Siempre hay un bello discurso para justificar una acción esquinada.
Los hombres, en todos los tiempos, han sido sometidos por la razón de la fuerza aunque con la falaz cobertura de solemnes retóricas, al servicio de intereses espúreos, esencia misma del poder desviado.
De tal suerte, el contraderecho, la pseudorreligión, la minusfilosofía, han suplantado en profusa impostura a sus formas más genuinas, coadyuvando, de hecho, al loco sueño de pilotar el mundo.
Así, en el amanecer de las ciencias, la astroteología condenó a preeminentes hombres cuyo mensaje es hoy palabra en boca de niños, al silencio, la hoguera o la mazmorra. De otro modo, más tarde, la pseudopsicociencia ha condenado a muchos hombres al silencio quemante de su mazmorra interior.
Epígrafes:
I: Un espejo roto.
II: La punta del iceberg.
Cieguismos.
Autonomía personal:
Habilidades de la vida doméstica.
Movilidad.
Ámbito laboral.
Emancipación.
Piterpanismo:
Inmovilismo.
Inmunodeficiencia para el no.
Ombliguismo.
Pequeña tiranía.
Objeto de amor.
Retraso en el aprendizaje.
Niños lobo.
Neurosis y psicosis.
III: El patito ciego.
La mirada.
Choque frontal:
Un balde de hielo.
Fallo médico.
Rechazo.
Aceptación.
IV: El pequeño emperador.
V: La mamá o la madrastra.
VI: De los viejos colegios a la nouvelle école.
Tres medias verdades.
Un recordatorio.
VII: Un sobrehilado.
Atención psicológica.
Atención escolar.
I
UN ESPEJO ROTO
"La ceguera, por lo general, no se presenta en un estado químicamente puro".
Se trata de un aserto, probablemente hiperbólico, de autor incierto pero cuyo mensaje intrínseco es sobradamente conocido y aceptado por una buena parte de las personas que, de un modo u otro, pertenecen al mundo de los ciegos o a su entorno.
En efecto, con una frecuencia que rebasa con creces lo que podemos llamar límites de la normalidad y con una especificidad que cabría hablar de psicoproblemática diferencial de la ceguera, aparecen, asociadas a ésta, diversas alteraciones de la personalidad y por tanto del comportamiento, con muy distinto grado de complejidad y gravedad si atendiéramos a una virtual escala psicopatológica. Tales disfunciones, a menudo, incapacitan total o parcialmente a muchas personas sin visión para un normal desenvolvimiento en su medio social y/o conllevan unos excedentes de insatisfacción, criterios psicológicos, ambos, que habrán de ser el soporte referencial de la proposición que orienta el presente texto.
Antes, pues, de tomar el aforismo inicial como extremo de un ovillo con el que adentrarnos en un paisaje psicosocial escasamente transitado, al menos en lo que a esta ruta respecta, se hace menester algunas acotaciones para un mejor encuadre de la situación:
Comenzando por que dicha sentencia no es, sin duda, el resultado de un aldabonazo de ingenio, salseado con humor meridional, de donde parece tener su procedencia, sino el fruto cuajado de una dilatada experiencia y una afilada observación, compartida, incluso, aunque en voz queda, por algunos profesionales responsables de la atención psicopedagógica de niños ciegos y que nos enfrenta a una realidad, a veces pintoresca, otras acuciante y, en ocasiones, verdaderamente descarnada, como al hallarnos ante una persona ciega, adulta, con capacidad intelectual normal o alta y, sin embargo, provista de estructuras de personalidad tan frágiles que la anulan absolutamente para llevar a cabo, de forma autónoma, su proyecto personal de vida.
Para la finalidad que aquí se sigue, es preciso tener en cuenta que los términos "ciego", "ceguera", se emplean, con carácter general, en una significación doblemente restringida. De un lado se alude a aquellas personas cuya pérdida de visión es total o que conservan un resto visual insuficiente para acceder directamente a la lectoescritura en tinta o para disponer de una movilidad sin medios auxiliares. De otro lado, se hace hincapié en aquellas patologías visuales de carácter hereditario, congénito o, en cualquier caso, contraídas en los primeros años de vida, dicho de otro modo, se pone el acento en la educación vinculada a esta severa deficiencia sensorial. No obstante lo anterior, la utilización particular de los términos mencionados no excluye necesariamente de la exposición la ceguera sobrevenida en años posteriores de la infancia, del mismo modo que tampoco quedan rigurosamente fuera otras patologías sensoriales y físicas que se enmarquen en la segunda condición, al fin todo es una cuestión de diferencia por lo que la extrapolación no sería totalmente infundada aunque, por delimitación del trabajo, el objetivo es el señalado con prioridad. Se trata, pues, de hablar de un segmento de población tomado de otros mayores.
De antemano se cuenta con las objeciones relativas a la observación como único método seguido aquí, tanto para la obtención como para la interpretación de los datos empíricos, sin recabar, por el momento, el concurso de los procedimientos de objetivación "al uso", no obstante, y aun soslayando deliberadamente cualquier consideración de carácter epistemológico, baste tan sólo puntualizar a este respecto que los "cartógrafos" siempre arribaron en el barco siguiente al de los "exploradores" sin que por ello, necesariamente, hubiera contraposición en la información suministrada.
Asimismo, se asume que cualquiera de los temas que aquí se plantean exigiría una inmersión a más profundidad, ahora bien, la autoexigencia de brevedad impuesta inicialmente no debería ser obstáculo para formar una visión de conjunto, suficiente al propósito de una primera aproximación al asunto que nos ocupa.
II
LA PUNTA DEL ICEBERG
Ensayemos, sin más, una primera incursión en el terreno de lo concreto; se trata en este segundo apartado de aventurar una descripción de aquellas prominencias y hendiduras del comportamiento y la personalidad que, por su incidencia, por su especificidad o por su grado de patología, adquieren mayor significación en el grupo social delimitado con anterioridad. No es, ciertamente, un catálogo pormenorizado, exhaustivo, sino, más bien, una relación en trazo delgado a modo de fotografía aérea que pinte una impresión inicial del asunto acometido.
Son arbitrarios los criterios utilizados, tanto para la selección de estas psicocaracterísticas como para su presentación: yuxtapuestas, insubordinadas, en piezas sueltas desencajadas de lo que, en demasiadas ocasiones, es un verdadero rompecabezas.
Quede, asimismo, explicitado, que es puro azar cualquier semejanza hallada con una ortodoxia expositiva, una conceptualización académica y, aún más, con el modo habitual de abordar la ceguera desde el lugar de la "psicología-norma". La tarea aquí emprendida alberga el ineludible propósito de tomar suficiente distancia respecto del infértil trabajo de "regar el agua" o "aplanar un llano".
CIEGUISMOS:
Establezcamos una "cabeza de puente" comenzando por una cuestión que, al menos en apariencia, entraña escasa relevancia en cuanto a su significación de carácter psicológico, motivo por el que podría tomarse por objeto, únicamente, de una cierta "profilaxis estética". No obstante, a pesar de que estas expresiones corporales, por singulares que pudieran parecer, no se corresponden necesariamente con un determinado grado de desajuste del sujeto ni con el nivel de fracaso de su proyecto personal, sin embargo, su mención, probablemente, no es completamente ociosa habida cuenta que tales signos parecen involucrar a diferentes momentos del desarrollo individual: - el reconocimiento de la propia imagen en el espejo y, en general, la interiorización del esquema corporal; - la percepción especular del otro, con la importancia de la mirada en la adquisición de ciertas pautas sociales; - la fase en la cual el juego comienza a adquirir un mayor valor de intercambio, así, valga el ejemplo en el que el niño realiza el gesto de cubrirse la cara con las manos para no ser visto o su traducción al lenguaje de las fantasías infantiles: "no veo..., luego no me ven".
Se conoce coloquialmente como cieguismos, en el ámbito al que se circunscribe el término, el conjunto de movimientos repetitivos (en un sentido lato, tics) y hábitos posturales que provocan, en general, en el observador no familiarizado, un cierto efecto de asintonía respecto de las pautas consideradas socialmente normales.
Solamente a modo de ilustración, citemos de entre estos clichés gestuales alguno de los más aquilatados ya que responden a una morfología menos imprecisa:
- La posición de la cabeza inmoderadamente erguida, rebasando ampliamente el ángulo recto con el tronco, otorgando, a la sazón, a la persona ciega, una apariencia de hieratismo egipcio con la "mirada planetaria". Esta actitud postural, tanto estática como en movimiento, sostendría, en principio, su mayor importancia en la descontextualización del propio gesto, es decir, la falta de correspondencia con una causa interna o externa que lo justifique.
- Contrapunto de lo anterior, es la posición de la cabeza reclinada sobre el pecho, en ocasiones apoyada sobre éste y en otras sobre cualquier superficie próxima, evocando en el observador ajeno a estas circunstancias, la impresión de aflicción, abatimiento o similares. Obviamente, esta "pose" no sería objeto de comentario alguno, adoptada en la privacidad de la vida doméstica pero, inscrita en las relaciones sociales, laborales, etc., es, cuanto menos, merecedora de la presente reseña ya que supone una notable distorsión en referencia a los usos más comunes, a este nivel.
- El automatismo compulsivo de hurgar con los dedos en la región ocular hasta producirse lesiones o hundimiento de las cuencas, es, quizás, el "tic" por antonomasia en el grupo que nos ocupa, el más frecuente y cargado de simbolismo, si se tiene en cuenta la patología sensorial objeto de estas páginas. Probablemente, en muchos casos, responde este tic a una cierta tensión en la zona, prurito o sensación de dolor, sin embargo, en otros casos se trata de un acto repetitivo sin causa orgánica que lo explique, y que, al igual que los anteriores gestos, no pasa desapercibido ni se diluye fácilmente en el conjunto de los hábitos sociales más frecuentes.
- "Eclipse parcial". Actitudes de ensimismamiento, pequeñas ausencias o "desconexiones", una abstracción momentánea de las cosas y personas circundantes; naturalmente, se alude aquí a una evanescencia completamente liviana de la que se retorna en breves instantes, de forma espontánea o respondiendo a cualquier desencadenante externo e intrascendente. Resulta razonable suponer que la privación de un sentido receptor de buena parte de las estimulaciones exteriores no puede ser absolutamente ajena a esta manifestación, ahora bien, una carencia, por importante que sea, no tiene por qué dar completa cobertura a cuestiones de distinta naturaleza.
- Susceptibles también de ser mencionados, son ciertos movimientos de balanceo, ademanes de percusión u otras expresiones rítmicas, como respondiendo a un pentagrama interior o a cierta afinidad por la cadencia, parecen dar cuenta de un más que probable así como justificado "melotropismo", asociado, sin duda, a las especiales circunstancias de la ceguera y, por tanto, a la prevalencia del sentido de la audición en sus diferentes modalidades y que, no obstante, introducen cierta discontinuidad formal en el contexto de las relaciones interpersonales más cotidianas.
- Además de estas conductas puntuales, pueden observarse, dicho en términos más genéricos, actitudes posturales en las que predomina la estaticidad, la rigidez, una visible inexpresividad en aquello que entendemos por comunicación no verbal o lenguaje del cuerpo. Resulta ostensible que la falta de referencia especular del otro se halla en la base de esta atonía gestual aunque no debe imputarse a tal circunstancia la absoluta causalidad de tales comportamientos ya que en los mismos intervienen frecuentemente factores educacionales y de personalidad.
AUTONOMÍA PERSONAL:
Alarguemos el paso hasta un segundo estrato en el que ya encontraremos cuestiones de mayor calado, de significación psicológica más relevante y que, según el grado de disfunción de las mismas, sí van a comprometer substancialmente el desarrollo integral de un número reseñable de sujetos dentro del grupo definido con antelación.
Por razón de su deficiencia, las personas privadas de visión deben realizar un sobreesfuerzo para adaptarse al mundo circundante y para adaptar a éste a sus condiciones especiales, así, desde las tareas más básicas de la vida cotidiana hasta las que entrañan mayor complejidad, requerirán de este esfuerzo adicional que supla, en lo posible, la carencia de una función primordial. Para lograr esto, será menester contar con las condiciones tanto subjetivas (organización afectiva), como objetivas (capacitación adecuada), que permitan atravesar por su parte menos infranqueable lo que, sin duda, son barreras no imaginarias.
Como ya habrá podido comprobarse, no es objeto de estas páginas la problemática real que se deriva de una privación sensorial sino los factores subjetivos y sociales que inyectan un plus de dificultad a lo que, incuestionablemente, son obstáculos tangibles.
En línea con lo anterior, aún persiste un enorme desconocimiento, en el mejor de los casos confusión, incluso para quienes se hallan estrechamente vinculados al problema de la ceguera (padres, educadores, etc.), respecto a las verdaderas potencialidades de las personas no videntes, en lo tocante a destrezas de toda índole o a posibilidades auténticas para el desempeño de tareas; algo que, por extraño que resulte, supone un tropiezo a la hora de discernir claramente, cuándo se está ante una consecuencia lógica de la falta de visión o, por contra, ante una cuestión relacionada con la organización de la personalidad. Una moderada dosis de realismo, sentido común y la observación de aquellos ciegos que han encontrado un saludable equilibrio en el terreno de lo posible, entre el afán de superación y los límites consustanciales a su carencia, nos dará la oportunidad para una rápida comprensión en este punto.
Siguiendo el recorrido escalonado e inverso trazado desde el principio, o sea, comenzando por los asuntos aparentemente triviales, citaremos alguno de los aspectos más elocuentes y que mejor puedan contribuir al entendimiento de un asunto tan trascendental para las personas privadas de visión, como es su propia autonomía:
Habilidades de la vida doméstica:
- El "aliño indumentario".- Como puede suponerse, no se pretende en este punto enjuiciar los criterios personales ante el variopinto mosaico de estéticas que harían decir al poeta "...mi torpe aliño indumentario...". Se trata, por el contrario, de resaltar una cierta actitud refractaria ante todo aquello que guarde relación con la imagen externa y el conocimiento del propio cuerpo en lo tocante a "usos y costumbres", así como de aquellos objetos que constituyen el entorno más próximo de la persona, dicho sea en referencia a toda una cultura de la estética. De tal modo que puedan darse situaciones como: asistir a una recepción habiendo tomado una prenda del atuendo deportivo por su equivalente del traje de gala. Este equívoco y otros de similar naturaleza no deben imputarse, al menos en su totalidad, a la ausencia del sentido de la vista sino a la impermeabilidad mencionada, ya que existen otras funciones sensoriales capaces de suplir, en buena parte, la masa de información que irrumpe a través de la retina.
Se entenderá que la casuística aportada en este y otros párrafos, no sea el trasunto gráfico de los hechos sucedidos ad pedem litterae y que, por tanto, algunos términos estén levemente ensombrecidos, el motivo se deduce con la misma facilidad que se hace disculpable. No ocurre lo mismo, naturalmente, con los lugares comunes, aquellas cuestiones genéricas que implican a varios individuos, en tal caso su mención aspira a reflejar fielmente la realidad de los hechos sucedidos.
- "El descubrimiento del fuego".- Es ésta, otra singularidad de la vida doméstica, que forma parte de una amplia gama de fobias y que también incide de manera substancial en la cuestión de la autonomía; en efecto, hay personas ciegas que de buen grado aplicarían sus conocimientos teóricos en los diversos quehaceres domésticos, por ejemplo, los relacionados con la alimentación, de no ser por un terror infantil a "jugar con fuego", terror que se transforma en fascinación cuando logran vencerlo y sobreponerse a él, acuciados por la necesidad o el "amor propio". En cualquier caso, terror o fascinación (si se admite la disgresión), evocan el tantas veces mencionado paralelismo simbólico entre la ontogenia y la filogenia, así, no debió ser muy diferente lo experimentado por nuestros ancestros ante el "mágico descubrimiento"; sea como fuere, tales expresiones afectivas, como el miedo al fuego del "hogar", sugieren el concepto de fijación, en la "prehistoria" del propio individuo, dicho de otro modo, la pervivencia en el adulto de determinados esquemas infantiles. Naturalmente, la tecnología, en esta ocasión la vitrocerámica, ha venido a enmascarar, de alguna manera, este, en apariencia, pequeño asunto.
Movilidad:
Se entiende como tal, la capacidad de los invidentes para caminar y desplazarse a distintos lugares sin la intervención de terceras personas. En función de dicha disponibilidad, podrán disfrutar, como el resto de los "mortales", de las satisfacciones que proporciona este margen vital de libertad individual: elegir en cada momento entre una grata compañía o la soledad necesaria a veces, de otro modo, tendrán que alienarse en la ineludible dependencia de un "brazo", que no siempre será el más deseado, tanto para las cosas de relieve como para las más insignificantes, reduciendo, como consecuencia, el campo de sus relaciones interpersonales, supeditando las actividades extradomiciliarias al tiempo libre de los acompañantes, en definitiva, elevando su deficiencia sensorial a la categoría de las minusvalías físicas más incapacitantes sin que existan razones objetivas que lo justifiquen y, lo que puede ser más grave, sin que se produzca una merma en la autoestima.
Como bien puede suponerse, es éste un asunto de indudable trascendencia en la vida de la persona ciega, posiblemente el más emblemático debido a la lógica vinculación con el padecimiento sensorial del que se trata, no obstante, cabe añadir que, aun teniendo en cuenta la importancia de esta cuestión, poco o nada se ha avanzado en este área en los últimos años, es más, podría hablarse, quizás, ateniéndonos a los hechos observables, de un cierto retroceso, y ello, a pesar del incremento en recursos humanos, materiales y técnicos destinados a tal fin, pero... la movilidad no es el resultado de un conjunto de aprendizajes superpuestos, que puedan incorporarse al individuo en cualquier momento y circunstancia, sino, más bien, la resultante de una serie de elementos que se conjugan en un extenso proceso: la capacidad básica para una orientación adecuada en el entorno físico o, en relación con la personalidad, un grado suficiente de desinhibición para enfrentarse, en actitud positiva, al caos acústico que genera la "jungla de asfalto" o, lo que es igual, al laberinto urbano que debe transitarse en la más "ardiente oscuridad".
En efecto, al igual que otras habilidades fundamentales del ser humano, la movilidad en personas ciegas requiere de un entrenamiento temprano, dilatado en el tiempo, en condiciones familiares, sociales y de maduración psicosomática idóneas (antes de andar o hablar, es preciso gatear y balbucear).
De forma artificiosa, con la finalidad de ilustrar lo antedicho y con un carácter meramente orientativo, podrían establecerse teóricamente tres grupos dentro del colectivo al que se viene aludiendo:
- El primero incluiría a aquellos ciegos que disponen de una movilidad suficiente para desenvolverse en el medio urbano o rural en el cual tienen fijada su residencia, pudiendo efectuar sin otra ayuda que la de sus propios medios, largos desplazamientos a puntos alejados de su vivienda habitual.
- En un segundo grupo se ubicarían quienes disponen de una movilidad restringida a trayectos muy cortos, realizados más con necesidad que con placer y que se limitan a zonas adyacentes al domicilio o al lugar de trabajo. Dentro de este grupo se observan ya ciertas características en el modo de "conducirse": movimientos rígidos, mecánicos, robóticos, que denuncian una actitud de atenazamiento, mezcla de aprendizajes tardíos o insuficientes con miedos a duras penas disipados.
- Por último un tercer grupo, el que más nos interesa, integrado por aquellos ciegos absolutamente incapaces de traspasar el umbral de su casa si no es en compañía, estableciéndose, de facto, como ya se ha dicho, una ecuación irracional entre ceguera y "paraplejia", semejanza que, obviamente, sólo se fundamenta en el plano de lo imaginario. Así, las personas englobadas en este grupo, afortunadamente el menos numeroso de los mencionados, precisarán de familiares o amigos para ser acompañados: al café ritual, al paseo reparador, al centro de estudio o trabajo, etc..
La madre, la mamá, de cuya trascendencia se hablará después, se erigirá por mucho tiempo, más que en el "lazarillo", en el "ángel de la guarda" de su hijo ciego por quien "velará noche y día" y "guiará" a cualquier lugar que sea menester, llegándose, en los casos más extremos y por extravagante que parezca, al punto de acompañarle a reuniones y fiestas en las que terminará transformándose en un miembro más a todos los efectos. Naturalmente, una conducta tan apretada de sentido no se diluye con facilidad ni siquiera para el observador no iniciado, y ello por las inevitables sombras que proyecta, sombras cuyo trasfondo se correspondería con los puntos más acrisolados del sistema freudiano.
Ámbito Laboral:
Es extraordinariamente limitada la gama de actividades laborales a las que pueden tener acceso, en condiciones suficientes, las personas sin visión, aún así, aquellas profesiones que se inscriben en el campo de lo posible, tal como se ha formulado para otras tareas de la vida cotidiana, exigirán en todo momento un esfuerzo complementario a fin de realizarlas con unas mínimas garantías, no obstante, insistir una vez más, el objeto de estas líneas no será el cúmulo de dificultades reales que aparecen como consecuencia de un handicap sensorial, sino el "plus de obstáculo" dimanante del propio sujeto y de su historia personal.
Como en el párrafo precedente y para una mejor comprensión, se recurre nuevamente al artificio clasificatorio proponiendo una división en dos grandes grupos, teniendo en cuenta que, probablemente, el más numeroso se halle en la zona de intersección de ambos:
- En el primero, resulta evidente, se hallarían aquellos individuos que manifiestan un saludable afán de superación, con el consiguiente éxito, frente a las barreras reales que presenta cualquier actividad laboral y que, por elemental que ésta pueda parecer, siempre entraña alguna dificultad añadida para la persona privada de la vista.
- En segundo lugar, y éstos son los casos que se ciñen a nuestro propósito, tendríamos a aquellos ciegos que adoptan una actitud pasiva, de "encogimiento" o inhibición respecto a las trabas de toda índole que continuamente les plantea su trabajo, obturando, además, la posibilidad de encontrar los medios oportunos para soslayarlas, en definitiva, para maximizar sus verdaderas potencialidades y desarrollar éste en las mejores condiciones, teniendo, pues, que apoyarse nuevamente en terceras personas para tareas que de ningún modo precisarían de tal intervención.
Este fenómeno de inhibición, tan frecuente como autolimitante, adopta muy diversas formas: - negativa a utilizar los cada vez más numerosos recursos que la ciencia y la tecnología vienen poniendo en manos de los no videntes para una mejor adaptación al puesto de trabajo. - Derivación a terceras personas de funciones y responsabilidades propias de su actividad laboral y acomodamiento ante cualquier prestación de ayuda por innecesaria que ésta pudiera ser en otras circunstancias. - Incluso, en el plano físico, podría hablarse de la adopción de ciertas posturas corporales que, observadas con la suficiente perspectiva, ofrecen en su conjunto una imagen que recordaría a las "estatuas sedentes", dicha apariencia confiere, si cabe, una mayor plasticidad al concepto de inhibición aquí manejado.
Mención muy especial merecen aquellos casos, no demasiado infrecuentes, en los que el invidente es "conducido", generalmente por un familiar próximo, a su lugar de trabajo, permaneciendo a su lado durante la jornada laboral, efectuando por él todas o la mayor parte de las tareas consubstanciales a dicha actividad profesional y, finalmente, si cabe, administrando con "paternal providencia" las correspondientes retribuciones. Esta "escena" en la que se concitan diversos elementos de naturaleza dispar, desde supersticiones morales, conceptos educativos ciertamente silvestres, "esclerotización múltiple" del desarrollo psicosocial de un individuo, etc., hasta, en algún caso, una forma encubierta de explotación económica, hace resucitar a los personajes del esperpento valleinclaniano (la Mari-Gaila feriando al baldadiño...), se descuelgan de la tramoya encarnándose en un patético drama de la vida real.
El innegable valor de esta suerte de comensalismo estriba en que, excepción hecha de la ceguera, no existe patología orgánica ni déficit intelectual asociados a ésta que pudieran justificar tal modo de proceder, teniendo, una vez más, que buscar la explicación a tales relaciones en factores psicológicos y sociales; de no ser así, es decir, de existir cualquier deficiencia incapacitante, esta cuestión, lógicamente, requeriría un tratamiento completamente diferente.
Emancipación:
El déficit en determinados aspectos sociales (si se quiere, discapacitación social), del cual venimos hablando y que aqueja a un buen número de personas dentro del colectivo de referencia, no es del todo ajeno al pensamiento consciente de aquellos sujetos que pueden verse afectados, de ahí que , en ocasiones, haya quienes opten por el atajo de una emancipación precipitada, prematura, forzados por lo que se manifiesta como lazos familiares extremadamente "asfixiantes", aunque en otras sea debido a circunstancias adversas a las que nadie puede sustraerse.
Se dice "emancipación prematura", no desde una pespectiva cronológica ni mucho menos cultural, sino desde la constatación de una evidente falta de condiciones objetivas además de una insuficiente maduración psicosocial, para afrontar el reto de sacudirse una situación de sobredependencia, pero eso sí, en la íntima convicción, tan plausible como ingenua, de que la liberación de estas "ataduras" traerá consigo un mayor grado de autonomía personal. Sin embargo, estos vínculos, al atravesar la historia del individuo, han ido dejando profundas marcas en las distintas estructuras de su desarrollo psicológico, de manera que la emancipación apresurada sin una conveniente revisión de aquellos esquemas más obstaculizantes, conllevará, tanto para las cuestiones de orden práctico como para las relaciones interpersonales de cualquier naturaleza, un alto grado de entropía, término que no entraña connotaciones ideológicas sino los criterios de sufrimiento o inadaptación, ¡y no es para menos!: a partir de ese momento habrán de enfrentarse solos, sin madre, a un mundo que, de repente, habrá dejado de estar algodonado.
PITERPANISMO:
Avancemos un poco más, ahora en un terreno de menor densidad por lo que deberá transitarse de puntillas y buscando los puntos más firmes. Dentro de los aspectos de la personalidad que se mencionan a lo largo de este segundo apartado, es, quizás, éste el concepto nodal del cual se derivan y en torno al que pivotan todas las psicocaracterísticas enunciadas y que, por consiguiente, en todo momento habrá de tomarse como referencia obligada. Asimismo, es el aspecto más inasible para la obsevación ya que se trata de una inferencia efectuada a partir del resto de expresiones y peculiaridades aquí descritas.
Piterpanismo, inmadurez, infantilismo, etc., son términos que aluden a una misma idea, a un desarrollo fragmentario, incompleto, de la personalidad, con elementos regresivos que buscan su anclaje en estadíos afectivos anteriores y otros elementos de fijación que se trasladan por las diferentes etapas de la evolución del sujeto o, dicho de otro modo, numerosas esquirlas del pasado incrustadas en el "cuerpo psíquico" del individuo y que dificultan el crecimiento global, la constitución adulta de la personalidad. En definitiva, piterpanismo o infantilismo aluden a un posicionamiento filial respecto del mundo que se entrevé en numerosos comportamientos del sujeto a través de los cuales se traslucirá ese poso de inmadurez al mismo tiempo que constituirá un testimonio de su presencia y su insistencia.
Así pues, la confirmación de lo dicho habría que encontrarla en una amplia gama de tales manifestaciones comportamentales que se extenderá desde la esfera de lo personal a la de lo social y desde cuestiones menos sobresalientes hasta aquéllas de mayor envergadura en las que puede, incluso, naufragar el proyecto de vida del sujeto. Así tendríamos los cieguismos, como ya se ha expuesto, que son una avanzadilla de aspectos más relevantes; - expresiones de candidez salpimentadas con diversos gestos "aniñados" (extemporaneidades verbales, risa descontextualizada, etc.), que irrumpen en el discurso más o menos lineal del adulto produciendo cierta disarmonía con la situación en la que se presentan, denotando, sin duda, la pervivencia a flor de piel de "principios activos" correspondientes a otra cronología y que reafirman esa ubicación un peldaño por debajo de la vida adulta; - terrores urbanos y domésticos adheridos a la propia deficiencia sensorial, que simulan ser consustanciales a ella y en la que encuentran un perfecto refugio; - querencia por el pensamiento concreto más que por el razonamiento abstracto con la lógica repercusión en el aprendizaje escolar; - pérdida total o parcial de la autonomía personal y consiguiente sobredimensionamiento de su carencia, redundando en una lesiva dependencia real e imaginaria respecto de terceras personas y un empobrecimiento del individuo en el plano de lo social. Y, en fin, otras prominencias de la personalidad mucho más esquivas a la simple observación, tales como el inmovilismo, los retrasos en la adquisición de conceptos vinculados a bloqueos afectivos, la intolerancia a la frustración, el plus de narcisismo, etc., de las cuales, a continuación, se citan aquellas que resultan menos intangibles y que mejor contribuyen a los propósitos descriptivos y al esclarecimiento de este apartado:
- Inmovilismo.- Una idea ya expresada al hacer referencia a aquellos aspectos más relevantes de la autonomía personal y que se manifiesta por una ostensible paralización del "deseo" y, como consecuencia, una reducción al mínimo del campo de los intereses; los objetos del mundo carecen del suficiente aliciente para galvanizar la motivación del individuo y se produce un "enrocamiento" en el núcleo familiar primario donde se circunscribe el único y verdadero universo de sus demandas. Asimismo, la deficiencia sensorial se transformará en la coartada perfecta, en un escudo detrás del cual se parapetará el sujeto para explicar y justificar aquellas inhibiciones de las que llegue a ser consciente.
Inmovilismo, quietismo o inhibición, repercutirán de forma generalizada en todas las áreas de la vida cotidiana, pudiendo, no obstante, quedar a salvo alguna zona donde el individuo desvíe y vuelque toda su potencialidad psíquica convirtiendo esta parcela en el "auténtico objeto del deseo" y, por tanto, en su "paraíso" particular y excluyente.
- Inmunodeficiencia para el "no".- El sentido de esta psicocaracterística ya va implícito en el propio enunciado; la baja tolerancia a la frustración o al fracaso es un rasgo comportamental que con frecuencia se atribuye a aquellos niños que tienen la condición de unigénitos y reciben, además, un tratamiento muy particular durante su infancia. Debido a las circunstancias especiales de su educación, tal condición se verifica en un altísimo porcentaje en los niños ciegos, al menos en la práctica familiar ya que éstos gozan habitualmente de un estatus de privilegio respecto al resto de hermanos, independientemente del lugar que ocupen en relación a ellos; esta situación de protagonismo continuado tendrá un valor de equivalencia, será la unigenitura "in pectore", en otras palabras, reforzará la probabilidad de construir esquemas muy frágiles para un mundo que, tarde o temprano, dejará de otorgarle un "papel estelar".
La segunda razón por la que se resalta este rasgo, es el plus de frustración inherente al hecho objetivo de la ceguera, así, a lo largo de su vida, la persona privada de visión lo estará, además, de todas aquellas cosas que requieren del concurso de una función tan vital, ésta será la porción objetiva y extra de "adversidad" respecto a las demás personas, de ahí que cobre, también, una muy especial significación la capacidad que el niño vaya adquiriendo para responder con unas saneadas estructuras afectivas a circunstancias que le llegarán con unos excedentes de dificultad o, simplemente, etiquetados con la marca de la imposibilidad.
- Ombliguismo.- En buena parte este concepto se deriva de lo anterior; se trata de la ubicación imaginaria en un centro de gravedad hacia el que las cosas del mundo "debieran" tender a aproximarse (curvatura einsteiniana), atraídas por la fuerza de un yo superlativo, alrededor del cual habrían de girar las relaciones con los otros, sobretodo, las del entorno familiar más cercano. Este centripetismo se verá fortalecido, no sólo por la inmediatez en satisfacer los requerimientos del niño por parte de los padres, sino, además de otras cuestiones, por el "engaño compensatorio" del que será "víctima", por ejemplo, la exaltación épica de habilidades y atributos que no sobrepasan la normalidad o están muy lejos de alcanzarla, incluso, a veces, la bienintencionada invención de los mismos, dando como resultado una inflación del ego y una percepción torcida de la realidad , en resumen, un problema añadido..., ¡como si no fuera suficiente...!.
Ombliguismo, centripetismo, narcisismo exacerbado o como quiera que se designe, puede expresarse de muy diferentes formas: afectando a la concepción del mundo, a las relaciones sociales o a la propia salud psíquica del sujeto, dependiendo de la magnitud del síntoma y de su grado de implicación en los diversos aspectos de la personalidad.
- Pequeña tiranía.- Concepto que no debe confundirse con el de "cratopatía", tan frecuente en la sociedad, aunque muy a menudo puedan aparecer estrechamente vinculados. Tiranía, aquí referida al universo reducido de las relaciones afectivas con las personas más próximas y que va ligada a la satisfacción inmediata de las demandas de la vida cotidiana, así como de las eventuales veleidades, presentándose, por lo común, en forma de ademanes pueriles mechados de imperatividad, acompañándose de frustración y rictus iracundo si los deseos (órdenes a todos los efectos) no se ven atendidos con la oportuna diligencia.
- Objeto de amor.- Se trata de una cuestión ciertamente jabonosa en la que no puede hablarse de "normalidad" ya que, indudablemente, no resulta especialmente fácil dejar a un lado los estereotipos sociales y culturales, así que, atendiendo exclusivamente a los criterios psicológicos que se vienen sustentando, tan sólo enunciaremos los tres caminos que, por su especificidad y carga de sentido, mejor sirven al propósito que nos atañe:
- Permanencia en el núcleo familiar: "al calor del primer hogar", sin mostrar interés alguno en constituir pareja o familia o, simplemente, manteniendo férreamente reprimido dicho interés, y ello a cambio, nada más y nada menos, que del "paraíso maternal"... ("madre sólo hay una").
- Una segunda vía es la indiscriminación: cualquier partener, a poco que reúna los requisitos estrictamente objetivos sine qua non, devendrá el mejor exponente del modelo imaginario, sin que se efectúen otras consideraciones pese a las evidencias que puedan darse... (cualquier sombra puede serlo todo para la imaginación).
- Una tercera opción, la búsqueda afanosa de la encarnación del modelo in pectore, búsqueda inacabable que no rendirá jamás el fruto anhelado ya que el objeto real siempre parecerá una burda imitación del "verdadero", trabando, como consecuencia, numerosas relaciones "entrópicas" y con un considerable monto de frustración... (persiguiendo incansablemente un espejismo).
- Retraso en el aprendizaje.- Es sabido que buena parte de la información del mundo que recibimos a lo largo de nuestra vida, penetra a través de la retina y ésta será una de las razones por las que, con carácter general, los niños ciegos pueden acusar un cierto enlentecimiento en el conocimiento de las cosas y, ciñéndonos al ámbito escolar, en la adquisición de conceptos básicos, presentando, por ello, pequeñas lagunas en su bagaje cultural; ahora bien, la palabra, con su ritmo más pausado pero implacable, paulatinamente irá rellenando los espacios en blanco que la imagen no haya podido grabar, hasta corregir en una medida suficiente el diferencial con los niños videntes.
No obstante esta evidencia, no puede pasarse por alto la contumacia, si no en la teoría sí en la práctica, y por descontado no a sabiendas, por parte del entorno educativo de esos niños, en camuflar bajo esta causa cualquier retraso del aprendizaje: "una buena capa todo lo tapa"; de tal forma que puedan no ser reconocidos numerosos fracasos escolares debidos fundamentalmente a problemas de carácter psicológico o, incluso, a las trabas que en demasiadas ocasiones plantea la educación integrada a estos niños.
En el primer caso, resulta indiscutible que las técnicas habituales de apoyo a la enseñanza irán paliando el déficit en el aprendizaje producido por un menoscabo en la recepción sensorial. En el segundo, habrá que acudir a otros procedimientos encaminados a disolver la problemática afectiva subyacente ya que no es posible que "la luz atraviese nítidamente un cristal empañado". Por último, en el tercer caso, al que volveremos posteriormente al referirnos a la integración, cabe decir otro tanto: mientras que no se modifique alguna de las circunstancias causantes de un cierto retraso escolar, continuarán, de una u otra forma, apareciendo, obviamente, los mismos efectos.
Niños-lobo:
Más adelante se aludirá de nuevo a este asunto cuya relevancia radica, no tanto en la frecuencia que, afortunadamente, es escasa, como en la singularidad de la sintomatología que en su conjunto adopta una morfología, si no asimilable, sí, al menos, cercana a la órbita del autismo, así lo sugiere, aparentemente, una afectividad vuelta hacia el propio sujeto, la presencia de dilatados monólogos, el ensimismamiento recalcitrante, en definitiva, un escaso intercambio con el mundo exterior o un contacto de baja calidad, etc.. Todo ello sin que exista indicio alguno de trastorno orgánico que responda de la causalidad del cuadro por lo que, una vez más, hay que recurrir para explicaciones etiopatogénicas a factores que se enmarcan en el entorno familiar, algo que no sorprende demasiado si observamos con mirada hipermetrópica el contexto en el que se han amasado las primeras experiencias del niño y del que, cabe sospechar, emerge el síndrome enunciado.
Neurosis y psicosis:
Hasta aquí se ha pretendido describir un conjunto de peculiaridades psicológicas en relación a un grupo más o menos numeroso de individuos, perteneciente a un segmento acotado previamente a partir del colectivo que nos ocupa. Estas peculiaridades lo son, bien por su especificidad respecto a dicho grupo, bien por la incidencia dentro del mismo, o bien por el grado de "quiebra" personal que comporten para determinados sujetos.
Las características psicológicas expuestas pueden presentarse aisladas o conjugarse de múltiples formas así como alcanzar distintos niveles de neuroticismo en función de los criterios que venimos manejando, es decir, sufrimiento o alto grado de insatisfacción personal e incapacidad para desplegar un proyecto de vida. De igual modo, estas prominencias de la personalidad y del comportamiento pueden hallarse inscritas dentro del cuadro típico de las neurosis clásicas, aquéllas que habitualmente encontramos en las nosografías ad hoc, razón por la que cualquier comentario a este respecto resultaría ocioso si exceptuamos lo relativo a la proporción en que pueden hallarse tales afecciones neuróticas y psicóticas dentro del grupo social objeto de nuestro análisis, pero esto sería tarea para un trabajo complementario, al mismo tiempo que una invitación a los "topógrafos", en la convicción de que pueden aportarse datos empíricos muy sustanciosos que propicien una mayor profundización en el tema, datos que, por otra parte, son necesarios para sostener o refutar cualquiera de las hipótesis aquí planteadas.
III
EL PATITO CIEGO
Si se acepta, al menos de forma dialéctica, lo expuesto hasta este momento, irrumpiría, como no puede ser de otro modo, la pregunta acerca de las causas que han dado lugar al conjunto de peculiaridades psicológicas, específicas a un determinado número de personas dentro del grupo sobre el que venimos versando, surgiría, pues, la interrogante acerca del otro extremo del ovillo en donde obtener explicaciones coherentes que contribuyan, a su vez, a la búsqueda de soluciones que favorezcan la prevención y erradicación de aquellos aspectos más perturbables para los individuos afectados.
Es bien sabido que en el ámbito del psiquismo humano no es fácil establecer relaciones simples de causa-efecto sin caer en un reduccionismo inoperante, en una retórica cientifista o, sencillamente, en un distanciamiento de la realidad que se pretende analizar, dicho de otra forma, no puede haber explicaciones ni fórmulas abracadabrantes para abordar problemas que entrañan un alto grado de complejidad. Sea como fuere y teniendo en cuenta lo genérico de la presente exposición, ya resultaría suficientemente gratificante la sola posibilidad de insinuar el especial contexto en el cual, cabe deducir, se encuentran las claves, los elementos psicológicos que, tras recorrer la "cámara oscura" de los procesos internos del sujeto, se transforman en la sintomatología descrita anteriormente.
LA MIRADA:
En su libro "Historia de los Ciegos", Jesús Montoro relata cómo la ceguera, en determinadas culturas y en sus mitos, ha sido envuelta en un velo de misterio, entre lo real y lo enigmático, de tal suerte que en algunas sociedades el ciego ha gozado de un estatus de privilegio, por ejemplo vinculado a la adivinación del futuro, o, por el contrario, en virtud de otros criterios de carácter esotérico, ha sido víctima de la segregación del grupo; en cualquiera de los casos, brujo o apestado, se le reconocía como depositario de un mensaje de la divinidad el cual podía descifrarse según diferentes hermenéuticas.
Sin duda, no debe sorprender en demasía esta creencia mágica y, como consecuencia, una determinada ubicación de la persona ciega respecto del grupo, si se tiene en cuenta el innegable valor de la "mirada" en las relaciones interpersonales; la mirada se sitúa en el inicio de la comunicación y del lenguaje universal; la palabra, sin embargo, implica un mayor grado de evolución y esto tiene su importancia, no sólo al referirnos a sociedades más o menos primarias, sino en el caso de los niños, en sus juegos, en el aprendizaje, etc.. Así pues, el enigma que puede rodear a la ceguera, a la ausencia de mirada, simplificando en extremo, podría substanciarse en la pregunta: ¿qué se oculta detrás de unos ojos mudos que no responden a la llamada de los míos...?.
A lo dicho, cabría añadir que la carencia de visión también ha venido culturalmente asociada a elementos del psiquismo profundo como lo son: el pecado, la culpa y el castigo. Así, la "tragedia de Edipo Rey" es el mejor exponente de estos elementos constitutivos de la conciencia moral: a los dos pecados más horribles para la humanidad, el incesto y el parricidio, les correspondería un sentimiento de culpa y un castigo en proporción al "delito" cometido, que en el caso de Edipo es producirse la ceguera extrayéndose los ojos, castigo elegido en lugar del suicidio, la castración, etc., o, probablemente, en una equivalencia simbólica con ellos, estribando ahí su enorme importancia.
Estos y otros elementos fantasmáticos, incorporados a la tradición literaria y al acervo cultural, además de las vicisitudes reales de los ciegos a lo largo de la historia, han debido suponer un buen aporte de material del que todavía se nutre una cierta conciencia social, sobre todo, a la hora de tomar contacto directo con la cuestión de la ceguera, asimismo, constituyen un buen "caldo" en el que cultivarse las fantasías individuales de las que cobran mayor utilidad, a nuestro propósito, aquéllas con las que padres de niños ciegos abordan tanto el hecho en sí como la problemática circundante.
En tal sentido, habría que otorgar el calificativo de "joya psicológica" a la declaración del padre de un niño ciego, refiriendo tres de las fantasías que le persiguieron a lo largo de su vida: "fracturarse un hueso, ser intervenido de fimosis y tener un hijo ciego" (téngase en cuenta lo dicho más arriba en relación con la casuística). Sin duda, es extraordinariamente sugerente el simbolismo que encierra esta confesión, en franca sintonía con lo mencionado acerca de las equivalencias y la ceguera como una metáfora más allá de las circunstancias reales.
La presencia en la práctica de estos contenidos psíquicos de naturaleza cultural, aprioris o pre-juicios, disparando los fantasmas individuales, parecerían disponer, sobre todo a padres aunque también a educadores, a afrontar la carencia de la visión como algo más que la privación de una importante potencialidad sensorial. De ahí que no resulte demasiado sorprendente, que muchos padres desconozcan, en buena medida y durante largo tiempo, la verdadera dimensión de la ceguera, sus limitaciones en el plano de la vida real, así como la posibilidad de ser sustituida en parte esta función del ser humano por otras de menor rango pero que, actuando sinérgicamente, permiten que una persona no vidente restablezca una saludable capacidad de desenvolvimiento en su medio social. Este desconocimiento inicial por parte de los padres y que, paulatinamente, debe ir subsanándose, obedece claramente al binomio cuyo primer término sería lo dicho anteriormente en referencia a los aprioris inscritos en la cultura y, sobre todo, a los fantasmas individuales, siendo el segundo término la falta de una información idónea al respecto, tanto de los aspectos psicológicos como de aquellas cuestiones de orden más pragmático, información que , lógicamente, tendría que llegar del lado de los profesionales y responsables con competencias en el tema y cuyo conocimiento en la materia se les supone.
UN CHOQUE FRONTAL:
Consideremos una familia tipo a partir de que la trayectoria de sus expectativas respecto del hijo esperado, es bruscamente interrumpida por la "noticia" de la ceguera. Parece innegable que este hecho, formalidades aparte, irrumpirá con el sello de la distorsión, trastocando proyectos, removiendo esquemas, modificando sustancialmente estrategias de "crianza", etc.. Estos cambios se producirán mucho tiempo antes de que el niño haya podido ser consciente de sus circunstancias especiales, de ahí que los efectos que pudieran derivarse de su deficiencia, comenzarán a producirse desde el instante mismo en que los padres son informados del evento.
Haremos, a continuación, una disección gruesa con el fin de extraer aquellos momentos más significativos en el proceso de asimilación del "impacto"; posiblemente, se trate de una serie de vicisitudes psicológicas por las que atraviesa un considerable número de padres, antes de asumir adecuadamente el nuevo escenario y se restablezca el equilibrio familiar. Las expresiones verbales con que se ilustra la descripción, bastarían por sí solas para ofrecernos una correcta aproximación a este tema puntual.
"Un balde de hielo":
Es el momento consecutivo a la toma de conciencia de la nueva realidad; se caracterizará por un conjunto de intensas reacciones emocionales: A la conmoción inicial le seguirán periodos de angustia, sentimientos de fracaso, crisis depresivas, en resumen, un estado general marcado por la negatividad, ante una situación no esperada ni mucho menos deseada. Estas primeras reacciones por parte de los padres, tan humanas como comprensibles, podrían sintetizarse en las verbalizaciones que se realizan en forma de soliloquio desconsolado o a modo de comunicación íntima, preguntas al aire sin destino y sin pretensión de respuesta pero que, en cualquier caso, cumplen una función catártica, imprescindible para avanzar hacia posiciones menos emotivas:
- "¿Por qué a nosotros esto...?".
- "¿Qué hemos hecho para merecerlo...?".
- "Cualquier otra cosa bien, pero ciego...".
- "¡Por qué Alguien ha permitido que...!".
- "¿Es un castigo, una prueba...?".
Y así un sinfín de interrogantes en las que se refleja con claridad la coyuntura anímica inmediata al "duro golpe"; por fortuna, los efectos más agudos de la nueva situación se irán modulando paulatinamente y sobre la negatividad inicial se instalarán actitudes mucho más matizadas hasta recalar, finalmente, en otras de signo completamente positivo: "después de la tormenta siempre escampa", aunque esto vendrá precedido de un recorrido salpicado de altibajos.
"Fallo médico":
En su doble sentido de error y veredicto. Es una segunda fase o continuación de la anterior que comenzaría por la primera acepción: el error; en ella se pretende, de alguna manera, negar o se opone fuerte resistencia a admitir una evidencia incontrovertible en la confianza de que algo así tiene forzosamente que ser reversible, por demás, se pondrán en marcha los recursos precisos encaminados a este logro:
- "Tal vez no sea cierto...".
- "Se han podido equivocar...".
- "Visitaremos a los mejores especialistas...".
- "Si ello es posible le daré uno de mis ojos...".
Concluirán estas disquisiciones con la pérdida de toda esperanza desde el punto de vista médico, tomándose, entonces, fallo en su segunda acepción: veredicto. En efecto, tras descartar cualquier milagro de la ciencia y con el ánimo aún no restablecido, el diagnóstico definitivo será vivenciado como una "sentencia condenatoria":
- "No hay otro remedio, lo tomaremos con resignación...".
- "Cada cual tiene que llevar su cruz...".
- "¡Qué vamos a hacer si así nos ha venido...!".
- "Nosotros no estamos preparados para esto pero...".
"Rechazo":
Simultáneamente a las anteriores, transcurre una fase que, como muy bien puede comprenderse, no se manifiesta de forma explícita; los propios padres la vivirán de manera apenas consciente y sin que exista entre ambos progenitores ningún tipo de comunicación al respecto. Sin embargo, es este corto aunque intenso proceso uno de los mayores obstáculos a salvar, de su adecuada transformación dependerán las posteriores relaciones afectivas con el niño, las estrategias educativas que se sigan, la atención de sus necesidades básicas y aquéllas de carácter más específico que contribuyan a una óptima maduración. Ahora bien, a requerimiento de la conciencia moral o instancia superyoica, muy pronto los sentimientos de rechazo ante la situación indeseada, serán convenientemente reconvertidos, al activarse los mecanismos de defensa que toda persona pone en marcha frente a cualquier adversidad; así, la represión, la sublimación, las formaciones reactivas, etc., se unirán a las lógicas consideraciones éticas y, naturalmente, al amor parental, quedando, eso sí, como poso de esta etapa transitoria, un fuerte sentimiento de culpa y la necesidad de expiar el "pecado" cometido, algo que se verificará con el despliegue de todos los resortes compensatorios al alcance de los padres: prodigándose en cuidados y atenciones, "dedicación exclusiva" en detrimento del resto de hermanos y de su vida personal, hacia el hijo que, por unos instantes, pudo ser no deseado.
Expuesto de otro modo, del rechazo inicial férreamente reprimido, sentimientos de culpa consecutivos y un poderoso "instinto" de protección sustentado en sólidas bases éticas, surgirá un producto de "alta peligrosidad": el sobreamor.
"Aceptación":
Con la paulatina disolución del conflicto se habrá alcanzado un punto de inflexión desde el que ya no se retornará, salvo de forma esporádica, a las coyunturas más negativas. Una vez sojuzgadas todas las zozobras de los primeros momentos, comenzará una labor abiertamente constructiva; la angustia, la frustración, los sentimientos hostiles, las ideas de fracaso, etc., se irán vaporizando a la vez que sustituyendo por otras en clave positiva y, en definitiva, por una sincera conformidad con la situación de presente, la cual ya no es percibida como irreparable sino en calidad de un reto a afrontar con firmeza. A tal fin habrán contribuido, no sólo los mecanismos de defensa mencionados, factores éticos y culturales, el amor "instintivo", etc., sino, también, el progresivo conocimiento, y por tanto dominio, de las nuevas circunstancias, favoreciendo todo ello que los padres se instalen en la realidad, asimismo, los sentimientos de culpa surgidos de las ideas de repulsa se mantendrán suficientemente alejados de la conciencia, aunque, a modo de principios activos, coadyuvarán al reforzamiento de un amor que desde el punto de vista humano es absolutamente plausible pero que, probablemente, desde el estrictamente psicopedagógico, cabe suponerlo sobredimensionado más allá de unos límites razonables, a juzgar por la repercusión en el posterior desarrollo de la personalidad del niño.
Así pues, alcanzado un cierto sosiego y reordenamiento de esquemas, se diseñará un plan general de actuación que orientará, a partir de este momento, las actitudes de los padres respecto del hijo, y del cual se desprenderán las estrategias más concretas a seguir en cada circunstancia; este diseño no hay que suponerlo deliberado o consciente, más bien, cabe pensar que se ejecutará de una forma completamente intuitiva, obedeciendo, amén de lo dicho, al impulso natural de amor y protección al hijo desfavorecido. De las líneas principales se podrían subrayar aquellas más frecuentes y que, a su vez, van a repercutir más directamente en el crecimiento psicológico del niño ciego:
- "Seremos sus ojos...".
Es ésta una proposición que, con toda probabilidad, nunca haya sido escuchada de labios de los padres afectados, sin embargo, puede inferirse fácilmente observando el modo habitual en el que éstos se conducen y no sólo durante la infancia del hijo sino prolongando este "modus operandi" a su vida adulta. Esta fórmula, junto a otras muchas, es subsidiaria de un singular concepto de amor, concepto que, como ya se ha expresado, será la resultante de la pugna entre ideas y afectos de distinto signo o, lo que es igual, de un arduo conflicto.
"Seremos sus ojos": la privación sensorial del niño es un "gran agujero" abierto en las expectativas de los padres, en sus proyectos y fantasías, el niño es ciego para los padres mucho tiempo antes de serlo para sí mismo, resulta obvio pensar, como se ha venido repitiendo, que es, a partir del mismo momento en que aquéllos son conocedores del problema, cuando comienza verdaderamente la educación de éste en su condición de diferente, ya que en ese preciso instante se producen las primeras modificaciones esenciales en los esquemas paternos, constituyendo el principio de una "pedagogía singular".
"Seremos sus ojos", es una proposición típica cargada de voluntarismo y buenas intenciones, ¡cómo no apreciar la belleza lírica y el fondo moral que la inspiran!, de no ser por las repercusiones en la construcción psicológica del niño, tanto en lo que denominamos autonomía personal como en lo que improvisadamente llamaríamos autonomía afectiva, además de la evidente imposibilidad material: (utilizando una fórmula lacaniana) "no puedo ser lo que tú no tienes", es decir, nunca los padres podrán ocupar, por razones ostensibles, el espacio en blanco dejado por la ausencia de una función sensorial, de ahí que sea mucho más fructífero buscar alternativas de solución, pero en el terreno de lo posible.
- "Mientras nosotros vivamos no le faltará de nada...".
Aquí vemos, nuevamente, cómo la carencia real del niño se traslada imaginariamente a los padres a modo de una gran falta, ausencia o vacío, ya que la pérdida de la visión irá más allá de este hecho tangible: "la ceguera es mucho más que la imposibilidad de ver", al menos en lo que se refiere al pensamiento no consciente de los padres, de tal suerte que pondrán en marcha mecanismos para compensar esta privación que en sus fantasías debe considerarse "algo irreparable", así, los padres y el entorno familiar más cercano se lanzarán a tapar un agujero, que no por ser cierto es menos fantaseado; y nada mejor para hacerlo que con grandes dosis de amor, si se permiten las expresiones: "sobredosis de amor", "amor inyectado en vena", sin tener en cuenta que "el amor es ciego" y que "hay amores que matan".
- "Bastante tiene con lo suyo...".
La familia transformada en "falimia" (anagrama alusivo al concepto psicoanalítico de falo), suponiendo en la ceguera una "terrible desgracia", tanto padres como hermanos dispensarán al niño toda suerte de cuidados "maternales"; le algodonarán el mundo con el encomiable fin de proporcionarle, para siempre, una vida en la que no quepa sombra de infelicidad; le sumergirán en una "burbuja de amor" situada en el centro del núcleo familiar que, a estas alturas de la vida, es tanto como decir el centro mismo del universo; en fin, le evitarán, en lo posible, cualquier contacto con todo aquello que suponga frustración, amurallándole contra el "principio de contradicción", dicho sea, previa licencia para ensanchar el concepto, únicamente en términos psicológicos.
Con estas y otras claves análogas se irán apilando las primeras piedras de la personalidad del niño ciego, el cual, más pronto que tarde, habrá de asomarse al mundo, no sólo con un déficit real, objetivable, del que se deriva un conjunto de trabas para un adecuado desenvolvimiento, sino, además, y esto es tan importante como ignorado, contará para acometer los desafíos de la vida cotidiana con falsas herramientas: un concepto erróneo de su posición respecto del mundo o, lo que es igual, en relación con los otros; una inflación del yo o hiperego que le hará muy vulnerable ante el fracaso y las contrariedades comunes; por añadidura, se verá atrapado, sin fácil salida, en una red de afectos familiares atenazantes que suplantarán su propia maduración personal, etc., constituyendo todo esto el excedente de dificultad, las trabas adicionales, los obstáculos que tantas veces se confunden y se solapan con el que debiera ser el único problema.
De este modo se irá tejiendo el relato de quien pudo llegar como "patito feo", transformándose después en un "hermoso cisne" para, finalmente, tener que, "implume", afrontar su particular reto de vivir.
IV
EL "PEQUEÑO EMPERADOR"
Lo mencionado en el apartado anterior, no es más que alguna de las líneas maestras que, de forma implícita, dirigen la actuación de muchos padres en cuanto a la atención y educación del hijo con severa minusvalía visual, tales principios básicos, como ya se ha dicho, se llevarán a cabo de un modo más intuitivo que reflexivo, prolongándose a lo largo del tiempo con escasas variaciones. Estos planteamientos generales se materializarán a través de las estrategias concretas aplicadas en función de las diferentes etapas del desarrollo del niño y en las diversas vicisitudes de su evolución. Dichas estrategias tendrán de singular, fundamentalmente, no sólo los pensamientos y motivos subyacentes a las mismas sino los criterios de su puesta en práctica que serán muy distintos si comparamos con el resto de hermanos no deficientes:
- Así, por citar esquemáticamente alguno de los hitos más importantes en el desarrollo infantil, no resultará demasiado sorprendente que la madre prolongue la lactancia, en contra de su propio deseo, posponiendo, al mismo tiempo, el inicio de la alimentación sólida, todo ello con el "intachable" propósito de postergar el "presunto trauma" que pueda derivarse de este tipo de cambios esenciales.
- De igual modo se podrán conducir los padres en lo tocante a la adquisición, por parte del niño, de habilidades y hábitos necesarios para la autonomía personal: - se retrasará el entrenamiento en todos los ritos de inicio a la autoalimentación (utilización de las manos, manejo de cubiertos, etc.): ¿cómo puede comer solo si no ve la cuchara ni la boca...?;, se trata de una inocente pregunta que a menudo formulan los niños a las personas ciegas y que, sin ser conscientes de ello los padres, se sumará a los factores que contribuyen al aplazamiento de esta instrucción.
- Otro tanto y por idénticos motivos, cabe decir respecto a otros hábitos personales: podrá dilatarse al límite la retirada del pañal, con el consiguiente retraso en el control de esfínteres así como en el aprendizaje de todas las cuestiones relativas al aseo, vestido, etc., tareas que serán efectuadas por los padres mucho más lejos en el tiempo de lo socialmente consensuado. En otras palabras, se agotará, más allá de lo razonable, cada momento y cada etapa en la evolución del niño, alargando su infancia y, por tanto, su dependencia extrema de la providencia familiar.
Otros ejemplos concretos correspondientes a distintas áreas del desarrollo ilustran, igualmente, el modo de abordar los progenitores estos primeros años del niño: - coartarán las pequeñas iniciativas que éste pueda plantear a la hora de explorar y descubrir el mundo circundante, siempre pensarán que entrañan algún riesgo añadido por mínimo que resulte: en sus primeros pasos, caminarán a su lado desplazando diligentemente todo obstáculo que se interponga en su trayecto; cualquier objeto que pretenda alcanzar para tocarlo y formarse una imagen del mismo, será puesto en sus manos solícitamente para ahorrarle el "titánico esfuerzo" de buscarlo a tientas.
- En cuanto a la interiorización de pautas y normas sociales, los padres evitarán, por todos los medios, imponerlas al pequeño ya que "bastante tiene con lo que tiene" y, en todo caso, las introducirán a modo de sugerencia por si el niño se aviene a aceptarlas. En este orden de cosas, los hermanos, tal y como ocurriera con los principitos de alguna vieja corte, serán reprendidos en su lugar, aun a sabiendas de que la infracción fue cometida por el niño ciego, pero... "hay que evitarle traumas adicionales a su handicap", al menos, así se manifiesta en la práctica habitual de numerosas familias en similares circunstancias aunque verbalicen lo contrario y admitan teóricamente que estas estrategias educativas puedan ser inconvenientes para su maduración psicológica.
- Continuando en esta línea, los deseos del niño serán escuchados como "imperativos categóricos" que deberán satissfacerse de forma perentoria, con la inmediatez tiránica de una exigencia instintiva, de tal forma que, tanto demandas naturales como toda suerte de veleidades, adquirirán el mismo rango de necesidad, portando, además, el sellado de urgencia. todo ello, respondiendo, los padres, a un inconsciente mecanismo compensatorio en virtud del cual se pondrían en el otro lado de la balanza, excedentes de amor como contrapeso al infortunio.
- En fin, siguiendo el camino de las compensaciones, la familia, como se dijo, glosará épicamente las pequeñas "gestas" del niño, sus logros más cotidianos, magnificando, simultáneamente, alguna de sus habilidades y atributos por anodinos que éstos puedan resultar, pero coadyuvando, sin duda, con estas actitudes de exaltación, a la construcción de un falso yo y un sentido desfigurado de la propia realidad.
En los primeros años escolares (hablamos de educación integrada), se reproducirán, en gran medida, los esquemas pedagógicos mencionados en los párrafos anteriores, suponiendo una continuidad del entorno familiar en lo que se refiere a las actitudes de los educadores, en quienes, como prolongación de los padres, se instalará también el sentimiento compasivo y esa humana, aunque no siempre constructiva, inclinación a proteger desmesuradamente al más débil frente a las mayores dificultades con que indefectiblemente ha de tropezar, desarrollándose así lo que se ha dado en llamar para otros casos, una "discriminación positiva" o, afinando un poco más, una "marginación positiva", a todas luces comprensible por el humanismo que encierra pero que, además de alejarse de los objetivos prioritarios de la enseñanza integrada, no comportará demasiadas ventajas para el desarrollo psicológico del niño ciego.
Ahora bien, a pesar de la cooperación tácita entre padres y educadores para mantener al pequeño flotando en su "burbuja", será, precisamente, a partir de su incorporación a la escuela ordinaria o, lo que es igual, su primer contacto serio, su primera fricción con el mundo sin el escudo protector del "hogar", cuando, de forma simultánea, aparezcan o comiencen a incubarse los primeros conflictos, las primeras grietas en alguna de las estructuras de la incipiente personalidad, y ello, como consecuencia de la confrontación entre la fragilidad de sus esquemas psicológicos y una realidad que ya no es posible maquillar y contra la que no puede blindarse a pesar del encomiable voluntarismo de los responsables de su educación, realidad que, no hay por qué engañarse, se presenta con un punto de aspereza y hostilidad; en efecto, las tareas escolares tendrán para él, en el mejor de los casos, un plus de dificultad, el resto serán insalvables: así, las aulas vendrán a ser un espeso "bosque" de imágenes y colores que sobrevuelan las pizarras, los pupitres, etc., sin que el niño sea capaz de atraparlas con los receptores sensoriales de que dispone, con la consiguiente pérdida de información o escaso intercambio de la misma con otros niños; asimismo, quedará "sutilmente" relegado en la mayoría de actividades de tiempo libre, juegos, deportes, etc., por exigir éstos, en general, de un gran dinamismo y, por tanto, del concurso de todos los sentidos, o, en todo caso, participará, "de oficio", quebrando el "endiablado" ritmo inherente a la edad; algo que difícilmente pasará desapercibido para un niño de una enorme sensibilidad, etc., etc..
Así pues, quien fue inicialmente ubicado en el centro del universo del "amor" familiar, alejado de contrariedades e insatisfacciones, un ego inflado artificialmente, en fin, para ser "primus inter pares", deberá recomponerse a toda prisa ante estas primeras experiencias penosas, poniendo en funcionamiento todos los mecanismos de defensa a su corto alcance para asimilar una situación que le desborda más allá de donde él es capaz de "achicar agua": de un lado su deficiencia sensorial, de otro su déficit de maduración; en resumen, el niño se verá en medio de una realidad a la que debe hacer frente, no sólo con menos herramientas que los demás, sino con alguna de ellas ciertamente frágil, en otras palabras y aludiendo al juego infantil, se verá abocado a la ardua tarea de "clavar puntas de acero con martillos de plástico".
Flagrante contradicción ésta: un niño educado en unos bajos niveles de tolerancia a la frustración, para dejarle "caer", de golpe, en una situación multiplicada de obstáculos; "un barquito de papel botado a mar abierto".
V
LA MAMÁ O LA MADRASTRA
En las páginas anteriores hemos recorrido, valga la expresión, el camino "regio" o, lo que es igual y a falta de su corroboración empírica, el más transitado, la opción educativa más habitual dentro del colectivo de familias en las que uno de sus miembros se halla privado de la visión, pero, siendo quizás la más común, existen otras opciones cualitativamente diferentes de las que sería inexcusable, no referirse brevemente a una de ellas cuya importancia estriba, más que en su frecuencia que afortunadamente es escasa, en su singularidad y posibles consecuencias psicológicas:
Se podría sintetizar diciendo que los padres, al menos uno de ellos, han quedado enredados en alguno de los momentos que preceden a la completa aceptación de la deficiencia del hijo; es fácil suponer que se trate de la fase del rechazo en la cual, por motivos exclusivamente personales, quedan atrapados, actuando, a partir de ahí, de forma más o menos ostensible, siendo o no conscientes de ello, en consonancia con unos sentimientos de repulsa hacia una situación no asumida aunque acatada por "imperativo social o moral".
Podemos encontrarnos con estos casos en familias pertenecientes a grupos sociales de carácter marginal, con un niño ciego que no recibe los cuidados propios no sólo de su corta edad sino, también, de sus circunstancias especiales, con la lógica repercusión en el desarrollo integral del niño, incluidos los aspectos psicológicos. Pero, con ser grave esta situación, es lo suficientemente visible como para ser detectada y reconducida mediante los resortes que la sociedad, a través de las distintas Administraciones, tiene a su alcance para intervenir en tales ocasiones.
Ahora bien, aquí lo que verdaderamente puede interesarnos, a nivel de nuestro trabajo, es el trasfondo del rechazo pero expresado de forma mucho más sutil, tanto que se desliza entre los dedos resultando apenas perceptible; y es el caso en el que los padres, efectivamente, han quedado estancados en esta fase de máxima negatividad, por supuesto sin ser conscientes de ello, pero, a diferencia con lo anterior, prodigarán a su hijo toda clase de cuidados materiales, incluso, desde un punto de vista cuantitativo, más que al resto de hermanos; con esto sentirán perfectamente cubiertas sus obligaciones como progenitores, sin embargo, desatenderán parcial o totalmente aquellos aspectos relacionados con lo que podríamos nombrar como "humanización", o, si se quiere, la socialización: el lenguaje, la marcha, la interiorización de normas, la autonomía personal, el juego, el afecto necesario y un largo etcétera, englobado todo ello en el concepto de educación.
Por si no fuese suficiente, es fácil deducir que estos "humanos cuidados" se polarizarán en alguno de los otros hijos, por lógica natural en el más pequeño, buscando con ello la compensación a su "gran fracaso". El trabajo, la lectura y múltiples aficiones constituirán, igualmente, un maravilloso refugio en donde "descansar" de lo que, innegablemente, representa un problema del cual es preciso huir.
Sobra decir que estas actitudes menos frecuentes, no se correlacionan con ningún estrato social determinado, en todo caso y por razones de tipo práctico, resultan más viables en familias con mayores recursos materiales pues disponen de los medios necesarios para delegar en terceras personas, todas las responsabilidades que les son propias, garantizándose con ello, además, la coartada perfecta para encubrir una situación anómala.
Tal vez, lo dicho en este apartado constituya un argumento suficiente para llevar a cabo un trabajo monográfico, buceando en las más que probables conexiones entre el estancamiento de los padres en la fase del rechazo y alguno de los síntomas enunciados en el epígrafe: "niños-lobo", que no es sino una alusión a la vieja leyenda romana o a las modernas historias, ciertas o no, de niños hallados en la jungla y criados por lobos, es decir, habiendo recibido los cuidados precisos para su crecimiento biológico, como seres vivos, pero no dándose las condiciones imprescindibles para la "humanización".
VI
DE LOS VIEJOS COLEGIOS A LA NOUVELLE ÉCOLE
De lo dicho hasta el momento se desprende sin dificultad que son aceptados en estas páginas, en sintonía con algunos modelos psicológicos, los postulados en relación a la etiología de la psicoproblemática aquí descrita, así se entiende que la misma hunde sus raíces causales más profundas en las primeras experiencias infantiles, es decir, aquellas vivencias que se ubican en el ámbito familiar remoto, mucho antes de que el niño sea consciente de su carencia y ésta sólo haya adquirido sentido para los padres. Sin embargo, y a pesar de que las líneas básicas de la personalidad del niño se irán trazando a partir ya de estas primeras experiencias en el núcleo familiar, no puede obviarse, como se ha apuntado en el "pequeño emperador", la importancia de la escuela, sobre todo los años iniciales, en el moldeado y concreción de los diversos perfiles psicológicos, (al fin y al cabo la personalidad no es una estructura estática y cerrada); asimismo, otros aspectos imprescindibles para el desarrollo global de un individuo: la adquisición de conocimientos, la sociabilidad, la autonomía personal, etc., cobran doble significación para los niños ciegos ya que se hallan mucho más expuestos que los demás a padecer algún déficit en cualquiera de estas áreas. Por todo ello, no resulta fácil sustraerse a dedicar un breve comentario a la cuestión de la educación, más concretamente al modelo actual dominante, la enseñanza integrada, haciendo referencia simultáneamente a la casi extinta educación especial, también denominada enseñanza segregada con un matiz intencionadamente peyorativo; en todo caso, ambos modelos son emblemáticos y representativos de diferentes épocas y modos de pensar y que, más allá de sus aparentemente irreconciliables divergencias, son complementarios, en tanto que aportan soluciones a problemas diferentes y, en definitiva, comparten el mismo fin que no es otro que la auténtica integración de las personas ciegas en la sociedad, estribando buena parte de sus viejas controversias en alguno de los pasos intermedios, por ejemplo: cuál sea el momento idóneo para incorporar al niño a la escuela ordinaria.
Aún así y dicho lo anterior, puede resultar anacrónico, heterodoxo o susceptible de "anatema", pretender hurgar en una de las esencias de la pedagogía moderna, bandera de progresía, como es la educación integrada para cualquier niño independientemente de la minusvalía que padezca, tendencia masivamente aceptada de la que, probablemente, sólo quedan excluidos aquellos casos de minusvalías muy graves o plurideficiencias. Ahora bien, si resultan teóricamente inapelables los principios psicopedagógicos que inspiran el paradigma de la educación integrada, no lo son menos los hechos observables, o sea, la obstinación con que nos salpican los resultados concretos, los cuales, al día de hoy y en referencia a niños ciegos, parecen revelar una cierta falta de correspondencia entre la "filosofía" y unas moderadas expectativas de éxito; y si esto fuese así, naturalmente, tales hechos reclamarían algún reajuste, bien en las líneas teóricas, bien en su aplicación práctica, dicho en otras palabras, exigirían el abandono de posturas dogmáticas, "fe ciega" o complacencia en "verdades" que, por no ser revisadas, estarían propiciando que determinados errores se hicieran perseverantes y recurrentes.
En tal sentido, quiérase ver o no, quiérase o no realizar un análisis exhaustivo de los datos fácilmente conseguibles, la educación integrada o los actuales parámetros en los que se lleva a cabo, tampoco está suponiendo, precisamente, un camino "alfombrado" para los niños con una severa deficiencia visual. En efecto, después de varios años de experiencia continuada y generalizada, existe ya, aparte de los casos individuales que siempre los hubo, un colectivo muy numeroso de niños y adolescentes que se incorporaron a las escuelas normales en una edad temprana y que hoy prosiguen sus estudios en régimen de integración. Pese a no existir estudios comparativos con el sistema educativo anterior, sin embargo, y teniendo en cuenta las limitaciones de una observación parcial, no parece haber grandes razones para abandonarse al optimismo, podría afirmarse, sin demasiadas vacilaciones, que persiste la psicoproblemática descrita en apartados precedentes, es más, caben algunas matizaciones, así, se observaría un ligero empeoramiento en áreas tan importantes como la orientación y movilidad, igualmente, en lo que se refiere al bagaje cultural, sin olvidar aquellas cuestiones relacionadas con la sociabilidad, es decir, el objetivo-estrella de este modelo educativo y cuyo cumplimiento tal vez aún se halle lejos de lo que sería de esperar.
Algo similar puede decirse acerca del concepto de inserción social, inspirado en los mismos principios humanistas y que adolece, también, de un punto de romanticismo, tanto en el caso de enfermos mentales crónicos como para aquellos individuos con conductas antisociales y tendencia compulsiva a la comisión de actos ominosos, dicho sea por las consecuencias así como por el "barroquismo desplegado". En el primer caso, siguiendo la estela de un sueño, se derribaron las tapias de los viejos hospitales psiquiátricos de reclusión con el loable propósito de no separar al enfermo de la sociedad; pero la realidad es tozuda y ante la problemática de toda índole que genera esta situación, ha sido preciso retroceder sobre los propios pasos, eso sí, de forma subrepticia y torticera, sustituyendo los muros físicos por otros, tan impenetrables o más, de naturaleza química, el ladrillo y el cemento por el psicótropo suministrado a fin de conseguir: una inserción formal / un aislamiento real. En el segundo caso, siguiendo los mismos principios admirables de un humanismo pueril a la vez que unilateral, haciendo alarde de un profundo desconocimiento del psiquismo humano, se devuelve a la sociedad sin haber adoptado las medidas terapéuticas necesarias, a personas igualmente enfermas y en franca disposición de realizar acciones irreparables: es suficientemente conocida la existencia de ciertas configuraciones psicológicas que entrañan esa condición reiterativa ("reincidente") para la destructividad.
Esta innecesaria disgresión viene al caso por el innegable paralelismo entre ambos conceptos, integración e inserción, los cuales comparten en origen un mismo trasfondo filosófico y, aunque sin cuantificar, un grado de fracaso en los resultados, y ello, por atenderse más a cuestiones ideológicas que a análisis rigurosos apoyados en datos empíricos, importando más la estética intelectual o el esnobismo "progresistoide" que otras consideraciones de mayor calado y repercusión, negando, soslayando, disfrazando o envolviendo en "papel de regalo" unos hechos que se desvían notablemente de los objetivos marcados y que requieren la reconversión de algunos axiomas inamovibles en hipótesis de trabajo contrastables y revisables.
TRES MEDIAS VERDADES:
Reparemos por un instante en tres de las principales argumentaciones psicopedagógicas, no en otras de naturaleza mucho menos teórica, que inspiran a pedagogos, psicólogos, maestros y a la sociedad en general, para determinar la conveniencia, si no la necesidad, de que los niños ciegos se incorporen a la enseñanza integrada desde el principio, es decir desde las escuelas infantiles hasta la finalización de la enseñanza. Insistir una vez más, que los presentes comentarios, de ningún modo pretenden contraponer los dos modelos pedagógicos sino, más bien, apuestan por su complementariedad e intercambio, asimismo, lo que en algún momento pudiera parecer una toma de posición del lado de los denostados colegios de educación diferenciada no sería más que una formalidad dialéctica, un cierto eclecticismo eventualmente alineado con el contrapeso a unas posiciones axiomáticas que se decantan "ciegamente" en favor de la "inserción" educativa sin que se tengan en cuenta los únicos argumentos que merece la pena considerar, o sea, los datos concretos, los resultados palpables, en este caso, las grietas abiertas en el edificio pedagógico de un modelo tan aceptable como en su día lo fue el anterior pero que, como cualquier sistema de ideas vivo, debe mantenerse en permanente autocrítica.
Mundo real.-
Tal vez se trate del argumento que con mayor fuerza dialéctica ha sido esgrimido en favor de la integración y que podría resumirse: "los niños ciegos deben enfrentarse cuanto antes a la realidad y, por tanto, incorporarse desde el principio al mundo en el que tarde o temprano habrán de vivir".
Dicho así resulta prácticamente incuestionable, de no ser por que esa misma realidad se muestra remisa en corresponder a las esperanzas de este "principio fundamental" ya que, insistiendo una vez más, queda fuera de la consideración del postulado, un asunto tan prioritario como es el proceso de maduración psicológica del niño que, en nuestro caso, supondría dotarse de una serie de herramientas (esquemas intelectuales y afectivos, habilidades o destrezas específicas), con los que abordar esa realidad que, de lo contrario, deviene especialmente hostil.
En efecto, el primer impacto, que no será el único, lo habrá de experimentar el niño ciego en el momento de incorporarse al aula de trabajo, un mundo de pizarras, imágenes, colores, dibujos..., en definitiva, la cultura que, a esta edad, penetra en buena medida por los ojos y que dificultará en extremo, a pesar de las teorías ad hoc o los apoyos siempre escasos, que el niño "tome la rueda del pelotón" de compañeros videntes. Podemos hallarnos en el punto de partida de un futuro fracaso escolar y, por qué no, ante las primeras experiencias íntimas de marginación, de aislamiento aun estando rodeado de niños, de los que le separa ese muro invisible aunque no por ello inexistente, la barrera de los sentidos.
Un segundo impacto, tan importante como el anterior, lo constituirán las actividades de tiempo libre, es decir, EL JUEGO, que, como corresponde a esta etapa de la vida, requerirá de un extraordinario dinamismo; tanto el deporte, los juegos organizados y las actividades lúdicas no regladas, tendrán en estos primeros años de vida, como característica inherente, que los niños se comportarán, respondiendo a su naturaleza, como las partículas de un gas calentado en un recipiente a gran temperatura. Los educadores no podrán, si no es forzando la situación, conseguir una participación natural del niño ciego en unas actividades que exigen el concurso de todas las facultades, encontrándonos de nuevo con situaciones sutiles pero no imperceptibles de marginación y que éste vivenciará calladamente, algo que, al parecer, desorienta en demasía a los teóricos de las "respuestas mensurables". El niño, pues, ante estas experiencias no satisfactorias, activará a toda prisa todos los resortes a su alcance, pondrá en marcha sus mecanismos defensivos con el fin de "achicar" frustración o "reducir la fractura" en alguno de sus esquemas.
Por último, un tercer impacto, no de menores consecuencias, lo constituirá la relación extraescolar con otros niños pertenecientes a su grupo de estudio, dicha relación supondrá una continuidad de lo mencionado para las actividades de tiempo libre en la escuela, es decir, escasa y fragmentaria, con lo que el niño ciego verá mermadas sus posibilidades de contacto e intercambio limitándose al entorno familiar y, con demasiada frecuencia, a los padres y personas mayores, asunto éste también de gran trascendencia a sumar a los anteriores.
Rápidamente se comprende que este tipo de contingencias no se producían en los colegios especializados, en éstos, los niños ciegos han podido cubrir plenamente su necesidad afectiva a través de una completa sociabilidad, compartiendo con los compañeros, sin ninguna restricción, toda clase de actividades al mismo tiempo que preparándose para una integración sin turbulencias, o sea, a una edad en la que se ha adquirido conciencia clara de la deficiencia que se padece y de las circunstancias concomitantes, de las limitaciones, las potencialidades y, cómo no, una vez provistos de los medios suficientes para desenvolverse correctamente en su entorno; esto, no parece hallarse al alcance, precisamente, de un niño de muy corta edad. Ahora bien, si la finalidad de la educación especial era la preparación del niño y adolescente para una adecuada integración, en la práctica de muchos años, estribando ahí uno de sus grandes fracasos, la enseñanza diferenciada se convirtió en un fin en sí misma, generando y encerrándose en una realidad educativa distinta y alejada de la educación normal, olvidando su cometido básico, de transición o perífrasis pedagógica para llegar, en un plazo determinado, a su objetivo último.
En fin, si se permite realizar un ejercicio de cierta "crueldad dialéctica" respecto del presente argumento esgrimido para justificar la conveniencia de incorporar cuanto antes al niño ciego al "mundo real", cabría preguntar a sus paladines si verdaderamente aplican este mismo principio en todos los casos, incluidos los propios hijos: ¿permiten, bajo el razonamiento de "así es la vida", que sus pequeños tengan la oportunidad de conocer todo lo concerniente a la violencia humana o, por el contrario, les administran este tipo de aprendizaje en pequeñísimas dosis?; ¿permiten a sus hijos de corta edad conocer el "mundo real" en lo tocante a la sexualidad o recurren al zaping cuando en la pequeña pantalla aparecen determinadas secuencias?; ¿les responden con "realismo" a todas sus inquietudes acerca de la muerte, el nacimiento, etc. o les cuentan la historia del "abuelito y el cielo" o aquello de la "semillita" y la "cigüeña con su cestita"?.
Una réplica fácil a estas interrogantes, iría en el sentido de que se comparan cuestiones de muy distinta índole y magnitud. Tal vez sea cierto. Ahora bien, nos quedaría, entonces, el reto de calibrar con rigor y hasta donde sea posible, la verdadera dimensión del impacto, lo que representa para el psiquismo aún muy frágil de un niño, el fuerte choque con ese "mundo real" al que los teóricos del "capuzón" pretenden sumergirlo sin que sepa dónde están sus "anclajes", sus "puntos de amarre".
Gueto.-
"Los colegios especiales son guetos, reductos de marginación".
Es ésta una segunda argumentación enarbolada en contra de la enseñanza especializada y que, igual que la anterior, resulta aparentemente incontestable por mencionarse sólo la mitad de la "verdad", pues, si bien es cierto que estos colegios se erigían como recintos cerrados, con unos límites físicos bien definidos albergando en su interior, en régimen de internado, un colectivo de niños deficientes visuales, de diferentes edades y circunstancias, no es menos cierto (la inteligencia es grosera sin la sutileza), que hay en esta apreciación un punto de engaño producido por una ilusión óptica ya que el ladrillo no es la única pared que puede interponerse entre dos realidades diferentes; hemos visto más arriba que hay muros no tangibles pero que pueden cumplir perfectamente el papel de gran barrera; integración formal / marginación real es un hecho que se repite de forma muy extendida en la sociedad y del que no están exentos los niños ciegos; quiere esto decir que el gueto, el apartamiento social, no hay por qué verlo únicamente en la arcilla o en otras materialidades convertidas en símbolos, del mismo modo que no hay por qué dar como válida la integración en base a las buenas intenciones y los principios impecables. Es preciso, pues, en este campo, observar un poco más lejos de la apariencia que siempre es "formalmente correcta" y profundizar con un constructivo eclecticismo, en los desajustes que también se producen en la educación integrada.
Así, es ciertamente una ironía el calificativo de gueto con el que se reprueba a los antiguos centros ya que, de hecho, sin ser menester grandes abstracciones, nos hallaríamos en una parecida situación: el niño ciego puede estar y sentirse absolutamente marginado aunque se halle completamente rodeado de cientos de niños que juegan, aprenden, etc. pero constituyendo para él un sistema semiimpermeable. Imaginemos un jardín repleto de pájaros y uno de ellos envuelto en una finísima malla a través de la cual puede ver, oír, tocar, oler, a todos sus compañeros pero no le permite volar junto a ellos. La pregunta sería si puede un niño de cinco años salir completamente ileso tras una continuada experiencia de estas características o, por el contrario, decirse con gran cinismo que: "si sobrevive a la misma, se hará mucho más fuerte".
Desarraigo.-
Una tercera argumentación esgrimida en contraposición a la enseñanza diferenciada sería: "los colegios especiales, por su régimen de internado y por su alejamiento, ocasionan en el niño un desarraigo de su entorno familiar y social".
Es, sin duda, el razonamiento más sólido que puede formularse en contra de los colegios especiales los cuales, por razones económicas y de operatividad, no podían ubicarse en función del criterio de proximidad. En efecto, la permanencia durante años en estos centros, con la sola excepción de los periodos vacacionales, tuvo una repercusión muy negativa, sobre todo, a la hora del retorno al lugar de procedencia en el que no se habían cultivado vínculos afectivos, teniéndose, con lo que ello supone de esfuerzo añadido, que iniciar desde cero una adaptación extremadamente compleja. Ahora bien, puede esgrimirse que: "en la condena también va la salvación", y ello, si atendemos a lo manifestado aquí acerca de los férreos lazos que la familia establece con el niño, una vez conocida la minusvalía que éste padece. Así pues, el distanciamiento temporal puede ser considerado desde otra perspectiva más positiva: en relación al desarrollo global del niño, a su maduración, a su autonomía personal en todos los órdenes, etc., sin la mirada providente e inmovilizante de quienes, indudablemente, muy bien le quieren aunque le entiendan muy mal. Naturalmente, aun admitiendo la virtualidad de este distanciamiento temporal, en ningún caso justificaría los dilatados "extrañamientos" que exceden en mucho de los objetivos últimos de una educación preparatoria.
UN RECORDATORIO
Por último, una anotación a pie de página o a modo de réquiem por los viejos colegios, no tanto en referencia a cuestiones psicológicas o vicisitudes afectivas como a otros aspectos del desarrollo de un niño ciego (la autonomía, la movilidad, las actividades libres, la inclinación profesional, etc.), y que, sin lugar a duda, inciden notablemente en su proyecto vital o en su futuro desenvolvimiento en el mundo, en su integración (real, no formal) en la sociedad, y por ello, en una saludable conformidad consigo mismo y con todas sus circunstancias:
Una palabra, mil imágenes.-
"Imaginad una pelota grande flotando en medio del aula y siete pelotas más pequeñas girando en círculo alrededor de aquélla...". Así comenzaba una clase en un viejo colegio de enseñanza especial para ciegos, en la que se impartían unas nociones del sistema solar. A simple vista puede parecer irrelevante pero, mirando un poco más lejos, nos encontraríamos con que esta sencilla explicación es sustituida en la escuela normal por una representación gráfica, al igual que sucede con toda la información, independientemente de su complejidad, con el fin de hacerla más asimilable a los niños, dicho de otro modo, la pizarra, el libro ilustrado, en definitiva, el aprendizaje visual es una gran barrera que, a determinada edad, resulta más difícil salvar y, en todo caso, muy a tener en cuenta, un agujero por donde se escapa mucha de la información que un niño precisa para su bagaje cultural.
El "trivium".-
Resulta inevitable un comentario acerca de tres materias complementarias impartidas en las escuelas especializadas y que, tradicionalmente, han tenido una enorme significación para los ciegos y a muchos niveles:
- La música, el arte por antonomasia en el que las personas no videntes pueden desplegar su inclinación por la estética, en el que, además, pueden encontrar un camino profesional, y, por si fuera poco, una indiscutible puerta a la integración. Esta disciplina ha sido largamente "mimada" en los colegios para ciegos, poniendo en todo momento al alcance de éstos, los medios materiales necesarios, medios que causarían asombro y harían las delicias de cualquier melómano exigente.
- El ajedrez, el juego-ciencia; por sus características especiales de alto nivel de concentración, fácil adaptabilidad y, a la par que la música, una "puerta con dos hojas" a la integración; por ser, prácticamente, el único "deporte" en el que los invidentes pueden participar, incluso en alta competición, en una cierta igualdad con el resto de la sociedad, algo que desde muy pronto fue captado por los responsables de estos colegios, introduciéndolo y potenciándolo hasta convertirlo en una de las actividades recreativas más generalizada, su masiva práctica, probablemente, no habrá distado mucho de la seguida en cualquier antigua escuela del Este.
- El deporte físico en grupo: el fútbol adaptado, patinaje, gimnasia deportiva, atletismo, deportes de libre creación..., eran practicados a diario y de continuo en los centros especializados. Si para todo niño es saludable la práctica deportiva, en el caso de los niños no videntes cobra un doble valor, contribuyendo a desarrollar al máximo la discriminación auditiva y, consiguientemente, el sentido de la orientación, además de proporcionar una mayor elasticidad muscular y potenciación de los movimientos finos, condiciones necesarias para una movilidad adecuada, cumpliendo, asimismo, una función preventiva contra los, frecuentes, pequeños accidentes urbanos o amortiguando sus consecuencias.
Estas materias complementarias, como es fácil comprender, encuentran demasiadas trabas para ser cultivadas en la educación integrada: la música, por razones de tipo práctico: en el mejor de los casos, largos desplazamientos a los conservatorios y la casi absoluta falta de material adaptado, problemática que se acrecienta en razón directa a la lejanía del niño respecto de los núcleos urbanos importantes. El ajedrez, por la tendencia natural, en ciertas edades, a los juegos dinámicos además de la inexistencia, hasta hoy, de cultura ajedrecística en nuestras escuelas. El deporte físico en grupo, por las razones que ya han sido suficientemente comentadas y que, por otro lado, son francamente evidentes.
"Juegos prohibidos".-
Por último, en lo tocante a actividades de tiempo libre, en los viejos internados para niños ciegos, éstas se desarrollaban en situación de total igualdad, de ahí que la creatividad en las mismas se hallase necesariamente vinculada a una circunstancia común al grupo, así, el juego libre, espontáneamente reglado y adaptado, participado sin ninguna desventaja ni obstáculo, supusiera un factor clave en la consolidación de esquemas imprescindibles para la sociabilidad; otro tanto cabe decir de lo que podemos denominar como "juegos prohibidos", inocentes travesuras, pequeñas trasgresiones de las normas, algo que también precisa del compañerismo, la asociación y que permite la adquisición de destrezas complementarias además de fortalecer el sentido grupal y de la amistad: burlar la vigilancia para aprender a trepar por los árboles, saltar las tapias aprovechando, curiosamente, la situación ventajosa que proporcionan unas condiciones de absoluta oscuridad y silencio, etc., en definitiva, la posibilidad de realizar las mismas cosas que el resto de los niños, algo que no es excesivamente fácil en la educación ordinaria pues, sobra decir, los juegos que pertenecen a este género se llevan a cabo buscando la lógica "impunidad": ¿quién admitiría a un niño ciego como cómplice de travesuras, a sabiendas que, por su deficiencia, más bien podría convertirse en delator sin quererlo?, o ¿qué padre permite que su hijo ciego aprenda, en su presencia, a escalar por un árbol de unos cuantos metros de altura?.
VII
UN SOBREHILADO
Llegados a este punto y si lo expuesto hasta aquí se corresponde, en alguna medida, con los hechos reales, cabe decir que no ha sido preciso escarbar a determinada profundidad ni acudir a la hermenéutica de los arcanos, para tropezarnos con unos datos que se hallan francamente en la superficie, a cielo abierto y aplena luz del día, tan sólo es menester enfocar el problema con una "lente" no empañada por la ilusión de unos conceptos estéticamente "correctos"; sin embargo y apelando a la sabiduría popular: "no hay peor ciego que quien no quiere ver" o, si se permite, "...que quien no quiere querer ver".
Ahora bien, a pesar de la cuantía en recursos materiales y humanos que institucionalmente se destinan a la atención de niños deficientes visuales, cabe preguntarse, no sin cierta extrañeza: ¿por qué, a este nivel, no son detectados, descritos y abordados, el conjunto de hechos que aquí se esbozan sucintamente?. A esta pregunta vertebral se le articularían otras no de menor importancia y que se desgranan en torno a una cuestión puramente metodológica: ¿son ciertos y verificables tales hechos o se trata sólo de una realidad forzada dialécticamente con el entretenido propósito de versar en la materia?; y en el supuesto de serlo... ¿por qué pasan graciosamente desapercibidos ante los procedimientos habitualmente empleados para la medición de los diferentes aspectos del comportamiento y la personalidad o, incluso, a la observación directa?: ¿inercia?, ¿impericia?, ¿inadecuación de los métodos?.
Asimismo, resulta difícil obviar estas otras interrogantes: ¿por qué a muchos niños ciegos con dificultades en el aprendizaje como consecuencia de un severo bloqueo afectivo, se les aplica exclusivamente técnicas de estimulación como si pretendiéramos sofocar un incendio con el sólo arte de aventar el humo?, ¿subyace en tales casos la creencia, mejor superstición, de que la ceguera evoluciona simultáneamente y de forma natural con determinadas "adherencias", entendiendo por éstas cualquier desajuste emocional?. Continuando en esta línea: ¿por qué dentro de este colectivo se puede llegar a confundir una patología psíquica, más o menos grave y de carácter funcional, con cualquier trastorno mental de origen estrictamente orgánico?, ¿se trata igualmente de una teoría supersticiosa por la cual se entiende como absolutamente lógico que la ceguera aparezca asociada a este tipo de disfunciones?. ¿Cabe suponer que la frecuencia con que ciertas alteraciones de la personalidad aparecen en conexión con esta minusvalía sensorial, impide que los profesionales sopesen convenientemente las claves etiopatogénicas de estos desórdenes?. En fin, ¿por qué no se adoptan medidas preventivas ante este tipo de problemática, acudiendo al origen de la misma, o sea, la familia, prestando a los padres la atención necesaria antes de que se perpetúen en unas líneas educativas de muy dudosos resultados?.
Sin ninguna duda, merece ser reconocido el esfuerzo económico dedicado en nuestro país a recursos educativos para la atención de niños ciegos, desde el momento en que se detecta su deficiencia, recursos, probablemente únicos en el mundo y que persiguen la integración de estos niños en la sociedad a partir de la primera escuela así como su desarrollo global, ahora bien, a juzgar por los relativos éxitos que se vienen obteniendo en los últimos años, en todas las áreas susceptibles de ser analizadas y con todas las salvedades que se estimen convenientes, no es fácil sustraerse a esta reflexión: ¿por qué no existe una razonable correspondencia entre los medios disponibles y los resultados alcanzados?, ¿se trata de una incorrecta aplicación de los principios o, por contra, se está construyendo un edificio psicopedagógico sustentado en teorías desiderativas más verosímiles que veraces?, ¿un gigante con los pies de algodón?.
No es necesario decir, que se halla muy lejos del alcance de estas páginas la discusión sobre las posibles respuestas a muchas de estas interrogantes las cuales han ido surgiendo a lo largo del texto, constituyendo, sin duda, un buen ejercicio personal, "los deberes para casa", y, en cualquier caso, la "creciente" y el punto de partida para otros análisis dentro de este campo concreto, tan huérfano como necesitado de los mismos, de tal modo que vaya haciéndose cada vez más comprensible un conjunto de hechos que, por no resueltos, son obstinadamente recurrentes.
Finalmente y aun sin pretender ir mucho más lejos, ciertamente supondría una absoluta falta de lealtad (arrojar la piedra y esconder la mano), dar por concluida la tarea en este punto sin emitir un último juicio personal a modo de síntesis, una valoración que, por otra parte, no puede ya eludirse pues se encuentra de forma más o menos explícita a lo largo de todo el texto, una opinión acerca de los posibles modos de intervención a fin de prevenir o subsanar alguno de los problemas que aquí se apuntan. Así pues, a modo de cierre, cabría entresacar alguna de las sugerencias más significativas que se hallan dispersas en los distintos epígrafes y cuya preocupación se dirige, más bien, al plano de lo psicológico pero sin olvidar la trascendencia de la escuela, pues, si la psicoproblemática específica aquí mencionada, según entendemos, se cimenta a partir de las primeras vivencias infantiles en un contexto familiar singular, no hay que olvidar que los primeros años escolares tendrán un efecto amplificador o reductor dependiendo de cómo éstos transcurran:
Atención psicológica:
Desechada por absurda cualquier "fantasía" por científica que pudiera etiquetarse, acerca de conexiones biológicas o evolutivas entre la pérdida de una función sensorial y ciertos desajustes emocionales, no queda más alternativa que acudir al origen conocido del problema, es decir, las primeras vivencias del niño ciego en el seno de una familia, la cual ha tenido que resolver el conflicto de su padecimiento mucho antes de que el mismo se haga consciente para el propio niño, de ahí que se pueda entender como "primera ceguera" lo experimentado por los padres cuando éstos son informados de la enfermedad del hijo. Esta "primera ceguera", el conflicto concomitante y el modo de resolverlo, darán como resultado una serie de estrategias que los padres adoptarán en el futuro, en el cuidado y educación de su hijo, tal y como quedó dicho. Sería éste, pues, el momento más aconsejable para el inicio de una intervención técnica, una atención particularizada a los padres que debiera prolongarse durante un cierto periodo de tiempo, de tal manera que puedan ser elaborados convenientemente aquellos procesos afectivos ya citados en "el patito ciego" y que constituyen el "núcleo duro" del conflicto: sentimientos de fracaso por unas expectativas truncadas de repente; ideas de rechazo ante una situación no deseada y que, como consecuencia de la actuación de determinados mecanismos de defensa, se transformarán en ideas de culpa que, a su vez, coadyuvarán en la génesis de un "amor exacerbado" y, en el peor de los casos, en un sutil alejamiento del problema.
En un segundo paso y circunscribiéndonos exclusivamente a la deficiencia visual que padece el niño, habría que diseñar un programa de información que reubique para los padres la ceguera en un lugar lo más aproximado posible a la realidad de las cosas, de modo que determinadas actuaciones en este terreno, tan voluntariosas como irracionales, vayan sustituyéndose por otras con mayor sentido para el desarrollo posterior del niño, así, la fórmula: "seremos sus ojos...", se transforme paulatinamente en una más razonable e inscrita en el plano de lo real: "ayudaremos a que su oído y sus manos sean sus ojos", o aquella otra "mientras nosotros vivamos no le faltará nada...", convirtiéndola en: "mientras nosotros vivamos le ayudaremos a no necesitarnos después..."; asimismo, la formulación: "bastante tiene con lo suyo...", por ésta: "bastante tiene con lo suyo para que le creemos otros problemas adicionales...". Naturalmente, esta información ceñida a la cuestión de la ceguera, ya no precisará ser impartida de forma individualizada, de la misma forma que cabe hacerla extensiva a los educadores más próximos al niño, sobre todo, a aquellos no especializados que, desafortunadamente, cada vez son más numerosos.
Por último, es preciso detectar con la suficiente anticipación aquellos desajustes de la personalidad que puedan, posteriormente, constituir un verdadero freno en la evolución normal del niño, discernir claramente entre la problemática que se deriva de la ceguera y la que es exclusivamente psicológica de manera que aquélla no enmascare a ésta, asimismo y para que lo dicho pueda resultar eficaz, sería oportuno efectuar un seguimiento adecuado tanto en los padres como en el propio niño, preferiblemente, en los primeros años de éste con el fin de, si fuera preciso, realizar una intervención psicoterapéutica o de cualquier índole según las necesidades de cada caso.
Atención escolar:
Finalmente y como venimos diciendo, la educación integrada, a lo que se tiende de manera generalizada, en el caso de los niños ciegos, ha subsanado los problemas derivados de una doble realidad educativa así como del desarraigo, que ocasionaban los viejos internados, sin embargo, ha podido generar otros que se hallan justamente en las antípodas, en el reverso de la moneda, y como consecuencia, precisamente, de una integración prematura, forzada, no sólo por el cumplimiento de los grandes principios, más atentos a sí mismos que a los resultados finales, sino por cuestiones meramente organizativas y materiales.
Así y todo, cada época, cada momento del desarrollo social conllevan ineludiblemente un determinado modelo pedagógico, por lo cual no es factible ni saludable la mirada retrospectiva en busca de "tiempos pasados", de situaciones ampliamente rebasadas por la propia evolución de la sociedad; de manera que cualquier tentativa de retroceso tropezaría con numerosos obstáculos tanto ideológicos como de orden práctico, siendo, quizás, el más concluyente de los argumentos, que ninguno de los dos modelos señalados cuenta con la "piedra filosofal" para resolver, fundamentalmente, las cuestiones de mayor envergadura aquí planteadas. Ni siquiera resultaría viable, desde cualquier punto de vista, la opción que se halla a mitad de camino entre ambos sistemas, es decir, una integración llevada a cabo de forma escalonada, tomando en consideración las ventajas de cada una de las dos propuestas pedagógicas, dando tiempo al niño ciego para dotarse de las estructuras precisas con las que afrontar un mundo que se le presenta con más aristas que a los demás niños y, sin que por ello, tenga que permanecer indefinidamente en una realidad educativa y vital distinta de la común.
Ahora bien, dejando de lado cualquier solución hipotética que no pase por el modelo actual, ciñéndonos, pues, estrictamente a éste y a su modo de aplicación hasta la fecha, si la pasión no ciega el conocimiento y se hace un ejercicio de flexibilidad intelectual, no podemos por menos que admitir las deficiencias que también genera el sistema pedagógico vigente y, por tanto, la necesidad de introducir alguna corrección que ayude a paliar las consecuencias que origina un lanzamiento sin "paracaídas" al mundo de la integración.
Sólo a modo de especulación, quizás no fuese demasiado desatinado considerar la posibilidad de reutilizar o reconvertir los actuales servicios educativos, existentes en las principales ciudades de nuestro país, dedicados casi exclusivamente al apoyo material de los niños ciegos integrados, servicios que están aquejados de "elefantiasis", "extraburocracia" y, lo que es peor, de un inexpugnable no cuestionamiento, y transformarlos en centros funcionales verdaderamente especializados, con una mayor amplitud de miras en cuanto a los objetivos fundamentales, es decir, desde la profilaxis de una problemática de naturaleza psicológica, hasta aquellas otras cuestiones que se refieren estrictamente al aprendizaje, eso sí, pasando por un conjunto de medidas reductoras de los efectos más perniciosos que puedan derivarse de una educación en condiciones tan desiguales.
- Estas unidades psicopedagógicas, además de asumir la atención a padres y educadores, como se ha mencionado más arriba, podrían contar con aulas de apoyo al estudio, principalmente, en aquellas materias en las que los niños ciegos tienen una mayor dificultad de acceso en razón de su deficiencia, sin perjuicio, obviamente, del apoyo in situ que actualmente se viene prestando y que, dicho sea al paso, es más testimonial que efectivo, comentario que no cuestiona la profesionalidad sino, más bien, la viabilidad y operatividad del procedimiento; estas aulas tendrían, naturalmente, otra virtualidad, el contacto e intercambio entre niños en similares circunstancias y, por tanto, con una problemática semejante que resulta siempre muy saludable poner en común.
- Asimismo, desde estas áreas pueden fomentarse todas aquellas materias complementarias a la enseñanza general y que son de tanta utilidad práctica para las personas ciegas: por su posible proyección profesional, la práctica de actividades que son verdaderos "portales" a la integración, el desarrollo de aficiones altamente gratificantes en lo personal, etc..
- En fin, desde estos nudos educativos pueden elaborarse programas para la ocupación del tiempo libre diario, semanal y vacacional con tareas de carácter lúdico: el deporte en grupo, necesario no sólo por estar en la base de la orientación y movilidad, siendo una de sus condiciones inexcusables, sino por rellenar los muchos agujeros que la educación integrada deja en materia de sociabilidad, evitando, con ello, los largos "arrestos domiciliarios" que, muy a menudo, padecen los niños ciegos como consecuencia de una integración sobre el papel pero no real. Las actividades recreativas realizadas en un grupo que se halla en circunstancias parecidas, amortiguan el efecto que para un niño tienen unas relaciones permanentemente asimétricas y que sus frágiles estructuras de personalidad han de soportar continuamente en la escuela normal, constituyendo, por esto, tales actividades, una verdadera válvula de escape de situaciones que pueden estar ejerciendo una enorme presión aunque el niño lo viva de una forma silente y resignada, motivo éste por el que pasa absolutamente desapercibido, tanto para los padres como para los profesionales que, día a día, se hallan en contacto con ellos.
Los avances científicos están propiciando la erradicación de alguna de las causas más importantes de ceguera infantil, de ahí que, por fortuna, las ideas expresadas en el presente texto, en muy poco tiempo, no tengan razón de ser, por la completa desaparición de esta patología sensorial en los primeros años de vida, al menos esa es la esperanza. Ahora bien, como se decía al comienzo, la extrapolación, mutatis mutandis, a otras discapacidades sensoriales y físicas, a otras deficiencias objetivas o, incluso, culturales, tal vez no sea absolutamente desmesurada, al fin y al cabo se trata de niños diferentes, la diferencia puede ser cualquier cosa en la imaginación de los padres, siempre habrá "patitos feos" para quienes sus progenitores y el entorno, elaboren un conjunto de estrategias educativas especiales y de consecuencias, a veces, más incapacitantes que el handicap que se pretende aliviar. En todo caso, la cuestión de la ceguera, habrá sido una excelente excusa, el pretexto idóneo para unas cuantas líneas acerca de la diferencia.