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  La Fiesta (Alberto Gil)
 

 

 

La Fiesta

Alberto Gil

-Doña Pepita, doña Fortunata, doña Ana, síganme. Vamos a una fiesta,

apresúrense, prepárense. No se demoren.

-¿Una fiesta? ¡Bravo! ¡bien! ¡Algarabía!

Las tres damas, así interpeladas se retiran, cada una a sus coquetos

aposentos para engalanarse. Lucirán las últimas novedades de la moda, recién

llegadas de París donde también otra mujer está triunfando tras haber

marchado para casar con el emperador. Eugenia se llama y, con su galanura y

gracia, ha conquistado a todo lo más selecto del vecino reino.

Se pondrán miriñaques, blondas y terciopelos. Se adornarán con pendientes y

gargantillas, incluso hasta con algún sencillo brazalete. Y tampoco faltarán

los discretos, pero evocadores, afeites y perfumes.

-Ya estamos listas, señor. ¿Es de su gusto nuestro atavío?

-Sus mercedes son tan bellas que me siento honrado al disponer de su

compañía y hermosura.

El galán que las acompaña, don Plumilla Plumón, no las desmerece tampoco.

Con su bombín, su levita y porte, con su peluca y su bastón.

Suben al carruaje, se acomodan, dan la orden. El cochero azuza a los

corceles que se lanzan a galope tendido por calles y plazas de una ciudad en

la que los afanes y miserias de unos tiempos de crisis, desarrollan sus

ritmos al son de conspiraciones, gacetas y cafés. Es 23 de abril de.

-Señor, inquiere, Ana, ¿van también a la fiesta nuestros padres?

-Ummm, espero que sí. Aunque bien saben de las ocupaciones de don Juan, don

Benito y don Leopoldo. Me consta que han sido invitados y no dudo del

esfuerzo que harán por estar en ella, abrazando, de paso, a sus niñas. Qué

lástima que doña Jacinta esté aún convaleciente de su enfermedad.

-Es que mi padre, desde que le ha dado por meterse a diputado no hay forma

de que le dedique atención a nada más que a los debates en Cortes.

-Sí, y a rebatir a los que le han puesto cierto mote leguminoso. Jejejejej.

-Pepita, no seas chismosa.

-Sí, sí; Garbancero sé que le dicen.

-Pues anda que el tuyo, que muy diplomático y muy lo que quieras pero que

tampoco aparece nunca por casa.

-Bueno, no se subleven, señoras. No se incomoden que han de estar en armonía

y concordia. El siglo que les ha tocado vivir les exige toda su dedicación.

Y no se quejen, que ustedes se encuentran bien acomodadas y en la mejor de

las compañías,.

-Eso es verdad, el otro día quiso cortejarme un tal caballero don Quijote.

Vaya pinta que llevaba.

-Pues a mí me vino otro caballero, díjose de Olmedo.

-Ah, toma, el que me dedicó requiebros a mí ni era caballero quijotesco ni

olmedano. Era un avispado ciego, dijo que un maladado pícaro habíalo

estrellado contra mojón de piedra en la ciudad del Tormes, pero que de

entonces a ahora había vuelto a sus correrías e ingenios. Y no sería noble o

hidalgo, pero simpático y ocurrente era un rato bien largo. Cómo me reí con

sus ocurrencias y trapacerías.

En estos diálogos de cortejos y disputas amorosas ha transcurrido el viaje.

Ya llegan al palacete donde se celebrará el gran acontecimiento.

La música suena a ritmo de rigodón y vals, el lujo más o menos real se

despliega ufano ante las recién llegadas y todo es jolgorio y risa.

Presentaciones, saludos, besamanos, madrigales y cortesías se hacen

dueños del momento para, a continuación, ser interrumpidas por alguien:

Han llegado todos, lo mejor de las Españas está aquí. Qué honor que hayan

querido venir. ¿Lo saben ya? De allende los Pirineos, de las Indias, de

Oriente y Occidente, del mundo llegan hoy hasta nuestro reino seis

personajes que, van a hacer Historia y que vayan a ser recibidos por

vuestras mercedes, héroes, heroínas, conquistadores, y guerreros, es la

mejor forma de acogida que merecen. ¿Y sus nombres? Punto Uno, Punto Dos,

Punto Tres, Punto Cuatro, Punto Cinco y Punto Seis. ¿Y su apellido? Braille.

Salúdenles, agasájenles, van a ser grandes amigos suyos; sí, digo bien.

Serán ellos quienes hagan un milagro, darles vida a todas sus señorías. ¿No

creen, entonces, que deben festejarles como a príncipes?

-¿Darnos vida? -cuchichea Ana a sus amigas_, si nosotras somos eternas. ¿Qué

vida nos van a dar esos pisaverdes?

-No sé pero.

Han pasado los años, ya más de cien, y Ana, aquella Ana, Ana Ozores, la que

fuera a singular fiesta, recuerda ahora que don Claudio Moyano tenía razón

al decirles que la venida de aquéllos que ella creyó enclenques mequetrefes,

por lo pequeñitos que eran, han resultado ser todo un luminoso hallazgo y

que tuvo razón organizándoles semejante recepción. Que los tales Puntos

hicieron que muchas y muchos la hayan acariciado con yemas de dedos

sensibles dándole un calorcito que. ¡Qué gustito!

Sus coetáneas opinan lo mismo aunque ahora ya no hable casi con ellas desde

que las separaron, al morir don Plumilla, qué pena, cómo lo lamentó cuando

fue relegado al olvido y sustituido por otro llamado Téclez Maquinista, sí,

más joven y ágil pero ¡tan frío! Con lo bien que las cuidaba y trataba don

Plumilla.

Uy, ya me acarician otra vez. Sigue, sigue. Qué bien, qué sueñecito me entra

con su roce. Ah, si fuera. cómo me enamoraría de éste que. vaya dedos, vaya

fmanos, vaya. uf.

 

 

 

 
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