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  Las Tres Cerditas y el Bobo (Miguel Ángel Vázquez)
 

 

 

Las Tres Cerditas y el Bobo

Portugalete, 21 6 1998

Miguel Ángel Vázquez

Hace muy poco tiempo, tan poco que a los lectores de este cuento les parecería increible imaginárselo, vivía en la noble villa de Portugalete, un bobo llamado Miguel. este individuo era bobo por muchas razones, pero ahora, la que nos ocupará, es la que le aconteció cuando a nuestro cretino personaje, se le ocurrió la brillante y dificultosa empresa de aprender euskera.

Todo parecía transcurrir apacible e incluso placidamente en la vida de nuestro bobo, cuando un mal día de primavera, aunque climatológicamente hiciese buen tiempo, (algo de lo que por supuesto él no se acuerda), apareció en su vida, la primera de las tres cerditas.

Estaba rolliza debido a su embarazo; y su pelo era rubio. de su voz, chirriante y desafinada lo único que os puedo decir, es que ningún sordo debería querer recuperar el oído para escuchar el vomitivo crujir de sus cuerdas vocales.

Con respecto a sus cualidades humanas, nuestro bobo ha de hacer saber, que si las tenía, al menos él, no fue capaz de encontrarlas porque lo único que ella le proporcionó fue pocos conocimientos académicos y sobre cultura euskaldun, (pues no sabía, o le daba pereza contestar a mis preguntas), carencia de respeto, y racismo al condenar a nuestro bobo, al ostracismo más puro y fascistoide.

Quizá, a estas alturas del cuento, os esteis planteando:

Qué quejica es el bobo, o que malvada el la cerda, o incluso os podeis plantear:

¿tenía la cerda Ane algún motivo especial, para ensañarse con este bobo en particular?.

Con respecto a la primera pregunta, quizá nuestro personaje fuese un tanto quejica, pero en honor a la verdad, también hay que decir, que nuestra cerda era malvada y ciertamente, sí tenía un motivo para ensañarse con nuestro bobo; la razón, es que él era ciego y por lo tanto, una presa fácil en la cual descargar sus malos rollos.

Pues bien, la cerda iba día a día construyendo su casita hecha de dejadez y frialdad hacia nuestro bobo con la esperanza de que éste, al tener un impedimento físico que no mental, no se rebelaría; con lo que para ella era una sólida construcción de gruesas paredes o al menos, así lo creía ella.

Al principio, a nuestro bobo, le parecía estar soñando. la realidad enseguida lo puso en su sitio; aquella no era una de las teorías sobre discriminación de las que él, había oido hablar; era real, y además el supuesto malo del cuento, era él, o almenos así se lo querían hacer creer hasta que un buen día, nuestro bobo se cansó y decidió soplar, y soplar y los planes de la cerda, desbaratar.

Aquel día, nuestro bobo decidió acudir al lugar donde habitaba la cerda. tras una leve insinuación de ésta, al pretender engañarlo enmascarando sus negros sentimientos bajo su sonrosada piel, el bobo se enfureció; sopló y sopló, y lo que parecía una sólida construcción, se derribó.

Nuestra cerda se asustó mucho; puesto que nunca creyó en el soplido de el que para ella, era un pusilánime y pacífico ser incapaz de defenderse y menos aún, de reivindicar sus derechos.

De nada le sirvieron sus excusas ni su quebrada voz, pues su casa, esa que tan confianzuda y sólidamente creía haber construido, había caído dejándola en la más absoluta indigencia moral.

Nuestro bobo se encontraba feliz esperando no tener que toparse con ningún ser de esta ralea, cuando ¡oh desgracia!, una segunda cerda algo diferente, pero con los denominadores comunes de la dejadez y las excusas sin sentido, apareció nuevamente para perturbar su paz.

Esta, era una cerda algo más sociable; incluso si no profundizabas ni tenías ningún problema para defenderte en clase, podrías pensar que era una persona, y no una cerda.

Ésta, tenía en común con la anterior, unos fuertes lazos de amistad por lo que nuestro bobo supo después, la primera avisó a la segunda de lo que sucedió con el bobo, y al igual que en el cuento original, la segunda cerda, hizo caso pero no el suficiente; y al construir su casa, no empleó buenos materiales como: respeto, orden en el trabajo y la suficiente mano izquierda como para despistar el soplido con el que el lobo, iba a amenazarla.

Cuando nuestro personaje más ayuda necesitaba, la muy cerda se escabullía alegando las más diversas razones, al tiempo que hipócritamente hablaba de grandes valores humanos, a la par que teorizaba sobre ellos.

Nuestro bobo, también se percató de ello, y sobre todo algo le llamó poderosamente la atención, y era como se lamentaba de su situación a la par que decía:

--Yo, estoy aquí para potenciar..., nos maltratan y discriminan por nuestra condición de... mientras tanto, ella discriminaba al bobo por su condición de, y lo mal trataba no prestándole el auxilio académico para que pudiese defenderse en igualdad de condiciones, en un sistema en el que él, estaba en desventaja, pero luchaba para integrarse e intentar ser uno más, y no una carga más.

Después de ver los materiales con que la segunda cerda había hecho su casa, el bobo, que quizá no lo fuese tanto, se percató de que la casa de nuestra segunda cerda, estaba un poco mejor construida, por lo tanto, esta vez nuestro bobo, se aseguró; tomó más aire en los pulmones, y después de sopesar el lugar más propicio para soplar, lo hizo ; cuidando reservar sus energías para una posible tercera cerda, (porque no hay dos sin tres) e incluso contempló la posibilidad de comprarse un compresor de aire muy grande, pues observó que las cerdas podrían unirse en una sola y sólida construcción, que él no podría derribar, y que tras varios años de lucha, quizá se vería obligado a abandonar.

Ciertamente; el bobo no se equivocó. éste, se dirigió a un lugar, donde se encontró a la tercera cerda.

Ésta, exhalaba sinpatía y comprensión por los cuatro costados, aunque en el fondo, y por mucho que hubiese intentado disimularlo, jamás pudo ocultar su condición. ella, era la jefa, y la amiga de las dos cerditas a las cuales el bobo había derribado sus casas, osea, que ella en el cuento original, sería la cerda que escalda al lobo en el agua hirbiendo; pero en el mundo real, esta vez el lobo, llevaba traje de amianto; y de nada le sirvieron sus sólidas paredes de simpatía, hechas con ladrillos de medias verdades; que siempre suelen ser grandes mentiras, puesto que ante el soplido de la razón y el compresor de la decisión, casi ninguna pared se resiste.

Nuestro bobo sabe que aunque oigamos lo de colorín colorado, el cuento no se ha acabado.

 

 

 

 
 
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