Andreu Vilaró no ve las estrellas del tupido cielo de Barcelona. Ni tampoco las olas que acarician las rocas del mar que mira a la ciudad. Andreu no ve porque es ciego, pero puede oler el aire de las hojas hasta cuando caen en la semilla del cemento de las aceras de Barcelona. Porque el viento es aire siempre de viaje. Andreu vive en Barcelona. Vive y trabaja, Los ciegos también trabajan, claro. Al principio, moverse por la ciudad le parecía como cosa difícil y complicada, porque se ha de desplazar con frecuencia cada día a través de los interiores que cruzan la ciudad. Pero se afianza en un transporte sin barreras ni obstáculos que le puedan limitar; el metro de Barcelona, donde perdió el miedo y cogió la confianza de dejarse llevar, tranquilamente por los raíles como si fuera caricia al caminar. Andreu tiene una novia que no es ciega, que conoció tomando un café en unas de las tantas cantinas que hay dentro de los accesos al andén. Barcelona es una ciudad en continuo movimiento y desarrollo. El tren que circula por debajo de la tierra, por los raíles de unas vías que circulan por la morada de las entrañas de la urbe. Para él, el metro son las vigas de su equilibrio de desplazamiento diario, es como una mesa redonda, sin esquinas, con la que se puede mover por toda la ciudad. Sin más problema que dejar las huellas del transeúnte que anda tranquilo hacia algún lugar. Barcelona es ciudad cosmopolita y universal que cada día mira al mar.
Andreu, cuando se desplaza por el subsuelo de Barcelona, deja una estela de tranquilidad y comodidad, dejándose llevar en una segura mudanza de transporte público. Y se deja llevar como las hojas caídas que el viento desplaza de un mundo por dentro. El metro forma parte de su vida cotidiana. Y se siente seguro, porque sus infraestructuras velan por su seguridad. Andreu coge el ascensor que está habilitado para accesos de los que más los necesitan, y los que la edad, ya empuja a utilizar. El elevador les deja suavemente en el andén como si fuera una moqueta que caminar. Andreu Vilaró va sentado en el vagón leyendo una novela, -en braille, claro-,.Y sus ojos, no se cansan de mirar aunque no vean la luz natural. Y se siente seguro y confortable en el vagón que le llevará al lugar. El convoy, suavemente se desplaza con rapidez y cruza toda la ciudad por los diáfanos subsuelos. El metro arranca de la estación con modernos vagones de berlina, cómodos y de poco consumo que es compatible con el progreso. Y, así,se ayuda a contaminar menos, que es cultura que se debe practicar con el ejemplo, para dejar legado a los que nos siguen en edad. Mientras, en el vagón, una voz de sonido metal va anunciando las paradas de las diáfanas estaciones que esperan al viajero. Para que éste, no se pierda ni se desoriente acompañándole hasta su destino, como una senda de suaves trazos que camina por los raíles que llevan a todos los destinos sin necesidad de mirar. Andreu Vilaró sigue con su vida normal, porque sabe, que es maravilloso llegar a todos sitios y poder seguir el camino que le llevará a donde él se quiera trasladar. Una parte de Barcelona se mueve cada día entre recios raíles, por debajo de su firme suelo de gris cemento. Y los túneles, son como las arterias que mueven un corazón grande de una ciudad que cada día saluda al mar.
A Andreu Vilaró la ceguera no le anula los sentidos porque están dentro de la piel, sabiendo que llega con seguridad a su destino, por los senderos de muchos conductos subterráneos que le llevan a donde va. La nebulosa incertidumbre desaparece de su mente, y se compensa con la configuración de una red metropolitana moderna y segura. Barcelona amanece cada día discretamente mirando al mar, donde muchos lo pueden contemplar gracias a un transporte cómodo y transversal.