Hija del Amor y la Solidaridad, vio la luz con la que iluminó el camino de sus vástagos, a finales de la década de 1930, justo cuando España estaba viviendo el trienio más inútil e irracional de su existencia histórica, aquel en el que los corazones heridos y comandados por el contumaz rigor de la avaricia, el fanatismo exacerbado, la intolerancia, amén de los miles de pecados capitales que Díaz Plaja nos recuerda con su valiosísima obra literaria, se aferraron a la vana razón de las armas para librar una larga batalla a la que Pío XI llamó "La Cruzada", otros "La Guerra de Liberación", los más "La Guerra Civil", etc., eufemismos que, sin embargo, ninguno sonó de forma gratificante y correcta en los oídos de los ciudadanos españoles, por ser ellos mismos las víctimas de sus propias atrocidades. Pero a pesar del triste cuadro pedagógico que presentaba su hogar en los días de su nacimiento, fue capaz de progresar adecuadamente al amparo de sus progenitores, quienes velaron y se desvelaron siempre por su mejor Educación y bienestar, fundamentalmente porque quisieron que naciera por ellos y para ellos, y, por lo mismo, jamás mostraron el más mínimo atisbo de desavenencia conyugal a lo largo de sus distintas etapas de desarrollo. Hoy, lamentablemente, don Amor y doña Solidaridad, hace ya algunos años que no los veo, lo que me hace pensar que pudieron haber perecido o que habitarán lugares lejos de mi entorno social, y su hija, tras muchas vicisitudes "psicopolíticas", y recetas miles de los especialistas de una Ciencia que nunca pasó por los laboratorios de Leibnitz, a los que el pueblo llama "curanderos", profundamente afectada por eso que el vulgo denomina "enfermedad grave", a los 73 años de edad se prepara para resignarse a recibir la Extremaunción administrada por el "obispo d turno" en La Moncloa, y decirnos ¡adiós para siempre!.
Por fortuna, me atrevería a decir que muchos ya no la necesitamos, aunque reconozco obviamente que tan osada, dolorosa, arbitraria y dudosa aseveración, tendría que aclararla mucho para justificarla y no lo voy a hacer por no extenderme; pero te puedo asegurar, querido/a amigo/a, dos cosas: una, que siempre podrás saber cuántos la necesitan, pero nunca cuántos la necesitarán. Y otra, que todos la queremos, incluso tú, que sin darte cuenta has contribuido a su nacimiento como yo, aunque, naturalmente, por causas antagónicas o de razones inversas. Por eso, te suplico que me ayudes a salvarla. Tú sabes que la fuerza del espíritu, o de eso que el austríaco Sigmund Freud y el suizo Carl Jung llaman el psique según exponen sus tratados psicoterapéuticos, es capaz de hacer desaparecer cualquier patología somática poniendo para ello los medios y los métodos más idóneos. Y de éstos, nada te puedo decir que tú no tengas total dominio para su más atinada aplicación. Sólo reiterarte mi súplica:
¡NO LA DEJES MORIR, POR FAVOR!. ¡SE LLAMA Once!.
Despliega tu lista de contactos de forma omnidireccional para que este mensaje llegue al corazón de todos tus amigos y, entre todos, podamos darle al ciego lo que es del ciego, ¡SU ONCE Y SUS CUPONES!.
Saludos tristes:
Manuel González Otero.