Queridos hermanos mayores ajedrecistas ciegos:
No se me había ocurrido escribiros una carta, a pesar de que parecería lógico, dada mi inclinación a lo epistolar en los últimos tiempos y sobre todo, dado mi gusto por el ajedrez. Sin embargo, tras mi paso el otro día por la Once para jugar un torneo, tras años de no tener experiencia directa de su desarrollo, he tenido una sensación triste, de haber cobrado una perspectiva sobre la evolución de esta actividad y de sus practicantes ciegos en la actualidad, que no me gustó precisamente.
Hoy, cuando estaba en mi trabajo, me habéis venido a la mente y he empezado a disfrutar de unos dulces y maravillosos recuerdos que me han impulsado a asumir el grato compromiso de escribiros. En esta carta, tendré que usar los nombres propios, ya que muchos de vosotros dejasteis en mí, distintos regalos que contribuyeron a mi formación, tanto en lo personal, como en lo ajedrecístico.
Mi querido padre ajedrecístico, fuiste tú, Juan Fiter Rocamora. Tuve la satisfacción de mantener correspondencia contigo, y tus comentarios en la revista tablero, fueron la fuente en la que bebí con verdadera ansia de aprender. Sin darte cuenta, fuiste mi maestro más grande. Naturalmente, leí a jugadores de primera línea mundial; pero la claridad y humildad con que exponías lo que sabías, eran todo un modelo, no sólo para el aprendizaje del noble arte, sino para mi vida en general.
No consiguió el abuelo Delfín, deshacer tu mito en mi corazón, con sus comentarios, en los que te acusaba de ser un poco cobardón jugando. NO me cabe duda de que el cabrón del abuelo tenía su razón; pero esa dosis de realismo temporal, no borrará el gran amor con que devoré tus comentarios.
cuando me dirijo a mi querido Delfín, como el cabrón del abuelo, él sabe que lo hago con verdadero cariño. Tú fuiste, Delfín, mi referente a nivel competitivo. Supongo que para tí, no fue agradable que un niñato como yo, cuestionara tu reinado de aquella época. Sin embargo, siempre tuve tu afecto y tu apoyo. Siempre fuiste un verdadero hermano para mí, aún teniendo en cuenta tus derivas controvertidas. Siempre representaste esa fuerza antagónica, con la que competí, y que un día dimos en llamar, relación abuelo nieto. A partir de ese momento, todo fueron risas. No es que antes no lo fueran. Es que en ese momento se creó la conciencia de uhn lazo muy profundo, que siempre existirá.
Recuerdo aunque no tuve la suerte de conocerle personalmente, el finísimo estilo del Maestro vasco, Labín. En madrid, fueron referentes, Fernando Bargas y Ugena. Eran tiempos en que el ajedrez de ciegos se mezclaba con el sudor del vendedor y por qué no decirlo, en algún caso, con el olor a alcohol. había un duro esfuerzo que incluía privaciones para pagar viajes y derecho a participar en torneos. NO necesitábais ningún protector o ayudante externo, que os facilitara las cosas. Con la grandeza de la humildad natural, salíais a enfrentaros con el mundo ajedrecístico, contando con la indiferencia de casi todo el mundo. Sólo os acompañaba vuestro amor por el tablero.
¿Y qué decir de vuesttra enorme generosidad cuando aparecimos los jóvenes? Gracias al testimonio de vuestras partidas comentadas por Juan fiter, muchos de nosotros soñamos en el colegio con parecernos a vosotros. Fuisteis nuestros modelos y hermanos y cuando salimos a competir contra vosotros, ¡qué gran lección de amor y generosidad! ¡Con qué cariño nos acogisteis! Estás tú también en mi corazón, querido Antonio Hierro. Eras el jugador ciego que más reivindicaba la necesidad del juego sin tablero. Me siento muy honrado de haber recogido tu testigo y de decirte hoy, que tenías toda la razón. Que aquellos que te cuestionaban frívolamente, estaban profundamente equivocados. Eres grande por haber mantenido tus convicciones y por haberme permitido adoptarlas como mías.
A pesar de que tuvisteis que afrontar verdaderos retos y dificultades para vuestro desempeño ajedrecístico, gracias a vuestra lucha, hubo alguna oportunidad de crecer y de dar otro tipo de pasos. Me temo sin embargo, que en general no hemos aprovechado vuestro legado. Antes de pasar a este último tiempo, no quiero que se me olvide nombrar a 2 hermanos muy importantes para mí, en este campo. Uno, curiosamente no formaba parte de nuestra hermandad de ciegos, aunque sí de la ajedrecística. Cuando en los 90 volví a jugar, me encontré con mi querido Pablo Gorbea, como firme representante del ajedrez de ciegos. Yo te había conocido 15 años antes, como toda una institución en el ajedrez madrileño y nacional, pero como jugador vidente. A partir de mi vuelta al ajedrez, me adoptaste casi como a un hijo, a pesar de tener que aguantar no pocas veces, mis estupideces ideológicas. Tú, simplemente me manifestabas tu amor y me empujabas a seguir mejorando en el ajedrez. Sentía tu abrazo cada vez que había un éxito.
Y mi hermano del alma, aunque también se comportaba muchas veces como padre, fuiste tú, mi querido Alejandro Ramón. Con todas tus carencias, me apoyaste e inspiraste a seguir esforzándome. Cada vez que obtenía un éxito, tu alegría era mucho mayor que la mía y eso acababa haciendo que me emocionara, jodío. Tenías la habilidad de motivarme una y otra vez. Nos reíamos mucho, cuando había malogrado una partida y tú me echabas la bronca. Me decías: ¡Eres más tonto que alto! Supongo que eso lo decías, porque tú eras más bien bajito; no porque yo sea Romay, precisamente.
Como dije antes, el otro día estuve jugando con los compañeros ciegos de la actualidad y tuve una triste sensación de estar en algo distinto. Todo estaba muy cuidadito; pero no percibía verdad. Era como si los ciegos formaran parte de la orquestina del Concierto de San Ovidio, eso sí, todo muy limpio y presentable, y tuviera lugar una función hueca, no sé muy bien para quién. Ya no olía a sudor y todo el mundo hablaba muy bien; pero no se escuchaba la risa de vuestro amor. Sentí claramente, que no pertenecía a este tiempo, a pesar de que vosotros ya estáis en la luz perpétua. Sentí que pertenecía más a vuestro grupo y por eso os escribo ahora.
Seguro que conociéndole, Pablo Gorbea estará todo el tiempo pidiendo jugar partidas rápidas. Tranquilo pablo, que cuando yo vaya, ¡te vas a cansar de darle al reloj! Ten en cuenta, que los otros hermanos no estaban acostumbrados a jugar a 5 minutos. Seguro que tú les enseñas. Habrá risas de todos y se producirá un ajedrez lleno de belleza y combinaciones perfectas.
Os quiero mucho y siento que vuestra compañía me da alas, cada vez que me enfrento con una partida.
En la seguridad de volveros a ver en el tablero del Padre Divino, Recibid mi más fuerte y fraternal abrazo.
Roberto.