CONVERSACIONES DE LOS SONIDOS
REUNIÓN DE SEMÁFOROS
José Molina Torres
No hace mucho, en uno de esos paseos matinales que ahora el tiempo me permite dar, en la Glorieta de Santa María de la Cabeza me topé con una insólita reunión protagonizada por un buen número de semáforos. Picado por la curiosidad, me aproximé al lugar de tan peculiar reunión y tuve la oportunidad de ser un testigo mudo y solidario de lo que allí se habló.
Con voz avejentada, la fachada sucia y desgastada por el paso de los años, un semáforo decía: Instalados en un punto de la vía pública, soportando el sol, la lluvia, el frío y el viento sin ningún lugar en el que poder cobijarse, trabajamos sin descanso las 24 horas del día repitiendo a intervalos dos palabras simbolizadas por dos colores, rojo y verde, que indican a los peatones que crucen una calle o que esperen y a los vehículos que circulen o que se detengan.
Así fue cómo se inició una animada conversación, en la que haciendo gala de un respetuoso turno de palabra, se remontaron a los orígenes de su historia y fueron entre todos rememorando la transformación de la ciudad, de la que ellos han sido testigos, desempeñando su trabajo en los diferentes emplazamientos que los proyectos de turno les han ido asignando.
Lejos estaba yo de imaginar, que esa mañana sería capaz de solidarizarme con la preocupación y sensibilidad, que los semáforos pusieron de manifiesto al expresar sus quejas ante hechos cotidianos de los que a diario son testigos y nada pueden hacer para evitarlos.
Os acordáis de ese día en el que la tecnología puso voz a nuestro trabajo? Preguntó uno de los semáforos.
¡Cómo no nos vamos acordar! Exclamó otro, ese avance supuso el principio de autonomía a la hora de que las personas ciegas pudieran cruzar una calle con seguridad.
Nuestra palabra, que a los oídos de los transeúntes y vecinos es un insoportable constante pitido que les aturde y perturba su descanso, para las personas ciegas, se traducen en palabras que les ayudan a localizarnos, mientras les indicamos derecha, izquierda o recto y que los dotamos de seguridad a la vez que les decimos espera, cruza o date prisa que los vehículos rugen y se impacientan. Hay algunas ocasiones en las que nos faltan palabras, para expresar con energía y contundencia, nuestra indignación cuando algún conductor tiene la osadía de desautorizarnos y provoca el desconcierto de las personas a las que nosotros ayudamos con nuestra voz, al decirles que crucen tranquilamente; pero también nos manifestamos con la misma energía y contundencia ante esos irresponsables peatones, que arriesgando su vida y alardeando de una imprudencia temeraria, ponen a prueba los reflejos de los atónitos conductores.
Uno de los semáforos preguntó: os habéis percatado de aquel señor ciego que lleva un buen rato parado esperando para cruzar? Sí, respondió uno de ellos; la verdad es que no me extraña, porque con lo bajito que hablamos, y que apenas se nos escucha hoy, entre ese martillo hidráulico que está taladrando el pavimento, aquella sierra que está podando los árboles y el ruido de los vehículos, es imposible que pueda escuchar nuestras indicaciones. Habéis observado, que han pasado por su lado varias personas y que no han sido capaces de ni tan siquiera decirle que puede cruzar?
Otro semáforo solicitó turno de palabra y expuso: Yo, con lo que sí que siento impotencia, es cuando veo a esas personas ciegas que van con un bastón rojo y blanco, e incluso algunas de ellas llevan un cartel anunciando su discapacidad añadida; esas, son personas. Sordo ciegas, explicó otro semáforo. Esas personas, sí que lo tienen complicado, porque no pueden escuchar nuestras palabras y dependen de la buena voluntad de los transeúntes.
El semáforo de mayor edad tomó la palabra para recordar la fisonomía de la glorieta en el pasado, aprovechando su intervención para dar su opinión de lo que hoy es la glorieta.
Hay que reconocer que hoy se disfruta de una glorieta bonita, moderna y funcional, adornada con muchos árboles a su alrededor, dotada de farolas imprescindibles para su iluminación, en la que no faltan las papeleras necesarias para mantenerla limpia, repleta de una gran cantidad de bolardos y cuya finalidad de muchos de ellos carecen de sentido para mí; son varios los bancos instalados en ella para que la gente pueda tomar el sol y descansar; también la bordea un práctico carril para que las bicicletas la puedan cruzar cómodamente; también, estamos nosotros ubicados en lugares estratégicos para mantener la armonía entre los peatones y vehículos. Para las personas ciegas resulta muy complejo acceder a algunas de nuestras ubicaciones, ya que tienen que esquivar como buenamente pueden todos los elementos que convivimos en la glorieta, al tiempo que tratan de respetar en la medida de lo posible el carril-bici, Me resulta muy llamativo que no hayan dotado a la glorieta de caminos señalizados para facilitarles su acceso hasta nosotros.
Uno de los semáforos que hasta ese momento había permanecido en silencio, tomó la palabra para decir: A mí lo que me cuesta trabajo comprender, es esa manía que tienen de modularnos constantemente el volumen, dependiendo de las quejas de los vecinos o las de los receptores de nuestra voz.
Pues a mí lo que me llama la atención, es que a partir de las diez de la noche y hasta las ocho de la mañana, no nos dejan hablar a pesar de que estamos trabajando y de que en esa franja hay muchas personas que requieren de nuestra voz para su autonomía personal, dijo un asombrado semáforo.
Pues curiosamente, al hilo de tu reflexión, empezó a decir otro de los semáforos: no hace mucho, el compañero del paseo de las Acacias 1, me contó que todas las mañanas, de lunes a viernes sobre las seis y media, hay un señor ciego impecablemente trajeado, que en muchas ocasiones y cuando no recibe ayuda de nadie, se atreve a cruzar él sólo el amplio Paseo de las Acacias y lo curioso, es que siempre lo hace respetando nuestro trabajo sin palabras, reflejando en algunas ocasiones la inseguridad en su rostro. También me dijo el compañero, que le llama la atención que hace tres meses, que ya no lo ve cruzar por ahí a esas horas, pero que sí lo hace dos horas y quince minutos después acompañado de una señora.
Cuando ya parecía que la reunión llegaba a su fin, el único semáforo que hasta ese momento no había dicho ni una sola palabra, hizo a sus compañeros una observación, que dio lugar a una interesante propuesta, que no sé si alguien recogerá. Es curioso lo que han cambiado los hábitos de los transeúntes y conductores, antes, se les veía más atentos a nuestras indicaciones, hoy, me da la sensación de que realmente, están más preocupados de sus teléfonos móviles y de esos relojes que prácticamente hacen de todo y les controlan su vida. Se me acaba de ocurrir una idea, dijo un emocionado semáforo: ya que como parece que nuestra voz para ayudar a las personas ciegas, es un insoportable obstáculo, que perturba el descanso de los vecinos, que molesta a los ocupantes de las terrazas próximas mientras toman una cerveza, un refresco, un café o un helado, digo yo, que si en su día la tecnología nos dotó de voz, ?no sería posible, que nuestra voz también llegara a los móviles y relojes, e incluso nuestra voz se convirtiera en vibraciones para que las personas sordo ciegas tengan mayor autonomía?
Bueno, vámonos a trabajar con la esperanza y la ilusión de que algún día nuestros jefes sean capaces de dar una respuesta, para lograr la plena autonomía de las personas ciegas y que puedan cruzar las calles, paseos y grandes avenidas.