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  Flor de Luz (Jesús Espiñeira Garrido)
 
 
 
 
  FLOR DE LUZ
  (Septiembre 2016)
 
  Jesús Espiñeira Garrido
 
Sofía era soñadora. Desde su más tierna infancia, siempre esperó conocer algún día el ser que complementara al suyo, esa persona que cada ser humano siente albergar en su corazón como parte inseparable de su alma y de su cuerpo. Y así fue creciendo feliz, mostrando siempre su carácter desprendido, amable y dulce a cuantos la rodeaban. Esos rasgos de su personalidad, unidos a su imagen frágil pero muy bella, le conferían un atractivo especial, si bien con ciertos toques enigmáticos y profundos. Tenía un abundante pelo negro y rizado, unos ojos penetrantes de viva mirada, una sonrisa cautivadora y un cuerpo menudo, aunque robusto y bien proporcionado.
Tal era la definición de su ensoñación, que marcó el destino de su vida profesional y quiso estudiar la carrera de magisterio, para dedicar su energía a ayudar a desarrollarse como personas a los más vulnerables y queridos, los niños. Y así, se especializó en la rama de educación especial para terminar trabajando en un centro de la gran ciudad andaluza donde vivía. Allí Sofía era muy feliz, dando rienda suelta cada día a todo ese amor y toda esa entrega que fluía desde su interior, y que proyectaba más allá de las puras exigencias profesionales hacia aquellos niños y niñas a los que adoraba, disfrutando y creciendo cada día cuando observaba sus sonrisas o tomaba con cariño sus manitas para jugar con ellos.
A pesar de que pudiera parecer rutinaria, su vida laboral la llenaba en buena parte, aunque siempre seguía soñando con encontrar su alter ego. Sofía, que rondaba los treinta años, almorzaba cada día con el grupo de niños de su aula, y por la tarde volvía a su casa paseando, pues no vivía lejos del trabajo. Habitualmente, pasaba a ver a sus padres un ratito, hacía la compra en las tiendas de su barrio, donde conocía a casi todo el vecindario, compraba su cuponcito diario al mismo ciego que vendía en la esquina de su calle y a veces, quedaba con alguna amiga o algún amigo para tomar café y charlar. También gustaba de salir con su grupo de amigos los fines de semana a tomar algo, al cine o al teatro.
Cada tarde, cuando regresaba a su casa, solía conectarse un rato a internet desde el ordenador de su salita, y echaba un vistazo a las noticias, chateaba con amigos y familiares y navegaba por páginas en las que aprendía nuevas técnicas y experiencias que podrían servirle para su actividad profesional, e incluso para sus relaciones sociales.
Pero una tarde, en un grupo abierto de conversaciones dentro de un foro sobre mejora de empatías y relaciones interpersonales, leyó algo que le llamó la atención.
- “No impidas que el amor entre en tu corazón”.
Sin saber realmente por qué, quedó intrigada por saber algo más del autor o autora de aquella frase. A través de los enlaces pudo conocer que procedía de alguien que hacía llamarse “IZAR”. Obtuvo su dirección de correo electrónico y, ya fuera del chat comunitario, le envió un mensaje:
- Hola Izar. Soy “Flor de Luz”. He estado siguiendo tus comentarios en el foro de empatías y me han gustado mucho tus aportaciones y tu manera de enfocar estos temas. ¿Has estudiado psicología, pedagogía, sociología o algo así? Me encantaría que me contestases.
Sofía quedó esperando un rato pero no obtuvo contestación. Probablemente Izar no se encontraba en esos momentos conectado a su correo, o a lo mejor estaba ocupado con sus quehaceres. En fin, tras esperar y esperar sin la devolución de su mensaje, se puso a hacer faenas de la casa y después de cenar un poco, se acostó en su cama leyendo un libro hasta que se quedó dormida.
Al día siguiente, cuando volvió, encontró una respuesta de Izar en su correo:
- Hola Flor de Luz. Perdona que no te contestase pronto a tu mensaje pero tuve un día complicado y me fue difícil entretenerme con el correo. Es agradable encontrar a alguien que sintonice con las ideas que yo expongo en ese chat, pues realmente es lo que siento. Y, por cierto, no tengo desgraciadamente ninguna titulación de las que nombras. Digamos que, me he formado en la Universidad de la vida.
Sofía le contestó enseguida:
- Pues para mí, tienes incluso más mérito que si fueras titulado en esas materias. Pero en cualquier caso, seguro que te mueves en entornos donde el conocimiento sobre las relaciones interpersonales son importantes.
- Ciertamente, así es – le contestó Izar – pues de no ser así, no me atrevería a opinar. Me dedicaría solamente a escuchar y aprender.
- Qué sabia me parece tu forma de proceder. ¿Eres chico o chica?
- Pues, te podría decir que eso es irrelevante para establecer una comunicación, e incluso una amistad contigo, pero como no soy de esos que mantienen el anonimato de su identidad a tal extremo, te diré que soy chico. Y tú, me da que no coincides conmigo en cuanto al género, ¿me equivoco?
- Estás en lo cierto, Izar. Pero debo decirte que soy una mujer normal, nada conocida, si nos referimos al sentido de ser popular o resaltable.
- No te empeñes en ser conocida sino en ser alguien que merezca la pena conocer.
- Desde luego, que dices unas cosas que me encantan.
- Eso es porque dentro de ti, anida la sensibilidad.
 
Izar y Flor de Luz, iniciaron un conocimiento mutuo a través de la red de redes, que fue intensificándose con el paso del tiempo. A menudo, mantenían largas charlas si bien, jamás se preguntaron sus verdaderos nombres. No les hacía falta. Ella le fue desvelando poco a poco su sueño por conocer a la persona que complementase su alma, y él iba tomando consciencia de la valía de aquella persona que las nuevas tecnologías habían puesto en su camino.
Sofía se preguntaba si Izar sería una persona de su entorno inmediato. Quizás de su centro de trabajo o de su círculo de amigos, y, en parte motivada por su deseo de cumplir el sueño de toda su vida, se decidió a estudiar el comportamiento de las personas que la rodeaban para compararlas con la forma de ser de Izar y averiguar de quién se trataba. En una de sus conversaciones, ella le preguntó:
- El nombre de tu clave, Izar, ¿tiene que ver con alguna elevación? ¿algo situado en la altura, como por ejemplo, una bandera?
- Frío, frío, aunque sí que es algo que está a mucha altura, quizás demasiada. Es el nombre de una de las estrellas más bellas del firmamento.
- Oh, qué bonito, y qué interesante – contestó Sofía -.
- ¿Sabes algo de astronomía?
- Bastante poco, pero si tú me quieres enseñar cosas…
- Izar es una preciosa estrella de color amarillo anaranjado, situada en la constelación del Boyero, a unos 210 años luz de La Tierra. Su nombre procede del árabe y significa “velo”, aunque un astrónomo alemán que la clasificó, la llamó Pulcherrima, que significa “la más preciosa”.
- Qué bonito debe ser conocer ese mundo de las estrellas.
- Es bonito y al mismo tiempo, nos enseña la humildad de reconocer nuestra pequeñez en el universo, nuestra estancia efímera en el tiempo comparado con una vida estelar, y nos abre la mente a entender la grandeza de la creación.
- Pues en cierto modo, algo tiene que ver con el alimento del alma que te proporciona el saber, ¿no te parece?
- Me parece que tú mereces mucho la pena, Flor de Luz, y no en vano, te va que ni pintado el nombre que te has puesto. Si pudieras echar un vistazo a lo que nos rodea ahí fuera, más allá de nuestra atmósfera, te maravillarías del espectáculo de color, de grandeza, majestuosidad y equilibrio. Quizás algún día, si tú quieres, podría enseñarte muchos de los secretos que guarda el universo.
Sofía permaneció unos minutos callada, como si estuviera reflexionando sobre lo que acababa de leer, aunque finalmente, se decidió a contestar:
- Perdón por haberme quedado callada, amigo Izar, pero es que me has pillado fuera de juego. No sé si sería bueno que nos conociéramos.
- Hay silencios que lo dicen todo, y palabras que no dicen nada. Si crees que es mejor, seguiremos contactando por este medio.
- Es que yo enseguida me imagino cosas, y tengo mucho miedo a recibir una fuerte desilusión.
- Expresa lo que tu corazón siente, y no lo que tu mente te hace imaginar.
- Trataré siempre de hacer eso, Izar, pues no sirvo para mostrarme como no soy en realidad.
- No esperaba menos de ti, Flor de Luz, y recuerda: no impidas que el amor entre en tu corazón.
En el empeño de Sofía por averiguar por sí misma la identidad de su amigo virtual, empezó a cobrar forma la sospecha de que Vicente, un hombre de unos cuarenta años que trabajaba como secretario en su propio centro, cumplía todas las características para ser el Izar que encajaba en su sueño. Ella lo observaba sin que Vicente se diera cuenta y cada vez estaba más segura de que era él la persona que buscaba. ¿Cómo había sido posible que siempre lo hubiera tenido tan cerca y no se hubiera dado cuenta?
Armándose de valor, se las apañó para quedar con él un sábado por la tarde. Salieron juntos y después de cenar, él le propuso ir a su piso a tomar algo. Allí fue donde ella se decidió y le preguntó:
- ¿Tú eres Izar verdad?
Él la estrechó entre sus brazos tratando de besarla mientras le decía:
- Puedes llamarme como más te guste, cariño.
En ese mismo instante, Sofía se dio cuenta de su error, pero ya era demasiado tarde para rectificar. Trató de soltarse pero le fue muy difícil, pues Vicente estaba convencido de tenerla a sus pies, cual conquista recién adquirida. Forcejeando y suplicando, Sofía logró coger sus cosas y salir corriendo de la casa. Llorando vagó por las calles, con su corazón roto y su sueño embarrado por la confusión.
Estuvo varios días sin conectarse a la red, hasta que finalmente reunió fuerzas para enfrentarse de nuevo a la realidad. No sabría qué le iba a decir al verdadero Izar, pero en su mente prendió la idea de abandonar aquella relación virtual pues la veía imposible e inalcanzable de cumplir.
- Has estado mucho tiempo sin conectarte, Flor de luz, ¿estás bien? ¿te ha pasado algo?
- Digamos que… en la partida de la vida, he terminado perdiendo.
- Oh, cuánto lo siento. Pero si puedo ayudarte en algo, piensa que cuando pierdas, no te fijes en lo que has perdido, sino en lo que te queda por ganar.
- Tú siempre me dices cosas que me animan mucho, Izar. No sé cómo lo consigues.
- ¿Estás triste?
- Bueno, te confieso que antes de volver a charlar contigo, sí que lo estaba, pero ya me voy encontrando mejor.
- De veras que me gustaría que pasásemos del espacio virtual a la realidad de seres que somos, pero como tú bien dijiste un día, eso podría significar el final de esta amistad tan bonita que tenemos. Aunque, mirándolo desde otra perspectiva, quisiera poder enjugar la pena de tu tristeza, pues ya sabes que en algo tan pequeño como una lágrima, cabe algo tan grande como un sentimiento.
Sofía ansiaba verdaderamente conocer a la persona que existía detrás de aquel Nick pero pasaban los días y se dio por vencida.
Una tarde, como cualquier otra, regresó del trabajo, hizo la compra en el supermercado de su calle y se dirigió a su vendedor de cupones.
- Anda, Jorge, dame uno de hoy y uno del viernes, a ver si me das una alegría y me toca ya algo.
- Toma Sofía, llévate este 44, que me da a mí el pálpito de que te va a sacar de pobre.
- Dios te oiga, Jorge, a ver si se me quitan las penas.
- Muy bien Sofía, pero aunque no te tocara nada, recuerda que no debes impedir al amor entrar en tu corazón. Eso es lo que verdaderamente importa.
Sofía experimentó un fuerte shock al oir aquellas palabras. Por un momento quedó quieta, casi inerte, sin saber si lo que acababa de oir era cierto o lo había soñado. Y súbitamente, casi en un suspiro, arrancó a correr dejando allí a Jorge y su tablero. Al cabo de unos quince minutos volvió y se dirigió a él:
- Perdóname por haberme ido antes de esa forma Jorge, pero es que me acordé de algo. ¿Puedes darme otro cupón de hoy, por favor?
- Por supuesto Sofía, pero me dejaste intranquilo. Pensé que te había pasado algo, o que te había incomodado por alguna razón.
Al entregarle el cupón, ella lo cogió pero en lugar de darle las monedas para pagarle, le puso entre las manos una rosa a la que le había quitado las espinas.
Jorge quedó mudo por unos momentos, y su gesto se tornó sorprendido al principio, pero sonrió maravillado mientras unas lágrimas brotaron de sus ojos y le preguntó:
- ¿Eres Flor de Luz?
- Sí Izar. Soy yo. No sé cómo he podido estar tan ciega teniéndote tan cerca.
- ¿Ciega tú? ¡Qué ironía! Ahora no sé realmente qué debo decirte, ni de qué forma debo hablarte.
- Prueba por ejemplo a ser el mismo que me decía esas cosas tan bonitas por el chat.
- ¡El chat! ¡oh, sí, claro! Por cierto, ¿sabes cuál es la verdadera razón por la que elegí el nombre de Izar?
- No lo sé, pero estoy deseando que me lo digas – contestó Sofía cada vez más conmovida.
- Pues además de ser una estrella de las más hermosas del firmamento, es una estrella doble, es decir, está formada en realidad por dos estrellas unidas que forman un único sistema. La una no podría sobrevivir sin la otra. ¿Me entiendes?
- Te entiendo mucho más de lo que imaginas, Jorge, y ahora sé que el destino también me hizo elegir el nombre más apropiado para mí.
- No entiendo qué me quieres decir.
Ella le cogió las manos y le dijo:
- A partir de ahora, yo seré tu luz.
 
  Gracias, Jesús, por poner una piedra más y contribuir con tu relato a que mi humilde edificio cibernético pueda acoger al amor de su lumbre a más navegantes del ciberespacio.
 
 
 
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