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  Le Conocieron: A modo de Homenaje a Louis Braille (Alberto Gil)
 

 

 

Le Conocieron: A Modo de Homenaje a Louis Braille

Alberto Gil

Quiero compartir contigo este pequeño relato mío con el que pretendo recordar la figura egregia de Louis Braille, de cuyo nacimiento mañana se cumplen 204 años.

Para él mi máximo respeto y admiración, mi deuda por su legado y ejemplo.

Va por él y por los ppuntos que gestó.

-No lo creerán pero yo jugué con él. Soy Amélie Blanchart y ahora desempeño un importante puesto en la Corte de la emperatriz Eugenia como camarera mayor.

-A mí tampoco lo harán si les digo que yo estudié con él y que fui compañero suyo en el Colegio. Soy Pierre Henry y andando el tiempo escribiré su biografía.

-Pues anda que a mí… que fui afinador de pianos en Saint Nicolas cuando él era organista allá por 1833. Señorías, respondo al nombre de Alphonse du Roi y ya casi ni oigo, estoy muy viejo ahora, aunque bien que ejercí mi profesión en las mayores iglesias de la patria con honores y el máximo respeto de canónigos y arzobispos.

Los tres que nos hablan aquí han tenido, o así nos lo dice la imaginación, relación con el genio de la luz, los tres le conocieron, háganme caso. ¿Hacer caso a un duende? ¿Cómo ha de ser eso? Jejeje.

-Yo recuerdo cómo sufrieron sus padres ante el accidente, cómo su hermana le llevaba de la mano a los oficios religiosos o por las arboledas y prados. Qué listo era. Si una niña como yo, a sus 14 años puede enamorarse, yo lo llegué a amar. Verle su mirada velada pero soñadora, su entereza imperturbable, su cabezonería con aquellos ensayos suyos era maravilloso. Me gustaba contemplarle, sentado junto al castaño de la plaza de nuestro pueblo, delgado, reflexivo, sereno.

-Yo recuerdo cuando le conocí. Era un chico despierto, inteligente. Le costó adaptarse a aquellos muros lóbregos y húmedos del colegio, con sus interminables recovecos de escaleras y pasillos; en cambio, pronto dominó las reglas que los maestros nos inculcaban con aquellos libracos gigantes de letras para ser tocadas. Cómo olvidar el día en que el capitán Barbier mostró su idea. Todos percibimos en nuestro compañero un fuego nuevo. Ver, no veríamos, pero ese fuego… ¡era increíble la pasión con que se puso a la tarea.

-Yo, a mi vez, le escuchaba tocar con manos maestras, era una delicia sentir el arrebato de las notas que salían de su alma acercándonos al creador.

-Qué pronto enfermó. Cómo le costaba respirar. No, no se quejaba nunca. Era un ejemplo para todos, siempre animoso y ofreciéndose para ser amigo, consejero cercano, padre.

-El día que murió los Reyes Magos vinieron a buscarle para llevarlo con ellos al cielo. Una estrella con forma de puntitos luminosos, seis, nació entonces para siempre.

-Es verdad, ese día se obró un gran milagro, bueno antes habíanse producido otros con él como actor: los ciegos veríamos a través de los dedos, gracias a él y su invento, seríamos arqueólogos de la palabra iluminando letras hechas de puntos.

Doncella, amigo y artesano recuerdan, lo han adivinado ya, ¿verdad? A su admirado Louis braille. Nos encontramos en 1870, es 4 de enero. Dos días antes, Napoleón III ha convertido su imperio en monarquía constitucional. Muchos otros hitos históricos acaecerán ese año: nacerá un tal Lenin aunque fallecerá Charles Dickens, París será sitiado por tropas prusianas y morirá asesinado un general español, Juan Prim.

Todo eso ignoran los tres reunidos ante la sencilla tumba del cementerio de Coupvray, han unido sus manos en señal de recuerdo y respeto al tiempo que comparten sus vivencias y anécdotas. En medio de la nostalgia y la memoria, a un tiempo, alguna lagrimilla y otra sonrisa tenue quieren escaparse de ellos.

¿Y yo? ¿Quién creen que soy? Un testigo, un discípulo, un duende. No saben que les he escuchado, no me ven pero estoy allí. He llegado de lejos, mi tiempo es otro. En mi presente las máquinas son las que mandan; la prisa, impera; mucho ha cambiado todo. Bueno, todo no. Los puntos que Louis Braille creó siguen vivos, mantienen su presencia imprescindible y hay aún gentes que los usan. Al maestro de Coupvray le siguen recordando muchos ciegos y ciegas de mi mundo.

¿Y saben? Hay un señor que se ha empeñado en dejar su huella de luz dándonos vida a mí y a los personajes de esta historia. ¿Y todo para qué? Para expresar sus sentimientos en forma de fantasía, sentimientos de gratitud, admiración y homenaje.

Yo, por algo soy un duende, me he subido a lomos del punzón con que aquel chico de 16 años practicó incisiones en un recio papel y se lo he traído de regalo desde aquel taller de guarnicionería en que algo increíble pasó: un niño que ve se queda ciego pero ese ciego acabará por enseñar el verdadero significado de la palabra luz.

-Uy, ¿qué tengo aquí? Anda, si es un punzón. Qué chulo, qué agradable es su tocar, ¿Quién me lo habrá traído? ¿De dónde habrá salido?

-Vamos, Amélie. Deja que me coja de tu brazo. Vayámonos, volvamos al lugar de donde salimos, al país de la ilusión. A lo mejor allí… Louis…

-Sí, en Ilusión lo encontraremos, rodeado de gente, como siempre, con su pauta y su punzón, escribiendo, leyendo, creando, iluminando.

-Me marcho, me marcho aprisa antes de que Albertito se dé cuenta de que ese punzón se lo ha regalado… doña Rosalena, la guapa que siempre calla. Adiós adiós que me cuelo por la rendija de esa fina pared que separa realidad e imaginación. Hasta la vista. Ah no. Que a los ciegos no se les dice eso, ¿o sí?

 

 

 
 
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