La Escena del Sofá
RosaDelgado Casino
Eran las ocho de la mañana del lunes. Encarna se dejó caer en su asiento de la oficina de la Escuela de Ciegos, dispuesta a enfrentarse heroicamente a su trabajo cotidiano. Sólo que hoy le suponía un sobreesfuerzo. El fin de semana había sido muy movido. Las copas de más y la falta de sueño, le estaban ahora pasando factura. Era inútil tratar de concentrarse.
"Si pudiera dormir un poco: sólo una cabezada", pensó. Una imagen llegó a su cerebro como una sugerencia: un sofá... Concretamente el sofá largo y mullido del despacho del Director.
Era el despacho contiguo al suyo. El Director no llegaba hasta las nueve y nadie se iba a enterar. Todo muy tentador. "Media hora, sólo media hora", se dijo, cediendo a la seductora idea.
Apenas unos minutos después de las nueve, don Claudio hacía su entrada en su despacho como casi todas las mañanas. Era un amplio despacho decorado con gusto. Cruzó la estancia hasta que sus manos extendidas localizaron el escritorio, lo rodeó y se sentó en la silla. Tanteó sobre la mesa para comprobar que todo se hallaba en su lugar: la escribanía, el cenicero, el teléfono, su pauta de braille, en fin, todo en orden.
Descolgó el teléfono y comunicó con la recepción de la Escuela.
-Buenos días. Tengo citadas a unas personas. ¿Sabe usted si han llegado?
-Sí, señor. Le están esperando.
-Hágales pasar, por favor.
El Secretario del Departamento de Cultura del Ayuntamiento y el Delegado de la Caja de Ahorros habían sido muy puntuales. No conocían a don Claudio personalmente. Hasta hoy las negociaciones se habían llevado a cabo por teléfono. Hoy era el día fijado para firmar un convenio.
Tras unos corteses golpes en la puerta, los visitantes entraron en el despacho. Don Claudio, al fondo, les esperaba en pie, con una sonrisa de bienvenida. Hasta aquí todo era normal, pero pronto los visitantes percibieron algo que no encajaba. Don Claudio ya les tendía la mano recitando unas cordiales palabras de saludo. Se hicieron las presentaciones sin que los visitantes dejaran de cruzarse miradas... Don Claudio inició los preámbulos y entró, decidido, en materia. Transcurridos unos minutos, un sonoro bufido llegó del otro extremo del despacho. Don Claudio se cortó en seco, aguzando el oído.
-¿Qué ha sido eso?
-Ha sido.. la señora... -contestó incómodo el Secretario de Educación.
-¿Qué señora?
-La que está en el sofá...
-¿En el sofá? ¿Y qué hace allí?
-Pues... parece que dormir...
Don Claudio era la imagen del desconcierto. Descolgó el teléfono y reclamó la presencia de un ordenanza.
Mariano, diligente como casi siempre, abrió la puerta del despacho y se paró en el mismo quicio con aire respetuoso.
-Permiso. ¿Ha llamado usted, don Claudio?
-Pase, Mariano. Dígame ¿quién está en el sofá?
Mariano ya había perdido la capacidad de asombro, así que apenas se inmutó.
-Es la señorita Encarna.
-Y qué hace?
-Yo diría que duerme a pierna suelta.
-Despiértela, haga el favor...
Lo que vino a continuación fue una serie de explicaciones, disculpas y solicitud de excusas por parte de todos. Mariano esperaba en la puerta muy correcto, para ver en qué acababa aquello.
A Encarna el susto y el rubor en la cara le duraron todo el día y la mantuvieron bien despierta.
Don Claudio pasaba del desconcierto al bochorno y a la irritación. El convenio se llegó a firmar y el Secretario de Cultura y el Delegado de la Caja de Ahorros, abandonaron la Escuela a toda prisa, conteniendo la carcajada.