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  Tiflotín, el Topo que Quiso Ver la Superficie (Ximo González Sospedra)
 
 
 
 
   TIFLOTÍN, EL TOPO QUE QUISO VER LA SUPERFICIE
 
   Ximo González Sospedra
 
   Cierto día de primavera, lucía un sol deslumbrante en las verdes praderas del hermoso pueblo boliviano de San Lorenzo. En la oscuridad de profundos túneles excavados bajo tierra, Tiflotín, un joven topillo se decía a sí mismo:
   -Estoy cansado de vivir aquí debajo, sin ver nada de ese mundo alumbrado por el Sol.
   Y sin pensarlo dos veces, se despidió de sus padres y sus hermanos y salió corriendo hacia el exterior del túnel en el que había pasado toda su infancia.
Cuando llegó a la superficie, notó un gran calor en su cuerpecito. Asustado, retrocedió unos pasos para volver a meterse en su casa, al tiempo que exclamaba:
   -¡Madre mía, qué miedo!... ¡El mundo está ardiendo y me asaré vivo aquí fuera!
   Una hormiga que pasaba por allí, cargada con un granito de trigo, camino de su hormiguero, le aclaró, muerta de risa:
   -¡Te confundes, topillo! Lo que te calienta son los rayos del Sol, que no queman tanto como te ha parecido.
   El topillo puso cara de circunstancias y exclamó:
   -No veo ningún Sol ni tampoco esos rayos que dices; sólo noto mucho calor en mi piel.
   -¡Claro, hombre! El Sol está para calentarnos y hacer que crezcan las plantas. Lo que debe pasar es que tú no sales nunca de tus túneles y, por eso debes de tener la piel muy sensible.
   -¡Has acertado, hormiga! Hoy es la primera vez en toda mi vida que salgo a dar un paseo -repuso Tiflotín.
   La hormiguita hacendosa, con aire de experta viajera, añadió:
   -Además, si no ves el Sol, será porque estás ciego; pues, según conozco yo, los topos padecéis ceguera porque siempre vivís en la oscuridad debajo de la tierra. Pero, si te fías de mí, puedes acompañarme hasta mi pueblo; así no te perderás por los caminos.
   El topillo tenía tantas ganas de conocer aquel mundo de la superficie, que no lo dudó un instante. Se puso detrás de la hormiga y la siguió lleno de curiosidad y emoción, orientado por la vocecita de la guía inesperada, que le iba narrando todas las novedades del camino.
  -Ahora pasamos por encima de un puente; lo han hecho los hombres para cruzar el río sin mojarse, pero también nos sirve a nosotras para poder llevar granos de trigo de esta orilla hasta nuestro hormiguero, sin tener que echar mano de las hojas secas flotantes, con las que muchas veces hemos naufragado en medio del río, hemos perdido nuestra preciosa carga y hemos estado, incluso, en peligro de ahogarnos.
   Tiflotín escuchaba embelesado todas las explicaciones de su amiga, a la que acribillaba con mil y una preguntas sobre los colores, las formas, los tamaños y demás aspectos que él no podía ver por estar ciego.
   -¿Cómo es el agua del río, amiga hormiguita?
   -Pues... verás, querido topillo, el agua del río es muy fea porque está sucia. No puedes beberla, ya que te morirías envenenado. Los hombres están destruyendo la Tierra por su avaricia sin freno ni límites.
   -¡Ah! ¿Sí? Pues yo empiezo a tener sed... con tanto calor de los rayos de ese Sol tuyo... -anunció el turista ciego.
   -Nosotras, las hormigas, únicamente bebemos de las fuentes que tenemos en el hormiguero; no queremos morir intoxicadas por las imprudencias destructoras del ser humano.
   El topillo Tiflotín empezaba a sentirse algo fatigado y a oír cómo sus tripitas rugían hambrientas.
  -¿Está muy lejos tu casa? Empiezo a cansarme y tengo sed y hambre.
   -No, no falta mucho. Pero yo no te aconsejo que comas nada por aquí, ya que suele estar todo envenenado con los insecticidas y plaguicidas que utilizan los hombres para proteger sus cosechas -informó con autoridad la hormiga.
   El buen topillo le preguntó a la hormiga si cuando llegasen al hormiguero, podría beber y comer sin peligro de muerte por envenenamiento; a lo que ella le respondió que eso sería imposible. 
   -Lo más que puedo hacer por ti es dejar mi cargamento de trigo y volver por el mismo camino, hasta donde nos hemos encontrado. Así, yo seguiré mi trabajo y tú podrás decidir si vuelves a tu hogar o prefieres seguir esta aventura peligrosa.
   -¡Sí, por favor! -se apresuró a responder nuestro amiguito, que, además de estar hambriento y sediento, comenzaba a sentir un terrible miedo de no poder volver sano y salvo con sus seres queridos.
   Y así lo hicieron. Regresaron por el mismo camino que pasaba sobre el puente del río con las aguas tan sucias, y llegaron al punto donde se hallaba la entrada del túnel de los topos. Allí, se despidieron muy amistosamente, y la hormiga aconsejó al joven topillo que se olvidase de nuevas aventuras y que disfrutase, feliz, en su mundo subterráneo, con el resto de sus familiares y compañeros ciegos.
 
   Gracias, amigo Ximo, por contribuir a hacer más grande mi humilde página.
 
 
 
 
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