Hola, señor Braille:
¡Felicidades! Cumples 200 años. Yo te conocí en el cumple 199 o sea, hace un año más o menos.
NO me gusta mucho eso de: "hola señor Braille" pero llamarte "querido Luis", me parece algo atrevido. Es que soy un poco paleta, ¿sabes que es eso de ser paleta? Te lo pregunto como si me fueras a contestar y es que, he recibido tanto de ti, me eres tan cercano, te tengo tan presente en mi día a día, en mi ocio, en mi encuentro con el mundo que ya me pareces un amigo. Porque amigo es aquel que todo te lo facilita, el que te da herramientas para dejar de ser una ignorante, una paleta. Aquí en España nos llaman paletas, a las personas que todavía se sorprenden de un GPS (yo soy esa) o de que los ciegos lean una medicina, la gente de mi pueblo. Mi pueblo es Gandullas. Un lugar pequeño de la sierra norte de Madrid. Tú también eres de pueblo "Coupvray", (qué difícil pronunciarlo y escribirlo para mí) pero eres francés y a los franceses no me los imagino paletos ni pueblerinos, son muy elegantes. Tú además estabas dotado de una gran inteligencia, tu eres excepcional, lo ha demostrado tu código de lecto-escritura que se llama Braille, como tu apellido. Yo no estoy dotada, en absoluto, tengo muchas carencias intelectuales, por causa de ellas, tal vez no sepa decirte bien, todo lo que quisiera, pero lo voy a intentar.
Me llamo Margarita y tengo 44 años. Nací con un serio problema de visión y de movilidad. O sea, que nací casi ciega y casi inválida. Veo, "un andar por casa" que digo yo, para ir a la panadería que me conocen desde que nací, porque la hija de la panadera tiene mi edad, y poco más, tomar un café en el bar de los antepasados de mis padres... me desenvuelvo sé donde está todo, son muchos años. También camino con dificultad, me tambaleo, tengo un problema de caderas, nunca hubiera sido una chica de pasarela, mis movimientos no son graciosos. mi aspecto es un tanto grotesco. Este aspecto y la falta de visión hicieron que tuviera una infancia muy desgraciada, era la tonta y la torpe del pueblo, y de eso nada, lo que sí era, la triste del pueblo; los chavales se burlaban de mí, no tuve nunca amigas, tampoco a la hija de la panadera. Yo no podía jugar a la comba, ni al balón prisionero, ni tampoco podía correr para esconderme en el escondite.
En el colegio no me prestaron la atención que requería; no merecía la pena, habiendo gente normal, para qué perder el tiempo en una criatura tan poco atractiva y de familia humilde, pobre. Sufrí mucho, llegué a pensar que a mis padres les estorbaba, eran crueles conmigo, me pedían cosas que yo no podía hacer porque no veía, ellos me tachaban de vaga y perezosa y se empeñaron más en tratar mi problema de mobilidad sin importarles que no aprendiera a leer ni a escribir, ni a hacer cuentas. "Total si se va a quedar pa vestir santos por lo menos que se mueva" Decían. Y yo, ¿qué podía hacer? ¿Quién me iba a querer con tanta avería? Como no fuera otro con avería como yo, nada, y esto hace casi 40 años Luis, parecía que mis padres decían verdad. Toda mi niñez, mi adolescencia y mi juventud las pasé en Gandullas. Nunca fui a una discoteca, ni a un viaje y el mar lo conozco gracias al cura del pueblo que organizó una excursión con los chicos y chicas de la parroquia y de las parroquias de los pueblos de alrededor y se apiadó de mí y luchó con la tozudez de mis padres, convenciéndoles de que me dejaran ir. En su momento tuve pena de mí, pensaba que para qué habría nacido. Hoy ya lo sé. ¿Y por qué lo sé? Porque gracias a unas personas que veraneaban en mi pueblo, conocí la Once. Lo recuerdo muy bien: tomaba yo un café, solo, y sola, y se me cayó la cucharilla, se acercaron para ayudarme al comprobar que la tenía muy cerca y no la veía y hablando hablando me comentaron: "¿no conoces la Once?" y así de casual fue. Todavía quedaba convencer a mis padres de que yo no tenía un problema de visión, sencillamente era ciega y como tal se me tenía que tratar y enseñar:
"escuchen señores. Su hija puede leer y escribir, en Braille, y hacer cuentas. Los ciegos hace 200 años que han dejado de ser analfabetos". Y mis padres dejaron que la tonta se acercara hasta Madrid para conocer la Once.
Un voluntario me buscaba en el punto donde me dejaba el autocar de mi pueblo, estoy a 100 kilómetros de la Once, pero no importaba, iba a ser persona, iba a dejar de ser una analfabeta. Y el Braille hizo el milagro. Aprendí a leer y a escribir, a todo, ¡gracias Luis!. Hasta los 43 años desconocía lo que eran las sílabas, las preposiciones, los artículos, todo, Luis, todo. El código Braille es maravilloso, facilísimo; vamos, como que después de 200 años no ha habido nada en el mundo que lo sustituya, y yo apuesto a que no lo habrá. Al principio, cuando se es una ignorante como yo, lo de los acentos cuesta un poco, demasiados puntos, yo le dije a mi profesora de Braille, única entre las profesoras de Braille, que no quería aprender más que las letras del alfabeto y la "ñ" y mucho menos los acentos porque no servían, pero ella me contestó:
"Mira Marga, tienes que aprender los acentos, porque el acento es a la palabra como el sexo al amor, que no es lo fundamental, pero es lo que le da el tono". Me convenció y los aprendí. Por eso hoy sé escribir correctamente: ¡muchísimas gracias! Soy persona. Este escrito lo hago yo con sus puntos y sus comas y sus acentos. Si tengo algún error es porque me falta cultura, pero seguiré.
¡Sé leer! y no me siento sola porque un libro en mis manos es un amigo en el café, en la cama, en las tardes de domingo, a mi lado. Y hasta puedo leer a los demás en voz alta.
¡Gracias querido Luis!