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  4ª Carta a Antonio Almaza, Marzo 2005 (Fermín Tamayo)
 

 

 

Carta a Antonio Almaza

Fermín Tamayo

Madrid, 22 de marzo de 2005.

Mi distinguido amigo don Antonio, cordobés de nación (peñarroyano, si no recuerdo mal), madrileño de crianza y formación, y a la postre hispalense malgré toi:

Deseo que al recibo de estas líneas os encontréis bien de salud. Nosotros bien, gracias, y yo en particular, dicho en euskera, ongi esan bearko da (bien habrá que decir); o también, como dicen que decía la actriz Katharine Hepburn, bien, sin entrar en detalles... Acabo de leer tu mensaje. Ya veo que eres pan agradecido (como diría Sancho el escudero). De bien nacido es ser agradecido, soltaba de manera recursiva aquel galaico capitán Andrade, de El señor de Bembibre, esa novela histórico-romántica de Enrique Gil y Carrasco... Como bien puedes ver (u observar), me he (me han, mejor dicho) puesto mi propia electronicoposta, a la cual podrá vuesa merced dirigirse cada y cuando tuviere a bien facello... Eso de enviarte música acaso sea un vicio más que nada. Es como cuando tienes un buen vino y lo disfrutas más si lo compartes. Día vendrá tal vez, y no lejano, en que hasta los licores deliciosos se puedan compartir por Internet. ¿No hay quien hace el amor por esa vía, y sin necesidad de usar la Viagra en caso de que el cálamo del bálano esté ayuno de enhiesta lozanía?... Ayer noche te di un telefonema, y me dijo tu vástago que habías salido a pescar (a tomar unas cañas, me refiero); bien está rendir culto al dios Gambrinus.

Al vuelo de las piezas del teclado, me vienen a las mientes toda clase de absurdas y mostrencas chuminadas. Sería interesante hacer un libro sobre la historia de la estupidez. Bien es cierto que Erasmo el rotterdano nos ha dejado su Stultitiae laus; pero su erudición, como buen humanista, se centraba en la época clásica más bien; además ya han pasado cinco siglos desde que vio la estampa el libro célebre. Así que nos podemos figurar la sarta de estolideces de moda surgidas desde entonces a esta parte. A mi corto entender, es una de ellas la proliferación de las encuestas, que son un fraude intrínseco y un modo de engatusar a la ignorante masa, sobre todo, tratándose de vainas de opiniones políticas, sexuales, religiosas, etcétera y demás. Hace poco se hablaba de una encuesta donde se planteaba qué sería de los varones, por naturaleza tan adictos al culo de las hembras, si el bul o tafanario femenino tuviese triple nalga en vez de dos. Resultado: un 51% cree que el material mejoraría; un 38,2% opina que sería desastroso para los machos por razones obvias, mientras que el resto, aproximadamente, se muestra partidario de la vicepresidenta primera del gobierno. ¿Que qué ver tiene el culo con las témporas? Pues muy sencillo: que la susodicha es más fea que el traste de un mandrid. Ya lo dice el refrán: Aunque de Vogue se vista la Vega, Vega se queda... ¿Y qué decir de mi querida tierra, llamésela Euzkadi, Euskalerría, País Vasco o Provincias Vascongadas (muchos nombres pero ninguno histórico)? Ahora que los de fuera han propagado tantos y tantos chistes de Bilbao, parece ser que hasta los propios vascos están contribuyendo al repertorio, incluso en Internet... Es un tío que va a una librería y pide un mapamundi de Bilbao; entonces el librero le pregunta: --Sí, pero ¿de qué parte quieres, pues?: ¿de la margen derecha o de la izquierda? Lo bueno es que lo chusco a esa gente le rezuma aunque no se lo proponga. Ejemplo: el hotel Carlton de Bilbao (edificio emblemático del Bocho, sede algún tiempo del gobierno vasco) se dice en Internet que se halla próximo a la estación de metro más cercana (¡como si hubiese tantas en la villa!). Y de Portugalete, que sus calles suben en cuesta hacia el interior, de manera que están más elevadas conforme se distancian de la ría... ¡Pues menudo embolado que hay montado con esos sucedáneos batasunos que quieren presentarse a los comicios bajo el nombre de Aukera Guztiak! Con tanto nombrecito euskeromorfo, cualquiera pensaría que en Euzkadi no se habla más que euskera, ¡friolera! Sin comentarios... Y uno se pregunta si, en un momento dado de la historia, no habrán metido el cuezo en esos pagos gentes de Portugal. Si no, ¿de dónde viene el topónimo "Portugalete"? ¿Y el nombre de "Sestao" no suena a luso? Que tomen buena nota los ilusos prosélitos de don Sabino Arana, como lo son la inmensa mayoría de los beligerantes abertzales, llámense peneuvistas, batasunos, euskalerritarrok, u otras lindezas. Si fuese yo un auténtico abertzale, un jatorra euskotarra, vasco-vasco, no un español traidor y descastado, os miraría a ti y a tus congéneres (hijos de estirpe ibera y no de Aitor) por encima del hombro como mínimo (¡y eso si me dignaba yo a miraros!). Así que no te quejes por tratar con un vasco traidor y sedicente de la sabinoarácnida ortodoxia, de la que, a guisa de botón de muestra, te engarzo aquí unas perlas impagables.

La fisonomía del bizkaino es inteligente y noble; la del español, inexpresiva y adusta. El bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo, los quintos) o si es apuesto es tipo femenil (ejemplo, el torero).

El bizkaino es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe.

El bizkaino es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras y sabréis que un bizkaino hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos.

El bizkaino es laborioso (ved labradas sus montañas hasta la cumbre); el español, perezoso y vago (contemplad sus inmensas llanuras desprovistas en absoluto de vegetación).

El bizkaino es emprendedor (leed la historia y miradlo hoy ocupando elevados y considerados puestos en todas partes... menos en su patria); el español nada emprende, a nada se atreve, para nada vale (examinad el estado de las colonias).

El bizkaino no vale para servir, ha nacido para ser señor ("etxejaun"); el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo (pulsad la empleomanía dentro de España, y si vais fuera de ella le veréis ejerciendo los oficios más humildes).

El bizkaino degenera en carácter si roza con el extraño; el español necesita de cuando en cuando una invasión extranjera que le civilice.

El bizkaino es caritativo aun para sus enemigos (que lo digan los lisiados españoles que atestan las romerías del interior y mendigan de caserío en caserío); el español es avaro aun para sus hermanos (testigo, Santander cuando pidió auxilio a las ciudades españolas en la consabida catástrofe).

El bizkaino es digno, a veces con exceso, y si cae en la indigencia, es capaz de dejarse morir de hambre antes de pedir limosna (preguntádselo a las Conferencias de San Vicente de Paúl); el español es bajo hasta el colmo, y aunque se encuentre sano, prefiere vivir a cuenta del prójimo antes que trabajar (contad, si podéis, los millares de mendigos de profesión que hay en España y sumadlos con los que anualmente nos envía a Euskeria).

Interrogad al bizkaino qué es lo que quiere y os dirá "trabajo el día laborable e iglesia y tamboril el día festivo"; haced lo mismo con los españoles y os contestarán pan y toros un día y otro también, cubierto por el manto azul de su puro cielo y calentado al ardiente sol de Marruecos y España.

Ved un baile bizkaino presidido por las autoridades eclesiásticas y civiles y sentiréis regocijarse el ánimo al son del "txistu", la alboka o la dulzaina y al ver unidos en admirable consorcio el más sencillo candor y la más loca alegría; presenciad un baile español y si no os causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos queda acreditada la robustez de vuestro estómago, pero decidnos luego si os ha divertido el espectáculo o más bien os ha producido hastío y tristeza.

En romerías de bizkainos rara vez ocurren riñas, y si acaso se inicia alguna reyerta, oiréis sonar una media docena de puñetazos y todo concluido; asistid a una romería española y si no veis brillar la traidora navaja y enrojecerse el suelo, seguros podéis estar de que aquel día el sol ha salido por el Oeste.

El aseo del bizkaino es proverbial (recordad que, cuando en la última guerra andaban hasta por Nabarra, ninguna semana les faltaba la muda interior completa que sus madres o hermanas les llevaban recorriendo a pie la distancia); el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año.

La familia bizkaina atiende más a la alimentación que al vestido, que aunque limpio siempre es modesto; id a España y veréis familias cuyas hijas no comen en casa más que cebolla, pimientos y tomate crudo, pero que en la calle visten sombrero, si bien su ropa interior es "peor menealla".

Pues bien, ¿a que no tiene desperdicio? Y lo he dejado ya, porque seguir sería darle vueltas al manubrio del ludibrio del bodrio -que diría Ramón Gregueripombo de la Sorna-, al modo de un concierto de Vivaldi, dándole al molinillo hasta aburrirnos. Apostillando el punto donde dice que, en una romería de bizkainos, jamás brilla el acero navajero, como en una reyerta de maketos, pudiérase decir que, en nuestros días, brilla, en cambio, el cañón de la pistola con la cual se asesina por la espalda (aunque como brillar, sólo un instante, ya que se da a la fuga el asesino). Acaso don Sabino alegaría que eso es la consecuencia de que Euzkadi esté hoy día infestada de maketos. Entonces la legión metralletarra, salvaguardia del neto abertzalismo, ha de operar con métodos maketos en pro de la genuina vasquedad? Que me aten esa mosca por el rabo. (Pero aún así, los vascos y las vascas -como diría Juanjo el lehendakari- somos más majos, pues, ¡me-cagüen-lá!) Pues bien, merced al ínclito meapilas, turibulario acólito del gremio de la sotanoléptica teocracia, queda euskaldunizado el santoral; así es como son Josu los Jesuses, Jasón las Asunciones, Agurtzane las Charos o Rosarios, Nekane las Dolores, Joseba los Pepitos, Iker los Quiques, Miren las Marías, Imanol los Manolos, Gorka los Jorges, Andoni los Antonios Koldo los Luises, Kepa los Pericos, aparte de la autóctona onomástica (caso de los Aitores, los Asieres, Izáskunes, Aitzíberes, Itzíares, Estibalizas y demás familia). Y mira qué curioso el caso "Kepa": cuando en todas las lenguas conocidas conserva la raíz griega de Petros, o la de Petrus en versión latina (sea Piotr, Peter, Piero, Pierre o Petre), resulta que en la noble izkuntza euskérika, y por disposición de don Sabino (quien por algún cleríptero políglota se enteraría de que, en arameo, el sobrenombre de Simón es Kephas), pues nada: Kepa al canto sin quebranto. Cabría igual decir del caso "Luis", cuyo euskeromorfismo "Koldobika" (o en forma hipocorística de "Koldo") procede del germano Khlodovico (variante de Hlodovico y Khlodoveo), mientras que el castellano lo ha tomado de la forma francesa, cuyo idioma se come consonantes y vocales con voraz apetito, de ordinario. Pero dejémonos de bagatelas y vamos a otra cosa-carrascosa.

Me halaga que me consideres culto, aun cuando sea hoy día algo superfluo, un adorno sin más que a uno le cuelga como un dije cualquiera a una señora. No sé quién dijo (¿Nitzsche, Schopenhauer...?) que la cultura es todo lo que queda después que hayamos olvidado todo; según lo cual, mi caso no sería sino simple y banal pedantería. Recuerdo que mi tía la de Urdiáin (hermana de mi madre, en cuya casa pasábamos dos meses en verano), que me estimaba y valoraba mucho (quizá la única en toda mi familia), decía de mí cuando era muchacho: "Este pobre, lo que es de trabajar y cosa así, parece que no sirve; no tendrá más remedio que estudiar". A veces es cuestión de dar el pego para que a uno le crean "culto y clero". En mis funciones de bibliotecario en el centro escolar chamartiniano, y como orientador en los trabajos que algunos profesores despiadados ponían a las mártires criaturas, iba adquiriendo fama de sabihondo; y es que sabía dónde consultar lo que desconocía mi ignorancia (que es la misión de un buen bibliotecario, como diría Ortega, o Robert Musil). Además, ya conoces el refrán: En la casa del ciego...; o dicho en griego: Tou tiflóu Oikó, ho monophtalmos basileos; o en latín si prefieres: Caeci domi, monóculus monarcha. Resulta que una vez cierta mozuela, una canaria dulce y rubicunda, Noemi por su gracia bautismal (nombre de bisabuela de David, suegra de Ruth y abuela de Jesé, el que sostiene un árbol invertido en la iconografía religiosa), de voz cálida y seno hospitalario en promesa de madre amamantísima, con suma candidez me preguntaba cómo es que yo sabía tantas cosas, no siendo más que un simple autodidacta? Por lo visto, pensaban los rapaces que quien estaba a cargo de los libros, no siendo profesor y currelando con naturalidad, como el que lava, no precisaba título ninguno; y si sabía cosas, era sólo porque, al andar moviéndose entre libros, algo se le pegaba por contagio, como a deidad que atiende las plegarias que su feligresía le dirige dando vueltas al rollo de oraciones; o bien como al vaquero que se impregna de los rancios olores del ganado de tanto trajinar en el establo... Y cuando yo, sencilla y llanamente, respondíle a la cándida zagala que tenía cursados mis estudios de tal y cual y lo de más allá, me miró con visible decepción, como diciendo: "Así no tiene gracia". Yo entonces me sentí un tantico fatuo por haber defraudado a la muchacha... Recuerdo a este tenor un episodio que refiere Axel Munthe en su novela Historia de San Michele, al que también alude de pasada don Miguel de Unamuno en un ensayo de El sentimiento trágico-vital. El texto de Axel Munthe reza así:

En aquella época eran muy numerosos los médicos extranjeros que ejercían en París. Había entre ellos mucha celotipia profesional, por lo cual no era extraño que una buena parte cayera sobre mí. Tampoco éramos muy queridos de nuestros colegas franceses, por el monopolio que teníamos de la rica colonia extranjera, clientela sin duda mucho más lucrativa que la suya. Precisamente entonces surgió en la Prensa una agitación para protestar contra la cantidad cada vez mayor de médicos extranjeros en París, llegando a insinuar que, a menudo, muchos de ellos ni siquiera estaban provistos de un regular diploma de Universidad reconocida. Esto originó una orden del Prefecto de Policía a todos los médicos extranjeros, para que, antes de fin de mes, presentasen su título, para ser comprobado. Yo, con mi licenciatura por la Facultad de París, estaba [...] a salvo; casi olvidé la orden y me presenté justo el último día en la comisaría de mi barrio. El Comisario [..] me preguntó si había oído hablar de cierto doctor que vivía en mi misma avenida; contesté que lo único que sabía era que debía de tener una gran clientela; había oído hablar de él a menudo, y también a menudo había admirado su elegante coche esperándolo a la puerta de casa.

Dijo el Comisario que no lo admiraría mucho tiempo, porque estaba en su lista negra; no se había presentado con el título porque no lo tenía; era un charlatán y acabaría por ser pincé. Decíase que ganaba doscientos mil francos anuales, más que muchos médicos célebres de París. Observé que no había ninguna razón para que un charlatán no pudiese ser un buen médico; un título significaba poco para sus enfermos, si él podía aliviarlos. Un par de meses después, el mismo Comisario me contó el fin de la historia. El doctor se presentó a última hora, pidiendo una entrevista privada. Mostró el título de una notable Universidad alemana y suplicó al Comisario que le guardase el secreto, pues debía su enorme clientela al hecho de ser considerado un charlatán por todos. Dije yo al Comisario que aquel hombre no tardaría en hacerse millonario si supiera de Medicina la mitad que de psicología.

Y no te doy por hoy más la tabarra utilizando tu atención de esparrin, o bien de espejo en el que quien escribe se proyecta de forma narcisista. Me dice mi querida demi orange que, como ya hace tiempo que no tengo público de zagales que me escuchen, doy la vara al que pillo por delante. Saludos a María; y a propósito, ¿cómo van sus asuntos jubilares? ¿Y a ti no te menean el asiento para que te retires de una vez, como hacen en el centro de reclusos eructativos donde yo laboro? Por cierto, como sabes, el vocablo jubilación no tiene que ver nada con el término júbilum latino. Al parecer proviene del hebreo jobel, que significa la trompeta que debía tañerse cierto día de cada año sabático, según lo establecido en el Levítico:

Contarás siete semanas de años [...]; de modo que el tiempo [...] vendrá a sumar cuarenta y nueve años. Entonces en el mes séptimo, el diez del mes, harás resonar clamor de trompetas; en el día de la Expiación haréis resonar el cuerno por toda vuestra tierra. Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. [...] ...cada uno recobrará su propiedad; [...] no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis la viña que ha quedado sin podar, porque es el jubileo, que será sagrado para vosotros. Comeréis lo que el campo dé de sí...

Un abrazo y seguimos conectados Tu viejo amigo, que lo sigue siendo: Fermín.

 

 
 
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