"La verdad es que estoy tan aburrido que lo único que se me ocurre que pueda hacer, es contar lo que me pasa, a ver si así me desahogo un poco, he oído decir muchas veces que compartir las penas alivia, veremos a ver.
Desde que Louis Braille apareció en mi vida, ésta cambió radicalmente. Nunca pensé que alguien que hubiera nacido hace tantos años, (unos doscientos ¡qué barbaridad!) y tan lejos, en otro país, al otro lado del océano, pudiera jugar un papel tan importante en mi vida. Y no, señor Braille, no me alegro nada de que su maravilloso invento se haya cruzado en mi camino. Por su culpa, ahora llevo una vida sedentaria, monótona, triste, cuando hasta su aparición, era todo lo contrario, me pasaba el día de un lado para otro, yendo y viniendo, saludando a mucha gente, en fin, una vida activa como debe ser la nuestra. Si hasta mi musculatura se ha resentido. Antes mis patas eran fuertes y robustas, ahora no.
Cuando fui apartado de mi familia vine a vivir a esta casa con el que desde entonces es mi amo, un señor no muy alto, no muy guapo, bastante joven, simpático y afectuoso. Al principio no nos entendíamos demasiado bien. Si yo quería jugar un rato con él y le dejaba una piedra a sus pies para que me la tirara, él, o no me hacía caso, o movía sus manos inquieto de una manera que yo no había visto nunca antes que lo hiciera nadie. Cuando quería reclamar su atención tenía que acercarme hasta donde él estuviera y darle con mi hocico en su pierna. Pero poco a poco fuimos encontrando nuestra forma de comunicarnos y aunque tenía alguna queja sobre la comida, no muy abundante por cierto, fui tomándole cariño.
Bien tempranito, cada mañana, mi amo y yo nos echábamos a la calle. Mi amo se colgaba una gran mochila a la espalda, me ponía a mí una rústica correa y emprendíamos la marcha. También hubo sus más y sus menos al principio, hasta que comprendí que mi amo lo que esperaba de mí era que me pusiera siempre delante de él, y que estuviera atento a todos los obstáculos. Pero también conseguí complacerle en esto, que para mí era incluso divertido. Cada día caminábamos por muchas calles, llenas de obstáculos, y cada día era diferente. Sitios nuevos y gente nueva. De vez en cuando encontraba algún mendrugo de pan, y a veces manjares más suculentos que alcanzaba al vuelo procurando que mi amo no se enterara porque, nunca supe sus razones, pero me lo tenía prohibido. Visitábamos muchas casas, mi amo intercambiaba unos papelitos con las personas y nos íbamos a otra casa y así un día y otro, un barrio y otro, kilómetros y kilómetros.
Pero un día, al llamar una vez más a una puerta nos atendió una mujer en la que observé inmediatamente algo peculiar, ponía un poco sus manos por delante como solía hacer mi amo. Y ese día empezó todo. Mi amo esta vez además de cambiar esos papelitos como hacía habitualmente, estuvo mucho rato hablando con la mujer. Ese día oí por primera vez el nombre de Louis Braille.
Para mi sorpresa, al día siguiente volvimos a la misma casa y otra vez mi amo habló largo rato con la mujer. Y esta vez no hubo intercambio de papelitos. La mujer le dio a mi amo unos papeles grandes, más bien feos, por cierto, que mi amo guardó con mucho cuidado en un lugar especial de la mochila. Esa misma noche vi a mi amo acariciando esos papeles y pensé que se estaba trastornando, porque no veía yo en ellos el más mínimo interés.
Eran unos papeles marrones con algo así como puntitos por encima.
Y aquí empezaron mis males. Ahora íbamos todos los días a la misma casa donde mi amo pasaba buena parte de la mañana y nuestras caminatas empezaron a ser ya mucho más cortas y monótonas. La cosa se fue agravando porque mi amo, cada vez llevaba montones más grandes de papeles de puntitos, y por la tarde empezábamos a quedarnos en casa, cada vez con más frecuencia. Él dale que dale a toquetear esos papeles y yo.... pues yo a su lado, tirado en el suelo dormitando y lamentándome del giro que estaba dando mi vida.
Sí había algo bueno, mi amo parecía estar cada día más alegre. En un momento dado pensé que a lo mejor la mujer iba a ser mi ama, pero ahí me equivoqué, nunca pasó tal cosa, mi amo y la mujer continuaron un tiempo viéndose a diario. Escuchando sus conversaciones supe del braille, del tacto, de leer, de estudiar, de un montón de proyectos que parecía no tener fin.
Y aquí estamos, ahora en vez de patear las calles vamos cada día a la misma oficina. Mi amo ya no lleva esa mochila grandota y hasta mi correa es hoy más elegante. Ummmm y todo hay que decirlo, también le debo al tal Louis Braille que mi cuenco esté ahora más y mejor surtido. Y bien pensado, quien sabe si en el futuro, cuando el reuma o lo que sea, que suele llegar con los años, me alcance, a lo mejor tengo que agradecerle a ese tal Louis Braille que mi amo sea hoy en día un señor importante.
Estoy por creer que esos puntitos son mágicos, porque mi amo se pone siempre tan contento cuando los encuentra en envases, botes, medicinas, jabones, si hasta mis latas de comida llevan ya puntitos, y mi amo, siempre siempre toca que toca, buscando puntitos en todas partes. Tanta afición ha cogido a tocar, que por tocar ahora toca la flauta, coge papeles con puntitos, y a tocar tocando.... que es un primor escucharle. A veces me preocupa si no se le gastarán los dedos de tanto tocar.... Pero no parece, porque yo diría que hasta me acaricia con más suavidad.
No sé, seguiré reflexionando, a lo mejor cambio de opinión sobre el invento del Sr. Braille..."