Uno de los obstáculos mayores con que han de enfrentarse en grados variables
en todas partes del mundo las personas ciegas o con disminución visual grave
en su empeño por lograr una auténtica inclusión social es que la sociedad
percibe su situación con prejuicios muy erróneos.
A los inequívocos inconvenientes objetivos derivados de la ausencia total o
parcial de visión es preciso sumar en la práctica totalidad de los casos
concepciones subjetivas muy lejanas de la realidad.
En la casi totalidad de los países del mundo es muy elevado el porcentaje de
personas con problemática visual grave que están desempleadas en la franja
de edad laboral. Hasta ahora sólo se han alcanzado cifras próximas al pleno
empleo en aquellos países en los que se han adoptado iniciativas especiales
muy protectoras del puesto de trabajo. En los antiguos países socialistas
del este europeo una red especial de empresas en el marco de su economía de
planificación central estatutariamente estaban obligadas a emplear a, al
menos, la mitad de personas ciegas o con disminución visual grave en su masa
trabajadora. Un caso muy especial lo constituye aún en este sentido el
excepcional enfoque de la Organización nacional de Ciegos de España (ONCE)
a través de la reserva de puestos en la venta de su lotería específica y la
protección de puestos de trabajo en su compleja red administrativa y de
prestación de servicios especializados así como en las compañías de su
corporación empresarial y en las de la Fundación ONCE. Sin embargo, la ONCE
no debiera ser un muro invisible que encerrase a la gente en su seno si no
más bien el trampolín para incluirse en la sociedad.
El panorama mundial de las oportunidades reales de trabajo para los que no
ven nada o ven muy mal exhibe un cuadro optimista. Hay personas con estas
características que son o han sido ministros en sus gobiernos;
parlamentarios; diplomáticos; profesores en todos los niveles de educación;
intérpretes y traductores; médicos, sobre todo psiquiatras, y especialistas
en la práctica de terapias físicas (fisioterapeutas, masajistas,
acupunturistas, etc.); empleados en los distintos sectores de la
administración pública; empresarios desde los estratos más sencillos a los
más complejos; músicos en todas las ramas imaginables; expertos en
informática; operadores de centralitas telefónicas, incluyendo servicios de
información y televenta; obreros en fábricas; trabajadores en las
actividades agropecuarias.
No es correcta la afirmación de que esta o aquella profesión se adecua muy
bien a ser practicada por los que no ven nada o ven muy mal. La conclusión
que debemos sacar al ver esa amplia gama de profesiones accesibles es que el
obstáculo mayor a la consecución de un puesto de trabajo no reside
precisamente en la ceguera o la disminución visual.
Nuestro enfoque deseable ha de ser un respeto a rajatabla a los intereses y
capacidades de cada individuo.
En ocasiones con aplicación de tecnologías adecuadas, es posible siempre
dedicarse con éxito a todas las ocupaciones en que el uso de la vista no sea
esencial o se pueda aprovechar favorablemente la división solidaria de
tareas. Hay que promover el cultivo de oportunidades educativas y de
formación profesional y hay que estimular la conquista por todos de un
autoconcepto positivo.
En todas partes hemos de practicar un enfoque que respete la
autorrealización laboral de las personas sin que nadie se vea obligado a
vivir dentro de guetos reales o simbólicos. Sin embargo, debemos
inexcusablemente conceder también atención prioritaria a solucionar
satisfactoriamente las aspiraciones y necesidades laborales de los sectores
mayoritarios del grupo social que nos ocupa.