Querido nieto:
Entre las manos la tienes. Una ventanita de cristal frío. Tus dedos trotan sobre algunos de los botones. Tus ojos siempre la miran, fijamente, persiguiendo no sé qué rutas extrañas. Tú solo las comprendes, o, mejor dicho, las comprendías, pues ayer sucedió el prodigio que hoy nos une. Tus dedos trotadores, pasaban y picoteaban por sobre los redondos botones; pero, de pronto, pediste los signos del abuelo, y esa petición llamó mi atención, porque, después de tanto tiempo, nadie se había interesado por los signos del abuelo, mis signos de siempre, mi Braille. Te observé entonces, desde mi mundo, tan lejano, y te vi buscando pistas, haciendo combates, todo en tu pequeña ventana entre tus manos. No acabo de comprender bien cómo es posible, hoy, que tu pequeña ventana sustituya a la calle donde yo jugaba, donde jugábamos todos los niños de mi mundo. Porque está mi mundo, y el tuyo y el de tus padres y hermanos, y ese otro mundo de tu
ventana, donde guerreros diferentes, Pokemon Esmeralda, los Regis, buscan afanosamente pistas con puntos en las rocas, en las cuevas, en todos los ámbitos en que deben desenvolverse. Pistas en Braille, como los ciegos, como yo, como tú cuando me recuerdas.Por fin nos hemos encontrado, en tu juego, en tu pequeña ventana que hoy nos une, en este mundo de signos que es el mundo de la comunicación. Aquí me quedaré, esperando escribirte una pista, una sola, en el sistema que acabas de aprender, pero dentro de 100 años o más, el día en que tengas que venir a encontrarte conmigo y con todos los demás; mientras tanto, Pokemon Esmeralda te llevará en sus mágicas alas a ese mundo de comunicación universal que pasa por las letras y los puntos, por las fronteras de la diversión y la magia del juego, por en medio de la corriente de la niñez, nieto mío.