a bote pronto, no se hizo esperar.
  - Sí, esto estaría muy bien si quienes ostentan el poder, ya sea político o económico tuvieran una firme voluntad de llegar a un acuerdo válido para las partes involucradas. Pero es ostensible, por desgracia, que el poder tiende a perpetuarse, y que el capital no entiende de humanidades ni de derechos sociales. Convendrá Vd. conmigo en que todos los avances sociales, por lo que toca a los derechos de los trabajadores, se han conseguido siempre por medio de la presión hasta llegar a situaciones límite, cuando no como consecuencia de drásticas y cruentas revoluciones.
  Ríos, acaso algo menos categórico que su oponente, parecía meditar sin precipitarse en sus respuestas.
  - Me habla Vd. del lejano pasado. Los logros de la revolución francesa o de la rusa de principios del siglo pasado han cedido el puesto a las necesidades del hoy que poco o nada tienen que ver con las de antaño. Ya se ha visto como terminaron quienes defendían sus postulados y cual es la situación actual incluso en los países donde tales hechos acontecieron. Hoy el mundo empresarial es moderno y existen fuertes centrales sindicales que se ocupan, con mayor o menor eficacia de defender los derechos de los trabajadores hasta alcanzar un bienestar social nunca antes conocido.
  - Me cuesta creer que habla Vd. En serio. Lo que Vd. defiende, Ríos, es pura semántica. El bienestar social al que alude se ha conseguido "a pesar y no gracias" a los poderes fácticos que Vd. defiende, siempre reticentes a ceder terreno en sus privilegios y prebendas. Sin embargo, el devenir de los acontecimientos a escala mundial, dos grandes guerras, otras más limitadas aquí y allá, sin olvidar nuestra particular guerra fratricida, en permanente sucesión y siempre auspiciadas desde la sombra por quienes se enriquecían con ellas, han devuelto el poder, si es que lo habían perdido alguna vez, a políticos de bajo nivel totalmente supeditados a un desaforado capitalismo cada vez más ambicioso y deshumanizado.
  Ríos, hasta el momento tranquilo y reposado pareció impacientarse ante la postura intransigente de Marina.
  - Siempre ha habido ricos y pobres, Marina. Es humana condición. Pero tendrá Vd. que reconocer que los pueblos, en el primer mundo, al que llamamos civilizado, han alcanzado un nivel de vida que no tiene nada que ver con el de hace tan sólo cincuenta años. Repito mi argumento de que, así las cosas, tan solo es aceptable la vía de la negociación para dirimir las diferencias y para mantener la paz social.
  - No me haga Vd. reír, amigo Ríos - dijo con un cierto deje de agresividad -. Lo que eufemísticamente llama Vd. paz social no es otra cosa que conformismo ante las injusticias. Si, siempre ha habido ricos y pobres. Pero ocurre que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Mientras tanto, las clases llamadas medias, más conservadoras y mantenedoras obviamente de esa paz social a que alude y que yo catalogaría como mero conformismo, esas clases medias, digo, van desapareciendo paulatinamente para ir a engrosar la lista de los pobres. Conformismo que por otra parte propicia y hasta proclama un "nacional-catolicismo" que tradicionalmente ha hecho costado al capital y a regímenes dudosamente democráticos y que consecuentemente se aparta de la más elemental ética y de la moral bien entendida.
  Ante tal diatriba, Ríos ya perdió la calma que hasta el momento había mantenido no sin esfuerzo.
  - Bueno, ya salió la religión a la palestra. Si a eso vamos, Marina, tampoco la religión, la Iglesia para ser más concretos es hoy la misma de siglos pasados. La Iglesia en la actualidad y especialmente después del último Concilio, intenta reconciliar a dos mundos tradicionalmente antagónicos y muy a menudo sale en defensa de los pobres frente a los poderosos. El mundo de hoy es complejo y guardar una postura equidistante no es fácil para nadie. Tampoco lo es para la Iglesia.
  - ¡Este es un error de concepto grave! La Iglesia debería, indefectiblemente, estar al lado de los débiles y de los más necesitados. Los otros no necesitan defensa. Se valen muy bien por sí mismos... Salvo unas minorías de religiosos, generalmente en los países más subdesarrollados que predican con el ejemplo y que a menudo pagan su osadía con la propia vida, el poder sigue atrayendo a la Iglesia oficial que a menudo lo alimenta con especímenes de su camada, inteligentes sin duda, pero de equivocada moralidad. Todo ello, para conseguir cotas de influencia en beneficio propio y en beneficio de unas ideas regresivas, beatas y claramente injustas. Ya sabe, a los pobres les corresponderá el Paraíso cuando pasen a mejor vida.
  A esas alturas de la discusión ya me quedaba muy claro que posturas tan divergentes harían muy difícil, por no decir imposible, llegar a un punto de acuerdo o consenso. Lo que me afirmaba en mi idea ya dominante de que "de la discusión no nace la luz" como dice el aforismo. No, en un país como el nuestro en el que las partes se enquistan en sus posiciones, que defienden a ultranza, sin ánimo alguno de otra cosa que no sea vencer al contrario.
Ríos intentando recuperar la calma, siguió:
  - Sin duda aun con defectos, como todo lo humano, la Iglesia y la religión en su sentido más amplio es un bien inapreciable que pone algún freno a los excesos a que somos tan dados los humanos. Tener un referente espiritual, o moral, si lo prefiere, es del todo necesario para la coexistencia pacífica entre los pueblos. Un sentir común, una creencia en algo superior que trascienda las miserias y ambiciones que presiden nuestro día a día.
  - La virtud que Vd. concede a la religión es en realidad el concepto de la ética más elemental que conlleva el civismo y el "no quieras para los demás lo que no quieras para ti mismo". Por el contrario, la religión, como tal, históricamente ha sido antes que un freno para los excesos, un obstáculo para el desarrollo y para los avances de la ciencia y del progreso; y a su vez un factor de adormecimiento para los pueblos, predicando un conformismo ante las injusticias que únicamente beneficia a los poderosos. La historia habla claro en este sentido y, hoy por hoy, las cosas no han cambiado gran cosa. Sigo creyendo aquello de que "la religión es el opio de los pueblos".
  - Su discurso, Marina, tiene tintes de un cierto comunismo felizmente superado que ya no defienden ni sus más fervientes seguidores de antaño. El Ser humano tiende a lo espiritual, con distintos matices, en todo el mundo. Y este es un movimiento universal que ninguna doctrina política ha podido erradicar, afortunadamente.
  - Personalmente no tengo nada contra lo espiritual, como Vd. dice, mientras no se constituya en un arma castradora de la libertad individual y colectiva; en un factor de mansedumbre de las clases menos favorecidas en favor de los poderes establecidos de signo capitalista y opresor. Por desgracia esto ha sido así a lo largo de la historia. De ahí mi desconfianza cuando se pone excesivo énfasis a mi entender en lo espiritual, o lo religioso, para ser más exactos, en detrimento de la justicia social y del mejor reparto de la riqueza; factores básicos, éstos, de la lucha de clases perenne en la que la Iglesia se pronuncia, cuando lo hace, con excesiva prudencia, para beneplácito de los poderosos.
  En ningún momento me atreví a intervenir en una conversación tan interesante como dogmática por ambas partes, en la que era difícil vislumbrar un principio de acuerdo o de consenso. Posturas tan encontradas me afirmaron en mi convicción de lo negativo de adoptar conclusiones tan radicales. Creía entonces y sigo creyendo hoy, como los antiguos, que en el término medio está la razón. Llegado a este punto, creí oportuno advertir de lo avanzado de la hora, diciendo:
  - Sr. Marina; Sr. Ríos: sus argumentaciones tan interesantes como diametralmente opuestas nos han llevado, sin apenas darnos cuenta, a la sagrada hora de la cena. Cosa harto prosaica pero nada desdeñable dada la excelente oferta del menú de esta noche. Sugiero que dejemos en empate la amena controversia de hoy y nos apliquemos a degustar la gastronomía del hotel que nos acoge.
Y sin más preámbulos desfilamos hacia el comedor.
 
   Gracias, Mariano, por incluirme en el círculo íntimo de tus amigos al facilitarme tu libro y permitirme compartir por el ciberespacio algunos fragmentos del mismo.
 
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