En la escena final del segundo acto de su Concierto de San Ovidio, Buero Vallejo alude a un hecho histórico singular y rinde homenaje a un gran hombre que entregó su vida y su esfuerzo a una nobilísima causa, la educación de los ciegos, en una época en que la idea misma, no ya la pretensión, debía parecer, además de insensata, revolucionaria. Y también nosotros, sabuesos de las trazas que la historia va dejando en el teatro, deseamos rendir un homenaje al valor y al tesón de este ilustrado que, unidos al coraje y a la visión de futuro de otros muchos hombres de su tiempo, hicieron de Europa y de su siglo un espacio nuevo en el que otras muchas nuevas ideas iban a tener cabida, desde Cádiz hasta Moscú. Su nombre, Valentín Haüy.
El autor de nuestro drama histórico ûnos referimos a Buero Vallejo- decide escribirlo a raíz del choque emocional que sufre cuando contempla un grabado de la época que reproduce un espectáculo bochornoso, acaecido en París, en septiembre de 1771, en una barraca de la feria que, con motivo de la festividad de San Ovidio, se había instalado aquel año en los suburbios de la ciudad, en la plaza Luis XV, hoy plaza de la Concordia, destinada a ser escenario de tantas y tan grandes torpezas. El grabado representa, en primer plano, a un público burgués y ricamente ataviado, en actitud de divertirse, cuando asisten al concierto bufo de un grupo de diez ciegos, ridículamente disfrazados de payasos, que simulan leer, con unos anteojos opacos, unas partituras que no pueden ver, a la luz de unas palmatorias que de nada les sirven. Para mayor regocijo e hilaridad de los asistentes, uno de los ciegos, con barba y largas orejas de burro, aparece sentado sobre un enorme pavo real, el trono de la necedad.
Y, tal como muestra el grabado, debió desarrollarse día tras día el espectáculo bochornoso de la orquestina bufa de los ciegos del Hospicio de los Quince Veintes, fundado cinco siglos atrás por San Luis de Francia para dar cobijo a los invidentes que mendigaban en la ciudad. Y tuvieron cobijo, pero jamás dejaron de mendigar. A una de estas representaciones asistió Valentín Haüy, según él mismo dejó escrito : Pronto hará treinta años que un ultraje a la humanidad, públicamente cometido en la persona de los ciegos de los Quince Veintes, y repetido cada día durante cerca de dos meses, provocaba las risotadas de aquellos que, sin duda, nunca han sentido las dulces emociones de la sensibilidad. En septiembre de 1771, un café de la feria de San Ovidio presentó algunos ciegos, elegidos de entre aquellos que sólo disponían del triste y humillante recurso de mendigar su pan por la calle con la ayuda de algún instrumento musicalà No es probable que el joven de veintiséis años que bullía en él, a pesar de la enérgica resolución que después demostraría, reaccionase de la forma casi violenta con que Buero lo presenta en la escena final del segundo acto; pero, sin duda, en un espíritu refinado y sensible como el suyo, el acontecimiento presenciado debió de producir un malestar tal y una tan fuerte sacudida emocional que marcó definitivamente su destino: consagrar su vida a la educación de los invidentes y a su integración en la sociedad con el estatus pleno de ciudadano, devolverles su dignidad y dejar así atrás siglos de desconsideración y de olvido. Sí, me dije, embargado de noble entusiasmo: convertiré en verdad esta ridícula farsa. Yo haré leer a los ciegos; pondré en sus manos libros que ellos mismos hayan imprimido. Trazarán los signos y leerán su propia escritura. Finalmente, les haré ejecutar conciertos armoniosos.(1)
Nuestro héroe, él mismo en la cuerda floja de los siglos y de los regímenes, conocido como el Premier instituteur des aveugles y con el apelativo cariñoso de "hermano y apóstol de los ciegos", había visto por vez primera la luz el 13 de noviembre de 1745 en Saint-Just-en-Chaussée, una pequeña ciudad del sur de la región de Picardía, en el seno de una acomodada familia de tejedores, bendecida ya con el nacimiento de otro hijo, cuya inteligencia precoz e innatas aptitudes para el estudio le auguraban una brillante carrera, e iban a reclamar muy pronto el traslado de toda la familia a París. Este hecho se produciría cuando Valentín contaba sólo seis años, en 1751. René-Just Haüy, el hermano mayor, quien, a diferencia de Valentín, continuaría sus estudios religiosos y llegaría a ser sacerdote, estaba destinado a ser un sabio y a ocupar ilustres cargos: inventor de la cristalografía, miembro de la Academia de las Ciencias, de la Comisión de Pesos y Medidas y sucesor de Dolomieux en la cátedra de Mineralogía del Museo de Historia Natural.
Los gustos de Valentín lo llevarían hacia otros derroteros: estudios clásicos en la Universidad de París, donde aprendió no sólo el latín y el griego, sino también el hebreo y una decena más de lenguas en uso. Su pasión por los diferentes modos de expresión lo empujó también a realizar estudios de paleografía y a convertirse en un especialista en la interpretación de manuscritos antiguos, mensajes criptográficos y todo tipo de grafías secretas. Así, lo encontramos desde muy joven ganándose holgadamente la vida como traductor de documentos oficiales o privados, mercantiles o jurídicos, notariales o policiales. Pronto trabajó como intérprete para el Ministerio de Asuntos Exteriores y, en 1786, fue nombrado Intérprete del Rey, del Almirantazgo y del Municipio de París. Fue miembro, desde su creación por el rey, del Bureau d'Écritures, donde ejercitaba su talento como traductor y paleógrafo.
Hombre de su tiempo, en una Francia asolada por el hambre, no escapa a la corriente de interés filosófico y humanitario por los enfermos, que recorre los ambientes ilustrados de Europa, lo que, unido a su propio interés por los modos de comunicar, lo hacen fijarse en un principio en los sordomudos y en los trabajos de l'Abbé de l'Epée. Pero es el espectáculo que presencia en la feria de San Ovidio lo que lo lleva a centrar finalmente su atención en los ciegos.
Ya se había publicado la Lettre sur les aveugles de Diderot y, sin duda, Haüy la tenía muy leída cuando en la primavera de 1784 conoce a dos personas trascendentes para sus propósitos. Por un lado, a María Teresa von Paradis (1759-1825), hija de un Secretario y Consejero de la Corte del Emperador de Austria, una joven de extraordinario talento y especialmente dotada para la música y el canto, a pesar de haber quedado ciega desde muy tierna edad. Esta mujer, que recibió una esmeradísima educación musical al lado de Kozeluh, Richter y Salieri, llegó a componer música para piano y más de una treintena de piezas para clave (2), una O de funèbre pour la mort de Louis XVI, diversas arias y otras muchas obras, incluida una ópera, Rinaldo und Alcina, que fue representada en Praga, en 1797. El propio Mozart compuso para ella un Concierto para piano (KV 456). Teresa von Paradis realizó una gira por Europa (que incluía Alemania, Inglaterra, Bélgica y Francia) y maravilló a todo París con su soltura y la variedad de sus conocimientos. Se trata del personaje al que se hace alusión en múltiples ocasiones en la obra de Buero Vallejo, bajo el nombre de Melania de Salignac. Valentin Haüy, después de una entrevista que mantuvo con la cantante durante su estancia en París, en la que ella misma le dice que para compensar su ceguera había siempre intentado desarrollar al máximo sus otros sentidos, en especial el oído y el tacto, es consciente, a partir de entonces, de que el único problema de los ciegos lo constituye el cómo hacerles accesible la lectura, puesto que dominan el uso de la lengua materna y pueden adquirir otros muchos conocimientos y destrezas artísticas (en la época, la actitud más extendida ante la ceguera es absolutamente fatalista: se entiende como una desgracia que limita de forma absoluta las posibilidades de progresar del hombre y que lo condena sin remedio a la mendicidad. "Vos no sabéis lo torpes que son esos pobrecillos" sólo sirven para rezar", dice la Priora de la obra de Buero; Valindin, otro de los personajes, exclama: "¡Malditos ciegos!... Lisiados que no merecéis vivir").
Poco después, Valentin Haüy conoce a François Lesueur, un mendigo de apenas 16 años que pide limosna en el pórtico de la iglesia de Saint-Germain-des-Prés.
Después de entregarle Valentin Haüy una moneda, el joven lo llama para advertirle de que probablemente se ha equivocado al dársela, confundiendo con un céntimo lo que, en realidad, era un escudo. Y, a la par emocionado y maravillado por la fineza de tacto del joven mendigo, Valentin Haüy no deja de dar vueltas a una misma idea: si un ciego puede distinguir los objetos por el tacto, ¿por qué no va a poder distinguir una "a" de una "f", o bien un "do" de un "si", si tales caracteres se hacen palpables? A partir de ese momento toma a su cargo la educación de Lesueur.
Y, siendo en él una idea fija la de hacer leer y tocar música a los ciegos, ideó y encargó la realización de unos caracteres de letras romanas comunes, pero de gran tamaño (dado que los que usaban los tipógrafos, por ser demasiado pequeños, no dejaban en el papel una marca que fuera reconocible al tacto), con los que imprimió en hojas de un papel acartonado, que convenía a su propósito. Pero no acababa aquí la utilidad de estos caracteres: también los usaban los ciegos para formar frases o realizar operaciones aritméticas. Este invento, producto y triunfo de su genio, vino a resolver definitivamente el principal escollo con el que siempre había tropezado la educación de los ciegos. Así fue como Lesueur aprendió a leer, a escribir con corrección y a realizar las cuatro operaciones básicas del cálculo matemático. Tan rápidamente progresó el muchacho que, en septiembre del mismo año 1784, Haüy hizo una demostración en el Bureau Académique des Écritures y publicó sus éxitos en el Journal de Paris, por los que recibió toda clase de felicitaciones y reconocimientos de parte de la Academia de las Ciencias, que, a partir de entonces, lo apoyaría económicamente, gracias en parte a la ayuda de su hermano René-Just, quien, a la sazón, era miembro de esa prestigiosa institución.
En 1785, Valentin Haüy es nombrado miembro de la Sociedad Filantrópica de París, que dos años antes había abierto un taller de hilado en donde aprendía el oficio una docena de jóvenes ciegos que la Sociedad tenía a su cargo. A partir de ese momento, a Valentin le es confiada la instrucción de estos invidentes.
El año siguiente cuenta ya con 125 alumnos: nace en ese momento la Institución de los Jóvenes Ciegos, en la calle Coquillière de París, el primer colegio especializado en invidentes y abierto a todo el mundo, sin distinción de sexo o de extracción social. Fue tal su éxito y tan rápidamente conocido, que en unos meses debió trasladarse a unos nuevos locales, más grandes, con el fin de acoger a más alumnos, ahora en la calle Notre-Dame de Victoires. El primer paso había sido dado, y toda Europa iba a seguir el ejemplo.
Investigador insaciable y soñador irredimible, Haüy hizo construir una prensa adaptada a la edición en relieve, a la que añadió un dispositivo especial que permitía pintar de negro el realce de las letras, de modo que el libro sirviese tanto a personas ciegas como a no ciegas, pues ya imaginaba a sus alumnos como profesores de niños videntes, utilizando ambos los mismos libros impresos por los propios ciegos. No contaba con el hecho de que los caracteres tradicionales, que fácilmente son reconocibles por la vista, no lo son tanto cuando se utilizan los dedos y no los ojos; y, a pesar de haber inventado un sistema complejo de abreviaturas, el ritmo de la lectura resultaba lento. Por ello, años más tarde, un alumno de la propia Institución de los Jóvenes Ciegos tomaría el relevo e inventaría su Procédé pour écrire les paroles, la musique, et la plein-chant, à l'usage des veugles, publicado en 1829. Su autor era Louis Braille, nacido el 4 de enero de 1809, en Coupvray, en Seine-et-Marne (moriría el 6 de enero de 1852), ciego desde los tres años. Ideó un sistema de representación de los caracteres alfabéticos y de los signos musicales que vino a solventar los inconvenientes que presentaba el sistema de Haüy y que, mejorado en muchos aspectos desde entonces, sigue siendo el fundamento de todos los métodos aplicados hoy en la educación de invidentes. Su nombre quedaría para siempre ligado ya a un invento que reportaría enormes beneficios a la humanidad.
Los primeros años en Notre-Dame des Victoires fueron de frenética actividad : Valentin Haüy se encargó de que la educación de sus pupilos fuese no sólo académica, sino también profesional, enseñándoles oficios y trabajos de diversa índole : Les enseñaba el torno y la construcción de asientos para sillas, la cestería, la cordelería, etc. En su escuela se daban al mismo tiempo las nociones generales que todo hombre debe poseer y se enseñaba también un poco de música(3). La música, al principio sólo mero entretenimiento, pronto ocupó un lugar importante en la educación de los ciegos, además de un modo apropiado de atraer la atención del gran público sobre ellos, ya que ofrecían demostraciones en el transcurso de las cuales realizaban lecturas y operaciones matemáticas, componían frases, tocaban instrumentos musicales y cantaban a coro. En 1786, en los propios talleres de la institución, Valentín Haüy edita y publica con notable éxito su Ensayo sobre la educación de los ciegos, el primer libro de la historia publicado para invidentes. El 25 de diciembre del mismo año, veinticuatro discípulos de Haüy acuden a Versalles para hacer una demostración de sus conocimientos y habilidades en lectura y escritura, aritmética y geografía, trabajos manuales y música orquestal, ante el rey Luis XVI y toda su corte. Y, puesto que el teatro nos trajo hasta aquí, justo es recordar que también los ciegos de aquel colegio hicieron teatro: se tiene constancia de que, a instancias del propio Haüy, el escritor Fabre d'Olivet compuso una obra teatral en verso, titulada Le Sage de l'Indostan, que trataba el tema de la ceguera y que fue representada por los propios ciegos el año 1796 (4).
Pero la Revolución, que a todo afectaría, también iba a poner patas arriba el funcionamiento de la escuela. La Asamblea Constituyente nacionaliza la Institución, por decreto de 28 de septiembre de 1791, y la alberga en el convento de los Celestinos, en el barrio del Arsenal, junto con la escuela de sordomudos. Esta cohabitación, que no favorecía el plan pedagógico ni de unos ni de otros, pronto se reveló como un error. Además, el desacuerdo entre Valentín Haüy y el abad Sicard, sucesor del abad de l'Epée, conduciría a un nuevo decreto, ahora de la Convención Nacional, de separación de ambas escuelas: la de los ciegos se trasladará a la calle de los Lombardos (hoy rue Denis), en el Convento de las Hijas de Santa Catalina. Reorganizado por la ley del 10 del mes Termidor del año III, cambia de nombre (en adelante será el Instituto Nacional de los Ciegos Trabajadores), de régimen jurídico (dependerá directamente del Ministro del Interior) y de locales (volverá al Hospicio de los Quince Veintes). A partir de 1800 y hasta 1815, cada vez más se va abandonando la enseñanza académica y musical en beneficio de la profesional y de los talleres de trabajos manuales. La última década del siglo resulta ser enormemente agitada para nuestro personaje: además de sus funciones como Director de la escuela, fue Secretario del Comité Revolucionario de la Sección del Arsenal, lo que le acarreó enormes disgustos y desengaños y dos encarcelaciones durante el Régimen del Terror. En la época del Directorio, fue uno de los principales adeptos de una corriente muy a la moda, la Teofilantropía, que se definían a sí mismos como adoradores de Dios y amigos de los hombres. En 1801, bajo el Consulado, por un desencuentro con Chaptal, el Ministro del Interior de Napoleón, se ve obligado a dimitir de su cargo y a abandonar la partida, con una pensión de 2000 francos.
Poco tiempo permanece inactivo este espíritu sensible y enérgico, cuando cuenta con sólo 56 años de edad y muchas ideas en la cabeza: en febrero de 1802 funda a la vez la Escuela de las Lenguas del Norte y del Sur, institución privada dedicada a la enseñanza de idiomas, y el Museo de los Ciegos, en la calle Saint-Avoye, donde los alumnos recuperarán el modo de vida y el tipo de enseñanza que recibieron sus predecesores en Notre-Dame des Victoires. Su nueva escuela no alcanzó el éxito esperado, aunque contó con alumnos ilustres, como Alexandre Rodenbach, que participó en el movimiento independentista belga y fue el primer ciego que ha hablado desde el punto de vista de un ciego, en su Lettre sur les aveugles faisant suite à celle de Diderot. En 1806, invitado por el zar Alejandro I, Valentin Haüy deja París y se dirige a San Petersburgo. En su camino hacia Rusia, se entrevista con Federico Guillermo III de Prusia, a quien aconseja con el fin de fundar en Berlín una escuela para ciegos. Llegado a su destino, el 9 de septiembre de 1806, y tras incontables vicisitudes e inconvenientes, funda en San Petersburgo una escuela para ciegos, según el modelo de la Institución de Jóvenes Ciegos de París, que va a dirigir desde 1808 hasta 1817. Para esta fecha, Valentin Haüy, divorciado, envejecido, enfermo y, sobre todo, decepcionado por no ver satisfechas todas sus esperanzas después de una larga y ajetreada estancia en aquel país, decide volver a París ese mismo año. Pero allí, casi olvidado ya, conoce nuevas decepciones y no encuentra más apoyo que el de su hermano René-Just, gracias al cual consigue sobrevivir los años siguientes.
Sólo unos meses antes de su muerte, el 21 de agosto de 1821, otro hombre sensible, el doctor Pignier , nuevo Director de la que ahora se llama Institución Real de los Jóvenes Ciegos, le permitirá la entrada en la casa que él había fundado treinta y siete años atrás y lo rehabilitará en el curso de un acto solemne celebrado en su honor. Sería ésta la última vez que saldría del pequeño apartamento que compartía con su hermano en el Museo de los Ciegos. Su vida se extinguió para siempre el día 19 de marzo de 1822, pero la luz con la que se había atrevido a entrar en la caverna y su sueño de hacer leer y escribir y tocar los más bellos conciertos a los ciegos no se extinguirían ya nunca. Su gloria tampoco . Fue inhumado en el cementerio del Padre Lachaise, donde reposa desde entonces al lado de su hermano y de otros muchos ilustres de su tiempo.
Ese mismo año de 1822, a la edad de trece años, ingresaba Louis Braille en la Institución Real de Jóvenes Ciegos. Ya nunca más volvería la oscuridad a la caverna.
(1) Los fragmentos en cursiva pertenecen a un célebre texto de Valentin Haüy recogido por Maurice de la Sizeranne, Les aveugles par un aveugle, París, 1912,
Librairie Hachette, pp. 65-68.
(2) Women composers : Music Through the Ages,
Volumen III.
(3) Pierre Villey, El mundo de los ciegos, trad. Antonio Bertolucci, Buenos Aires, 1946.
(4) Fabre d'Olivet, Le Sage de l'Indostan, París 1894, Dorbon Librairie.
(5) Este hombre ilustre recuperó el antiguo espíritu de la escuela, prestando una especial importancia a la educación musical y, en concreto, a un instrumento muy especial, el órgano, sabedor de que, existiendo en Francia una gran cantidad de iglesias que necesitaban organistas, éste podría constituir un noble modo de vida para muchos de sus alumnos. No se equivocaba Pignier: la institución ha sido hasta nuestros días el más dinámico difusor de la música de órgano y la escuela de los más famosos organistas de los dos últimos siglos (Louis Lebel, Adolphe Marty, César Franck, Albert Mahaut, Louis Vierne, Maurize Blazy,
Gaston Litaize, André Marchalà). Es también Pignier quien, preocupado por disponer de espacios más amplios, mejor dotados y más salubres, consigue para la escuela los nuevos edificios del número 56 del Boulevard de los Inválidos, donde se instala definitivamente desde 1843.
Hoy en día, la Asociación Valentin Haüy está implantada en gran número de ciudades francesas (Niza, Lión, Marsellaà) y presta su apoyo y servicios de asesoramiento, bolsas de empleo e información de todo tipo a personas invidentes, al tiempo que mantiene una red de bibliotecas con libros en braille para ciegos y de grandes caracteres para personas con visión reducida, con películas y con todo tipo de materiales adaptados. El centro de París cuenta con 27000 títulos en braille -2000 de ellos en idiomas extranjeros- y con más de 30000 partituras musicales, también en braille.
BIBLIOGRAFÍA:
KLEIN, Geschichte des Blindeunterrichts , Viena, 1837.
GAUDET, Valentin Haüy, París, 1870.
STREBITZKY, Valentin Haüy à St. Pétersbourg, París, 1884.