Querido 13 de diciembre, querida Santa lucía:
Durante muchos años, tuve una relación muy cordial contigo. Empecé a tener conciencia de quién eras y de lo que representabas, cuando fui con muy pocos años, por primera vez al colegio de la Once. En aquella época, (yo estaba en los 5 años) no me daba cuenta de casi nada. Era un día de fiesta un poco más intenso de lo normal, pero nada más. Fui creciendo en el colegio de ciegos de Sevilla y fue allí, donde por primera vez tuve conciencia de ti, en bastantes de tus dimensiones. Allí, cuando llegaba el 13 de diciembre, más bien el 12 por la tarde, se producía una nueva explosión de olores y sonidos, además de una alegría que palpitaba en el ambiente. Los villancicos ensayados casi de manera oculta durante cerca de un mes, sonaban ya abiertamente y se producía ese entrañable concurso en el que se podía percibir, una de las más cálidas señas de identidad de los antiguos ciegos; su formación en música.
En aquel día, se daba una especial asignación a aquellos de nosotros que no disponían de dinero, para poder visitar el pequeño bar de chuches. Nadie hacía importantes declaraciones, pero nadie quedaba excluido de tu celebración. Era casi el comienzo de la navidad y eso, todos lo percibíamos.
Tiempo después, cuando dejé los colegios, la celebración se vivía de una manera, quizá más íntima, algunas veces en el bar de la delegación de Madrid, en Prim y me consta que otros compañeros, fueron ampliando tu celebración, de desayuno colectivo a comida colectiva, sufragándose entre todos los hermanos, el gasto, cuando se sabía que uno de ellos, no tenía posibilidades económicas de unirse a la celebración. Era otro de esos valores morales que existían en esta casa. La unión y la ayuda mutua. Incluso si me lo permites, fuera del ámbito de tu celebración; pero seguro que inspirado por ti, conozco muchos casos de vendedores que ayudaban sin más a los compañeros a acabar el tope, porque ellos tenían mejor sitio o mejores recursos. Nadie hacía ostentación de aquello. En esos días, no existía todavía esa frase de que el peor enemigo del vendedor es el propio vendedor.
Allá por los años 80, nos llegó una época de esplendor insospechado. Yo sin embargo, sospecho que ahí radicó una de las primeras trampas. En el premio llevamos la penitencia. Resulta que empezamos a vivir, más confiando en la nueva riqueza, que en nuestro bagaje moral y cultural. En esos momentos, al olor de la prosperidad, empezaron a entrar en nuestra casa, gente nueva que se convirtieron en advenedizos en el peor sentido del término y se entregaron a no respetar lo que aquí había de digno y de sacrificio de años. LO más triste, querida Santa lucía, es que a estos advenedizos, se les unieron hermanos antiguos que para mí, no son otra cosa que traidores. Traidores a la grandeza de una institución, cuyos valores les venían grandes. en lugar de crecer con ella, la trataron de hacer a su imagen y semejanza, mediocre y repleta de soberbia.
¡Qué triste, Santa lucía! Tus celebraciones se llenaron de boato y de discursos vacíos, en los que estos traidores de sus hermanos, trataban de manchar tu símbolo con sus objetivos mezquinos.
La verdad, querida Santa lucía, es que tengo la impresión de que al menos de momento, parece que lo han conseguido. Ya sabes que a partir de este año, suprimen tu fecha como festivo y trasladan el símbolo, sin duda algo muerto para ellos, lo trasladan a una fecha más conveniente. Ya sabes querida Santa lucía, que a partir de ahora, nuestros hermanos más jóvenes, ya no tendrán derecho a comer la misma cantidad de pan que los otros hermanos. ¿No te parece que es mucha injusticia? Te necesitamos ahora. muchos de los hermanos, se han revestido de una armadura impenetrable echa de una tela cuyo nombre es, sálvese quien pueda. Es terrible.
Por favor, danos, aunque sea un poco de justicia. Tanto los creyentes como los no creyentes, necesitamos que vuelvas a hacer brillar nuestra casa.
Si esto es pedirte mucho, sólo te pido una cosa más: Que el abrazo de tu Gracia, ablande los corazones de los que mandan y también los de los que luchamos contra ellos.
Que ablande el corazón de los que mandan, para que todas esas capas de soberbia que nos han dejado secos de principios morales en el trabajo, se puedan disolver un poco. Y necesitamos también que ablandes nuestros corazones, los de aquellos que luchamos contra los que nos mandan, para que esa lucha surja de sentimientos nobles y no tenga ni la más mínima brizna de odio ni de resentimiento.
Aunque sólo sea eso, por favor, otórganoslo.
Recibe todo mi amor.
Roberto