Nuevo Amanecer
Brígida Rivas Ordóñez
Faltaría al deber para con mis compañeros ciegos, si no les comunicara las experiencias que me permitieron salir del bache que me produjo la pérdida de la visión.
Desde pequeña fui muy miope, cosa que fui paliando con gruesas gafas y lentillas. Casi me olvidaba de semejante problema. No obstante mi miopía era progresiva y empecé a pensar en el futuro. Todavía joven me dirigí a la ONCE y solicité un alfabeto braille. Siempre he sido optimista y llegué a casa, feliz con el alfabeto, y enseñándoselo a mi madre, le expliqué que a mal venir las cosas, con aquello estaba salvada. Mi madre lo examinó detenidamente, cerró los ojos, pasó los dedos sobre los puntos en relieve, y devolviéndomelo con tristeza dijo: “Dios quiera que no tengas que utilizarlo”.
Yo me encerré en mi despacho y así tomé el primer contacto con este maravilloso invento.
Usando mi vista, fui memorizando los grupos de puntos y su identificación. Aquello me parecía fácil por lo que pospuse el momento de su aprendizaje. Cada cierto tiempo hacía un nuevo intento, que abandonaba, ahora por parecerme muy difícil, luego porque tenía arduos trabajos en marcha y no convenía quitarles tiempo, después porque en el periodo de vacaciones que elegí para aprenderlo, me resultó poco coherente este lento y duro aprendizaje. Mi vista siguió empeorando y llegué a sentirme perdida en un mundo del que desconocía el color de mis ropas, el contenido de los envases de fármacos, el de los botes de conservas y me sentí incapaz de subir a un ascensor sola, o comer en un restaurante si alguien no me leía la carta. También para ejercer el derecho al voto necesitaba ayuda. Me encontraba perdida y anulada.
Después de un bache en el que me hundí en la negrura de las sombras, que iban a acompañar mis días, sufrí una intensa depresión de ánimo, y volví a pensar en el método Braille como tabla de salvación. Tuve que tomarme en serio esta tarea. Con la dedicación y el esfuerzo que requiere todo lo que tiene valor en la vida, llegué a leer las palabras y con constancia, a interpretar los textos. Reconozco que no fue sencillo. Me dolían las manos con el esfuerzo que les exigía a mis dedos para que reconocieran cada grupo de puntos. Más de una vez tuve que concederme una tregua. Pero el braille ya había calado en mí, por lo que volvía al libro en pocos días.
No penséis que es una tontería. Mis días son grises cuando no tengo un libro braille en el escritorio, donde además tengo un Sonobraille, una línea braille, un Milestone, y un ordenador. Todos estos aparatos los manejo aceptablemente, y en ellos tengo a mi alcance una ilimitada cantidad de obras de todo tipo. Con el ordenador y sus comandos, localizo el libro que en ese momento me interesa, pacientemente lo bajo hasta mis aparatos y feliz me dispongo a leerlo.
Aquí empieza mi desilusión, cuando aquella voz que habla no tiene la entonación que a mi entender sería la correcta. Intento habituarme, con lo que disminuye mi atención a la esencia de la lectura y pasada media hora, unas veces menos y otras más, me vengo a dar cuenta de que he perdido el hilo, que estoy pensando en otra cosa o que me estoy durmiendo. ¿Nunca os habéis dormido delante de uno de estos aparatos? Hasta pena me da del tiempo malgastado. Me levanto, pico algo en la cocina, doy una vuelta por el barrio, y retorno la tarea. Inútil, todo inútil. A los pocos minutos volveré a sentirme defraudada.
Después de estas experiencias he comprendido que no se puede sustituir la satisfacción y comprensión que proporciona este método de lectura por las sensaciones que trasmiten los nuevos aparatos, a los que no les voy a negar su utilidad en muchas ocasiones. Pero para lo que indudablemente el braille es irreemplazable es para pulsar los botones del ascensor, para leer las partituras, las cartas en los restaurantes, para reconocer los medicamentos, y para etiquetar toda clase de objetos en el hogar.
Ya he cumplido 79 años. Mi salud me permite vivir sola en mi casa, donde he etiquetado una gran cantidad de objetos, por lo que no necesito la presencia constante de la asistenta, pudiéndole dedicar todo el tiempo que deseo a la lectura en braille, que al final de mis días constituye mi pasión.
Amables compañeros, en esta senda oscura que nos toca vivir, no desaniméis, vuestra vida puede llegar a ser tan placentera como la de cualquier persona, porque hoy tenéis a vuestro alcance los adelantos de la técnica que os ayudarán, pero sin olvidar que son las primeras letras que un niño aprende, las que lo van a encaminar en la vida. Y son insustituibles para cualquier persona, incluidos ciegos, que con un sistema diferente, el de lectura y escritura braille, os proporcionarán un nuevo amanecer, y podréis escalar las cimas del arte musical, de la literatura o de los negocios.
Después de enviaros este relato, disfrutaré más mis lecturas pensando que en cualquier lugar, puede haber alguna persona, a la que he inducido, a no abandonar este método disfrutando como yo lo hago a diario con un libro braille.