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  Carta a Luis Braille (Ángel Martín-Blas Sánchez)
 

 

 

CARTA A LUIS BRAILLE

Ángel Martín-Blas Sánchez

Presentación

Día 30 de Abril de 1997.

Buenos días compañeros y amigos:

Un saludo y un abrazo para todos, también y especialmente para aquéllos a quienes todavía no he podido saludar, tras mi casi vuelta a la vida después del accidente sufrido en Marruecos. Ya estoy casi al 90% de mis posibilidades; y eso me alegra. ¡Gracias por vuestro apoyo y preocupación!

Hoy, aunque ya han pasado unos días de la fecha concreta, celebramos el "día del Libro"; pero no os voy a hablar ni de él, ni de producciones literarias, en general. Yo, que, como sabéis, he viajado a tantos países, he podido constatar con mis propios ojos cómo el sistema Braille (es decir, la posibilidad de leer de las personas ciegas) ha redimido a muchos humanos en todo el mundo. De eso quiero hablaros.

He visto cómo la miseria de personas ciegas era combatida con la cultura adquirida a través de la lectura en puntos. He visto cómo se han conquistado metas de dignidad y prestigio y se han abierto puertas a los que, por ser ciegos, tenían vedado casi todo. He sido testigo de la liberación de la mujer en los países árabes; de la creación de trabajo; de la superación de barreras, del cambio de actitudes...

Por eso, el pasado día 23 escribí una carta a quien hizo posible ese milagro: Luis Braille. Y voy a leerla. Hubiera querido ilustrar su lectura con imágenes grabadas en muchos países visitados. Pero, como técnicamente no nos es posible hacerlo ahora ni tenemos tiempo, os pido que vuestra imaginación vea en mis palabras escenas, por ejemplo, como las que yo vi de niños keniatas leyendo sólo hojas sueltas, negras del uso, escritas por sus propios maestros como libro de texto; escenas como las de vietnamitas, con ojos acribillados, buscando futuro en escuelas míseras; escenas... ¡Ay! ¡Tantas escenas, que me emocionaron en Sri Lanka, Pakistán, Zambia, Egipto, Mongolia...! ¡En tantos sitios...! O como aquélla en que vi, en la India, a una persona sordociega, quien, a pesar de haber estado considerado por algunos como subnormal profundo, pudo, con ilusión, con empeño y con la ayuda de libros en braille, concluir su tesis doctoral.

Oíd, pues, esta carta e imaginad lo que yo he visto, porque fue real. ¡Gracias!

 

CARTA A LUIS BRAILLE

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Día 23 de Abril de 1997.

Querido Luis:

Quizá te extrañe que te escriba en un día como hoy. Debes perdonar mi osadía. Me nació del alma el hacerlo, porque, como soy admirador tuyo, cada vez que se conmemora alguna efemérides que habla de letras, mi imaginación se eleva hacia el recuerdo, vuela hacia tus manos --allá por los primeros años del siglo XIX--- y, acurrucada al calor de tu ingenio, inicia un sueño --fantástico y real, al mismo tiempo--, en el que revive todo aquello que tú fuiste capaz de conseguir con tu obra.

Hoy, la fecha en que te escribo, conmemoramos el "día del libro", que nos hace recordar la contribución que al arte escrito realizaron personajes tan universales como Cervantes o Shakespeare, quienes con sus producciones dieron prestigio y brillo a la Literatura y elevaron a cotas sublimes las capacidades de expresión del género humano. Sé que tú no figuras en esas listas de creadores de grandes obras literarias; pero, no obstante, vives alojado en el corazón de millones de personas a las que, precisamente, tu contribución hizo posibles sus triunfos. Sé que las musas de las letras no te eligieron entre sus protegidos; pero también estoy convencido de que aquéllos que, hasta que tú llegaste, tuvieron vedado el acceso a la cultura impresa, te aceptaron como ejemplo, cuando tu obra les ayudó a conseguirlo. Sé que ni el clamor de la gloria ni el laurel del premio académico-lingüístico jamás te envanecieron ni tentaron, porque tú naciste para ser tan natural, pero tan necesario, como el aire; y también conozco que, cada día que amanece, muchas personas sin luz te dedican su homenaje y proclaman que tu obra les hizo nacer de nuevo a la igualdad de oportunidades. Sé que ante varias generaciones pasaron desapercibidas tu vida y tu obra durante algunas décadas, porque los autodenominados prestigiosos no aceptaban que tú, tan sencillo, fueras capaz de tanto; pero también quiero que conozcas que, al crecer como la espuma tu hallazgo, se rompieron muchos prejuicios, se desvanecieron otras tantas incomprensiones y cayeron vencidas no pocas murallas de intolerancia...

Tu obra, Luis, fue la puerta para nuevas esperanzas; el camino a recorrer hacía metas rosadas; la puesta de largo de deseos incipientes; el amanecer de inquietudes renovadas; la muerte de desesperanzas repetidas; la resurrección de futuros sin excusas. Quizá, Luis, ni tú mismo sepas hoy el alcance de lo que hiciste. Por eso, precisamente hoy, yo quiero contártelo. Mira, Luis, vente conmigo, amigo mío, asido a mi mano, que vamos a hacer un viaje por lejanos confines para mostrarte la grandeza de tu cosecha universal por la semilla que sembraste.

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Tu obra, Luis, cruzó fronteras y contratiempos y llegó a Kenia. La desconfianza de muchos hizo larga la espera, pero, al final, arraigó como flor de ilusiones y comenzó a redimir miserias, a dignificar pobrezas, a erradicar olvidos, a provocar revoloteos de inquietudes, como mariposas de ansia, para ver con claridad el futuro. Tu obra no tuvo casi cuna propia; por eso hubo de acurrucarse en hojas prestadas, nacidas en lejanas y filantrópicas fronteras. Siguió conquistando metas, hasta entonces impensadas. Y, ante la carencia de medios, se volvió a reencarnar en hojas locales, sin forma ni pretensión de libro; hojas ennegrecidas por la caricia ilusionada de infinitos dedos buscando la cultura; hojas nacidas de las manos y del insomnio de maestros que, a golpe de punzón y entusiasmo, buscaban horizontes más brillantes para sus tutelados; hojas raídas y encorvadas, que abrían puertas hacia metas risueñas; hojas que pintaban auroras para aquéllos a quienes estaba vedado todo. Tu obra, Luis, llegó, casi de puntillas, para decirles, primero al oído y después a gritos, que el color de la piel no debe ser frontera humana para los derechos...

Tu obra, Luis, convertida en semilla, cruzó océanos, montañas y prejuicios, y germinó en Vietnam, un país aniquilado por megalómanos y fanáticos forasteros, que cosieron sus entrañas con "napalm", dolor y miseria. Y fructificó en centros lúgubres, sin luz, sin puertas y sin futuro. Y dio fruto en improvisadas escuelas mixtas, forzosamente unitarias y casi en la calle, porque la carencia no repara en malabarismos pedagógicos. El fruto de tu semilla sirvió para lavar odios merecidos, para curar lesiones irremediables, para sanar heridas indelebles y para transformar los ensordecedores estruendos de guerra en ecos de progreso, de paz y de sonrisas. Personas, con metralla en los ojos, avezados en cañones, cambiaron sus fusiles por libros, sus balas por letras y el zumbido de explosiones por melodías de lenguajes monosilábicos y cantarines. Alimentó tu semilla a gentes, sin reparar en edad, credo e indumentaria, llenando de flores y de anhelos sus horizontes fatigados. Tu obra, Luis, sirvió de bálsamo contra el dolor y la desesperanza.

Revoloteó tu obra, Luis, y anidó entre pirámides, para crear en Egipto flamantes escribas y hombres libres engalanados de cultura. Como nuevo Moisés, tu obra liberó pueblos enteros, que habían estado condenados a la nada por decretos consensuados por mayorías intolerantes. Dio trabajo, honor y dignidad a los que antes sólo merecían raciones de desprecio o migajas de compasiones y liberó de la plaga de la nada a quienes se ahogaban sin ver horizontes.

Voló sin límites tu obra, cual semilla, y germinó también entre paisajes vírgenes de polución y entre gentes huérfanas de esperanzas. Sri Lanka fue también tu campo de abono y de auroras. La mujer, atrapada en la ceguera y en discriminaciones, se desnudó de timidez para saciar con tus medios su centenaria sed de cultura. Tu obra se vistió de libros, ya viejos de tanta espera, para rellenar vacíos históricamente iletrados. Los fundamentalismos se desmoronaron ante el argumento de lo posible para los desheredados. Tu obra, Luis, también supo vencer a la Historia equivocada.

No desfalleció la semilla de tu obra, hasta que pudo dar vida, cultura y esperanza en todos los rincones del mundo. Floreció en Pakistán para despertar sueños seculares de conformismo ante la pobreza; para poner alas a la mujer, permitiéndole volar a la altura de los hombres; para dar cabida, como participantes, a quienes les estaba vedado cualquier intento de carrera hacia alguna meta.

Tu obra, Luis, no entendió de credos, ni de razas, ni de lenguas, ni de oposiciones. Por eso recorrió sendas y mares, para llegar allá donde algún ilusionado pudiera esperarla. Borró el color de las diferencias en Zambia, Congo, Botswana, Sudáfrica... Remedió olvidos en países hartos de pan y de cultura, pero vacíos de corazón: Europa, América... (los poderosos) cayeron en la cuenta, por fin, de que quienes no veían habían vivido siempre en segunda fila.

Tu obra, Luis, consiguió lo imposible, lo impensado, lo ya irremediablemente perdido. En la India, como en tantas fronteras, la sordera y la ceguera juntas habían marcado siempre el final de caminos, dejando a quienes las padecían en el único lugar posible, según teorías religiosamente consensuadas: el olvido, la incomprensión y el desprecio. Pero llegó tu obra y rompió diagnósticos dictados como inmutables; deshizo teorías basadas en la oscuridad; aniquiló pronósticos que conducían al abismo, e hizo avergonzarse de su fracaso a quienes defendían el futuro vestido de nada. Tu obra rompió barreras y demostró evidencias y millares de torres de soberbia se rindieron ante tu triunfo. Con tu obra, manos de diverso color y fronteras se unieron, avivadas por el ansia de la misma meta, para formar una cadena que arrastrara al asentimiento a aquellos que aún dudaban.

Tu obra, Luis, se hizo milagro para quienes sólo vivían entre imposibles. Permitió rezar, en multitud de lenguas y grafías, a dioses anhelantes de credos y adhesiones. Hizo posible a los ciegos desgranar versos, recitar salmos y declarar amores con el lenguaje escrito por sus propias culturas, ritos, costumbres e historia. Ayudó a merecer afectos, a hacer proclamas, a dar cuerpo y vida a melodías y a sembrar doctrinas en infinitos dialectos autóctonos. Permitió conquistar la meta de la igualdad a los que, por no ver, estaban apartados del derecho. Se posó tu obra, como rocío, sobre países y corazones, a lo largo y a lo ancho de la geografía y del consenso.

Tu obra, Luis, dio alimento de cultura y dignidad a pobres y a ricos, porque tú no entendías de fronteras ni diferencias. Desde América a Oceanía; desde el Polo hasta el Trópico..., la "Rosa de los Vientos" se vistió de gala para darte la bienvenida en nombre de quienes aprendieron a ser otra vez personas, por el milagro de poder leer con sus dedos.

Tu obra, Luis, venció opiniones y terquedades y firmó la paz con quienes aún luchaban contra las evidencias. Y así, puso firmes a quienes negaban migajas de cultura a los diferentes; alertó a los que desconfiaban de los distintos; incitó a los que se habían rendido a históricos prejuicios contra los discapacitados, y puso en pie de guerra a los que buscaban para los desheredados mejores caminos para su autosuficiencia. Por eso, tu obra, Luis, dejó estelas de luz y progresos allende los mares y en todos los puntos cardinales. Todos los hombres cantaron, a una voz y en puntos, un himno de triunfo por tu regalo.

Hoy, Luis, "día del libro", también quiero darte las gracias por lo que a nosotros, aquí en España, nos has legado. Quizás, el árbol de nuestro bienestar nos impide, a veces, ver (y otras, olvidar) el gran bosque de tu regalo. Pero quiero que sepas que estamos convencidos de que con tu obra los ciegos españoles han demostrado al mundo que ser capaz no es patrimonio de los ojos, sino del entusiasmo. Con tu aportación se ha podido erigir un imperio en el que lo importante no son ni las glorias ni los boatos, sino la conquista de la dignidad como personas. Nuestros niños nacen con una estrella firme, que les guía, si quieren, hacia cualquier meta. Nuestros jóvenes labran campos de rosas para perfumar su futuro sin fronteras. Nuestros adultos superan las estadísticas en dignidad, capacidades y esperanzas. Nuestros mayores gozan del rédito de una vida llena de sentido.

Hoy, Luis, quiero decirte finalmente que, aunque hayamos repetido muchas veces que tu obra ha sembrado de luz el mundo de quienes antes vivían en las sombras, yo quiero añadir que, cada vez que un niño ciego sonríe al asomarse con sus dedos a su primer libro en relieve; cada vez que una fórmula matemática, una melodía o un mensaje se hacen legibles al tacto; cada vez que un verso, una oración o un piropo se encarnan en palabras con puntos..., se viste de gala la condición humana de muchos millones de personas que, gracias a ti y a tu obra, Luis, han conseguido ser ellos mismos.

Recibe mi abrazo, como admirador, como amigo y como entusiasta de tu obra.

 

 
 
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