I.- EL PUEBLO NATAL.
Merced a la bicicleta y al automóvil, las más pequeñas villas son hoy atravesadas por los turistas, así que el pueblo de Coupvray (Sena y Marne), a pesar de que está bastante retirado, tiene también sus visitantes, y es además muy conocido por ser muchas las familias que van a pasar el verano a dicho pueblo. Cuando se llega allí en una tarde de junio, recibe uno agradable impresión al respirar aquel fresco vientecillo, procedente del Marne, y perfumado por el tilo y las rosas. La salubridad de este país la demuestran los dilatados horizontes que se extienden a sus alrededores, y a ella contribuye la ausencia absoluta de máquinas y fábricas.
Antes de llegar a la iglesia, en la reunión de dos caminos, existe un sencillo monumento que fue erigido en 1887, el cual representa el busto de un ciego. Está defendido por una reja cerrada con candado y un acirate circular donde florecen geranios, todo lo cual denota que el municipio tiene a honra venerar al hombre allí representado.
A los niños que juegan frente a este monumento ya no les llama la atención aquel ciego con la frente inclinada; ni siquiera sospechan que millares de niños de su edad yacerían en la ignorancia a no haberlo impedido el celo de este ilustre compatriota de quien, sin duda, jamás se les habla.
Dicho monumento es obra de Esteban Lerroux. Está constituido por un busto de bronce colocado sobre un gran pedestal de piedra blanca, en cuyo centro va engastado un bajorrelieve también de bronce; mide en total 3,20 m. de altura. Está montado el pedestal sobre un cornisamento a voluta, y sobre él descansa el busto de un ciego, luciendo el traje que, en 1840, vestían los profesores de la Real Institución de los Jóvenes Ciegos; Lleva también una capa echada sobre el hombro derecho.
El bajorrelieve le representa sentado y con la cabeza algo inclinada hacia el hombro izquierdo; tiene su brazo familiarmente apoyado en el hombro de un niño, y con su mano derecha dirige la de su discípulo sobre un alfabeto que éste, con la otra mano, tiene apoyado sobre el pecho. Sus dos fisonomías están encantadoras por su sencillez.
En la parte inferior del bajorrelieve, se lee esta dedicatoria: "A Braille, los ciegos agradecidos". En el lado posterior se encuentra esta inscripción: "En memoria de Luis Braille, nacido en Coupvray el 4 de Enero de 1809; quedó ciego a la edad de tres años. Fue discípulo, y más tarde profesor, de la Real Institución de los Jóvenes Ciegos de París. Es el inventor de la escritura de puntos en relieve, universalmente adoptada en las escuelas de ciegos. Murió en París el día 6 de Enero de 1852". Más abajo hay una placa de bronce, en la cual está grabado el alfabeto Braille en relieve con el de los videntes en hueco.
Este hombre insigne, que pasó toda su vida envuelto en las densas tinieblas de la ceguera, es un gran genio que ha devuelto la luz a sus compañeros de infortunio dotándoles de un admirable sistema de escritura que les permite ilustrar su inteligencia tanto como los videntes, lo cual les hace mucho más llevadera su desgracia.
II.- BRAILLE, NIÑO Y ESCOLAR.
Nació el 4 de enero de 1809, siendo sus padres de edad avanzada y cuando ya tenían un hijo y dos hijas: fue, pues, el Benjamín de la familia. A la edad de tres años, estando un día jugando en la tienda de su padre, que era guarnicionero, con un tranchete con el que quería cortar una tirilla de cuero, se causó una herida en un ojo, el cual se inflamó y pronto quedó perdido. Como en aquella época aún no se conocía el procedimiento de extraer el ojo enfermo para preservar el otro, pronto se comunicó el mal al ojo sano, y el pobre niño no tardó en quedar completamente ciego. Mas no le apenó tan sensible desgracia, porque habiéndole acontecido en la infancia, y por tanto, antes que las impresiones visuales hiciesen mella en su espíritu, no deploró la pérdida del más principal de los sentidos cuyo inestimable valor aún no había llegado a apreciar; y su inteligencia precoz e ingeniosa, desarrollóse por medio del tacto y del oído.
Sus padres le prodigaron los más tiernos cuidados, pues era de complexión endeble, y procuraron darle educación e instrucción. Tan luego como se informaron de que había un método inventado por Haüy para instruir a los ciegos, hicieron gestiones y lograron fuese su hijo admitido en la Real Institución de los Jóvenes Ciegos, situada entonces en la calle de San Víctor.
Esta escuela se hallaba instalada en los antiguos edificios del Seminario de San Fermín, y era húmeda y mal acondicionada. Los ciegos que allí ya aprendían música (aunque de oído y únicamente como medio de distracción) y estudiaban diversos instrumentos, estaban diseminados por todas las dependencias de la escuela: uno estudiaba el violín en la meseta de la escalera; otro, la flauta en el alféizar de una ventana; y un tercero, apoyado contra una puerta, estudiaba el fagot, mientras en una misma sala donde había algunos pianos detestables, estudiaban los alumnos pianistas, quienes no podían entenderse.
El personal de esta pobre escuela era mal retribuido, y guardaba proporción con las malas condiciones del edificio; pero afortunadamente el Director, que era un antiguo médico llamado Pignier, aunque siguiendo la costumbre de aquella época, trataba con severidad a estos desgraciados niños para quienes había sala de corrección y abuso de pan seco para castigar sus faltas, tenían formado el laudable proyecto de hacer progresar la enseñanza de los ciegos, hasta ponerles en condiciones de poderse ganar honrosamente la vida.
A pesar de ser tan malsano y poco simpático este centro de instrucción, constituía una "querida escuela" para aquellos alumnos que no habían conocido ninguna otra. Allí trabajaban con el mayor ahinco: ávidos de adquirir nuevos conocimientos a fin de ilustrar su inteligencia, aportaban al estudio una voluntad decidida de aprovecharse; y como todos tenían las mismas aspiraciones, reinaba entre ellos la más sincera e íntima amistad, creándose así un ambiente de ideal que causaba verdadera admiración.
Como la vigilancia en esta escuela era muy escasa y se carecía de la necesaria calefacción, los alumnos se aprovechaban de la relativa libertad en que se les dejaba para suplir esta deficiencia lo mejor posible. Uno de ellos ha escrito lo siguiente: "Había en cada clase una estufa de loza, cercada de un enrejado de madera que cerraba una puerta de tela metálica. Los días de asueto reuníanse algunos de los más listos e intrépidos, iban al tragaluz de la cueva, y después de haber forzado el candado de la puerta hasta conseguir abrirla, unían por los extremos tres o cuatro cinturones, con los cuales ataban a uno de nosotros, y le bajaban así a la cueva; tomaba éste su carga de leña e inmediatamente le volvían a subir. Ya obtenido el combustible, abrían a viva fuerza la puerta de tela metálica y encendían la estufa. Si la carencia de confort, de vigilancia y de higiene era allí verdaderamente lamentable, tenía en cambio la ventaja de contribuir a que aguzásemos el ingenio. Pero
cuando se nos sorprendía haciendo alguna de estas o parecidas travesuras, éramos severamente castigados: en ciertas ocasiones se nos condenaba a no tomar otro alimento que pan seco durante semanas enteras, y la sala de corrección estaba constantemente ocupada por alguno de nosotros. Todos los jueves íbamos de paseo al jardín botánico, andábamos de dos en dos, y para guiarnos teníamos que cogernos a una cuerda guarnecida de nudos equidistantes. La Gente decía al vernos andar de esta manera: "¡Mirad, ya pasa la cadena!" Sólo nos distinguíamos de los galeotes en que no íbamos custodiados por gendarmes. Hoy día los ciegos no pueden formarse una idea exacta de las muchas humillaciones de este género por las cuales era preciso pasar en aquella época en que los videntes encargados de nuestra educación, ignoraban aún hasta qué punto puede llegar nuestra destreza, por lo que nos exigían cosas muy superiores a las que un ciego, por experto que sea, puede practicar. Todos los recién
ingresados en la escuela, quienesquiera que fuesen, tenían que sufrir la "brimade" (cierta chanza grosera y hasta brutal). El que podía soportarla sin mostrar enojo ni proferir una palabra de queja, había obtenido un verdadero triunfo; pero si alguno se permitía recriminaciones o exhalaba un genido, era maltratado sin piedad".
En 1819 ingresó nuestro Luis Braille en esta escuela, cuya severidad de costumbres y malas condiciones del edificio quedan suficientemente descritas en la presente obra. Ni que decir tiene que también el novel escolar fue sometido a la bárbara prueba de que acabamos de hablar; mas debió de sobrellevarla valerosamente, puesto que muy luego se granjeó el afecto de todos sus camaradas. Avido de instruirse, dedicábase con igual y constante aplicación a aprender cuanto allí se enseñaba, así a hacer escarpines de pleita y el punto de media, como a tocar el piano y el fagot. En aquella época, ya los ciegos se habían captado las simpatías de los artistas: profesores del Conservatorio y maestros de reconocida fama se complacían en ir a dar lecciones gratuitamente a los alumnos más aventajados, entre los cuales figuraba Luis Braille.
Ya lo hemos dicho; en la escuela de la calle de San Víctor, a pesar de la falta material de lo necesario y de las dificultades de todo género con que a cada paso se tropezaba, trabajaban todos con ardor, incitados por un vivo deseo de poder llegar a hacer algo de provecho, siendo así útiles a sí mismos y aun a la sociedad. Los alumnos aprendían de memoria las piezas compás por compás: para ello el maestro las tocaba con las manos puestas sobre las de su discípulo, y el pobre niño tenía que retenerlas en su imaginación.
III.- BRAILLE PROFESOR.
En 1828, Braille fue nombrado repetidor; mas ¡ay! no era éste un empleo brillante ni tampoco bien retribuido, pues la escuela era pobre y, preciso es decirlo, Pignier, Director en aquel entonces, no se decidía a confiar las clases exclusivamente a ciegos, porque quizás temía no las desempeñasen con acierto, ya que no se había hecho aún ninguna prueba.
Los repetidores o pasantes eran, pues, alumnos mayores a quienes se castigaba si se ofrecía ocasión; no podían salir de la escuela sin permiso ni recibir carta alguna sin pasar antes por la censura de los encargados de dicho centro. Sus asignaciones eran muy exiguas, pues no percibían más sueldo que de 5 a 10 francos mensuales; sin embargo, esto no obstaba para que desempeñasen su oficio con admirable abnegación.
Muy pronto se reconoció en el joven Braille su aptitud para la enseñanza, por lo que a la edad de 14 años se le encargó enseñar a sus condiscípulos a hacer escarpines, a los 16 años ya daba lecciones de piano, y un año después enseñaba Gramática y Geografía. Tenía además a su cargo algunos cursos de Historia y de Matemáticas, y varias lecciones de violín y violoncelo. La enseñanza de tantas materias, por elemental que fuese, requería que Braille tuviera, cuando menos, algún conocimiento de todas ellas, lo cual le era tanto más difícil de adquirir cuanto que se carecía de obras didácticas. Por otra parte, en aquella época la impresión de libros en relieve ofrecía dificultades, así que las obras de texto que existían impresas en esta forma eran pocas y muy sucintas; sin embargo, los profesores estaban suficientemente ilustrados, gracias a las lecciones que recibían de maestros videntes, lo que les permitía estudiar algunos cursos en el Colegio de Francia. Poseía el joven
Braille una memoria y una inteligencia privilegiadas, dotes que son de grandísima utilidad en el profesorado. Solía decir: "Nuestros procedimientos para la impresión en relieve ocupan mucho espacio en el papel: es preciso, pues, encerrar el pensamiento en el menor número posible de palabras". De aquí procedía que el joven maestro se habituara a expresarse con concisión tanto por escrito como verbalmente. Veamos lo que a propósito de esto se ha escrito de él: "La rectitud de espíritu, así como la claridad de ideas que se había observado en Braille cuando discípulo, veíanse brillar con más esplendor cuando maestro, desarrolladas por la edad y por su carácter reflexivo: sus explicaciones estaban saturadas de sencillez, claridad y precisión; se limitaba a decir cuanto era necesario o conveniente; a menudo volvía a hacer un breve resumen de lo últimamente explicado, con el doble objeto de que quedase más grabado en la mente de sus discípulos y de enlazarlo con la explicación
siguiente. Era sumamente afable para con sus alumnos, los castigaba raras veces, sin embargo, a esta afabilidad unía cierta firmeza de carácter, por lo que se hacía amar y respetar al mismo tiempo".
Braille escribió diversos tratados de Historia y de Aritmética; merece especial mención un "pequeño compendio" de Aritmética para uso de los principiantes.
M. Guenard, quien con frecuencia le servía a Braille de lazarillo y que por este motivo le trataba mucho y conocía muy a fondo, escribió de él: "En la Real Institución, Luis Braille era una personalidad que, por su natural bondad y amable trato, se granjeaba la estimación de todos: no se diferenciaba en nada de sus colegas, quienes en 1850 constituían un grupo verdaderamente selecto y digno de todo elogio. La diversidad de caracteres y de aptitudes no obstaba para que reinase entre ellos la más cordial y franca amistad. El mismo espíritu animaba a todos, cuyo único anhelo era ver engrandecida aquella Institución casi naciente; e impulsados por un ardiente deseo de llegar en breve a la meta de su ideal trabajaban con gran celo por conseguirlo, y así cada uno de ellos consagrábase enteramente a desempeñar su misión profesional lo mejor posible, sin que el temor de ver un día frustradas sus esperanzas asaltara su imaginación.
Luis Braille tenía a la sazón la salud muy quebrantada a causa de la tuberculosis, había enflaquecido mucho, y en su demacrado semblante se reflejaba una dulce melancolía. Aunque hablaba muy poco, gustaba de informarse minuciosamente de cuanto con la Real Institución se relacionaba. Era muy correcto en sus modales y cuidaba con esmero de su aseo personal. Estaba dotado de clarísimo entendimiento, y como católico ferviente que era, cumplía fielmente con los preceptos así divinos como eclesiásticos. Escuchaba con benévola atención la opinión de los demás, siendo siempre el último en exponer la propia, lo que hacía con gran prudencia y brevedad".
Un caballero llamado M. Pedro Villey, doctor en Letras, en una conferencia celebrada en honor de Braille en 1909 con motivo del primer centenario de su nacimiento, dijo así: "Poseía Braille notable penetración, era muy reflexivo y juzgaba muy rectamente, de donde procedía que fuesen muy solicitados sus consejos". Su bondad le comunicaba la energía necesaria para llevar a cabo la empresa acometida, y gracias a su concentración de espíritu pudo encontrar manera de resolver el complicado problema que se había propuesto". Una parte de su reducida renta la destinaba a cubrir los gastos que sus investigaciones le ocasionaban, y otra a proporcionar subsidios a los desgraciados. No perdía ocasión de dar un buen consejo, el cual era siempre muy bien recibido: era todavía muy joven, cuando sus camaradas ya le apellidaban "el censor". Tan luego como la edad y la experiencia hubieron confirmado y dado a conocer sus excelentes cualidades naturales, veíase con frecuencia obligado a dar su
parecer a aquéllos que, en asuntos muy delicados y de difícil solución, le consultaban; y a quienes algunas veces decía lentamente y con su voz casi extinguida: "mañana os responderé". Si en sus conversaciones y en sus cartas se mostraba algo melancólico, era debido a la maligna enfermedad que iba minando su salud; sin embargo, tomaba parte en las buenas conversaciones familiares y en las partidas de naipes entre sus colegas. Al ponerse a jugar solía decir con mucha gracia: "Las casas de juego son casas de perdición", y añadía: "En esos antros hay una puerta de entrada y dos de salida: la de entrada es la -esperanza-, la - infamia- y la -muerte- las de salida".
El ajedrez era su juego predilecto. Un artista en pintura a quien conoció en Auvergne, se complacía en acompañarle en dicho juego.
En 1943 fue transferida la Real Institución de los Jóvenes Ciegos al boulevard de los Inválidos. Llegado el momento de tener que abandonar la pobre casa de la calle de San Víctor, tanto maestros como discípulos sintieron oprimírseles el corazón de pena, a pesar de que estaban bien informados de las muchas y grandes ventajas que sobre ella tenía el soberbio edificio que iban a ocupar. Decían apesadumbrados: "¡Qué importa que sea vieja y pobre!, la casa donde tranquila y alegremente hemos pasado nuestra juventud, en la que nos hemos formado las más halagüeñas ilusiones respecto a nuestro porvenir y en donde hemos sentido los primeros y más puros afectos, constituirá para nosotros un grato y encantador recuerdo que permanecerá grabado en nuestra mente para siempre jamás". El Profesor de música Gauthier, que era ciego, compuso una pieza de conjunto que intituló "Adiós a la casa vieja", y que la banda de la Real Institución ejecutó en cada una de las habitaciones de aquella casa
antes de abandonarla. Cuando los alumnos, antes de efectuar el traslado, fueron al nuevo edificio, recorrieron melancólicamente sus amplios salones y aquellos corredores que les parecían verdaderas calles, siendo de admirar el tino con que hicieron dicho recorrido, a pesar de que ellos creían que jamás llegarían a orientarse. Ya instalados, era tal su afición a la antigua escuela, que al principio sintieron añoranza por aquellas reducidas clases y hasta por los miserables rincones donde estudiaban el violín o la flauta; mas normalizada nuevamente la vida escolar, pronto reconocieron cuán ventajoso les había sido el traslado a aquel magnífico edificio cuyo buen confort nada dejaba que desear. En muy pocos días consiguieron hacerse perfectamente cargo del plano de la casa en cuyos jardines pasaban las horas de recreo, disfrutando de la agradable sombra de los árboles donde multitud de cantoras avecillas les deleitaban el oído con sus gorjeos y graciosos trinos, así que no
tardaron en aficionarse a la nueva escuela que sigue siendo muy querida de cuantos en ella se educan e instruyen.
IV.- ULTIMOS AÑOS DE BRAILLE.
La tuberculosis iba acabando paulatinamente con la amable existencia de nuestro querido Luis Braille. Cuando se sentía agotado de fuerzas, pedía permiso para tomar algunos días de descanso o para viajar, a fin de reanimarse algún tanto; y aunque prefería la enseñanza literaria, tuvo que resignarse a dar lecciones de piano para no perjudicarse tanto el pecho.
Era muy buen músico: su amigo Gauthier le había iniciado en la armonía y en el órgano. Fue organista sucesivamente de San Nicolás del Jilguero y de San Nicolás de los Campos; mas renunció a este empleo en favor de un amigo suyo muy desgraciado. Ultimamente lo fue también de la capilla de los Lazaristas situada en la calle de Sèvres: en esta capilla, como en San Esteban del Monte, el cargo de organista había sido siempre desempeñado por un ciego. Por fin llegaron para Braille los últimos días de su vida, durante los cuales dio pruebas las más evidentes de su sólida piedad y arraigadas creencias religiosas, siendo la edificación de todos. Pues si bien es verdad que en su juventud vaciló su fe por algún tiempo, su claro entendimiento y sano criterio pronto le hicieron comprender que la Religión Católica Apostólica Romana es la única verdadera: mucho contribuyeron también a convencerle las atinadas reflexiones que Pignier le hizo sobre esta materia. El día siguiente al que
recibió los últimos sacramentos, dijo a un amigo suyo: "El día de ayer fue para mí uno de los más grandes y felices de mi vida. Cuando uno llega a estos momentos solemnes comprende todo el poder, toda la majestad de nuestra sacrosanta religión".
Si alguien procuraba darle algún rayo de esperanza, respondía: "Ya sabéis que yo no me pago de esa moneda; es necesario, pues, que no disimuléis conmigo".
Falleció el 6 de enero de 1852. "Semejante a una catástrofe, nos dijo un amable superviviente suyo, a quien tuvimos el gusto de ver, la muerte de Braille causó una general consternación, y todos los asistentes a sus funerales lloraban. Este sentimiento unánime, nacido del profundo afecto que le tenían, ha dejado en mí tan viva impresión que jamás se borrará de mi mente. Sus amigos decidieron erigirle un busto, y con este objeto abrieron una suscripción, lo que les permitió ver muy pronto realizado su laudable deseo".
Entre las numerosas y conmovedoras disposiciones que contiene su testamento, se lee la siguiente: "Para misas y un recuerdo para la iglesia de mi pueblo: 60 francos".
En su tiempo él fue el primero que tuvo la buena idea de hacer transcribir libros para ciegos necesitados, y abonaba gran parte del importe de estas copias.
Como ya hemos visto, la caridad de Braille para con sus compañeros de infortunio no tenía límites, por lo que le inducía a practicar actos de generosidad y de verdadera abnegación en favor de estos desgraciados. He aquí un hecho emocionante que nos ha referido una sobrina suya: "Recién fallecido mi querido tío, encontróse entre sus objetos un cofrecito en cuya parte superior se leían estas palabras: "Para quemar sin abrir"; mas no pudiendo ponerse de acuerdo los herederos y creyendo hallar dentro de aquel cofre algún documento que solucionase las dificultades que se lo impedían, se decidieron a violar el secreto del difunto. Grande fue su asombro cuando, lejos de hallar lo que con tanto afán buscaban, encontraron allí multitud de pagarés en los que figuraban las cantidades de dinero que él había prestado. Los herederos respetaron entonces la última voluntad del finado, arrojando a las llamas el cofrecito con su contenido". Los restos de Braille fueron conducidos a Coupvray:
descanse en paz.
V.- BRAILLE INVENTOR.
"Tenía Luis Braille gran predilección por las ciencias exactas, las cuales absorbían casi de continuo su privilegiado entendimiento": son palabras de uno de sus discípulos.
En 1825, siendo todavía alumno, concibió el plan de inventar un sistema de escritura en puntos de relieve.
Haüy había ideado la manera de grabar en relieve sobre papel recio caracteres romanos bastante grandes a fin que pudieran ser más fácilmente apreciados por el tacto: poco después se redujo y varió algo la forma de los mismos, pero siempre conservando el tipo romano. Los ciegos los leían con facilidad, pero encontraban gran dificultad en escribirlos, viéndose por ello precisados a escribir los deberes relativos a la enseñanza por medio de caracteres movibles; razón por la que estos deberes no podían menos de ser sumamente rudimentarios.
A este punto se había llegado cuando hacia el año 1819, un oficial de artillería llamado Carlos Barbier, hombre ingenioso, tuvo la feliz idea de formar por medio de puntos marcados en papel fuerte con un punzón embotado, 36 signos que representaban los principales sonidos de la lengua francesa.
Barbier llamaba a su sistema "escritura nocturna", y lo dedicó a los ciegos y también a los videntes llegados a la edad madura sin saber escribir. Era una sonografía de bastante utilidad, pero deficiente para aquellos ciegos que desean adquirir una vasta instrucción. Braille vislumbró en la "escritura nocturna" una idea fecunda; tal fue la de formar el punto, y no la línea, como base de los caracteres tangibles, pues si es cierto que la vista distingue perfectamente las líneas, no lo es menos que resultan confusas para el tacto cuando con ellas se dibujan pequeños contornos en relieve. No sucede lo propio con el punto aun cuando sea muy fino, o esté algo aplastado o junto a otros, pues siempre es fácilmente apreciado por el dedo. Encontrada ya la base del sistema, restaba dar con la manera más conveniente de emplear estos puntos y tomar los suficientes para proveer, por medio de combinaciones distintas, a todas las exigencias de la ortografía francesa. Mas era necesario
emplear el menor número posible de puntos para que los signos, no siendo demasiado grandes, pudieran ser rápidamente apreciados por el dedo: he aquí por qué Braille se limitó a tomar como máximum 6 puntos con los que se pueden hacer 63 combinaciones, por medio de las cuales se representan todos los signos alfabéticos, a saber: letras simples, letras acentuadas, signos de puntuación; y también guarismos, signos algebraicos, contracciones estenográficas y signos musicográficos.
Al mismo tiempo, el joven inventor ideaba un aparato, verdadera obra maestra de sencillez práctica, con el que pueden escribirse en puntos por medio de un punzón los 63 signos mencionados, lo que se hace con una seguridad y rapidez que no es posible lograr en los demás sistemas.
Braille trabajó mucho tiempo en su invención. En el silencio de la noche, mientras sus camaradas dormían, él hacía y deshacía sus combinaciones; sobre todo en tiempo de vacaciones consagraba a ello largas horas. "Con frecuencia a mi regreso de paseo, refería él mismo, sentábame en un otero; y allí, papel y regleta en mano, me ocupaba en hacer mis combinaciones con los puntos". Algunos labriegos al verle tan embebecido, perforando un papel, no podían menos de manifestarle su extrañeza, dirigiéndole esta pregunta: "Y bien, ¿qué haces ahí con tantos picoteos?" ¡Ah!, ¡lo que allí hacía era una obra de ingenio! Tan luego como hubo encontrado el medio de formar los 63 signos de que está compuesto su método, presentó esta admirable obra a M. Barbier, y hacía constar a todos siempre que se le ofrecía ocasión, que si bien era cierto que su procedimiento tenía ventajas sobre el de M. Barbier, reconocía el honor de éste que a él le debía la idea fundamental de su invención. Barbier
acogió favorablemente este nuevo sistema, y escribió al inventor en estos términos: "He leído con sumo interés el método de escritura que habéis compuesto para uso de las personas privadas del sentido de la vista; y no encuentro palabras con que elogiar debidamente los sentimientos de afecto que os impelen a ser útiles a vuestros compañeros de infortunio. Con gusto me hubiera servido de vuestro procedimiento para daros las gracias si contase con el tiempo necesario para adquirir la práctica del mismo. Es hermoso que a vuestra edad deis principio a una empresa que tantos bienes ha de reportar a dichos desgraciados, y es de esperar que el éxito coronará la obra".
Sin ostentación ni pretensiones ofreció Braille su método a sus alumnos, quienes se admiraban de la facilidad con que retenían en la memoria aquellos nuevos signos; y cuando le oyó leer a un niño, casi corrientemente una página de escritura puntuada, sintió como una revelación de que su invento había de obrar una transformación completa en la vida del ciego. Muy luego todos los profesores y muchos alumnos supieron leer y escribir, pero los maestros videntes no se mostraban tan solícitos por aprender el nuevo sistema. He aquí lo que un ciego de aquel tiempo nos refiere: "Teníamos que aprender a escondidas el método de escritura de Mr. Braille, porque los inspectores desconfiaban de la utilidad de aquella innovación". No procuraban, pues, conocer el procedimiento, ya fuera por indolencia, ya por no creerlo de utilidad práctica. Algunos se esforzaban en justificar su oposición, alegando que este sistema aislaba a los ciegos de los videntes, ya que no había relación alguna entre
estos signos y los caracteres vulgares. Sabido es que hay gentes tan insubstanciales que deploran no adopten los ciegos un sistema de escritura inteligible a todos; mas estos tales buscan la comodidad del vidente, no la del ciego, el cual, por diestro que sea, no puede llegar nunca a trazar con rapidez la escritura lineal ni leerla sin dificultad.
Cuando Braille dio a la imprenta la exposición o clave de su método, que fue en 1840, debió de sentirse sumamente satisfecho, viendo el entusiasmo con que tanto profesores como alumnos celebraron aquel feliz acontecimiento. Se dedicaron todos con ardor a la práctica de la escritura puntuada, y muy en breve, mayores y pequeños leían cuanto se les presentaba y transcribían con frenesí voluminosos libros en relieve; mas a pesar de tanto entusiasmo, por falta de buena administración, hasta el año 1852 no pudo adoptarse definitivamente el nuevo sistema, quedando abolido desde esta fecha todo otro método.
En Bélgica se adoptó dicho sistema en 1865, en Inglaterra hacia 1869 y en Alemania en 1879.
Hoy el sistema Braille es conocido en todo el mundo.
Si la enseñanza literaria sufrió una gran transformación desde el día en que los ciegos pudieron escribir en clase, y hacer dictados y redacciones, resolver problemas y tomar apuntes etc., la musical tomó aún mayor incremento, pues así que los alumnos aprendieron la musicografía Braille, se dio un paso enorme en esta enseñanza, que poco a poco vino a constituir el elemento principal de la instrucción profesional para la mayoría de los ciegos.
Comprendiendo Braille que su sistema convencional resultaba ininteligible para los que no tuviesen la clave, y que por esta causa se hacía imposible la correspondencia epistolar con los videntes no iniciados en dicho sistema, ideó una escritura vulgar de fácil ejecución, en la que las letras mayúsculas y minúsculas, los signos de puntuación y los guarismos se forman por medio de una serie de puntos, no arbitrariamente dispuestos, sino con sujeción a un orden constante y muy bien calculado, y por lo tanto está determinada la relación que ha de guardar el cuerpo de las letras así rectoaltas como rectobajas con los trazos superiores o inferiores de las mismas. Un antiguo alumno de la Real Institución, compañero de Braille, inventó para dicha escritura un aparato que denominó "rafígrafo Braille-Foucault", del que los ciegos hicieron uso por espacio de unos 30 años; después se les enseñó a escribir los caracteres vulgares, primero con un estilo sobre un cartón recubierto de
paño, y después por medio del lápiz en los rectángulos de la tableta Braille. Además Ballu, discípulo de Braille a quien los ciegos deben tantas invenciones y perfeccionamientos, insistiendo en la idea del "rafígrafo", consiguió hacerla más práctica disminuyendo las dimensiones de los caracteres e inventando un aparato sencillísimo y de fácil manejo, en el que se escribe con un punzón más fino que el que se usa para la escritura en Braille y sobre papel bastante recio. Millares de estos aparatos, "regletas de 5 puntos" se han vendido y todavía se venden en Francia y en otras naciones.
VI.- RESULTADOS DEL SISTEMA BRAILLE.
Cuán copiosos frutos ha dado la invención de Braille, jamás lo hubo él sospechado; causan grande admiración y despiertan en nosotros profundo agradecimiento.
Gracias al sistema Braille, pueden los ciegos instruirse tanto como los videntes, obtener el título de maestro elemental y superior y aun el grado de bachiller. Todos los años toman parte algunos ciegos en los concursos del Conservatorio de París, y varios profesores han alcanzado éxito brillante en los exámenes de canto verificados en las escuelas elemental y superior del Estado, donde se les obliga a repentizar y a hacer dictados musicales, ejercicios que exigen gran práctica en el sistema Braille. No sólo deben los ciegos a Braille el poderse ganar la vida decorosamente por medio de la música, sino también el permitirles realizar otros estudios. En efecto, debido al sistema Braille, hay ciegos muy ilustrados, y hasta escritores y poetas que han merecido el honor de que sus obras fueran premiadas por la Academia Francesa. Uno de ellos, llamado Pedro Villey, para desarrollar su tesis sobre Montaigne, se sirvió de gran número de fichas escritas en Braille e ingeniosamente
dispuestas. Además de una extensa lista de voces y locuciones abreviadas que nos permite aumentar en una tercera parte el número de nuestros volúmenes, tenemos nuestra estenografía inventada por Ballu, por medio de la cual tomamos notas casi con tanta rapidez como los videntes. También se debe a Ballu el ingenioso procedimiento para imprimir interpuntos. La Asociación Valentín Haüy, fundada en 1889 por un ciego llamado Mauricio de la Sizeranne, es uno de los centros que más contribuyen a la difusión del sistema Braille por medio de sus bibliotecas y sus máquinas de imprimir en dicho sistema. Muchos de los oficios son allí desempeñados por ciegos, quienes con asombrosa destreza manejan un gran número de fichas en Braille, pudiendo así proporcionar a sus compañeros de desgracia periódicos, manuales profesionales etc..
VII.- EL CENTENARIO DE BRAILLE.
En 1909, centenares de ciegos de todas las naciones acudían a la Institución Nacional de París con motivo de la celebración del primer centenario del nacimiento de Braille: profesores de música, organistas, afinadores; todos deseaban tomar parte en las grandes fiestas organizadas en honor de aquél de quien el buen Dios se valió para que llevase a término la hermosa obra de rehabilitación comenzada por Haüy, logrando así no sólo mitigar la amarga pena que la ceguera causa al que la padece, sino demostrar que el ciego, gracias a los medios que para su instrucción se han inventado, es útil a sí mismo y a la sociedad, pudiendo adquirir en muchas materias una instrucción tan completa como los videntes. A pesar de esto, es muy de lamentar que así los franceses como los españoles, etc., etc., se contenten con hacer limosnas a los ciegos o dirigirles palabras de conmiseración, pues sería muchísimo más conveniente confiasen exclusivamente a ellos los empleos que puedan desempeñar:
los que tal hicieran coadyuvarían eficazmente a la obra meritísima de Braille y merecerían las bendiciones del cielo.
Terminaremos esta obrita con los inspirados versos que dedicó a Luis Braille la distinguida poetisa M.me. Galeron de Calonne, grande entusiasta de Braille y de su obra. Esta señora era ciega y casi completamente sorda.
A LUIS BRAILLE.
Como en oscura noche los ciegos se encontraban,
en noche sin estrellas ni auroras en sus cielos;
pero de pronto surge el bien porque ansiaban
y ya de la ceguera no queda más que un velo.
¡Oh Luis Braille!, tu invento de puntos misteriosos
son puntos que tu ingenio milagros realizó;
son puntos salvadores que suplen nuestros ojos,
y ponen a nuestra alma con todo en relación.
Por ellos ver podemos lo que antes se perdía
en ese mar sin fondo de niebla..., oscuridad...
Mas ya al tocar leemos en toda esta armonía
con sensación espléndida de la realidad.
No vivimos ya a medias, sino completamente,
y la nostalgia triste llegamos a olvidar;
ya nunca estamos solos, con voz inteligente
tiernas palabras mágicas nos viene el libro a hablar.
¡Oh dicha sin medida poder expansionarse
y en dulces confidencias las penas exponer!
¡Ya no tener obstáculos para ir siempre adelante!,
¡Leer y escribir solos!... ¡Independientes ser!...
Trabaja, pues, ya el ciego que piensa, canta y ama,
que al fin sabe que es libre gracias a su punzón,
y eres tú quien encuentra la llave que él reclama,
tú, que eres prisionero de idéntica prisión.
¡Que todos te bendigan cual hoy yo te bendigo!;
mi vida sólo fuera cáliz de amargas hieles
sin libros que me endulcen y hagan mis horas breves,
sin ese punzón mágico que es mi mejor amigo.
Cuando vibrante el alma se eleve hacia la altura,
en el silencio eterno de eterna noche oscura...
¡que todos te bendigan cual hoy yo te bendigo!
A. M. D. G.
Fin
Transcripción: C. A. V.