Corazones Intrépidos
Jesús Montoro Martínez
La mala raza de los delatores ha proliferado en todo tiempo y lugar, casi siempre buscando beneficios, pero también con la malsana intención de perjudicar a una determinada persona.
Durante la Guerra Civil Española hubo infames que delataron a algunos con el fin de acreditarse como rojos o fascistas, y también, para perjudicar a quienes envidiaban u odiaban.
Estaban en el Balneario de Onteniente (Valencia) evacuados unos sesenta alumnos del Colegio Nacional de Ciegos, bajo la dirección y tutela de la jefe del internado de dicho Colegio. Alguien la denunció acusándola de fascista católica, porque rezaba el rosario todos los días y tenía camuflada a una monja entre el personal.
Un mal día se presentó en el Balneario el Comandante de Onteniente acompañado de dos milicianos armados con fusil. Ordenó que se reunieran en el salón de la chimenea los alumnos mayores de dieciséis años y les dio una charla sobre la Patria, la República, la Libertad y los deberes del ciudadano. Les dijo que ellos ya eran hombres y mujeres y que a su manera, debían luchar por el bien de la República que Franco intentaba destruir.
Por último les exhortó a que expusieran sus quejas sobre el trato que recibían en el colegio. Como nadie hablaba, preguntó de improviso a la cuidadora:
-¿es cierto que aquí se reza el rosario todos los días?
-Desde el 10 de abril de 1935, en que se inauguró este Colegio, aquí reza quien quiere, pues se respeta la libertad -contestó ésta.
-¿Usted reza, señorita?
-Todos los días -respondió ella con entereza.
-Luego, ¿es usted fascista?
-Soy católica.
-¡Hummm! -refunfuñó el militar- ¿y dónde está la monja que esconde en este colegio? -preguntó esperando sorprender a su interlocutora.
-Aquí no está -dijo la dama refiriéndose al salón de la chimenea.
A todo esto, los pequeños se enteraron de que los milicianos habían venido para llevarse a la cárcel a la señorita, y se enfadaron tanto que resolvieron salvarla expulsando a los milicianos del Balneario. Rápidamente se llenaron los bolsillos de piedras, cogieron garrotes y, dirigidos por los celadores, avanzaron de tres en fondo hasta colocarse ante la puerta del salón, desde cuyas ventanas vigilaban los celadores. Eran unos veinte chicos que comenzaron a dar rítmica y fuertemente con sus palos en el suelo, gritando: "Queremos a la señorita"; "Dejadla en paz"; "Váyánse los milicianos"; "Viva la señorita"; "Guerra al Comandante".
Se abrió la puerta del salón y el ejército infantil entró atropelladamente sin dejar de gritar. Los guardianes de las ventanas, también se colaron, blandiendo sus palos.
El Comandante y los milicianos se quedaron muy sorprendidos al escuchar aquel griterío y aquellas amenazas. El militar miró con cariño al improvisado ejército. Vio de reojo que la señorita lloraba de emoción y levantándose gritó con voz atronadora:
-¡Fiiirme !
Se calló la turba infantil un momento y este silencio fue aprovechado por el Comandante para exclamar:
-¡Os felicito, muchachos! ¡Bravo! Sabiendo que queréis tanto a la señorita no le haremos daño alguno y nos marchamos. Ella puede estar orgullosa de tener tan magníficos soldados.
Y despidiéndose de la señorita, salió del salón, dando palmaditas cariñosas a aquellos valientes y enjugándose una furtiva lágrima que le resbalaba por el rostro.