SIÉNTATE CONMIGO
  Josep Ricart, Fundador en Barcelona 1ª Escuela de Ciegos Que Hubo en España (Jesús Montoro)
 

 

 

Un sesquicentenario olvidado: José Ricart (1768-1837), fundador en Barcelona de la primera escuela de ciegos que hubo en España

Conferencia pronunciada por Jesús Montoro Martínez en el salón de actos de la Delegación Territorial de la ONCE en Barcelona con motivo de la semana cultural de la Entidad el día 8 de diciembre de 1987

En 1987 se cumplió el sesquicentenario de la muerte del gran benefactor de los ciegos, José Ricart, quien nació en Barcelona el año 1768 en el seno de una familia de humildes artesanos y fue muy buen escolar, destacando en el estudio y la comprensión de la Física y las Matemáticas, al mismo tiempo que evidenciaba poseer una gran habilidad manual y una fecunda creatividad que admiraban a cuantos observaban cómo el muchacho en sus ratos de ocio ayudaba a su padre en el taller de relojería que éste regentaba.

No obstante su aplicación y buenas facultades intelectuales, como enfermara su progenitor y en el hogar se necesitara dinero, a los doce años de edad abandonó la escuela y comenzó a trabajar asiduamente en el taller familiar, donde poco a poco fue asumiendo toda la responsabilidad en el negocio para que su padre descansara y se restableciese. Su tiempo libre lo dedica ahora el joven al estudio de la mecánica, autoformándose con los pocos libros que puede comprar y algunos que le prestan sus amigos.

A la relojería van frecuentemente ciegos a pedir limosna y Ricart se muestra siempre caritativo con ellos, dándole mucha lástima que jóvenes e incluso niños sin vista estén a la intemperie en los crudos días de invierno, mendigando por calles y plazas para poder subsistir. El quisiera socorrer a todos, pero no dispone de medios de fortuna ni discurre la manera de remediar la miserable situación de quienes no ven.

El estallido de la revolución burguesa en Francia el 14 de julio de 1789 provocó una gran inmigración de franceses en Cataluña, porque, por una parte, los Comités de Bayona y Perpignan se ilusionaban con la idea de servirse de Vascongadas y Cataluña como bases para hacer la revolución en la Península; y por otra, oleadas de fugitivos aristócratas, burgueses, magistrados y sacerdotes se establecen en Cataluña, llamándose a Barcelona "la Coblenza del sur". En una carta dirigida al conde de Floridablanca, ministro del rey Carlos IV, el Capitán General de Cataluña, el conde de Lacy, se asustaba del gran número de emigrados franceses que llegaban, incluso de modesta condición social, que hacían la competencia en los negocios, oficios y puestos de trabajo a los catalanes.

José Ricart tuvo entonces la oportunidad de tratar y conversar con numerosos franceses y fue informado de que en París había un asilo llamado "Les Quinze-Vingts", -fundado el año 1260 por el rey Luis IX-, donde trescientos mendigos ciegos disfrutaban de una vida placentera y gozaban de muchos privilegios, no obstante tener que postular diariamente. Esta noticia conmovió el bondadoso corazón del relojero y pensó promover una campaña publicitaria con el fin de que los Poderes Públicos creasen en España asilos parecidos a "Les Quinze-Vingts" para que los privados de la vista tuvieran un albergue confortable y estuvieran bien asistidos, aunque hubiesen de mendigar todos los días para contribuir al sostenimiento de estos hospicios, cuyos gastos se sufragarían, principalmente, con mandas, testamentarías y otros donativos de las personas pudientes.

La Convención francesa declaró la guerra al rey de España, Carlos IV, el 7 de marzo de 1793. Una guerra en la cual contrastan los escasos medios puestos a disposición del nuevo Capitán General de Cataluña, el general Ricardos, y el entusiasmo delirante del pueblo catalán, en el que todo ciudadano rivalizaba en ayudas y participación directa sin regatear esfuerzos de ninguna clase, deseando recuperar el Rosellón y la Cerdaña, territorios perdidos en 1659 por el tratado de los Pirineos. José Ricart se olvidó de su campaña publicitaria y luchó valientemente en esta guerra, cuya paz se firmó el 22 de julio de 1795, no habiendo ganancias ni pérdidas territoriales, pero sí profundos cambios en las ideas políticas y sociales de los españoles.

Nuestro relojero vuelve a su taller, trabajando intensamente para atender a su numerosa clientela; y continúa preocupándose por encontrar el medio de mejorar la miserable situación de los ciegos, a quienes sigue socorriendo siempre que se lo permiten sus recursos económicos; pero comprende que no soluciona el problema de estos infelices dándoles dinero, sino que es preciso enseñarles para que ellos mismos puedan ganárselo honradamente con un trabajo digno.

El 4 de febrero de 1800 el Ayuntamiento de Barcelona autoriza al Padre Alberto Martí para que utilice el salón del Consejo De Ciento como aula para impartir sus clases a un grupo de alumnos sordo-mudos, hecho que sugiere a Ricart la idea de fundar una escuela de ciegos con la ayuda de la Casa Consistorial, mas de momento no se le ocurren qué métodos, procedimientos y material ha de emplear en esta enseñanza. En septiembre de 1802 visita Barcelona el rey Carlos IV y firma una Orden para que se erija la Casa Provincial de Caridad, que se pondrá bajo el patrocinio de una Junta presidida por el Capitán General de Cataluña, el conde de Santa Clara. Pero el nuevo hospicio no se inaugura hasta finales de 1803, siendo el nuevo Capitán General, el duque de Lancáster, quien pone en funcionamiento esta institución, instalada en la calle Montalegre número 5; Casa que ha resultado altamente beneficiosa para los privados de la vista. Esta fundación alegró muchísimo a Ricart, porque,

aunque no era exclusivamente para ciegos, como "Les Quinze-Vingts", siempre serían socorridos en este asilo unos cuantos mendigos o ancianos invidentes. Pero el relojero no quedaba satisfecho con esta solución a la problemática de estos desgraciados, pues estaba plenamente convencido de que no eran asilos, sino escuelas lo que necesitaban los no videntes.

Hemos de hacer constar que el rey Carlos IV no favoreció en modo alguno a los ciegos; por el contrario, les perjudicó notablemente, pues desde un Decreto dado en 1560 por Felipe II a instancias de su célebre organista, el ciego Félix Antonio De Cabezón, los privados de vista estaban exentos de pagar contribuciones; privilegio que en España fue derogado por Real Orden del 5 de abril de 1795 y por Real Cédula del 29 de enero de 1804; documentos firmados por Carlos IV.

La "Gaceta De Madrid" del día 9 de agosto de 1805, en su sección correspondiente a Barcelona, informaba que el Doctor Don Salvador Viata había presentado ante los miembros de la Academia De Medicina Práctica, seis sordomudos educados por él en la escuela privada que tenía establecida. Este suceso reafirmó a Ricart en su proyecto de instruir a los ciegos, pero no acababa de madurarlo, porque no tenía idea de los métodos y procedimientos que debía emplear en este magisterio.

El 27 de octubre de 1807 firman España y Francia el tratado de Fontainebleau, el cual autorizaba la entrada de tropas francesas en nuestra patria para participar en una proyectada expedición francoespañola de conquista de Portugal, nación aliada de Inglaterra y que no cooperaba en el bloqueo decretado por Napoleón bonaparte contra la Gran Albión. De acuerdo con las estipulaciones de dicho tratado, el 9 de febrero de 1808 un cuerpo de ejército francés mandado por el general Duquesme, empezó la ocupación sistemática de Cataluña; política que los gabachos adoptaron también en otras regiones españolas, hasta que el día 2 de mayo de 1808 se levantó en armas el pueblo de Madrid contra los invasores, comenzando la Guerra de la Independencia Española, en la cual José Ricart participó con entusiasmo, batiéndose bravamente el 6 de junio de 1808 en el Bruch, donde fueron derrotados los franceses, quienes ocho días más tarde, sufrieron otro descalabro en el mismo lugar, siendo en esta

segunda batalla herido en el hombro izquierdo nuestro relojero.

Durante la dominación francesa tuvo conocimiento Ricart del movimiento iniciado en Francia por Valentin Haüy en favor de la educación de los ciegos y cómo había fundado el 10 de diciembre de 1784 una escuela para enseñar a estos desgraciados, sirviéndose de letras en relieve, guía-manos, tiralíneas y otro material especial; información que iluminó la mente del relojero, haciéndole ver con claridad cuáles eran los sistemas pedagógicos y didácticos idóneos para instruir a los faltos de vista. Además, se enteró de que el Gobierno francés por la Ley del 21 de julio de 1791 y la Ley del 28 de septiembre del mismo año concedió una pequeña subvención a la escuela de ciegos fundada y dirigida por Valentin Haüy.

A partir de entonces comenzó Ricart a buscar un local espacioso idóneo para instalar su escuela de ciegos, reflexionando sobre cómo debía impartir sus lecciones y preparando los artilugios adecuados para poner en práctica con éxito su humanitaria idea, confiando en que también el Gobierno español patrocinará y subvencionará dicha escuela.

Terminada la guerra de la independencia, intensifica su trabajo en la relojería para cumplir eficientemente con su numerosa clientela y se hace socio de la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña, Sociedad cuyo Reglamento fue aprobado en 1758 por el rey Fernando VI, basándose su organización y funcionamiento en el histórico Consulado Del Mar; y que venía realizando una muy positiva labor social y mercantil.

Continúa estudiando libros de mecánica y fruto de esta afición es la invención y construcción de algunos ingeniosos aparatos que le acreditan como inspirado investigador, ingresando por méritos propios en la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. Mas estas actividades no le hacen olvidar su idea de fundar una escuela para enseñar a los ciegos y va preparando un precioso material pedagógico con el propósito de facilitar la instrucción de sus futuros alumnos.

Con el fin de conocer mejor a los carentes de visión, asistió algunos domingos a misa en la capilla que tenía la cofradía del Sant Sprit (integrada por no videntes) en la calle Nueva De San Francisco en Barcelona, y expuso su proyecto docente a varios faltos de vista que vivían en las calles Ciegos De La Boquería y Ciegos De San Cucufate, llevándose nuestro relojero el desengaño de escucharles que no querían perder el tiempo en aprender a leer, a escribir y otras cosas que no las podían practicar después ni les hacían falta para mendigar o tocar un instrumento musical. Por lo tanto, las enseñanzas que se les proponían no remediarían su miserable situación.

El 4 de diciembre de 1816 se inaugura en Barcelona la escuela de Sordomudos, fundada por el Padre dominico Fray Manuel Estrada; centro docente patrocinado por el Ayuntamiento de la ciudad condal, según consta en la "Memoria sobre la Enseñanza de los Sordomudos en España", de Francisco De Asís Valls y Ronquillo (1). Escuela que se instaló en la Casa Consistorial y de la que se hizo mucha publicidad en los periódicos de la metrópoli catalana.

Este hecho convenció a Ricart de que debía ultimar cuanto antes su material pedagógico para iniciar sus clases, porque era muy necesario fundar una escuela de ciegos que redimiera a éstos de su ignorancia y precaria situación económica. El sabía que Valentin Haüy enseñaba a sus alumnos la lectura del alfabeto romano con letras impresas que tenían el suficiente relieve para ser percibidas y reconocidas por el tacto. Asimismo, les hacía recorrer con un estilete el contorno de estos caracteres hechos en madera y pegados en un cartón con el fin de que dominasen su trazado y los escribieran con seguridad, valiéndose de tiralíneas para no torcer los renglones. El procedimiento era lento y fatigoso, pero estaba dando óptimos resultados, perfeccionado por Mr. Guillié, Director de la "Royale Institution des Jeunes Aveugles", centro docente fundado en París por una Orden Ministerial del 15 de febrero de 1815, que el 10 de febrero de 1816 se instaló en el antiguo seminario de San

Fermín, ubicado en la calle San Víctor número 68, actualmente edificio de Correos.

Con una admirable intuición de lo que precisaban sus alumnos para poder aprender y desarrollar su mente, Ricart hizo cuatro láminas o tableros de madera y en el primero pegó, convenientemente separadas, las letras del abecedario hechas de latón. En el segundo colocó las letras formando sílabas. En el tercero soldó las cifras, hechas de latón y componiendo la tabla pitagórica de la multiplicación. Por último, el cuarto era un ingenioso pentagrama para enseñar la notación musical y el solfeo a los ciegos, siendo un tablero con marco resaltado en el cual se sujetan ambos extremos de cinco finas barritas cilíndricas de latón, distanciadas tres centímetros y de 25 centímetros de longitud. Estas cinco paralelas representan las líneas del pentagrama y en cada una de ellas se insertaba un número variable de figuras de madera con siete formas diferentes, que simbolizaban los siete valores de las notas musicales. Las esferas eran las redondas; las semiesferas con la base hacia la

izquierda, las blancas; ídem con la base hacia la derecha, las negras; los cubos, las corcheas; los cilindros, las semicorcheas; los conos truncados con la base mayor a la izquierda, las fusas; ídem hacia la derecha, las semifusas. Disponía el pentagrama, además, de barritas para utilizarlas como líneas divisorias y de las mismas figuras geométricas citadas, pero con un pivote, para colocarlas en los cuatro espacios.

Teniendo dispuestas estas cuatro láminas y utilizando en la enseñanza de los privados de la vista parecidos métodos y procedimientos a los practicados por Valentin Haüy, inició gratuitamente su magisterio José Ricart el lunes día 13 de septiembre de 1819, de forma privada y sin publicidad alguna, como se ejecutan las grandes obras humanitarias, siendo sus primeros alumnos cuatro jóvenes ciegos sin actividad laboral alguna, pertenecientes a la clase burguesa, cuyos familiares eran buenos clientes del relojero. Estos adolescentes accedieron a las pretensiones del filántropo con cierto escepticismo y considerando las lecciones de éste como un entretenimiento interesante.

José Ricart impartía sus enseñanzas todos los días laborables de las seis a las ocho de la tarde en la trastienda de su relojería, sita en la calle Boria número 3 de Barcelona; y fueron tan espectaculares los progresos realizados por sus educandos en dos meses de clase, que el maestro fue el primero en asombrarse de la capacidad intelectual de los ciegos y comprendió que, si el trabajo desarrollado particularmente en su relojería, se hiciera en un establecimiento amplio y bien acondicionado, costeando todos los gastos un Organismo Público solvente, podrían ser redimidos de la ignorancia muchísimos invidentes españoles, proporcionándoles la posibilidad de ganarse honradamente el diario sustento.

Elaboró un proyecto al respecto y lo adjuntó a una instancia dirigida al Ayuntamiento en la que solicitaba "El inventor y constructor de cuatro láminas para enseñar a los Ciegos" se le reconociera el título de fundador y director de la primera escuela de privados de la vista, concediéndole los honorarios a que se le juzgase acreedor y un local donde desarrollar sus actividades docentes con el mayor aprovechamiento. Demanda a la que contestó la Corporación Municipal afirmando que era inútil y superfluo para los no videntes el saber leer y escribir, puesto que de nada les serviría; y que no se podían distraer fondos en una escuela de ciegos, cuando era urgente la apertura de otras escuelas para los ciudadanos normales.

No se desalentó el relojero con este fracaso y el día 15 de diciembre de 1819 elevó un Memorial a la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña, informando de cómo y cuándo había fundado la primera escuela de ciegos existente en España y de las prácticas docentes por él llevadas a cabo, solicitando que la Entidad patrocinara y financiase la nueva escuela, asignándole a él unos honorarios como Director y proporcionándole un local idóneo para instalarla con el fin de ampliar y mejorar la instrucción de los pobrecitos privados de la vista.

En la sesión celebrada por la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña el 23 de diciembre de 1819 se nombró una Comisión, integrada por los señores Castellet, Bou, Bacardí y Corominas para que estudiara la propuesta de Ricart y dictaminase al respecto. La Comisión visitó la escuela del relojero el día 21 de enero de 1820, quedando tan altamente impresionada por los conocimientos y habilidades adquiridos por los cieguecitos, que el día 18 de febrero de 1820 presentó a la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña un informe con los más pomposos elogios dedicados a Ricart y a su escuela; razón por la cual en la sesión del 28 de febrero de 1820 se acordó extender un favorable certificado a nombre del señor Ricart, -que extendió el día 17 de marzo el Notario Manuel Lefont Tomás y firmó el Secretario de la Real Junta, Pablo Félix Gasó-, pero comunicándole que no era competencia de la Institución el sostener un establecimiento de enseñanza y que los reducidos

ingresos económicos que tenía ésta sólo podían destinarse a fines comerciales. No obstante, la Real Junta le apoyaría en cuantas gestiones él promoviese para lograr plasmar en realidad su magnífico proyecto.

El 10 de marzo de 1820 se instauró con gran júbilo popular en Barcelona el régimen constitucional que Fernando VII había aceptado tres días antes, lo que motivó el cambio de los dirigentes políticos en la Administración Pública y demás Organismos oficiales. Entonces creyó Ricart que los nuevos Poderes Públicos le serían más propicios que los del régimen abolido, y cursó a la Corporación Municipal un Memorial parecido al que enviara a la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña, recabando una ayuda presupuestaria y un local en la misma Casa Consistorial para establecer su escuela de ciegos.

Motivado el Ayuntamiento por el elogioso certificado de la Real Junta y viendo la posibilidad de dar cierto lustre a la ciudad, así como proporcionar auxilio a muchos desvalidos, nombró una Comisión integrada por los regidores Antonio Satorras, Ramón De Casanova, Juan Illás y Juan Cebriá, quienes visitaron la casa de Ricart y quedaron tan gratamente admirados de los éxitos obtenidos con sus alumnos por el relojero, que informaron muy loablemente a la Corporación Municipal; y ésta destinó en su propia sede un local para escuela de ciegos, siendo nombrado Director y profesor de la misma José Ricart, teniendo como ayudante a su abnegado colaborador Antonio Marès, prometiendo el Consistorio asignar una subvención a la escuela y unos honorarios a los dos maestros, cuando la Diputación resolviera favorablemente la petición que se la había formulado en tal sentido.

El día 1 de mayo de 1820 es la fecha en la que, oficialmente, José Ricart funda en los locales del Ayuntamiento de Barcelona la primera escuela de ciegos que hubo en España, evento muy ensalzado en todos los diarios de la ciudad. En un principio, asistían a las clases cuatro varones y cinco muchachas.

Pero en la sesión celebrada el 12 de agosto de 1820 se lamenta el Cuerpo Consistorial de no poder subvencionar esta Escuela y que por falta de fondos económicos se vean los ciegos de Barcelona privados de toda instrucción (Acta firmada por el Secretario, José Ignacio Claramunt, con el Visto Bueno del alcalde, el marqués de La Torre).

La decepción y la amargura de Ricart fueron tan dolorosas y profundas que presentó la dimisión de su cargo de adjunto de alcalde del barrio Quinto, renuncia que el Ayuntamiento no le aceptó, confiando en que -como así ocurrió-, pasados unos días, el inquebrantable ánimo del relojero superaría aquella depresión espiritual y continuaría actuando como ciudadano responsable de su autoridad en la demarcación asignada y ejerciendo su filantrópico magisterio.

Al comenzar el curso escolar 1820-1821 ya estaba José Ricart deseoso de experimentar varios nuevos artilugios que había ideado y construido para mejorar el aprendizaje de sus alumnos sin vista y con el fin de competir con el Padre Trinitario Calzado Manuel Català, del que conocía su firme propósito de ampliar las enseñanzas impartidas en su Academia Cívica, creando la sección para instruir a los pobrecitos ciegos.

El relojero inició una campaña de propaganda en favor de su escuela particular; publicidad de la cual es ejemplo el anuncio aparecido el 19 de octubre de 1820 en el Diario de Barcelona, y que dice así:

"El ciudadano José Ricart, relojero, inventor y maestro examinado, aprobado y premiado por la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña, como asimismo, aprobado por el Excmo. Ayuntamiento constitucional de esta ciudad para la enseñanza de leer, escribir, aritmética y solfa a los miserables ciegos que hasta el presente se han visto privados de aquello que los más desgraciados humanos podían saber, establece su escuela, interinamente, en su propia casa, sita en la calle Boria, señalada con el número 3. Todo ciego que quiera imponerse en tales útiles e interesantes materias, hasta el presente no vistas ni enseñadas, podrá acudir a casa del referido Ricart desde las seis a las ocho del anochecer".

El 16 de noviembre de 1820 el Padre Trinitario Manuel Català inaugura en Barcelona la Academia Cívica, llamada así porque, gratuitamente, se enseñaba a las personas humildes, principalmente a los ciudadanos pertenecientes a las milicias civiles nacionales, que en la ciudad condal estaban constituidas por dos batallones, siendo su capellán el Padre Manuel Català, que era un revolucionario exaltado y brillante predicador, quien, apenas instaurado el régimen constitucional, solicitó ser el director espiritual de las nuevas milicias.

Se instaló la Academia Cívica en la casa-cofradía del gremio de Tejedores De Velos, sita en la calle Alta De San Pedro número 1, inmueble cedido gratuitamente al trinitario, quien allí comenzó también a enseñar a los ciegos, utilizando métodos y procedimientos más eficaces que los de Mr. Guillié y un material muy a propósito.

El Ayuntamiento constitucional, -que siempre estuvo dispuesto a proteger la escuela de ciegos fundada y dirigida por Ricart-, conoció en su sesión del 29 de noviembre de 1820 un favorable informe de la Comisión De Instrucción Pública sobre dicha Escuela y, en consecuencia, el Consistorio acordó "proponer a la Diputación que se le concedieran a José Ricart trescientas libras, con la precisión de que cumpliese, enseñando gratuitamente a los infelices que no ven; y que se le den como pagas a discreción del Ayuntamiento, que se las mandará entregar a proporción de su esmero en procurar la instrucción y adelantamiento de los pobres ciegos"; lo cual se comunicó a la Diputación, que en su sesión del 1 de diciembre de 1820 aprobó la propuesta del Ayuntamiento, aunque con ciertas condiciones y sugiriendo que se compense a Ricart lo que perdería con dejar su oficio de relojero y darle, por consiguiente, una pensión proporcional y segura, puesto que debiera renunciar a toda otra

industria para dedicarse enteramente a esta enseñanza (véase la obra "Historia General de la Educación en Cataluña", de Alfredo Sáinz-Rico Urbina).

Sin embargo, la concesión de tal cantidad de dinero y la protección que se proponía, -tan estimadas y necesitadas por Ricart-, planteaban un grave problema al Ayuntamiento, porque había prometido también su ayuda al Padre Manuel Català, fundador y director de la Academia Cívica. Como no se podía dividir entre los dos la asignación económica y tampoco era correcto subvencionar tan sólo a uno de los dos fundadores, la Casa Consistorial aprovechó el hecho de que el trinitario hubiera unido la enseñanza para ciegos al programa de la Academia Cívica, mejorando la pedagogía especial de los mismos, para resolver que el relojero pasara a la Academia Cívica bajo la dirección del Padre Manuel Català, y contando con la ayuda de Antonio Marès y de un profesor de música, el reputado violinista Joaquín Ainé.

Pero con el fin de no humillar y perjudicar al relojero, que era el primer inventor en Barcelona de la enseñanza de ciegos, se le agregó a la Academia Cívica con igualdad de facultades a las del primer director y con entera independencia de cualquier otra autoridad de la misma, concediéndole toda clase de garantías y poderes para hacer y deshacer a su arbitrio en el establecimiento; promesas y condiciones que convencieron a Ricart, que era un ingenuo idealista, para dejar su oficio de relojero y aceptar el ser profesor de ciegos en la Academia Cívica, donde comenzó a trabajar el 17 de marzo de 1821, acompañado de Antonio Marès y con la colaboración de Joaquín Ainé.

Merece ser destacado que desde el 16 de noviembre de 1820 hasta el 17 de marzo de 1821 hubo en Barcelona dos escuelas de ciegos: una en la calle Boria número 3, fundada y dirigida por José Ricart; y otra en la calle Alta de San Pedro número 1, aneja a la Academia Cívica, regentada por el Padre Manuel Català; hecho insólito, porque en el resto de España no se impartía instrucción sistemática a los privados de vista, salvo en casos muy particulares (2).

En un principio, Ricart cobró las cantidades prometidas y todo fue bien en la Academia Cívica; pero pronto surgieron las desavenencias, llegando a tal extremo los enfrentamientos entre el trinitario y el relojero, que éste dejó de impartir sus lecciones en la Academia Cívica durante la epidemia de peste que azotó Barcelona en agosto de 1821; y decidió reanudar sus clases en la calle Boria número 3 con su propio material pedagógico y contando con la abnegada colaboración de Marès.

A partir de entonces comienza su peregrinar, solicitando de palabra y por escrito ayuda económica y un local adecuado para su escuela a todos los Organismos y Poderes Públicos, pero inútilmente, porque eran tiempos azarosos y las personas pudientes no querían comprometerse, como tampoco la Iglesia, que juzgaba a Ricart un anticlerical por su ruptura con el Padre Manuel Català.

La situación de Ricart y Marès llegó a ser tan penosa, que el Ayuntamiento, lamentando la miseria en que vivían estos dos abnegados maestros y reconociendo los méritos de ambos, pero no pudiendo acceder a sus peticiones, recomendó al Comisario del barrio quinto que incluyese a los dos filántropos en la lista de personas necesitadas a quienes diariamente se les administraba una ración de sopa en la ciudad. Además, ordenó el Consistorio que todos los gastos de iluminación que se hicieran en la escuela de sordomudos del Padre Manuel Estrada y en la escuela de ciegos de José Ricart se pagasen con cargo a los fondos municipales (3).

A primeros de febrero de 1822 falleció el Padre Manuel Català y el Ayuntamiento nombró Director de las tres Academias (de ciegos, de sordomudos y Cívica) al Padre Manuel Casamada, continuando el gremio de tejedores de velos cediendo su casa-cofradía de la calle Alta de San Pedro número 1 para la instrucción pública gratuita. Mas como el local resultaba insuficiente para instalar allí las tres Academias por haber aumentado notablemente el número de sus alumnos, el Ayuntamiento hizo gestiones con el fin de ubicarlas en un inmueble más amplio y confortable: los conventos de San Buenaventura y Santa Mónica de los trinitarios o en el de San Francisco de los mercedarios; pero no obtuvo el Consistorio éxito alguno en las mismas y la Academia Cívica estuvo más de diez meses sin funcionar.

Al morir el Padre Català, alentaba José Ricart la esperanza de ser nombrado Director de la Academia Cívica o, al menos, que a su escuela le prestase el Ayuntamiento todo el apoyo necesario, concediéndole la asignación que tiempo atrás se pensó proporcionarle; pero al verse defraudado en sus ilusiones, resolvió continuar enseñando a los ciegos en su escuela; pero, al mismo tiempo, reanudar su trabajo como relojero para remediar su precaria situación. Confirman esta última decisión los anuncios que publicó reiteradamente en los periódicos de Barcelona, manifestando que vive en el número 2, segunda planta, de la calle Escudillers, frente a la sombrerería de Don Francisco Mota; que es inventor y director de la enseñanza de ciegos, socio artístico de la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, relojero y reparador o constructor de pantógrafos, grafómetros, engranajes, cadenas de agrimensor, semicírculos graduados, compases y demás instrumentos físicos y matemáticos, todo ello a

precios módicos.

La Comisión de Instrucción Pública presentó el 12 de octubre de 1822 al Ayuntamiento de Barcelona un Informe que luego se transmitió a la Diputación, en el cual se sugería que, si se consideraban de beneficencia las tres Academias, podían aplicarse a las mismas las donaciones sobre la mitad del diez por ciento de Propios de la Provincia, según el Artículo Sexto del Decreto del 12 de febrero del mismo año; o sobre el producto de la Bula de la Cruzada, según el Artículo Quinto del Decreto de las Cortes del 29 de junio último.

El 14 de enero de 1823 sufrió José Ricart una gran decepción, porque, dando contestación a una petición suya, una Real Orden de Su Majestad manifestaba: "Que no es necesario que el Estado costee el establecimiento de enseñanza para los ciegos proyectado por José Ricart; mayormente no teniendo con qué subsistir los actuales de instrucción pública, aun los de primera necesidad; y que, siendo lo propuesto un ramo de industria, debe dejarse al interés y provecho que resulta de su ejercicio, según convenga a los interesados".

Pero la gota que colmó el vaso de la amargura de José Ricart fue la Real Orden del 25 de enero de 1823 y que le comunicó el Ayuntamiento el día 9 de febrero. En dicho escrito se denegaba la petición de Ricart de que se le deparase inventor de la enseñanza de los ciegos y Director de tales establecimientos en la Corte y en toda España, aunque se le reconocían sus méritos docentes y se le exhortaba a continuar su labor magistral.

La situación de Ricart se complicó sensiblemente al producirse la invasión de España por Los Cien Mil Hijos de San Luis al mando del duque de Angulema, con el fin de restaurar el absolutismo en nuestra patria bajo el cetro de Fernando VII. Barcelona fue sitiada por los franceses y se interrumpieron las clases, aprovechando Ricart este forzado descanso para intensificar su trabajo como relojero y mecánico.

El día 21 de agosto de 1823 la Prensa de Barcelona publicó unos anuncios que prueban el ingenio y la laboriosidad de José Ricart, quien en su nuevo domicilio de la calle Condal número 15, exhibe una rueda hidráulica de su invención con la cual un hombre puede extraer con facilidad gran cantidad de agua del mar, de un río o de un pozo y elevarla a una altura de cincuenta palmos. Igualmente, ha construido un molino doméstico muy artístico y práctico que ofrece el inventor a un precio muy conveniente.

El régimen absolutista se restablece en Barcelona al comenzar el otoño de 1823 y en octubre de ese año el Capitán General de Cataluña da una disposición disolviendo y prohibiendo los gremios y todas las asociaciones, desapareciendo entonces la cofradía de ciegos "Sant Sprit", cuya creación se remontaba al siglo XV (4). También se suprimieron las milicias nacionales, cerrándose, por tanto, la Academia Cívica, pero el Padre Manuel Casamada continuó impartiendo sus enseñanzas a las gentes humildes en su convento, como venían haciendo los trinitarios desde 1780.

Se clausuró la escuela de sordomudos del Padre Manuel Estrada, que no se vuelve a abrir hasta el 12 de abril de 1838; apertura que se autoriza por Real Orden dada el 12 de marzo de ese año, llamándose Academia Oriental y funcionando bajo los auspicios de la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña, la Sociedad que, -como ya dijimos-, en 1820 se excusó de patrocinar y financiar la escuela de ciegos de José Ricart. La Academia Oriental estuvo dirigida por el Padre dominico Manuel Estrada hasta 1845, año en el que falleció este egregio filántropo.

José Ricart no dejó de instruir a los ciegos, contando siempre con la valiosa colaboración de su amigo Antonio Marès, y estando ahora su nuevo domicilio y también su escuela, en el número 7 de la Porta Ferrissa, habiéndose unido a los dos maestros, -una vez desaparecida la Academia Cívica-, Joaquín Ainé para encargarse, gratuitamente, de las enseñanzas musicales.

El nuevo régimen absolutista, como todos los nacidos o restablecidos por la violencia, se dedicó con interés a la depuración de cuantas personas juzgaba como posibles enemigas; y un ejemplo exclarecedor de esta política lo constituye el hecho de que en la sesión del 7 de mayo de 1824 el Regidor Mahjarola puso en conocimiento de la Corporación Municipal que todos los músicos del Cuerpo Consistorial (varios de los cuales eran ciegos de la desaparecida cofradía "Sant Sprit"), habían sido de lo más exaltados y revolucionarios durante el trienio liberal -excepción hecha de uno llamado Francisco, que era un hombre de bien-, por lo cual el Ayuntamiento, siguiendo su política de remover en sus destinos a todos sus trabajadores que se distinguieron por su entusiasmo y cooperación en dicho período revolucionario, debería separar de sus empleos a los músicos.

La petición del Regidor Majarola motivó que fueran despedidos todos los músicos del Cuerpo Consistorial; y, como no se encontraron buenos artistas con excelentes informes realistas para sustituir a aquéllos, se decidió que en todos los desfiles y procesiones a realizar por el Ayuntamiento éste fuera sin acompañamiento musical.

José María de Dalmases y Gomar firma un Informe de la Comisión de Instrucción Pública el día 21 de mayo de 1824 en el cual se desestiman las peticiones de José Ricart, porque los antecedentes liberales de algunos maestros y varios alumnos de la Escuela de Ciegos son execrables.

A partir de entonces ya no eleva Ricart más solicitudes al Ayuntamiento, a la Diputación ni a otros Organismos o Poderes Públicos y no se le cita ni se habla de su escuela en acta alguna de estas Instituciones. Son tiempos turbulentos en los que el miedo a venganzas y represalias de las Autoridades aconsejan no significarse públicamente, sino permanecer en el anonimato, trabajando con tesón y entusiasmo.

Sabemos qué instrucción se daba a los invidentes en 1824 por un artículo sobre la Escuela Municipal de Ciegos y Sordomudos, de Barcelona, firmado por Miguel Rispa, quien fue profesor de estos últimos por oposición en enero de 1853; artículo en el que leemos:

"Es admirable ver por las noches reunidos y dando lecciones gratuitas a sus pobres discípulos, a tres hombres que habían de trabajar todo el día para ganarse su subsistencia. Ricart en su oficio de relojero, Marès, subteniente retirado de artillería, en el de platero; y Ainé en el de sastre. El primero con los aparatos de su invención, enseñaba la parte elemental, auxiliado de Marès. Este, además, gracias a su oficio, formaba y soldaba los caracteres de bulto sobre las láminas metálicas; y Ainé, violinista reputado, enseñaba la música, único recurso con el que un ciego aislado puede, en general, hacer frente a la miseria. Así continuaron durante algunos años en la pequeña tienda de Ricart, situada en la Porta Ferrissa número 7".

En el "Diario de Barcelona" del 20 de diciembre de 1827 apareció la siguiente información, referente al día 5 de dicho mes:

"En la tarde del 5 de diciembre de 1827 Sus Majestades se dignaron visitar la casa de Don José Ricart, maestro de ciegos, inventor y artífice de varias planchas, con cuyo auxilio aprenden aquellos infelices a leer, escribir, contar, solfa y el toque de varios instrumentos musicales. Cerca de hora y media permanecieron los monarcas en aquella casa, examinando detenidamente las láminas y demás instrumentos que sirven para esta enseñanza y con el mayor agrado oyeron a varios alumnos de ambos sexos que tuvieron la fortuna de manifestar a la Real Presencia los conocimientos adquiridos con el método inventado y establecido por el ingenioso y filántropo José Ricart.

Antonio Prous, uno de los muchos que llevaba desde su nacimiento la fatal desgracia en los ojos, escribió delante de Sus Majestades y recitó una poesía dirigida al rey nuestro señor. Y Tecla Rosell, otra compañera de infortunio, tuvo también la dicha de contestar acertadamente a cuantas preguntas se le hicieron, escribiendo y recitando otra décima en la que expresó el gozo particular que le inundaba por hallarse postrada a las plantas de nuestros amados soberanos, quienes manifestaron haberles sido sumamente grata la invención de la enseñanza y los desvelos en favor de los ciegos por parte de Ricart, al que propusieron que se trasladara a Madrid para establecer el la Corte una escuela de ciegos subvencionada por el Estado. Ofrecimiento que muy cortésmente rehusó el relojero, porque desde hacía un año padecía una parálisis progresiva que le impedía hacer largos viajes. Pero el filántropo aprovechó la oportunidad para solicitar de Sus Majestades la gracia de que a él y a los

señores Marès y Ainé se les concedieran pensiones vitalicias para poder dedicarse exclusivamente a su escuela de ciegos, que ésta fuera subvencionada por los Poderes Públicos y que se le diera unos locales donde poder instalarla con comodidad y amplitud. Los augustos soberanos Don Fernando VII y Doña María Amalia felicitaron por su maravillosa labor docente a Ricart y a sus dos ayudantes, a quienes dieron a besar sus reales manos, dispensando igual gracia a los familiares de éstos y a los alumnos, a los que también felicitaron calurosamente".

La noticia de esta visita la leyó en "La Gaceta de Madrid", del martes 25 de diciembre de 1827, el Doctor Don Juan Manuel Ballesteros, profesor del colegio de sordomudos, sito en el número 15 de la calle El Turco (hoy Marqués de Cubas), patrocinado y financiado en la capital de España por la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País; y esta lectura le sugirió la idea de fundar en la Corte un colegio de ciegos subvencionado por dicha sociedad y bajo la protección real. Hecho que plasmó en realidad el 20 de febrero de 1842, tras laboriosas gestiones, porque Fernando VII había muerto en 1833 y la regencia de su última esposa, la napolitana María Cristina -como todo el período comprendido hasta 1843 (año en el que fue declarada mayor de edad y proclamada reina Isabel II)- fue muy turbulento.

La única grata consecuencia que tuvo la real visita fue que la Diputación de Barcelona concedió para su enseñanza a José Ricart un espacioso local en la Casa Provincial de Caridad, ubicada en el número 5 de la calle Montalegre, donde instaló su escuela de ciegos y continuó impartiendo sus enseñanzas con la inestimable ayuda de Antonio Marès y Joaquín Ainé, observando con satisfacción cómo aumentaba notablemente el número de sus alumnos.

Pocos días después de visitar la escuela de Ricart, Sus Majestades estuvieron en Mataró (Barcelona) y se personaron en la casa del famoso ciego Jaime Isern Colomer (5), donde admiraron la máquina para escribir música los ciegos, aparato que había inventado y fue presentado al concurso en la "Real Sociedad Fundada en Londres para el Fomento de las Artes, las Manufacturas y el Comercio" el año 1827, siendo premiado por unanimidad con la medalla grande de plata. Isern hizo gala ante Sus Soberanos de una vasta cultura y magníficas aptitudes musicales y sorprendentes habilidades manuales, regalando a los augustos monarcas un barco y una caja con cajón secreto, objetos trabajados artísticamente en madera de caoba por el mataronés y que maravillaron por su primor a cuantos los contemplaron; hasta el punto de que estas joyas pasaron a formar parte de la colección de preciosidades que constituían el tesoro del Palacio Real de Aranjuez (Madrid), donde fueron muy admiradas hasta que

desaparecieron o se destruyeron a principios de este siglo.

Sus Altezas sugirieron a Isern que solicitase del Gobierno una pensión para asegurarse un medio de subsistencia y poder dedicarse a la enseñanza, a la investigación y a sus trabajos de artesanía.

Jaime Isern solicitó por escrito al Gobierno esta gracia y, además, elevó a primeros de febrero de 1828 una instancia al Ministerio de Hacienda, pidiendo se le reconociese la patente de los aparatos que había inventado y construido para la enseñanza y uso de los ciegos. Demanda a la que dicho Ministerio contestó con una Real Orden del 26 de febrero de 1828, indicando que una Comisión de Fomento, nombrada por la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña, estudie y compruebe la genialidad y autenticidad de la invención de los artilugios ideados por Jaime Isern Colomer.

El día 27 de marzo de 1828 la Comisión de Fomento emitió el siguiente dictamen sobre los inventos del ciego de Mataró:

"Manifestó primeramente el método que ha inventado para los cálculos aritméticos, sumamente ingenioso y digno de elogio, por la sencillez y exactitud con que planteó y resolvió las reglas que se le propusieron, por medio de cifras de plomo colocadas en una cajita de divisiones, desde donde las traslada a una tabla de madera ingeniosamente trabajada, en la que las va ordenando según lo exige el problema que se le propone, distinguiéndolas fácilmente con el tacto. Tan recomendable invento recibirá, sin duda, mayor perfección por la disposición natural y talento poco común que el interesado reúne; tanto más extraordinario en un individuo que ha carecido siempre del auxilio del primer sentido.

Manifestó otra máquina para aprender los ciegos a escribir y dio con ella una prueba de la posibilidad de comunicar sus ideas y conceptos, habiendo escrito con la mayor exactitud y claridad lo que se le fue dictando, siendo sumamente ingenioso el arbitrio de que se vale para figurar o asegurar las letras en el papel, valiéndose de un punzón con punta de hierro y de una plancha de latón.

Igual o muy semejante a ésta es la máquina para la música, con la cual pauta, primero coloca el papel y luego escribe, no sólo los conceptos que se le ocurren, con precisión y claridad admirables, sino que también los que otro expresa. de este invento los ciegos pueden reportar una utilidad bien conocida, por ser la música el arte o profesión a que comúnmente se dedican. Y el interesado que reúne conocimientos no comunes y mucha inteligencia en ella, puede mejorar y hacer más llevadera la suerte de los desgraciados de su clase, con la enseñanza del método que ha inventado; con lo que serían de esperar de los ciegos brillantes composiciones, siendo de observar que hasta el trabajo material de los instrumentos y máquinas de que se vale es obra del mismo interesado, estando ejecutadas con tal primor, que difícilmente un hábil artesano o artista le excedería.

Por lo que la Comisión le considera muy digno de la gracia concedida por el Gobierno".

El resultado de este Informe fue que la munificencia del rey Fernando VII otorgó a Jaime Isern una pensión anual vitalicia de trescientos ducados (unas ochocientas veinticinco pesetas).

El Informe está firmado por el señor Corominas, uno de los cuatro comisionados que tanto elogiaron la escuela de ciegos cuando inspeccionaron ésta, visitando a José Ricart el 27 de enero de 1820 en la calle Boria número 3. Por esta razón, algunos autores afirman que la Comisión de Fomento de la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña recabó para elaborar este Informe el asesoramiento de José Ricart, único maestro de ciegos que había en Barcelona, quien tenía la experiencia de ocho años ininterrumpidos, que también había inventado aparatos para la enseñanza de los faltos de la vista y que, además, era desde hacía muchos años socio de la Real Junta de Comercio del Principado de Cataluña.

Lo cierto es que José Ricart mantuvo largas charlas con Jaime Isern, informándose de los más eficaces métodos y procedimientos para enseñar a los ciegos, como el doblar una hoja de papel como si fuera un fuelle de acordeón para que los invidentes escribieran a lápiz, utilizando como renglones el espacio comprendido entre dos dobleces consecutivos.

José Ricart fabricó copias de los aparatos inventados por Isern y los incorporó a su material pedagógico, mejorando notablemente el aprendizaje de sus alumnos sin vista, a quienes Isern visitó varias veces, perfeccionando la didáctica del relojero.

José Ricart soportó con resignación cristiana, sin pronunciar queja alguna, la parálisis progresiva que poco a poco iba mermando sus movimientos, y continuó impartiendo sus enseñanzas a los ciegos hasta pocos meses antes de morir, encargándose entonces de la dirección de su escuela Antonio Marès e incorporándose a estas tareas educativas Jaime Bruno Berenguer, quien en el año 1840 fue el introductor del sistema Braille en España. Mas José Ricart no llegó a conocer este genial invento, porque entregó su alma a Dios en 1837, después de una fructífera vida de trabajos y sacrificios en favor de los infelices ciegos, mereciendo la gratitud de la Humanidad y que siempre se recuerde su labor filantrópica, aunque sólo sea con una placa conmemorativa en el número 3 de la calle Boria, lugar donde inició su laudable magisterio.

Fin de la Conferencia

CITAS

(1) Francisco De Asís Valls y Ronquillo fue Director de la Escuela Municipal de sordomudos y de ciegos de Barcelona durante más de veinte años; hasta que se jubiló en 1905.

(2) Véase la Tesis Doctoral de Alfonso Medina presentada por la Universidad de Barcelona en Junio de 1958.

(3) "Historia de la Escuela Municipal de Ciegos, en Barcelona", artículos de Juan Romañach publicados en los Boletines de dicha escuela (enero y julio de 1918).

(4) En 1850 la capilla del Sant Sprit en la calle Nueva de San Francisco pasó a pertenecer a la parroquia de La Merced, siendo declarada monumento nacional su fachada, en la cual se contemplaba hasta hace pocos años una artística placa alusiva a la célebre cofradía de ciegos barceloneses.

(5) Véase el folleto "Ciegos célebres", editado en Masnou (Barcelona) en septiembre de 1946 y "Jaime Isern Colomer", por el Doctor Jaime Capderá.

Transcripción: C. A. V.

Finalizada el 7 de mayo de 1993 (último día que comparto en Barcelona con mi más leal amigo) a quien se la dedico con mi más sincero cariño y agradecimiento.

 
 
  Total visitas 982152 visitantes (1887286 clics a subpáginas)  
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis