Recuerdo aquellos años de mi infancia en que al morir mi padre con cuarenta años, nos dejó escasos medios económicos, y con miles apuros y economías, mi madre dio educación y estudios a su prole. sobre todo a los varones. Y las niñas ,también, que la vida da muchas vueltas, y si no se casaba alguna?... o si se separaba?... ¡Válgame el Cielo, Dios no lo quiera!
Por fin nos vio a todos emancipados, hombres y mujeres de bien, como había soñado. Solo yo manifesté claramente la intención de no entrar en más estudios después de la escuela: -"Mamá, yo te ayudo a pelar patatas y a enharinar el pescado, pero yo no quiero estudiar". Lo dije con mi media lengua y los brazos echados a su cuello. Ella me dio un beso en la frente, y me miró con indulgencia. Aquella hija pensó, sería su apoyo, llenaría su casa. Pero no podía consentir que su hija quedara desamparada el día que ella faltara, e hizo de mí una gran modista. Las señoras más elegantes visitaban mi taller, Los trajes de fiesta más suntuosos llevaban my firma. Yo vivía plenamente mi vocación, que además me proporcionaba buenos beneficios.
Ahora recordaba con una sonrisa de condescendencia, los vestidos con falso postizo, las chaquetas descosidas y vueltas a coser por la otra cara para esconder el desgaste de cuellos y mangas, que había llevado en mi infancia, y en cuyo proceso yo había intervenido, junto a la costurera que una vez por semana acudía a restaurar la ropa de la familia. Al lado de aquella buena mujer, floreció mi vocación por la costura, gracias a la cual, mis ingresos estaban ahora muy por encima de los de mis titulados hermanos.
Como el péndulo de la vida no se detiene, para mí, bajó vertiginosamente, el día que al enchufar una máquina de coser, un fogonazo me nubló la visión. Inútiles fueron las visitas al oftalmólogo, los tratamientos, las intervenciones, fui perdiendo la poca luz que entraba a mi retina y quedé ciega.
Los pases de modelos, propios y ajenos, el repaso de revistas de moda, el bullicio del taller, donde alternaba correcciones con chistes,, y risas en respetuosa camaradería, quedó fuera de mi existencia.
A través de los negros horizontes de la depresión, creí ver una luz de esperanza, al saber de personas ciegas que podían leer, escribir y llevar sus cuentas.
Mi madre había fallecido, mis hermanos, dispersos, tenían sus propios problemas y a mí me tocaba resolver el mío.
Con el dinero ahorrado y miles economías, pagué una señora de compañía y a diario me desplazaba para recibir clases de braille. No fue nada fácil, el tacto de mis dedos no estaba sensibilizado, mi mente iba más rápida, me dolían los tendones de las muñecas, y lo abandoné. De nuevo la oscuridad se apoderó de mi vida, al apagar la única luz de mi horizonte. Volví a intentarlo, No había otro camino. Una, dos y muchas veces caí y me levanté, pero lenta, muy lentamente, los puntitos del papel se convertían en palabras, en pájaros, en flores, mares, cielos, colores, sentimientos, vicios, virtudes, penas, alegrías. Hasta que cayendo y levantando, un venturoso día me deslicé por las páginas de un libro, me adentré en el conocimiento de los vicios y virtudes que dan lugar a los comportamientos de los seres humanos, comprendí sus motivos, intuí sus falacias y acepté sus miserias.
Una luz maravillosa, con un horizonte ilimitado se descubrió para mí, que siempre anduve inmersa en el aquí y ahora" sin pasar de la puerta del mundo de los sentimientos, las emociones y la filosofía. En el nuevo estado de cosas, tuve el tiempo necesario para admirar a Cervantes, conocí a Borges, me emocioné con el romancero Gitano de García Lorca y uno tras otro mis dedos fueron descubriendo a chicos y grandes, cómicos, filósofos y poetas de la Literatura Universal.
Desaparecieron las lóbregas noches llenas de sombras y miedos actuales y futuros, las mañanas ociosas, deambulando de la cama al sofá, las tardes tristes , añorando la compañía de las amistades que antes me abrumaban con su solicitud.
Alumbrada por esta nueva luz interna, no abandoné las clases y mi profesor me animó a que participara en un concurso de frases sobre el braille, en el que más por obediencia, que con ánimo de competición, tomé parte. Mi esfuerzo se vio recompensado con el primer premio, y a partir de ahí, la vida se me antojó corta para expresar todo lo que llevaba dentro y que yo misma había ignorado hasta entonces. Mi existencia ha cambiado por completo, ahora paso las noches componiendo, entre sueño y sueño, el tema, el escenario, y los personajes de mis cuentos.
Las mañanas empiezan pronto, pronto despido a la asistenta, y pronto me encierro en mi despacho, el teléfono descolgado y la música ambiental en funcionamiento. La Perkins repiquetea sin cesar, los montones de papel en blanco, se deslizan vertiginosos al montón de los escritos, las horas pasan, y de repente, yo tomo conciencia del dolor de mis manos. Mi profesor ha salvado este escollo introduciéndome en el mundo de los ordenadores con lo que ahora, mis manos gozan de un gran alivio .
Este mundo digital me ha fascinado y con constancia, practicando y disfrutando con ello, he descubierto la Línea Braille, que me permite escribir y corregir a un tiempo, y que la impresora edite para los lectores de braille, con un mínimo esfuerzo. Se me va el tiempo sin darme cuenta. De pronto, consulto mi reloj. -¡pero Señor, si son las 3 de la tarde! Tengo que hacer un descanso, pero ¡cuántas cosas quedan por decir!
Sobre la mesa espera a falta de corrección mi última novela, y por la tarde vendrán a recoger el cuento que mensualmente publica una revista para niños ciegos. El realizador del programa radiofónico "Venciendo al Imposible", que emite mis relatos, me apremia. Comprendo que no me puedo ir a dormir sin, por lo menos, hilvanar el cuento semanal del Suplemento Dominical de un periódico local en el que colaboro.
Una vez más, tengo que posponer la entrevista con aquel periodista argentino.
Sin detenerme, llego a la cocina, acciono el microondas, escucho el informativo mientras como, y me relajo saboreando mi café, que vuelve a ponerme activa, mientras reflexiono en la maravillosa luz que el braille ha traído a mi vida.
Alicante, mayo de 2012