Canto al Braille
“La alfabetización Braille cambia mi estilo de vida”
María Jesús Cañamares Muñoz
Hasta mis nueve años, yo era totalmente analfabeta; asistía con los niños videntes a la escuela de mi pueblo, pero no tenía ni idea de lo que era leer o escribir, porque yo era ciega y no podía hacerlo como ellos.
Mis compañeros me leían las lecciones y yo las aprendía de memoria para luego recitárselas a la maestra, sin apenas saber qué era lo que realmente le decía.
Cuando se trataba de hacer un dictado, los otros niños podían hacerlo escribiendo en sus cuadernos y borrando los errores que pudieran tener. Yo, en cambio, me veía sujeta a un interrogatorio por parte de mi profesora para descubrirle oralmente las faltas de ortografía que, de haber podido escribir con mi puño y letra, hubiera cometido en dicho dictado, sin tener opción de rectificar nada, sin poder borrar ningún error, porque nada había escrito... ¡Eso no era ir a la escuela!, me aburría terriblemente mientras los demás escribían o dibujaban. Envidiaba poder hacerlo como ellos y algunas veces mi madre me daba una cartera en la que guardaba un lapicero, un sacapuntas, una goma de borrar que no me servía de nada porque no veía lo que borraba... y algunas hojas de papel. Pero jamás fui capaz de hacer una letra, lo más que lograba era llenar esa hoja de garabatos y “rayujos”, como les llamaban mis compañeros a mis pobres escritos. Otras veces, le arrebataba a alguna niña su libro de lecturas y yo me inventaba cualquier cuento, que ya antes había oído a mi abuela o a alguna vecina, simulando leerlo en ese libro. ¡Pero no, no me sentía bien, aquello no podía durar mucho tiempo, porque yo no le veía gracia alguna!
Mi primer contacto con el sistema Braille me causó una tremenda confusión. Inesperadamente, un día mis padres me hicieron tocar con los dedos “un cartón que, por el anverso, estaba lleno de agujeros y, por el reverso, de una especie de granitos” o “pinchos!. Lo que no recuerdo es cómo ni por qué cauce llegó a sus manos. Sólo me dijeron que “ese papel era lo que usaban los ciegos para leer”. Como no me había inscrito todavía en ningún centro especializado para ciegos y mis padres no me supieron decir qué significaba aquel cartón agujereado, a mí sólo se me ocurrió coger un alfiler de cabecilla y un papel grueso y pinchar y pinchar, tratando de hacer una réplica o simulacro de aquello. Pero no, eso no era igual que lo que me enseñaron mis padres en otro momento. Por más cuidado que ponía en ello, nunca lograba formar más letras que la A, las demás nunca tenían la misma forma que las del cartón.
Pasados unos meses, ya pude ir a un colegio de niñas ciegas de Valencia y allí fue donde me dijeron que aquél cartón con agujeritos y granos sería, desde ese momento, el alfabeto con las letras del sistema Braille, un alfabeto diseñado para nosotros, los ciegos, y por el que yo tendría acceso a la lectoescritura y, por lo tanto, a mi formación y cultura.
Aquella salida del analfabetismo me hizo comprender desde entonces que ya sería igual que el resto de niños con los que antes fui a la escuela, que ya podría escribir y leer como los videntes, solo que con otras técnicas y con otro sistema distinto al suyo. Ahora ya no me aburriría en la clase, porque ya tenía un método para escribir y leer las mismas lecciones que leían los demás niños. Me entusiasmó sobremanera este nuevo reto.
Primero con pauta y punzón (pizarra y lezna llamaban entonces los de mi pueblo a estos instrumentos), luego con máquina Perkins y ahora con ordenador, he ido dominando este sistema hasta llegar casi a la perfección. He sido instructora de Braille en la Agencia de la ONCE de Cuenca y posteriormente me dediqué, durante una corta temporada, a transcribir libros deteriorados y pasarlos a limpio para la entonces Biblioteca Central Braille de la Entidad en Madrid.
Actualmente puedo decir que el sistema de lectoescritura Braille es lo básico, lo esencial en mi vida cotidiana, y que me acompaña las 24 horas del día. Sin el maravilloso invento de Louis Braille, yo no habría sido nada ni nadie en esta vida.
Puedo saber la hora en mi reloj, porque su esfera está marcada en Braille; la temperatura ambiente o de mi cuerpo con el termómetro, la del horno de la cocina... Tengo acceso al ordenador gracias a la línea Braille de mi Braillelite..., todos los instrumentos antes mencionados están marcados con el sistema Braille. También tengo libros de texto que me amenizan los muchos ratos de ocio y de soledad... Puedo hacer cálculos matemáticos con una caja de aritmética, que tiene una especie de fichas y éstas, a su vez, llevan por una cara los números de los videntes del 1 al 0 y los signos de cálculo matemático y, por la otra cara, llevan dichos números en sistema Braille.
Debido a mi dificultad para comunicarme con los demás en sitios ruidosos, he adquirido también unas placas con el alfabeto Braille y, así, puedo entenderme con cualquiera que sepa leer y escribir, cogiéndome el dedo índice y señalándome las letras del mensaje que quieren transmitirme y que mi oído no capta en ese momento. Las tarjetas para pedir ayuda en la vía pública están también señalizadas con este sistema, para que yo sepa en cada momento qué tipo de ayuda puedo pedir levantando esa tarjeta a la altura de mi hombro. Puede ser ayuda para cruzar una calle, para que me acompañen a la parada de autobús más cercana, para preguntar dónde estoy ubicada en ese momento... Todas y cada una de las tarjetas incluyen el mensaje de petición en tinta y en Braille. Mi baraja, mi parchís, las cartas del tarot me permiten jugar con los videntes con sólo tocar los números en Braille, cosa que ha causado admiración y a veces desconcierto entre los jugadores con visión perfecta, pues no se explicaban cómo, de vez en cuándo, podía hacerles alguna trampilla en el juego sin que se dieran cuenta.
Debo decir que, además de ser ciega, soy también sorda parcial y no me es posible manejar los aparatos mediante el sintetizador de voz, por lo que el sistema Braille es de todo punto mi única salida al mundo exterior y casi mi único contacto con la sociedad. Mi vida, pues, gira en torno a este sistema.
¡Bendito sea Louis Braille por habernos salvado a muchos del aislamiento total o parcial causado por unas limitaciones tan serias como la ceguera y la sordoceguera.