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  Lo Que Hay Detrás de un Trocito de Papel (José Molina Torres)
 
 
 
 
LO QUE HAY DETRÁS DE UN TROCITO DE PAPEL
 
  José Molina Torres
 
En uno de esos pueblos perdidos de nuestra geografía española, una joven y  hermosa muchacha daba a luz hace ya algunos años a un precioso y sano bebé; y  ése era yo. El segundo de los seis hijos de una familia humilde y campesina que, con  orgullo y dignidad supo salir adelante de cuantas adversidades se le presentaron en  la vida. Recordar los primeros instantes de la vida de un ser humano es algo que nadie  ha logrado todavía y no iba a ser yo la excepción. Por lo que imagino que mis  primeros meses transcurrieron como los de cualquier niño: mamar, dormir y hacer las  necesidades fisiológicas, etc., hasta que a los tres meses una grave enfermedad me  privó de la visión. Ese inesperado acontecimiento alteró la tranquila vida de mis  padres y todos sus esfuerzos y sacrificios se centraron en buscar en vano una  solución a mi problema, acudiendo para ello a cuantos profesionales les fue posible.
La respuesta siempre era la misma: “Hoy, poco o nada se puede hacer, pero quién  sabe sí en el futuro...” Y lo cierto es que no había más remedio que vivir el presente afrontando la  realidad. Mientras que por un lado mi hermana la mayor era una niña encantadora  que correteaba alegre por la casa, sonreía con dulzura, su tierna e inocente mirada  respondía a cualquier gesto y sus cuidados se limitaban a los de cualquier niño; y por  otro lado, estaba yo, con mi mirada siempre inmóvil, imagino que mis primeros pasos,  lejos de producir felicidad contribuyeron a acentuar la intranquilidad de mi familia pues  lógicamente era necesario prestarme mayor atención y protección. Pero justo es  reconocer que, buscando en los recuerdos de mi infancia, no he encontrado una  protección especial; y sí puedo recordar a un niño jugando con sus hermanos y  compartiendo travesuras con ellos asumiendo sus mismos riesgos, al tiempo que  comprendía que algo le diferenciaba de los demás. Pero la prueba de que él  inconscientemente luchaba por aparentar lo contrario, es el recuerdo entrañable que  guardo de una tarde en la que una familia nos regaló una inmensa caja de juguetes en  la que había un triciclo del que yo me apropié, ¡y vaya si aprendí a conducirlo a fuerza  de golpes y caídas! ; hasta que al poco tiempo lo manejaba como si nada por mi casa  y sus alrededores, hasta el punto que un buen día se me ocurrió irme a la casa del  vecino con mi triciclo: la verdad es que era fácil, pues sólo se trataba de recorrer un  camino de unos cien metros, un giro a la izquierda y el asombro fue...
Los años seguían pasando, y con ellos la familia aumentaba y yo era el que  mayores problemas planteaba y al que más oscuro se le presentaba el futuro. Y como  siempre, mi hermana la mayor, por eso de ser la primera era la que nos iba abriendo el  camino a todos y le llegó la hora de ir a la escuela Recuerdo cómo mi madre le  repasaba por las tardes la cartilla y yo la escuchaba decir “a o, u, i, a,...”, y eso para mí  no significaba nada al margen de un puñado de papeles. Luego fue mi otro hermano,  el que va detrás de mí, el que repetía las lecciones y el que por las mañanas en  compañía de la niña se iba a la escuela y yo quedaba en casa, eso sí con mi madre y  el más pequeño de la casa. Muchas mañanas mi madre me preparaba en una talega  un bote de cristal de leche, un trozo de pan y engañifa (embutido), y guiado por el  ruido del tractor le llevaba a mi padre su almuerzo, mientras esperaba que llegara la  hora de volver a juntarnos todos para pasar el resto del día; y así, entre juegos,  diabluras, peleas de niño, tocando todo lo que se ponía a mi alcance y ese ímpetu de  hacer aquello que no podía; transcurrían los días para mí mientras que en mis padres  crecía la incertidumbre de cual sería mi futuro. Una soleada mañana de San Fermín, cuando faltaban algo menos de dos  meses para mi séptimo cumpleaños, estábamos mis hermanos y yo en la calle, no  recuerdo bien si jugando o cada uno desperdigado; cuando lo cierto es que a lo lejos  se escuchó el ruido de un coche. Entonces dijimos “alguien viene” y, efectivamente, el  coche recorrió un largo camino, llegó a la plazoleta, un giro a la derecha y otro a la  izquierda y el automóvil se detuvo. Y como era costumbre pregunté “¿quién es?” - “no  lo sé”, contestó uno de mis hermanos. Entonces un señor acompañado de dos o tres  señoritas descendieron de él y una de las muchachas dijo “sí, aquí es”. Nos  preguntaron por nuestros padres y nosotros fuimos a buscarlos. Mi padre estaba  echándole de comer a los animales y mi madre extendía pimientos y tomates en el  
“terrao” de la casa para secarlos al sol. Tras las pertinentes presentaciones pasaron a  
la cocina, que también servía de salón. Yo me quedé sentado en el tranco de la puerta  
y se inició una larga conversación en la que el señor desconocido llevaba la voz  
cantante. 
 
Recuerdo que yo escuchaba atentamente, pero no sé decir con certeza los  
términos de la charla; escuchaba hablar de fábrica de caramelos, telefonistas,  
profesores, colegios, etc. Oía frases tan extrañas como hombre de provecho, el día de  
mañana, arreglar papeles, y tras un largo rato comprendí que estaban hablando de mí,  
en definitiva, se estaba fraguando mi futuro más inmediato. De lo que no me cabe la  
menor duda, es de que a aquel hombre no le fue fácil explicarle a aquella sencilla  
familia que el destino de su niño estaba lejos de ellos, porque en aquellos momentos  
no había otra solución si verdaderamente querían para él algo más que un pequeño  
diablillo enredando por todos lados. Ya bastante avanzada la visita mi padre me dijo:  
“Pepe, ven este hombre te quiere ver”, yo me levanté y me acerqué junto a mi padre y  
él me indicó a donde tenía que ir. De repente, noté que unas manos me tocaban por  
todo el cuerpo de arriba abajo, igual que hacía yo cuando quería ver algo. El señor me  
cogió entre sus brazos y me preguntó si quería ir a un colegio donde había muchos  
niños, a lo que contesté secamente “no”. 
Una vez que aquella inesperada visita hubo conseguido el objetivo que le había  
llevado a aquel escondido cortijo, y tras informar de los trámites a seguir, se  
dispusieron a marcharse, aunque no se fueron de vacío pues, mis padres, haciendo  
gala de la generosidad que siempre les ha caracterizado le dieron una cesta de  
melocotones y tomates de los que cogieron esa misma mañana y ya en el coche una  
señorita volvió a recalcar “les esperamos en la Delegación con las fotografías”. El  
vehículo dio la vuelta y se alejó por el camino, quedando mi familia con la incógnita de  
cómo habían conseguido llegar hasta allí, y la verdad es que eso tardó algún tiempo  
en saberse. A partir de ese momento se inició la difícil y angustiosa tarea, entre  
lágrimas y sollozos, de explicarle a los familiares y amigos “que al Pepe se lo llevaban  
a un colegio”, a lo que ellos preguntaban si había que pagar algo y mis padres lo más  
que sabían decirles era que se lo mantendrían los que vendían los “iguales”. Se  
iniciaron todos los trámites burocráticos y pronto llegó el mes de octubre y la fecha  
indicada de ingreso en el colegio. La noche anterior a mi partida se reunió en casa  
prácticamente toda la familia: abuelos, tíos, primos, siendo yo el centro de atención.  
Conforme se iban despidiendo tenía la sensación de que algo extraño me recorría el  
cuerpo de arriba a bajo; me decían “no te preocupes, verás que pronto estás aquí otra  
vez”. La mañana llegó y como todas, me levanté; pero esta vez sabía que al día  
 
siguiente no sería mi madre quien me llamaría. Una vez ya preparados, llegó la hora  
de despedirme de mis hermanos. Fui a sus camas y los besé a todos mientras mi  
madre lloraba; Luego ya en la calle hice lo mismo con mis abuelos; montamos mis  
padres y yo en un coche que nos condujo hasta la estación de autobuses, subimos a  
uno y se inició un largo viaje cuyo destino era Alicante. 
Hacia el mediodía aproximadamente el autobús hizo una larga parada para  
comer, deteniéndose definitivamente a las cuatro y media más o menos en la estación  
de Alicante. Posteriormente nos trasladamos hasta el colegio, no recuerdo bien sí en  
taxi o autobús. Una vez en la entrada del mismo, y tras nuestra identificación, nos  
pasaron al despacho del Director y se procedió a hacer la ficha de ingreso. Luego, nos  
condujeron a la comunidad de las religiosas, las cuales nos mostraron las  
instalaciones del centro; y nuevamente en la portería tuvo lugar la despedida de mis  
padres. Al besarme mi padre noté en mi cara sus mejillas humedecidas, al igual que  
las de mi madre, mientras me abrazaba entre sus brazos. De esa escena poco más  
recuerdo, pero según cuenta mi madre una monja me llevó para adentro llorando. 
Ahí se inició mi verdadera educación, al principio, todo era bastante extraño  
para mí; la primera cena me sentía como asustado, pues no era normal comer en un  
sitio tan grande y con tanto ruido. Mi primera anécdota tuvo lugar esa misma noche  
cuando, poco antes de ir a la cama, me dijo la señorita que hiciera pis en un sitio muy  
extraño, y le dije que no, que yo lo hacía en la calle... Pero poco a poco, mis hábitos y  
costumbres fueron cambiando, pronto hice amigos y muchas de las cosas que hasta  
entonces carecían de importancia iban teniendo sentido. Pero la verdad es que  
echaba de menos a los míos, a pesar del cariño con el que nos trataban nuestros  
mayores. Todos los domingos por la tarde recibía la llamada telefónica de mis padres  
y aunque después de la misma me quedaba un poco melancólico, volvía nuevamente  
al ambiente colegial. Empecé a familiarizarme con el material escolar: pauta, punzón,  
caja de números, etc., a cumplir rigurosamente los horarios establecidos para cada  
cosa y sobre todo a tratar con respeto a quienes día a día se esforzaban en darnos  
una correcta educación. Y en esa rutina llegaron las primeras vacaciones de Navidad;  
era volver a mi casa junto a los míos, pero cuando quise darme cuenta otra vez estaba  
en el autobús camino del colegio. Con el transcurso de los días iba adquiriendo  
 
mayores conocimientos y progresos; cuando aprendí a escribir la profesora nos dijo  
que escribiéramos una carta a nuestros padres en Braillie nosotros mismos (pues  
hasta entonces eran los celadores quienes se encargaban de que mantuviéramos este  
contacto); Cuando esa carta llegó a mi casa lo primero que hicieron mis padres fue  
llevársela al delegado del pueblo para que se la leyera. Ni que decir tiene el orgullo  
que para ellos significó y prueba de ello es que la carta se hizo famosa en todo el  
pueblo y a los pocos días recibía en el colegio contestación en el mismo sistema a la  
mía y yo mismo la leí. 
Unas vacaciones, me llevé una revista de “Prometeo” y mis padres quedaron  
embobados viéndome recorrer las hojas con mis dedos al tiempo que iba diciendo en  
voz alta lo que ponía, “y eso era leer”, y a todas cuantas visitas pasaban por casa les  
tenía que hacer una demostración y todos coincidían en que verdaderamente merecía  
la pena haber hecho el sacrificio de llevarme al colegio. Yo cada vez me encontraba  
más a gusto en el colegio y cada vez que volvía a él después de unas vacaciones me  
era menos doloroso, aunque al principio siempre quedaba algo de morriña. 
En 1972 fueron varios los acontecimientos que se produjeron: en el mes de  
febrero mi madre me comunicó por teléfono la muerte de su padre (mi abuelo), en el  
mes de mayo tuve conocimiento del nacimiento de mi hermana Isabel y pocos días  
después tomaba en el colegio mi primera comunión en compañía de mis familiares,  
excepto mi madre que no pudo acudir por la razón antes aludida. Y sería en las  
plácidas vacaciones de ese verano cuando nos comunicaron mediante una carta que,  
por razones geográficas, el próximo mes de septiembre no tenía que ir a Alicante,  
debiendo proseguir mis estudios en el centro de Sevilla, lo que supuso un mazazo  
para mí, pues suponía no volver a ver a mis amigos, profesores, cuidadores, a los que  
tanto cariño les tenía. 
Sin solución de continuidad la fecha señalada llegó y siguiendo instrucciones  
nos pusimos camino hacia el nuevo destino. Esta vez era diferente, pues el viaje era  
de noche y en tren; una vez en el nuevo colegio se volvieron a repetir los trámites de  
años atrás, pero esta vez la despedida fue menos dolorosa, pues yo ya era algo  
mayor. Al principio Me costó un poco adaptarme al nuevo centro, pues había que  
 
hacer nuevos amigos, conocer al personal..., pero lo que no eché en falta fue el cariño  
con el que se nos trataba por parte de todos y cada uno de los responsables de  
nuestra educación. Prueba de ello, es que al poco tiempo, un auxiliar, tras conseguir  
los permisos necesarios, decidió compartir uno de sus días libres conmigo, y un  
domingo tras desayunar en el colegio escuchamos misa en la catedral, subimos a la  
Giralda (en la que no olvidaré el susto que me llevé con el alborotado sonido de sus  
campanas), visitamos la Plaza de España, montamos en barca, echamos de comer a  
las palomas en el parque de María Luisa, comimos en su casa junto con sus  
familiares, y ya casi al anochecer regresamos al colegio. Este día tan inolvidable que  
siempre permanecerá en mis recuerdos, fueron muchos los compañeros que tuvieron  
la oportunidad de vivirlo. 
Mis estudios iban siguiendo su curso, al tiempo que nos iban mostrando la  
realidad del verdadero significado de las letras ONCE, no era simplemente el  
colegio donde estábamos, sino también el sacrificio y esfuerzo con el que los  
vendedores del cupón se enfrentaban cada día no sólo con el propósito de ganarse la  
vida, sino de hacer también posible la supervivencia de la Organización. Nuestros  
profesores nos contaban sus verdaderas calamidades personales que tuvieron que  
pasar para llegar a ser algo, y ello lo hacían para que supieramos valorar lo que  
teníamos... Al margen de los libros, también se desempeñaban otras actividades: yo  
fui seleccionado para actuar tres veces en el cuadro escénico del colegio, formé parte  
durante cinco o seis años de la rondalla, en el taller de carpintería hice mis propios  
estuches (de los cuales alguno anda todavía por la casa de mis padres), se impartía el  
aprendizaje de distintos instrumentos musicales, etc. Gran parte de nuestro tiempo  
libre lo solíamos compartir con los auxiliares, bien en grupos (cantando, contando  
chistes jugando, etc.), o individualmente, charlando de cualquier tema; y la verdad es  
que en ellos encontrábamos muchas veces el apoyo necesario en cada momento. Son  
muchas las anécdotas que en estos momentos se me vienen a la mente, pero quiero  
reseñar la que me sucedió cuando en una feria, y como venía siendo tradicional, una  
popular caseta nos invitó a un grupo a comer. Tras la comida nos dispusimos a  
disfrutar de las atracciones, estando en los coches de choque esperando mi turno,  
apareció por allí un auxiliar que disfrutaba de su tiempo libre y nos cogió a tres o  
cuatro para darnos unas vueltas. A mí me tocó ser el último, y cuando nos dimos  
 
cuenta el grupo había desaparecido, nos pusimos a buscarlos entre el bullicio de la  
feria y en vano dimos con ellos, eso sí, nos encontramos con el grupo de chicas que  
iban aparte y se lo dijimos, por si los veían; y efectivamente, poco después una de las  
señoritas nos dijo: “ tranquilos, que ya se lo hemos dicho y saben que tú lo vas a llevar  
al colegio”, y a partir de ese momento nos lanzamos a disfrutar, ¡y de qué manera de  
la feria!. Cuando regresamos al colegio fuimos a ver al jefe de internado a contarle lo  
sucedido, aunque ya lo sabía, y quiso pagarle al auxiliar los gastos y de ninguna de  
las maneras fue posible. Yo me fui al dormitorio a cambiarme para bajar al comedor y  
cuando ya estaba casi a punto, cuatro o cinco de los compañeros mayores que venían  
en el grupo llegaron hasta la habitación y a coro me gritaron “¡el niño perdido y hallado  
con Doblas!”. Luego durante la cena mi amigo me contó detalladamente las escenas  
que se produjeron al notarse mi falta. 
Los años transcurrían vertiginosamente y con ellos iba creciendo y adquiriendo  
mayores conocimientos de la vida, tanto dentro como fuera del centro; progresaba en  
mis estudios, hacía planes para el futuro, y sobre todo aprendí a querer a una  
Institución que día a día ponía cuantos medios tenía a su alcance para conseguir una  
buena educación de todos y cada uno de sus alumnos. Llegué a octavo de EGB el  
último curso que se hacía en éste centro, y en este punto había que optar por seguir  
estudiando en el seno de la ONCE para lo cual había que trasladarse a Madrid,  
estudiar fuera integrándose con los demás jóvenes, o por el contrario optar a la difícil  
venta del cupón. Mi deseo era  seguir estudiando en mi tierra, pero mis padres  
preferían que fuera a Madrid, aunque en principio presentaba alguna dificultad, pues la  
edad no me lo permitía por lo que hubo de hacerse una petición de prórroga de  
estudios que me fue concedida (y mis padres ganaron la batalla. Y en junio de 1981  
me despedí del centro en el que pasé 7 años de mi vida. A mediados de septiembre de  
ese mismo año, también de noche y en tren, llegué una mañana a Madrid  
acompañado de mi madre, nos trasladamos al nuevo colegio (lo dé nuevo es porque  
yo era la primera vez que iba), hicimos los trámites de ingreso y mi madre se marchó.  
Ésta vez era mucho más fácil, pues éramos varios los compañeros que de Sevilla nos  
trasladamos a Madrid, también coincidíamos con compañeros que años antes  
cursaron estudios de EGB junto a nosotros. En BUP coincidíamos alumnos de los  
4 colegios de la ONCE 
 
Respecto a los estudios y educación, poca diferencia se podía apreciar, pero  
en cambio sí encontrábamos cosas distintas, pues aquí los chicos y las chicas  
estábamos en centroS diferentes y bastante distanciados, a los mayores y previa  
autorización de nuestros padres se nos permitían bastantes libertades (salir del centro  
en el tiempo libre, fumar, pernoctar fuera los fines de semana), en definitiva, podíamos  
hacer prácticamente la vida de cualquier estudiante. 
En esta etapa, otros importantes acontecimientos se entremezclaron con los libros;  
aprendía a andar sólo por la calle manejando el bastón, a manejarme en los  
autobuses y metro, a hacer sólo cuantas gestiones personales eran precisas, viajaba  
sólo desde casa al colegio y viceversa; vivimos los ecos en el colegio de LAS  
PRIMERAS ELECCIONES DEMOCRATICAS EN LA ENTIDAD, junto con dos amigos  
creamos en la emisora del centro un programa para los más pequeños, me tocó  
presidir durante dos años el Círculo de Alumnos, que era el órgano encargado de  
gestionar ante la dirección lo que considerabamos mejor para nosotros, ... 
El curso 1984 merece una mención especial, pues en ese curso los chicos y  
chicas de BUP COMPARTIMOS EN EL CENTRO DE CHAMARTÍN CLASES,  
COMIDA, RECREO y MERIENDA, pero eso sí, POR LA TARDE ELLAS VOLVÍAN a  
SU CENTRO DE MIRASIERRA. ERA EL CURSO EN EL QUE DEBÍAMOS  
ABANDONAR EL COLEGIO DE LA ONCE, y SEGUIR NUESTROS ESTUDIOS EN  
LOS INSTITUTOS COMO TODOS LOS JÓVENES ESTUDIANTES, Y POR ELLO  
NUESTROS PLANES DE FUTURO PREVISTOS AÑOS ATRÁS se IBAN  
PERFILANDO. Mi amigo y yo queríamos seguir en Madrid, para lo cual era necesario  
acceder a la venta del cupón para poder salir adelante, llevamos a cabo cuantos  
trámites nos indicaron, convencimos a nuestras familias (tarea que no fue fácil), y sólo  
yo sé el esfuerzo económico que tuvieron que hacer mis padres.  
Pero también en el colegio fuimos testigos de la acertada, atinada y trascendental  
reforma del cupón llevada acabo por la ONCE el DOS DE ENERO DE MIL  
NOVECIENTOS OCHENTA Y CUATRO, y hasta allí llegaron los ecos de la facilidad  
con la que se vendía el cupón; y no cabe duda de que esa fecha se puede considerar  
como la del inicio de la era moderna de nuestra Institución, pues a partir de ahí  
comenzó el verdadero ‘bum’ de un fenómeno llamado ONCE, los ciegos que  
 
solicitaban la venta aparecían como por arte de magia. Este hecho, a nosotros nos fue  
de gran ayuda para conseguir nuestros objetivos. 
En el mes de mayo, hicimos nuestra reserva de plaza en el Instituto Cervantes,  
a principios de junio apalabramos el alquiler de nuestro piso, para a mediados de mes  
nos entregaron las llaves, previo pago. Inicialmente el piso lo compartiríamos con otros  
dos compañeros cuyo objetivo era ganarse unas pesetas con la venta durante el  
verano. Por fin, llegaron los exámenes finales, la clausura del curso, y adiós a nuestra  
formación académica en el seno de la Once. Sólo quienes hemos pasado por  
alguno de los centros educativos de la ORGANIZACIÓN sabemos que son algo más  
que colegios, pues al pasar en ellos nuestra niñez y gran parte de la adolescencia,  
nos hace sentirnos miembros de una maravillosa familia en la que en cada momento  
nos ofreció todo aquello que necesitábamos poniendo a nuestro alcance cuantos  
medios pudieron ofrecernos y sin olvidar el cariño y profesionalidad con la que siempre  
nos trataron. 
Tras finalizar el viaje de fin de estudios, se inició una vida muy distinta en la  
que yo tenía que resolver por mis propios medios el día a día. Una de las primeras  
anécdotas que se me vienen a la cabeza fue cuando coincidimos la primera noche en  
el piso los cuatro compañeros y uno de ellos nos dijo a mi amigo y a mí, “ahí tenéis las  
sábanas para que las dobléis”; cuando nos pusimos hacer la tarea encomendada fue  
todo un espectáculo, pues no había forma humana de doblar la sábana: “coge esas  
dos puntas, estira para atrás, ahora de ésta otra manera... ”. Total que, una hora más  
tarde la sábana seguía sin doblarse; hasta que por fin se me ocurrió la idea de  
extenderla en la cama y así la conseguimos doblar; luego el resto se doblaron más  
rápidas. 
El doce de julio iniciamos la venta del cupón al tiempo que seguíamos planificando el  
próximo curso. Ese verano fue bastante fácil, pues lógicamente con dinero nos  
permitíamos el lujo de desayunar, comer y cenar fuera de casa sin tener que  
enfrentarnos de momento a esas tareas; nos divertíamos cuanto podíamos y encima  
conseguíamos ahorrar unas pesetillas. En ese ambiente llegó el mes de septiembre,  
dos de los compañeros se reincorporaron al colegio y el otro amigo que estaba  
previsto viniera apareció, de manera que ya quedábamos en el piso los tres tal y como  
 
unos meses atrás habíamos planeado. Pero con él, el desmadre continuaría algún  
tiempo; en el mes de octubre nos cambiamos de piso por ser más barato y amoldarse  
mejor a nuestras necesidades y se iniciaron nuevamente los estudios. Al principio  
íbamos los tres, aunque uno de ellos no coincidía por ir a curso distinto; pero pronto  
sería yo solo el que acudía a clase regularmente, pues ellos empezaron hacer pellas  
hasta que definitivamente abandonaron, dedicándose por completo a la venta y a la  
buena vida. Reconozco que al principio tuve que hacer muchos esfuerzos para no  
contagiarme, pero no tardaría mucho en seguir sus pasos, tal vez por la comodidad  
con la que vivía (con dinero fácil), en parte contagiado por mis amigos y  
definitivamente, tras someterme a una delicada intervención quirúrgica, opté por dejar  
los estudios en el mes de febrero del año siguiente. Dedicado a la venta del cupón  
transcurría mi vida, al tiempo que iba moderando mis hábitos, y prácticamente a  
finales de ese mismo año abandoné el piso que compartía con mis amigos para  
trasladarme al que hoy es mi hogar. El 8 de mayo de 1986 me casé, haciendo la vida  
de cualquier pareja recién casada, compartiendo las labores de la casa, la compra... 
El 8 de octubre de 1987, nació nuestro primer hijo, y como es práctica habitual,  
fue la familia quien en los primeros momentos nos ayudó, pero cuando penas habían  
pasado unos 25 días fuimos nosotros solos quienes tuvimos que afrontar la nueva  
responsabilidad. Al principio y fruto de la inexperiencia, eran varios e injustificados los  
sobresaltos que nos llevábamos. Una vez que a mi mujer se le hubo terminado el  
período de baja y tuvo que reincorporarse al trabajo, tuvimos que compartir los  
horarios, pues estábamos inmersos en las letras del piso, faltaban muebles, cortinas. ,  
Total que el sueldo no daba para pagar una chica que cuidara del niño y por otra parte  
nos parecía muy pequeño para llevarle a la guardería. Por ello, a mí me tocaba  
quedarme durante toda la mañana en casa cuidando de Carlos, haciendo la comida y  
alguna que otra cosilla de la casa, también aprovechaba por si tenía que ir al banco o  
comprar algo y para ello cogía al niño, lo colocaba en la mochila y a la calle; cuando  
hoy alguno me ve por el barrio con él exclaman “¡como han pasado los años, recuerdo  
cuando de pequeñín lo llevabas en la mochila, qué miedo me daba!”. 
Y así transcurría nuestra vida, sorteando en cada momento todas las  
dificultades que se nos presentaban, iba mejorando la economía (y bien que lo notaba  
 
la casa), en 1991 nació Sergio, y ya con la experiencia de Carlos todo parecía más  
sencillo... y llegamos a nuestros días, ocupados en la nada fácil tarea de la educación  de nuestros hijos, saliendo cada mañana con orgullo y dignidad a vender con cariño e  ilusión el cupón de la ONCE.
Hasta aquí, y a muy grandes rasgos, llega el presente de mi historia, en la que  
han quedado fuera muchas vivencias, anécdotas y experiencias; una historia que  espero y deseo tenga todavía un largo y prometedor futuro, para poder algún día  dejársela escrita a mis hijos más detalladamente, y que no olviden que unos padres  con deficiencia visual supieron sacarlos adelante gracias a una Organización llamada ONCE.
Esta es mi historia, pero como la mía, hay tantas y tan diferentes: Tenemos la  de ese Catedrático que imparte su cátedra en la Facultad, la de ese Profesor ya  jubilado que tanto y tanto tuvo que padecer, la de ese compositor que se afana en  hacer llegar su música a los demás, la del fisioterapeuta que trabaja en el hospital, la  de ese operario de informática que cada mañana acude a su banco, la de ese sufrido  y anónimo deportista que compagina su ‘hobby’ con el trabajo, la de la telefonista que  atiende la centralita de un Ministerio...; Pero todas ellas unidas por una sola palabra:  ONCE, Una ONCE QUE ES UNA REALIDAD GRACIAS A MILES Y MILES DE  TROCITOS DE PAPEL LLAMADO CUPÓN, que muchos vendedores como yo,  ofrecemos a quienes tienen depositadas sus ilusiones en nosotros. A veces me paro a  pensar lo que hay detrás de cada trocito de papel y al instante se me bloquea la  mente: Con ese coche nuevo, el levantamiento de la hipoteca, el primer nido de amor,  esa casa de recreo, el yate, ese viaje tan esperado... y tantos y tantos sueños hechos  realidad....; Pero tampoco me olvido de esos otros trocitos que hechos mil pedazos  van a la papelera o al suelo. Tanto los que se cobran como los que se rompen, saben  que detrás de cada uno de ellos hay: una señora que con bastón en mano y el carro  tras ella acude al mercado, un estudiante que va a la universidad, unos niños que  estudian en escuelas normales y que cada noche acuden a dormir a su casa, un  gestor de empresa, un economista, un abogado...., en definitiva un colectivo unido y  solidario que gracias a un trocito de papel llamado CUPÓN lucha por eliminar cuantas  barreras encuentra en la sociedad. 
 
Fdo.: “PECHINA” 
 
 
 
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