SIÉNTATE CONMIGO
  Puntos Suspensivos; Proyecto Interruptus de la Vida de Casimiro Seisluces (Varios Autores)
 

 

 

PUNTOS SUSPENSIVOS: VIDA Y MILAGROS DEL CIEGO CASIMIRO SEISLUCES

AUTORES:

¡Lee, y deja que vayan apareciendo!

 

Nota preliminar

Cuando el bobo de la tribu y mosca cojonera de la lista de correo "tiflolibros" decidió el 24 de diciembre de 2000, a la hora de la siesta, porque no tenía otra cosa mejor que hacer, proponer a los miembros de la misma la redacción de una obra que podía llamarse "Puntos suspensivos: vida y milagros del ciego Casimiro Onceluces", unos cuantos locos, además de él, se dispusieron a afilar las puntas de sus brailles hablados u ordenadores para colaborar en el proyecto. Hubo uno, no obstante (el moderador de la lista) que consideró un despilfarro el consumo de energía eléctrica y propuso reducir las once luces a seis. Se aceptó la propuesta. A partir de ese momento, la imaginación (la loca de la casa, según Santa Teresa de Jesús) se puso en movimiento y aprovechando las posibilidades que le ofrecían las nuevas tecnologías, fue yendo y viniendo por el ciberespacio hasta que, con las lógicas diferencias de estilo, nivel literario y los distintos modos de expresión, vino a este mundo de fantasía Casimiro Seisluces, al que Dios le dé largos años de vida.

 

PUNTOS SUSPENSIVOS: VIDA Y MILAGROS DEL CIEGO CASIMIRO SEISLUCES

 

Carlos Andrés

Casimiro, el hijo primogénito de Fortunato Seisluces y Remedios Misiego, vino a este mundo un 4 de enero (no recuerdo el año, la ciudad ni el país) a eso de las cuatro de la madrugada. Su gestación, salvo algún que otro cambio brusco de posición y alguna que otra patada, había resultado de lo más apacible y tranquila. Y como si quisiera compensar a sus padres el haberles jorobado el sueño nocturno, no opuso la menor resistencia a la naturaleza que le empujaba, suave pero firmemente, hacia la única salida que había en aquella reducidísima estancia donde había estado tan a gustito y nadando en la abundancia. No sólo eso, sino que, con rapidez y de cabeza, atravesó aquella misteriosa puerta hacia un mundo desconocido, siendo atrapado por unas manos, también desconocidas, que como señal de bienvenida, le golpearon, haciéndole llorar. Pero luego, una vez sumergido en un tibio líquido, que se asemejaba al de donde había salido, lo recostaron contra una de las paredes de la estancia donde había ido creciendo días y días y en la que, la verdad, no se encontró nada mal .

Por su parte, Remedios, durante el doloroso preludio del éxtasis de la maternidad vivamente deseada, se imaginaba que alguien estaba revolviendo dentro de ella. Al regresar a la realidad, notó que le faltaba un pedacito de cada uno de sus sentidos. Instantes después, nacía Casimiro. Mientras tanto, Fortunato andaba dándole vueltas a la manivela de la rueda del tiempo, tratando inútilmente que ésta girara más aprisa. Cuando, por fin, pudo acercarse a su hijo, posó con sumo cuidado sobre una de aquellas diminutas manos la suya temblorosa. Entonces, al cerrarse aquella manita en torno a su dedo meñique, se sintió atrapado para siempre.

Así pues, si dentro de la más absoluta normalidad había discurrido el parto, también normalidad absoluta en los acontecimientos posteriores: tres días en la clínica (en la que no se detectó ninguna anomalía en Casimiro), visitas de familiares y amigos con ramos de flores y cajas de bombones, los comentarios típicos-tópicos de siempre... y, ¡cómo no!, la inmensa alegría de los padres que no se cansaban de mirarse y de mirar a Casimiro embobados, y el regalo del marido a la esposa: un anillo de brillantes (la ocasión lo merecía y la economía familiar lo permitía, pues los dos trabajaban; ella, en unos grandes almacenes como dependienta, y él, en una delegación del Ministerio de Hacienda como administrativo.

Al fin, llegó la ansiada hora de gozar del feliz acontecimiento refugiados en la intimidad del hogar familiar, situado en el barrio de La Esperanza, piso noveno B. Cuando estaban a punto de entrar, la señora Arabel, su vecina, salió al rellano pidiéndoles que le dejaran ver al niño. Accedieron gustosos, invitándola a pasar.

Dada a las artes adivinatorias, en lugar de la bola de cristal para tales menesteres, la señora Arabel utilizaba unas gafas de culo de vaso que, "casualmente", llevaba puestas en ese preciso momento. Mientras regalaba los oídos de los nuevos padres con los consabidos halagos, observaba atentamente a Casimiro, que dormía plácidamente. De pronto, a través de cada uno de los cristales de las gafas, vio escrito lo que sigue:

Cristal izquierdo: CASIMIRO, 4 DE ENERO (4 DE LA MADRUGADA), MISIEGO, NOVENO B.

Cristal derecho: SEISLUCES, LA ESPERANZA, REMEDIOS, FORTUNATO.

 

Ricardo Abad

Nuevas escenas se sucedieron alternativamente en cada una de las lentes. La pitonisa seguía con atención los mensajes que éstas le revelaban. Los Seisluces, Ante el repentino silencio de ésta y su actitud ausente, la interrogaron. Mientras Arabel, concentrada y con voz queda comunicaba a los padres lo que acontecía, ellos seguían atónitos las palabras certeras de la mujer porque les estaba leyendo su propio pasado, y no erraba en ninguna de sus afirmaciones.

El reflejo dorado que envolvía las imágenes pretéritas, se tornó de un color gris estaño, señal inequívoca de que lo que se videnciaría en adelante, correspondería al futuro. Cristal derecho: Fortunato y Remedios inquietos y preocupados ante su bebé. Cristal izquierdo: Señores Seisluces con su criatura en brazos ingresando y saliendo de distintas consultas médicas. Cristal derecho: Esperanza. Cristal izquierdo: Papá, Mamá y el retoñito en el interior de una óptica. Cristal derecho:... Una vez consiguió interpretar el verdadero significado de lo que la lente le mostraba, el entramado de delgadas arrugas que cubrían el rostro de la vidente, dibujaron la hoz cenital de un signo de interrogación sobre el punto hoyuelo de su mentón; su voz, ahora más firme y clara, anunció: "Casimiro tiene problemas en los ojos... Utilizará gafas.... Gruesas gafas parecidas a las que yo llevo... y además..." -meditó unos segundos y exclamó: "¡Que paradoja! Pese a su poca vista, el niño tiene predisposición a ser sensitivo... Clarividente -diría-..." -miró al pequeño y ambos cruzaron una sonrisa cómplice que pasó inadvertida para los padres. "Vamos que tendrá percepciones extrasensoriales como yo a poco que se lo trabaje. Y a pesar de su problema visual, será afortunado" -concluyó con un entusiasmo nada acorde con los ánimos de los presentes.

Arabel miró a los Seisluces, comprobando que sus sentencias, como siempre, habían causado un impacto mayor de lo deseado. Acostumbrada a escapar de estas situaciones, cantó algunas virtudes de la personalidad del recién nacido, mientras retrocedía hacia la puerta de salida, recomendando el rezo de oraciones a Santa Lucía, y sugiriendo el uso de infusiones de manzanilla y agua de rosas, que debidamente aplicadas, una vez frías, con dos algodoncitos sobre los ojos del niño mitigarían muchas de las molestias que pudiera padecer.

Fortunato y Remedios continuaron contemplando a su bebito por un tiempo. No se atrevían a hablar, ni tan siquiera a cruzar sus miradas. Se conocían desde hacía más de 11 años y sabían que ante las adversidades en lugar de crecerse y combatirlas solidariamente, se enfrentarían culpabilizándose mutuamente.

"Reme, ¿Y por qué debemos preocuparnos del vaticinio de una excéntrica agorera?" -protestó poco convencido Fortunato. "¿Cómo que por qué...? ¿Acaso no acertó en la adivinación del pasado y le dimos validez a sus comentarios? ¿Por qué no va a ser cierto lo que pronosticó para el futuro" -aseveró Remedios.

Durante el primer año de vida, la predicción se cumplió por completo, y comenzó el largo peregrinar entre consultas, hospitales y centros médicos, nacionales e internacionales, públicos y privados, y todo para confirmar que el pequeño de los Seisluces padecía una grave afección ocular, desconocida hasta el momento, pero con una progresión que acabaría dejándolo totalmente ciego. El último especialista que visitaron les aconsejó que el uso de lentes correctoras, pese a la corta edad del niño, retardaría el avance de la enfermedad degenerativa que padecía.

"síndrome piramidal", este fue el nombre que recibió el mal detectado en los ojos de Casimiro, denominación que tomó por la curiosa disposición espacial en la que se hallaban las vísceras intraoculares, muy similar a la de los panteones egipcios.

Ya en la óptica, la elección de una armadura adecuada que acogiera los aparatosos vidrios graduados no resultó una tarea sencilla. La señora Misiego veía desproporcionadas todas las que le mostraban. "No las hay más discretas, es tan pequeñito aún, que sólo se van a ver gafas" -repetía una y otra vez, con una pila de monturas sobre el mostrador y un dependiente desesperado por la indecisión de sus clientes-. Al fin, una de color verde agua pareció complacer a Remedios.

 

Graciela Caplan

"¡Qué cómodo que estaba adentro! Lástima que tuve que salir

"¡Qué frío! Cuántas luces y brillos... siento sonidos parecidos a los que escuchaba dentro de la panza. Debe haber más personas cerca.

"Esa voz es de mamá y esa es... es papá, pero hay más voces, y esas luces que me molestan y están encima mío... quiero dormir un poquito...

¿qué me están haciendo?... no me saquen de encima de mamá...

"Todos me tocan, me acarician, me levantan de la cuna, me mueven, pero yo quiero dormir y estar con mi mamá... es tan lindo sentirla y es tan suave y me da la leche tan tibiecita... no, no quiero que me levanten y me lleven de un lugar a otro, quiero con mi mamá...

"Dicen que soy muy lindo y grandecito, una señora dice que soy igual a mi papá, pero otra señora se enojó y le replicó que soy igualito a mi mamá cuando era muy chiquita y que tiene algo que llama ¿fotos?, parece que estas señoras son conocidas.

"Papá está ayudando a mamá a ponerse un abrigo, algo dijo mamá de ir a casa, creo que llegó la hora, casa debe ser un lugar para dormir, voy a conocer mi verdadera cama... tengo hambre y frío... sólo cuando lloro me dan de comer.

"A esto le llaman viajar... cuántas cosas que voy a tener que aprender.... esto se mueve con mi mamá y mi papá y yo mismo adentro, es como una panza donde entramos los tres y nos movemos, tengo hambre otra vez, qué calentito estoy.

"Salimos a una luz fuerte, ¿esto será lo que llaman casa?... no me doy cuenta que estamos haciendo.

"¿Quién es esa señora que habla y habla? no le entiendo, algo dice de Cristales Gafas Anteojos... no le entiendo... tengo sed, quiero tomar mí alimento, ¡que se vaya!

"¿Qué tiene en la cara? Es algo brillante... hay una carita chiquita y otra más y muchos brillos... no entiendo que dice ¿será otra doctora?

"¿Por qué todos me tocan? Me levantan, me miran, me ponen luces cerca de la cara ¿qué pasa? No puedo dormir tranquilo... no quiero que me sigan llevando de un lado al otro...

"¿Qué es eso de color verde agua que tiene mamá en la mano? Seguro que es un juguete nuevo... ¿Armadura? Para qué sirve... A ver si se los puedo sacar... No, no, no quiero que me los pongas en la cara, los quiero tener en las manos y golpearlos para que hagan ruiditos."

 

Isaac Velasco

"...¡Ay, ayayay!... Pero ¿qué les pasa...? ¿Por qué me ponen eso en la cara...? ¡Aaayy, me hacen daño...! Quítenme eso -tratando de quitarse las gafas-. Me aplasta la nariz y me daña las orejitas.... Que me lo quiten... ¡engaa, engaa, hua...! (llanto prolongado). Pero qué se han creido... ¡mamá!, ¡papá!, Estos adultos... ¿por qué me maltratan así? Pero si yo no les he hecho nada para que me maltraten así, con eso que parecía un lindo juguete y resultó un aparatejo pesado y feo, que sólo me causa dolor..."

Remedios se apresura a sacarle las gafas, mientras trata de calmarlo.

--Ya, ya mi amor, ya pasó. ¿Por qué lloras? Cálmate, cálmate y toma tu tetita...

Casimiro reconfortado y muy a gusto en el regazo materno pensaba: "Menos mal que mi mamá me quitó el aparatejo, ¿cómo es que se llama eso? No importa, ya lo aprenderé... Y... hum, qué bien se está en brazos de mamá y que rica es la leche.. tibiecita... humm... -bosteza-. Qué sueño tengo, echaré una siestecita...

Fortunato, que hasta ese momento permanecía silencioso observando a su mujer e hijo dijo:

-Pobre Casimiro, le resultará difícil acostumbrarse... Pero ahora que está dormidito aprovechemos para ponérselo, así cuando despierte ya no le resultará tan extraño y se irá acostumbrando.

--Tienes razón -corroboró Remedios-. Pongámosle los lentes ahora... Se ve muy guapo con sus gafas, tiene pinta de intelectual.

--¿tú crees? Me parece gracioso con esos lentes.. ¡Tan chiquito y ya con lentes...!

--¿qué tiene de gracioso?

--Pues nada, que se le ve gracioso y ya... no sé cómo explicártelo... es que aún no ha aprendido a caminar y ya usa gafas, como todo un señor. Es sólo una sensación y nada más... Debe ser que estoy nervioso... Recuerda que es nuestro primer hijo y nunca pensé que tendría que usar lentes... Al menos, no desde ahora; no aprende aún a dar un paso, y ya tiene que usar lentes.

Casimiro, despertándose, pone en acción a sus padres, mientras Remedios responde a su marido:

--Déjate de boberías, que terminarás por ponerme nerviosa... y ayúdame a cambiarle los pañales al niño que está cagao. Trae una palangana con agua tibia para lavarle, los pañales y no te olvides del talco, la crema para las escaldaduras y la colonia...

Y Fortunato, apresurado, sale de la habitación en busca de los útiles de aseo...

 

Francisco Ortega

No tardó mucho en volver con los enseres de aseo, y junto a su esposa se pusieron manos a la obra, mejor dicho, manos al bebé. Y para casimiro, ¡qué felicidad! Si algo le gustaba era ser colmado de atenciones.

Así transcurrieron sus más tiernos años: primero, entre pecho y biberones y los ineludibles pañales (por cierto que, como cualquier hijo de vecino, cuando no los regaba, los abonaba o ambas cosas a la vez) y luego, progresivamente, fueron llegando sus primeros potitos, las primeras palabritas, sus primeras travesuras, sus primeros pasitos... Pero en todo este tiempo, en que siempre estuvo colmado de cariño y atenciones, sus grandes gafas siguieron inamovibles sobre su nariz, mientras sus pañales... ¡ay, sus pañales! seguían siendo regados y abonados. ¡Y es que este niño era muy desprendido con lo que le sobraba.

Pasaron algunos años; y allá a mediados de septiembre, cuando Casimiro iba camino de cunplir los seis, todo cambió de repente...

Aquella mañana Remedios despertó a Casimiro con la misma ternura y cariño de siempre, pero ¡qué temprano! El muchachito estaba muerto de sueño, ¡si apenas no podía ni abrir los ojos! Su madre le obligó esta vez a engullir el biberón de un tirón; lo vistió a toda prisa con aquellas ropas que días anteriores le habían probado 40000 veces y lo tomó de la mano para salir a la calle. ¡Qué prisas! ¡Con lo calentito que se estaba en la camita!

Apenas había amanecido y el sol había abierto las puertas del cielo con llave de fuego, se permitió acariciar con sus rayos las suaves mejillas de Casimiro que afrontaba con estrañeza todo cuanto estaba sucediendo aquel día....

Los juguetes de un escaparate llamaron su atención:

--¡Mira, mami, mira...!

--Vamos, Casimiro, que llegaremos tarde al colegio, y hoy es tu primer día.

¿Colegio? ¡Pero qué es eso de colegio! Estaba harto de aquella palabra. Cada vez que la escuchaba lo vestían y desvestían... "¡Esto le queda mejor! ¡No, no; esto no va con él, algo más clarito...!"

Después de andar unas cuantas calles, por fin su madre se detuvo ante una gran verja que estaba entreabierta.

--¡Buenos días! -saludó el portero-. ¿Es nuevo, verdad?

--Sí, señor, es su primer día -contestó la señora Misiego.

--Tiene que presentar al niño a la directora. Por aquel pasillo, la tercera puerta a la derecha.

El semblante de Casimiro se había vuelto hosco, casi reflejaba un gesto de terror. Su madre, que se percató de ello, lo tomó en sus brazos para intentar mitigar sus miedos y se dirigió hacia el despacho de la directora.

--¡Buenos días! ¿Es usted la señora directora?

--Sí, pero llámeme Mercedes, por favor. Usted debe ser la señora Misiego, ¿verdad? Y este niño tan guapo es...? A ver... ¿cómo te llamas tú? ¡Ay, ay, ay, ay que el gato le comió la lengua!

--Venga, dile a la señora cómo te llamas, dile...

--¡Me llamo Casimiro! -Casimiro se abrazó fuertemente del cuello de su madre y escondió su carita contra su pecho.

--Perdone usted -añadió Remedios-, pero es que está asustado. Esto es nuevo para él.

--No se preocupe; aquí estamos más que acostumbrados a estas situaciones. Bueno; veo que las gafas son de bastante aumento, habrá que hacer un seguimiento para ver la evolución en el desarroyo del niño en los estudios, ya sabe... la pizarra y todas esas cosas.... ¡Pero ya habrá tiempo para todas esas cosas! Ahora es mejor que se vaya para que Casimiro pase este mal trago lo antes posible.

--Sí, será mejor que me vaya... -casi murmuró la señora Misiego.- dale un beso a mami porque me tengo que ir ya.

--No, mami, no te vayas...

--Aquí estarás bien y jugarás con muchos niños....

--No, mami; no mami, no quiero que te vayas...

--Remedios bajó al niño al suelo:

--Bueno, doña mercedes, ya me voy. Si surge cualquier cosa, no dude en llamarme por teléfono.

--Tranquila, señora Misiego, vaya usted tranquila que aquí nos hacemos cargo de todo.

Fue entonces cuando al mirar a su hijo, Remedios se percató de que el rostro de Casimiro estaba rígido, conm una mueca casi aterradora, que sus ojos despedían un brillo tan intenso que hasta el verde agua de sus gafas parecía aver enrojecido. Ella le dió un beso y, armándose de valor, se dio la vuelta para salir de la estancia.

De los labios de Casimiro brotó una frase con palabras firmes y seguras nada propia de un niño de 5 años:

--Madre, no me quiero quedar aquí; este colegio no me ará nada bien.

Casimiro Seisluces clavó la mirada sobre la puerta entreabierta del despacho, que como empujada por un fuerte viento, se cerró bruscamente...

 

Pablo Lecuona

--No hijo no, no te preocupes -balbuceó la señora Misiego mientras en su interior se producía una minuciosa y a la vez infructuosa búsqueda de valor, de ese que permite a una madre seguir hacia la puerta para dejar a su niño al principio de una nueva senda-, aquí vas a estar muy bien... la directora... las maestras... los niños... todos serán buenos contigo... verás que te va a gustar...

Pero Casimiro ya no la escuchaba, sus gafas se habían nublado y las nuves formaban y deformaban imágenes que él no llegaba a comprender. Niños que lo rodeaban y reían... ¿se burlaban? pasaban corriendo... ¿una maestra...? objetos lejanos que él no distinguía... puntos en el aire... algo blanco... nuves, oscuridad...

--¡No quiero quedarme mamá!

Sus palabras despejaron los lentes y volvió a rodearlo la dirección del colegio, el olor a papel, la señora esa regordeta que tan amable parecía... ¿y su mamá? ¿Se había ido? ¿Lo había dejado en aquel lugar extraño y lleno de espantos? ¿Y si no regresaba a su casa? ¿Y si su mamá se lo olvidaba allí por siempre jamás?...

--Ven Casimiro, te voy a llevar con tu maestra y tus compañeritos, verás que te van a gustar.

La directora lo tomó de la mano y lo condujo por el pasillo hasta un inmenso patio ocupado por la más enorme cantidad de chicos que él hubiera conocido jamás. Niños de todas las edades, todos los tamaños, muchos ruidosos otros tantos con caras de sueño y susto, todos cubiertos por esa rara ropa blanca que su mamá le había hecho poner esa mañana, peinados, con zapatos nuevos y relucientes mochilas, y entre tantos niños algunas señoras de blanco. Hacia una de ellas se dirigió la directora llevando de la mano a un osco Casimiro.

--Señorita Patricia, este es Casimiro, el niño diferente del que le hablé... por favor me lo cuida bien, no vaya a ser que se nos lastime... vea que podemos hacer... póngalo cerca del pizarrón, cualquier cosita me cuenta...

--No se preocupe, veré lo que puedo hacer por él.

Nuestro personaje fue dejado en medio del grupo de chicos que enseguida comenzaron a mirarlo con interés.

--Jajajajaja... jajaja... ¡mirad, mirad... ese nene! ¡Mirad! Qué ojos tan grandes tiene.... ¡Ese que está escondido tras los vidrios de botella!

Casimiro notó que los demás chicos lo miraban, lo señalaban, se reían de sus gafas. ¿Pero ellos no las tenían? nunca los otros nenes usaban gafas. ¿Por qué a él se las hacían llevar a todos lados? Con lo que pesaban, le hacían daño en las orejas. A él nunca se las dejaban sacar, salvo para dormir, claro; porque si se dormía con las gafas puestas, cuando se despertara las tendría pegadas a la nariz y con los vidrios llenos de sueños y él no podría mirar por ellas.

Y ahora todos miraban sus gafas, se reían, lo señalaban. ¿Y este era el día tan importante del que habían hablado tanto sus papás. Tanta vuelta, tanta alegría de ellos por un día tan importante... que Casimirito ya iría a la escuela, ¿y la escuela era así? Pero se hizo el que no los oía, se miró la punta de los zapatos que brillaban, ¡tanto su papá se había empeñado con ellos!

--¡Silencio, Silencio, chicos...! Una de las señoritas, esas grandes y de ropa blanca se paró en el medio del patio mientras las otras hacían pararse ordenaditos a los chicos, en filas, de mayor a menor, Casimiro casi adelante de todo.

--Hoy es un día muy importante para los nuevos niños que llegan a nuestra escuela a aprender y crecer con sus maestras... también para los que ya están desde antes aquí, que vienen de disfrutar unas lindas vacaciones.... Todas las maestras que aquí estamos les damos la bienvenida y todo el año estaremos ayudándolos y queriéndolos...

Casimiro, parado quieto, soñoliento, escuchó hablar tantas y tantas cosas lindas de esa escuela que se olvidó de las risas y las burlas, del miedo de que su mamá no volviera... Ahora iva a ser grande, sabio, importante, las maestras lo iban a llenar de amor...

Luego la maestra terminó de hablar y levantaron la bandera cantando una muy linda canción que casimiro no conocía ni entendió, y cuando todos aplaudieron la señorita Patricia les dijo:

--¡Ahora, muchachitos, al aula a aprender!

Y comenzó a caminar por el patio lleno de niños, seguido por la fila en la que Casimiro estaba. Pero las otras filas de niños con otras señoritas adelante comenzaron a moverse también, y muchos niños, todos de blanco se movían por el patio, unoss hacia un lado otros hacia otro. Y la fila en la que él estaba, ¿cuál era? ¿Cuál es la señorita Patricia? ¿Esa que va allá adelante? ¿O aquella otra? Todos de blanco y tanta gente... Casimiro Seisluces se quedó parado, petrificado en medio de una marea de niños y señoritas, que iban y venían, sin saber a cual seguir, los ojos bien abiertos tras los cristales, tratando de distinguir su camino..

 

Miguel Martín

De repente Casimiro se vio perdido sin encontrar a la señorita Patricia y sin saber cuál era su fila. Mas cuando el miedo iba a hacer presa de él, oyó una voz a su lado.

--Hola. ¿Cómo te llamas?

--Casimiro. -Dijo él con voz muy seria.

Una niña lo miraba de arriba a abajo sin perder detalle y un tanto inquisitiva.

--¿Por qué estás aquí parado?

A Casimiro no le dio tiempo a contestar.

--¿Por qué llevas esas gafas tan grandotas? -Continuó la niña.

--Porque mis papás dicen que las tengo que llevar. Las tengo que llevar todo el día. Sólo me las quito por la noche para dormir.

--¿Por qué las tienes que llevar? -Continuó ella.

--No lo sé. -Dijo él-. Si no las llevo me choco contra las cosas y a veces me hago daño.

La niña le miró con extrañeza ante aquella confesión.

Casimiro por su parte también estaba un tanto extrañado de ver a tantos niños y que ninguno de ellos llevara unas gafas como las suyas.

De repente la niña preguntó:

--¿Me las dejas?

Casimiro un tanto sorprendido no sabía muy bien qué hacer. La niña lo miraba expectante y volvió a insistir.

--¡Porfa! ¡Déjamelas! ¡Por favor, porfa, porfa!

A Casimiro nadie le había pedido sus gafas antes. Además eran algo que se tenía que tratar con sumo cuidado; siempre se lo decían en casa. Sin embargo la niña por alguna razón que no alcanzaba a comprender, le inspiraba confianza. Así que se las quitó y se las alargó.

La niña se las colocó y empezó a mirarlo todo con ellas.

--¡Qué raro se ve! -Dijo.

Casimiro empezó a intranquilizarse, pero no dijo nada. La niña seguía mirando. Al cabo de un momento, dijo:

--Toma. Ya me he cansado de mirar. No me gustan.

Casimiro las cogió aliviado y se las puso de nuevo.

--¿Tú no ves raro? -Le dijo ella.

--No. Yo veo mejor con ellas -Dijo él-, aunque llevarlas es un rollo.

De pronto la niña en primer lugar y luego Casimiro vieron acercarse corriendo a una señorita, la señorita Patricia.

--¡Niños! -Dijo-. ¿Qué hacéis aquí parados? ¡Os habéis salido de la fila! ¡Vuestros compañeros ya están en clase! Ven Casimiro. Ven conmigo. Yo te llevaré.

Dicho ésto cogió a Casimiro de la mano y con paso rápido lo llevó hasta su clase.

Los niños ya estaban sentados y empezaban a enredar unos con otros, pero cuando vieron entrar a la señorita con Casimiro de la mano, todas las miradas se dirigieron a él. A él y a sus enormes gafas, claro.

--Ven. -Le dijo la señorita Patricia-. Te sentarás aquí en primera fila. Y lo llevó a una mesa cerca de la suya.

Cuando él se sentó empezó a mirarlo todo atentamente, sobre todo a sus compañeros. Entre ellos buscó a la niña de antes, pero ella no estaba allí, o al menos no la vio.

A quien sí que vio fue a su compañero de pupitre, un niño que empezaba a alborotar con el compañero de atrás.

Casimiro supo en ese momento que más de una vez lo tendría que sacar de un lío.

Justo entonces descubrió, con esa intuición tan precoz que tenía, que no sólo él iba a necesitar ayuda de vez en cuando...

 

José R. Romero Glez

Casimiro se sentía extraño en aquel ambiente escolar. Mas, según comprobaría luego, todo pasaría aún los sentimientos encontrados como los de ahora. No le molestaba seguir todas aquellas nuevas reglas: entrar a una hora determinada, antes, formarse y marchar en filas. Pero sí le intranquilizaba el que, principalmente sus compañeros, de una manera u otra, lo percibieran como alguien diferente. Las enormes gafas era el pretexto. Su cerebro de niño no alcanzaba a comprender tantas "sutilezas". Y para colmo, surgió la palabra más definitiva en su vida, por lo menos, eso creyó entonces. El término sonaba como acción, pero más tarde, él lo interpretaría simplemente como participación y ya. En su memoria, así se registraron los primeros momentos en el aula de su nueva escuela.

El salón de clase era amplio y confortable. Un friso mostraba las banderas de los países integrantes de las Naciones Unidas.

La señorita Patricia, joven docente, así habló al grupo:

--Niñas y niños, como producto de la integración, está con nosotros, un compañerito, a quien damos la más cariñosa bienvenida. Él es igual que todos ustedes. Quiere y tiene derecho de aprender como todos. Espero que le ayuden y lo apoyen en lo que él necesite. Pronto llegarán los exámenes y... Pero, eso se explicará a su debido tiempo. ¿Para qué adelantar vísperas? ¿Alguien quiere tomar la palabra y decirle algo al recién llegado?

La niña que había pedido las gafas a Casimiro, levantó la mano.

--Aunque tiene un nombre raro, me cae bien, y qué bueno que vino.

Un niño siguió, diciendo:

--Yo te defenderé, si el Gordo te quiere pegar.

--Ja-ja-ja, ¿Y a ti quién te defenderá?

--Basta, los niños educados no se pelean.

--Será, los miedosos no... -Dijo una voz entre un efímero alboroto.

Seguramente, la profesora del grupo, practicante convencida del régimen democrático en el aula y en todo lugar, hubiera dado la palabra a Casimiro, y, él, diría sus inquietudes; por ejemplo, quiero regresar a mi casa o... Pero, ahora sí que lo salvó la campana, sí, la del timbre, y todos, hasta la señorita Patricia, se fueron al merecido recreo.

En ese periodo, la atracción fue, por supuesto, Casimiro. No se piense que se trataba de una curiosidad malsana; simplemente era lo novedoso o tal vez... Se pospuso el intercambio de estampitas coleccionables para el álbum de aves. Él no tenía ninguna estampa, y por supuesto, no deseaba estar en desventaja en ese campo, o en algún otro.

Desde luego, no se debe olvidar, que aún las niñas y los niños son seres humanos, sí, con su "inocencia" y todo.

La niña quien solicitó a Casimiro sus gafas, le soltó a boca de jarro la pregunta, no desconocida para muchos de nosotros.

--¿Sabes quién soy?

Casimiro lo sabía, pero se limitó a decir:

--Ahora no quiero jugar a las adivinanzas.

La niña no se iba a amilanar por un chico que se negaba así, tan descortesmente con ella, una, de las inolvidables...

--¿Deseas alguna pista? Soy la primera de la lista y además, la única que trajo la tarea.

Casimiro, era muy observador de esos detalles y de otros más, aunque le parecía tonto que alguien le hiciera esa pregunta.

La suerte estaba con él una vez más, y otra de sus compañeras, vino en su auxilio, o mejor dicho, al rescate.

--Casimiro, me llamo Lucero, ¿Quieres que te enseñe las partes importantes de la escuela? Lo haré con gusto.

Hasta los muchachos más guasones se contuvieron ante aquella sencilla muestra de amistad de su compañera.

--Sí, vamos, Lucero.

Los días y las semanas pasaron, y como no hay fecha que no se cumpla ni fiesta que no se llegue. El día de exámenes también arrivó a aquella aula.

El teléfono sonó en la casa de la familia Seis Luces Misiego. Descolgó el auricular la mamá de Casimiro.

--Señorita Patricia. ¡Qué milagro! ¿A qué debo el honor de su llamada? ¿Hay algún problema con mi niño?

--No se preocupe, llamo porque quiero estar segura de que usted ha puesto a estudiar a Casimiro. Es su primer examen y no quisiera que se confiara.

--Sí, señorita, ha estudiado. No se preocupe.

--¿De modo que ha estudiado?

--Sí, señorita, ya le dije. Su papá y yo le hemos ayudado.

--Sólo quiero decirle una cosa importante. No quiero que piensen ustedes que por tener Casimiro necesidades educativas especiales, ya se le va a pasar en todos los exámenes; éso no puede ser, ¿lo entiende, señora?

--Sí, claro que lo entiendo.

--Bueno, entonces hasta mañana.

No se puede dejar a los lectores con la curiosidad humana de saber cómo le fue en los exámenes o evaluaciones a Casimiro. Él aprobó con sobresaliente, y ahí sigue con las peripecias propias de todo estudiante integrado o no, con y/o sin NEE.

 

Rosalía Fuentes

Esa mañana, como casi todos los días, casimiro llegó al colegio cuando los niños ya estaban formados. Desde hacía un tiempo no dudaba cuál era su lugar en la fila: al lado de Lucero, y, encontrarlo era sólo cuestión de mirar. Lucero era alguien luminoso para Casimiro, nunca dudaba dónde se hallaba. era la única compañera a la que veía con nitidez.

Cuando marchaban hacia el aula Lucero lo tomaba de la mano y, casi en un susurro le decía:

--Buenos días casimiro, soy Lucero.

A Casimiro le gustaba mucho que Lucero lo tomara de la mano, era pequeñita y muy suave.

Cuando llegó la hora del recreo largo, el mejor, de media hora, Lucero le dijo:

--Tengo que ir al salón de Francisco. ¿Me quieres acompañar?

Casimiro estuvo de acuerdo y marcharon juntos. En el camino Casimiro le preguntó quién era Francisco.

--Es mi maestro de canto. Hace poco llegó de cuba... Acá está su salón.

--¡Hola, Lucero! Pero, ¡qué bonita estás hoy!... Y, ¿quién es tu amigo?

--Se llama Casimiro.

--Hola, chico, ¿cómo estás? Y, ¿a ti también te gustaría cantar?

Casimiro, asombrado por la situación inesperada, se quedó mudo.

Francisco tomó su guitarra. ¿Conoces esta canción? Lucero, canta una estrofa. Quizás casimiro la conozca.

Lucero comenzó:

"Mi unicornio azul ayer se me perdió,

pastando lo dejé y desapareció.

Cualquier información bien la voy a pagar.

Las flores que dejó no me han querido hablar"

Casimiro sonrió, su madre tenía todos los compactos de Silvio rodríguez.

--¿Quieres cantarlo? -le preguntó el joven maestro.

Casimiro comenzó. El maestro, que hasta ese momento había estado atento a Lucero y su canto, miró, boquiabierto, a Casimiro. Pasó del asombro inicial a un profundo sentimiento. Si alguien lo hubiera mirado, habría visto sus ojos húmedos.

--Casimiro, cuando seas mayor, ¡tu voz de tenor conmoverá al mundo! es maravilloso tu cantar. ¡Muchas gracias! Ven en todos los recreos largos, cuando lo desees. Para mí será una alegría.

Al salir del aula de música Casimiro vió nítidamente a francisco.

La campana de fin de recreo ya abía sonado. Lucero tomó su mano.

--Tenemos que regresar, si no la señorita Patricia se enfadará.

Casimiro, que iba con el alma volando, apenas la oyó.

 

Paula Maciel

Cuenta Casimiro, veinticinco años después: (en primera persona)

"Hay momentos que uno va a recordar para siempre. Uno de esos es cuando me di cuenta que era capaz de escribir. Estaba en la cocina de mi casa, que era grande, y mamá me había dejado, para que me entretuviera, un paquete de fideos, de esos con forma de letras (de cerca yo veía bastante bien). Y empecé a a acomodarlos sobre la mesa, identificando las letras que conocía y juntándolas unas con otras... y de pronto, me di cuenta que había formado una palabra: "mami" A mi me habían enseñado ya escribir "mamá" pero eso de descubrir cómo se escribía "mami" Eso lo había hecho yo por mi mismo... Salí gritando y saltando "¡Mamá, mamá, descubrí una palabra!" ¡Nadie me lo enseñó, yo lo descubrí solo!"

Mi sueño siempre había sido leer y escribir, contar las historias que me imaginaba y que los adultos escribían por mí... qué lástima que se perdieron.

Y leer cuentos... en casa de Lucero siempre había libros de tapas amarillas, que sus padres le compraban. Ponía la nariz contra el libro (a esa edad uno no sabe que tiene cervicales) y leía, leía, leía... Cuando Lucero y su familia se fueron a vivir al extranjero, nos escribíamos largas cartas, hasta que ya no fui capaz de escribir.

Como siempre fui medio solitario, porque no podía jugar a todo lo que los otros niños jugaban, leía muchísimo, como si algo dentro de mí supiera que ese infinito placer un día me estaría vedado.

Mi mamá cuenta que el primer día que salimos a pasear con los lentes nuevos, yo todavía no caminaba ni hablaba bien... pero señalaba con mi dedito todo cuanto había: los coches, la gente, los comercios, nombrándolos en mi media lengua... estaba fascinado por ver. Antes no sabía que existía un mundo visible tan amplio.

Tampoco entendía, por suerte, que aún con gafas lo que yo alcanzaba a ver era mucho menos de lo normal... mi mundo visible era infinito, a pesar de que debía sentarme siempre en primera fila.

El día en que no pude leer lo que yo mismo había escrito meses antes si lo recuerdo. Era adolescente. Había dado un examen antes de las vacaciones, con mucha dificultad, porque me costaba mucho concentrarme al leer. Llegué a pensar que era un problema vocacional...

Cuando volví a clase, me dieron mi escrito para que lo corrigiera, pues tenía una nota muy baja. Y cuando traté de leerlo, no podía descifrar lo que yo mismo había puesto. Mi propia escritura me era ya ilegible. Un sentimiento de terror y catástrofe aún me acelera el corazón.

Y luego vinieron las consultas médicas, los exámenes con luces tan potentes que parecen llegar al centro del nervio óptico, los primeros contactos con gente ciega y "amblíope" eso que, en esa época, me dijeron que era.

Me acuerdo la primera vez que fui a una escuela de ciegos, por mi propia iniciativa. Alguien que aún me guía desde el cielo, me preguntó: "¿Qué quieres hacer de tu vida?" Seguir estudiando, dije yo.

Y cuando supe que había formas de leer, aunque no fueran los libros que yo conocía...

Mi primer libro grabado fue de Borges (me pareció coherente) mi primera lectora, Teresita, un ángel de ojos claros que sigue siendo una de mis personas más cercanas.

Lo del bastón blanco no fue tan natural: peleé con la idea años enteros. Todavía no sé cómo no me maté, aunque sí me llevé varios golpes. Hoy es parte de mi cuerpo y una bandera de lucha.

Me he convertido en una especie de ente cibernético, con una voz de robot que repite cuanto escribo. Pero ya me parece casi humana: en esta casa todo habla: las computadoras, las agendas, los relojes... hasta el pobre gato, harto de que lo pisara, maúlla cuando me oye acercarme.

Y ya ven, cumplí mi sueño de escribir historias...

 

Roberto Sancho

Casimiro echó a volar su imaginación, mientras surcaba los cielos rumbo a Francia, escuchaba la voz de Lucero que le decía: "ven pronto que el médico te ba a devolver la vista". Un auto lo sacó de sus pensamientos y cayó en la cuenta de su soledad y que aún no se resignaba a no ver.

Tomó el bastón blanco y sin pensarlo dos veces salió de la vivienda para avordar un taxi y dirijirse hasta la estación de trenes.

El largo recorrido le izo reencontrarse, estaba vivo, sentía el frío, podía respirar y en lugar de escojer el claustro de su casa o una ruta de escape hacia el avismo del suicidio, asumió la aventura de yegar donde sus amigos sin yamadas previas, ni maletas incómodas sólo con su buen ánimo y un bastón blanco.

Seis horas mas tarde, recorría una estrecha calle, de pronto, lo tomaron de los cabellos y tiraron hacia arriba, una planta con espinas lo coronaba desde el muro de una casa, luego del susto guardó la anécdota para la narración de su peregrinaje al que le faltaban el encuentro con un burro, la visita al fondo de una zanja, el pisotón a un perro, el abrazo de un vorracho y laimbitación a hacer el amor por parte de un trasvestido.

"Si me viera Lucero...", pensó, ella siempre lo animaba a escribir, estudiar, viajar pero Casimiro sólo la escuchaba y cuando se fue para Francia, lo dejó al amparo de su bastón blanco que sin que Casimiro lo notara, ondeaba en forma muy cómica, la depocición de un perro.

Por fin yegó a la casa donde nunca asistió solo y a la que creyó no poder encontrar.

Respiró profundamente, un leve temblor lo sacudía y el corazón le palpitaba fuerte. Desplazó la mano por la pared y oprimió el timbre, luego del dindón, escuchó unos pasos acercándose...

 

André Duré

El timbre resonó en la cabeza de Casimiro con un extraño eco. Escuchó pasos que se acercaban, y aguardó.

La voz de su amiga rompió el silencio.

--¡Eh Casimiro! ¿Qué haces ahí paradote? ¿No escuchaste el timbre?

--Sí, claro que lo oí, yo lo toqué.

--¿Que tocaste qué cosa?

--El timbre de la puerta.

--Casimiro, estás parado en medio del patio de la escuela, ¿de qué puerta me hablas?

--¿El patio?

Casimiro cayó en la cuenta de que la voz de su amiga era la de una niña, no la de una mujer. Y poco a poco, fue dándose cuenta que aún estaba en la escuela, con su corta edad.

--¡Lucero! ¿Qué pasó?

--¿Qué pasó con qué, Casimiro? Ya sonó el timbre del final del recreo. Hay que volver a al aula.

--Pero, yo era grande, y tú también, y yo iba...

--¡Casimiro! ¡Apúrate y vamos!

Casimiro se puso en marcha, caminando detrás de su amiga. Lo que acababa de pasarle lo tenía preocupado. ¿Qué había sido todo eso? ¿El futuro? ¿Su imaginación? En el fondo él sabía que no era imaginación, sino una visión real. Había visto el futuro.

--Lucero, te tengo que contar algo. Le dijo Casimiro unos días después.

--¿Qué cosa?

--¿Te acuerdas del otro día en la escuela? ¿Ese día que me quedé parado en el patio?

--Ah, sí, cuando te dormiste en el recreo.

--No, no me dormí. ¿Sabes qué me pasó? Estoy seguro que ví el futuro.

--Ay ay ay, Casimiro. No puedes ver ni el dibujo de las baldosas que tienes bajo los zapatos; Mucho menos vas a ver el futuro, que está mucho más lejos.

--Um, no sé, a mí me parece que era el futuro.

--¡Seisluces! -Interrumpió la maestra-. Deje la charla y mire al frente.

Casimiro cerró la boca, y se acomodó en la silla. Por su cabeza no dejaban de pasar las imágenes de su viaje a Francia, a buscar a su amiga. Eso no le gustaba, él no sabía qué cosa era Francia, pero debía estar lejos, porque fue en avión, y donde uno va en avión, es lejos. Eso se lo había dicho una vez el chico que paseaba perros por la calle, que sabía mucho de esas cosas.

¿Lucero lejos? Eso no le gustaba a Casimiro. Se prometió a sí mismo que si un día Lucero decía que se iba a ir, él la iba a detener como fuera.

--Casimiro...

En un susurro llegó la voz de su amiga, sacándolo de sus pensamientos.

--¿Qué? -Respondió él también con sigilo.

--El pizarrón está para el otro lado...

 

 

 

 
  Total visitas 891100 visitantes (1715051 clics a subpáginas)  
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis