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  El Grillo (César Puente Fuente)
 

 

 

El Grillo

César Puente Fuente

Tras varias vicisitudes persofamiliares, y después de haberlo estrenado en el grupo de teatro leído en braille "Tomás Aznar", procedo a enviaros más abajo "El grillo", cuento que completaba el sentido original de la carta a Louis Braille que hace algún mes os envié, y que completa su sentido estético, según fue concebida para el programa de radio que presentaba Josefa Fernández Cabello, quien me invitó amablemente.

Comienzo del cuento:

Desde hace tiempo te escucho. Dicen que siempre que se te empieza a oír, ya es la primavera. ¡La primavera! Cuando nacen las cosas. No sé: las flores.

Desde hace tiempo, sigo tu sonido. Persigo tu canción repetida. ¿De dónde vienes? ¿Adónde vas? ¿Por qué te has parado tanto tiempo junto a mi ventana?

Hace días que repites tu canto. Lo repites, y yo no duermo. No duermo, porque tu nombre me ronda en la cabeza, tu forma en las manos, tu sonido en la garganta.

Algún día, después del sonido de platos y cucharas, podré decir con mi garganta tu nombre. Ese nombre que ronda mi cabeza, tu forma que busco en mis manos. Con ese sonido de mi garganta clavado en tu nombre.

¿Qué tiene mi ventana, loco abuelo que cuentas siempre el mismo

cuento?

Eres un refrán sin palabras: ¡la primavera ha llegado! ¡Cri, cri! ¿Qué es la primavera? Dicen que se limpia el campo, que se abre. Debe de ser como una mamá, limpiando la casa. Pero no escucho la escoba, a no ser que la escoba sea tu canción repetida.

Nunca he salido a ver el campo abierto, a sentirlo. Cerrado, debe tener muchos muebles por en medio, y no me dejan salir. Me golpearía con sus esquinas. Pero, ¿abierto, en primavera, también tiene muebles por en medio?

¡Quiero salir a la primavera! Imitando tu canto, saldré detrás de ti, como voy por la casa agarrado al brazo o al hombro de mi hermana, sin miedo. ¿Verdad que me llevarás detrás de ti, en cuanto asome a la puerta?

Sé que dudas. Quizá me entiendas.

A veces te oigo aquí, al pie de la ventana, por el otro lado. A veces, te oigo más lejos; tal vez estés al lado del precipicio. Sé que te mueves, veloz, y que no caes entre las piedras. Tú, ves. Y quiero que seas mi guía en el paseo. Que me presentes a la primavera.

Cada vez que cantas, te ocurre como a mamá, que canta cuando es de día. Cuando cantas es el día. Y quiero ir bajo el sol de tu brazo, de tu hombro, hasta el borde del precipicio. Mi hermana, no tiene tiempo de llevarme, porque algún día de estos va a casarse y tiene que salir con su novio. Mis padres son ya viejos. No me sacan ya nunca, porque temen que me caiga y no puedan levantarme; tal vez pudiera romperme algo, y no pudiesen llamar al médico a tiempo para curarme. Yo camino despacio, con las manos por delante. La marcha es mi enemiga, y me horroriza. Prefiero estar en esta silla, cuando cantas, o tumbado en la cama, cuando el silencio envuelve la casa y tú no cantas, o cuando las voces suenan más allá, cerca de donde me han dicho que se halla el precipicio. Un precipicio lleno de agua. ¡Nunca te asomes! Atrae por la piel o por los ojos, y allí te quedarías, glu glu.

Guardo en secreto que tú serás mi guía. Mi hermana quiere llevarme con su marido a su casa, cuando se case. Ella me lo ha dicho, porque él nunca me habla, y mis padres se han alegrado mucho. Ella, estaba tan contenta que lloraba de alegría. Él, no dijo nada.

Pero los pisos son muy pequeños en la ciudad. Son casas poco mayores que esta habitación. Le estorbaría. Bastante tiene con mis padres, que siempre han dormido en una cama. Saben sacrificarse. Cuatro camas, en dos habitaciones pequeñas, no cabrían: la de mis padres, la de mi hermana, la de su marido y la mía. ¡Y aún menos con los hijos que tendrán!...

No. Mejor ahorrarle tanto trabajo. Al Menos, por mi parte. Yo guardo el secreto. Hasta que el día decisivo, de golpe, ¡zas!, se lo suelto. Que me quedo contigo. Que me quedo contigo, para que me enseñes la primavera, para ir contigo siempre con la primavera, agarrado desde tu brazo a tu hombro, con la primavera siempre.

Aunque tal vez ellos hayan sospechado algo. Cuando están en silencio, últimamente, tú cantas. Pero hablo tan bajo, que no podrán sorprender mi conversación. Y, por supuesto, no saben lo que dices.

Oigo pasos. Alguien viene. Muy suavemente. El novio de mi hermana.

Ella, ha gritado: ¡No!

Se acerca a la puerta de mi habitación. Suspiran fuerte, respiran fuerte, golpean y lloran.

¡No te calles!

¡Cri, cri, cri!

 

 

 

 

 
 
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