SIÉNTATE CONMIGO
  Hacia un Sueño (Miren Valero)
 
 
 
 
  HACIA UN SUEÑO
 
  Miren Valero
 
Cuando quise darme cuenta un blanco aliento caía sobre la tarde  cubriéndola toda con desmayo lento. 
La ciudad me pareció desnuda como si se mostrara por dentro, exhibiendo sus vísceras de estrellas, su íntimo y blando universo.
Los paisajes mirándose sin reconocerse, cuajados de plata, de  montículos braille en  páginas de cristal.
Las playas estremecidas al contacto de la fugaz caricia, y las olas, en acompasados vaivenes, lamiendo su helado tendido en la arena.
La isla, callada a lo lejos, hechizando las aguas con su fulgor reciente, dormida entre nubes extendía su chal de lino gris perla.
En las calles, la gente encorvada y sumida en hondos caparazones caminaba como tortugas de lana deslizándose en idas y venidas ...    mientras el viento giraba en loco remolino, arrebatando sombreros y crispando las manos sobre abrigos y bufandas.
Yo, con mi paraguas de motas invisibles daba traspiés en los torpes e improvisados patines de mis pies.
Los niños volaban sus risas en cometas sin cordeles, salpicando las aceras de mágica algarabía y cruzando cadenetas en las prisas de la gente.
La nieve, rebuscaba grietas, coronaba aleros y adhería a las fachadas su trazo de rotunda gloria. Los relieves de arenisca y blanco fuego crepitaban en abrazos fríos, verticales...
Me detuve un momento junto al parque. Cristina Enea, muda de escarcha brindaba sus aguas, sus serpientes de azúcar soñando  en las ramas...  y un camino bullendo en ríos de espuma a los  pies de sus recios guardianes.
"Prohibido pisar el parque, no tocarlo siquiera"... y así, tuve que irme con mi alforja vacía de promesas.
Subí lenta la escalera y aspiré las húmedas paredes. El pasamano crujía ritmos de madera en su último rellano, y allí, en lo  alto, mi casa de puertas y luceros, tejía su diciembre de punto y flor.
Sacudí el paraguas y unos  copos ya marchitos chispearon en la entrada. Cerré con llave tras de mi y corrí hasta la ventana.
Detrás de los cristales pude ver otros tejados, los tejados de Dickens inventando cuentos, su quinqué temblando sombras en renglones infinitos...
Veo de lejos los balcones, las familias en sus cenas circulares, sopas de palabra, platos hondos de humeante vida...   
Mi gato, viajero de  lunas, duerme sus siestas conmigo. Luego, cubierto de rotos  hilos, salta a la calle sin su disfraz de animal cautivo.
Las farolas despiertas y amarillas, tiritan en hileras. Un aroma a invierno me envuelve con sopores dulces y recién salidos de un gran horno azul.
Subo a la noria del sueño con mi lámpara encendida y un cuaderno en el regazo. La  luna sonríe de lado dejando regueros de acuarela en polvo.
La noche se estira a lo alto, gime y dobla su talle de flor.  Sus pétalos colman tinteros sedientos. Nacen en mi lengua simientes de un dios.
Cuelgan estrellas felices sus columpios plateados. Mojan mis dedos las olas y mi pecho alborozado...
Y al caer los negros velos, una dama duerme ya. La fantasía roba al sueño un diamante de cristal. Son mis manos quienes lo estrellan en cuadernos de rayones y lo miman con sus dedos y lo hacen eslabones. Y los lleva hacia la vida construyendo su poema. Recogiendo los jirones, deshaciendo sus cadenas.
La madrugada prende gotas de su miel sobre mi cara. El sol chorrea luces y se deja en la ventana hilos de blancos suspiros y amarillas  filigranas.
Un sabor de azúcar me confunde esta mañana. Donosti sin nieve en sus copas y un poema en mi almohada.
 
 
 
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