A mis buenos amigos Juanita Templado Gómez, Carmelo Gómez Templado, José García Templado y otros Templados más. A todos ellos con mi sincero afecto.
La Plaza del Ayuntamiento se hallaba repleta. El público enfervorizado rendía merecidísimo homenaje a una gran señora de apellido Templado. Ilustres autoridades estatales, autonómicas y municipales, predominando las féminas, ornaban con su presencia y enriquecían con parlamentos el brillante acto.
Cuando el interviniente de mayor edad, familiar de la homenajeada, glosó acertada y emotivamente la figura del "hombre que vino de La Mancha y llenó de Templados la comarca entera, una sencilla ciudadana autóctona, sana y natural como el agua que llega desde el manantial, al decir de José Luis Perales en la canción "Soledad", exclamó en tono quedo pero audible: "¡Pues sí que templó el hombre!".
Severas miradas y murmullos reprobatorios dirigieron a la sencilla ciudadana autóctona sus circundantes. Aquella velada grosería no estaba a la altura de tan solemne reunión ni se correspondía con el nivel cultural y social de los allí congregados. Extrañada ella por la atención de que era objeto y no sabiendo qué hacer, sonreía con benévola inocencia.
Finalizado el acto, los que hasta entonces habían permanecido sentados en compacto se diseminaron formando pequeños corros en bipedestación.
En algunos de los corros, risas y palabras sueltas, no todas moderadas, codazos en el costado del más próximo y gestos de traviesa picardía permitían sospechar que hablaban de las templanzas de aquel Templado que tanto templó.
A un lado y otro del espacioso pasillo de la entrada, enfrentados y con los respaldos casi pegados a las paredes, amplios sillones de mimbre -todavía existen algunos en domicilios particulares- ofrecían cómodos asientos a los socios del hoy desaparecido Casino, que preferían tan fresco lugar para conversar en las calurosas tardes de verano.
Debatían en la enjundiosa tertulia de aquel día sobre la generalizada costumbre de hablar mal de los ausentes. Todos afeaban tal proceder y aseguraban, con firmeza en las palabras y gravedad en los ademanes, que serían incapaces de obrar así, porque no era de hombres andar con chismorreos por la espalda. A ellos les gustaban las verdades a la cara y sin rodeos.
El más asiduo contertulio no daba crédito a lo que oía. Por eso les dijo al despedirse: "Bueno, me voy. Ya podéis empezar".
Al encontrarse, Pedro saluda a Juan con voz poderosa y optimista: "¡Chico, te veo espléndido! ¡Estás como nunca! No pasan los años por ti".
Juan agradece el cumplido con una forzada sonrisa, que acentúa el tono amarillento de sus mejillas.
Al separarse, Pedro murmura por lo bajo: "Pobrecico. A la Pascua no llega".
El TRATADO DE URBANIDAD Y ALTA CORTESÍA, que edita en fascículos la Asociación de Amigos de la Palabra Culta y Buenas Costumbres, dice de las mentiras: "Utilizadas con habitualidad y digna soltura, permiten que las relaciones sociales discurran por cauces de fluida corrección".
E. M. de C. (12/12/1998)